El Primer Libro
sobre Enrique Lihn
Enrique Lihn, Escritura excéntrica
y modernidad
por Carmen Foxley
Editorial Universitaria, Santiago de
Chile
1995
por GRINOR ROJO
... Carmen Foxley entiende que Enrique Lihn es un poeta
de la última modernidad o de la modernidad tardía, como hubiera dicho
Fredric Jameson, y no le falta razón. En este contexto, ella lee a
Lihn a través de una sucesión de percepciones totalizadoras, y
también, por lo menos hasta cierto punto, cronológicamente, soslayando
siempre o casi siempre la tentación de incurrir en el análisis de
poemas individuales (una excepción podrían ser las páginas que dedica
a "La pieza oscura", el poema que da título al volumen de Lihn del
mismo nombre). Procura Foxley captar de este modo el despliegue de la
imaginación y la sensibilidad lihneanas sin detenerse en el examen de
cuestiones menudas. Declara al comenzar su trabajo: "Lo que sí falta
es una visión global que integre no sólo la secuencia de la producción
de Lihn, sino su movimiento y la constelación de significados y
modalidades discursivas que constituyeron su exploración". Tal es su
diagnóstico acerca de las falencias que se observan en el conocimiento
que a la fecha poseemos del gran poeta chileno. Habría que añadir a
esto que la prosa crítica de Foxley favorece muy deliberadamente la
reflexión por sobre el análisis, la abstracción por sobre la
concreción, la especulación generalizadora por sobre el afán
particularizante. "En esta ocasión no hago análisis de poemas sino de
libros", es lo que señala con claridad al respecto.
... Esta es pues su actitud enunciativa básica, aquella
que a su juicio debiera presidir la discusión de la obra de Lihn y con
todos los riesgos que ello involucra lo mismo para quien produce las
frases que para quien las consume. Porque en los libros como el que
ahora estoy reseñando el análisis pormenorizado es siempre el punto de
encuentro entre el autor, el crítico y el lector. Ese es un sitio en
el cual podemos reunirnos, haciendo rueda en torno a un texto
específico, para ahí concordar o diferir, coincidir o discrepar. Es
entonces cuando nos mostramos las caras, por decirlo de alguna manera.
Pero, con la justa sospecha de que el árbol puede oscurecer y oscurece
con frecuencia la imagen del bosque, Foxley escoge privarnos de esa
comodidad. El resultado es un libro difícil, que no se entrega
fácilmente, pero que cuando por fin lo hace nos premia con una
meditación sustantiva sobre la obra de quien podría ser el más
importante de los poetas americanos que empezaron a escribir con
posterioridad a la segunda guerra mundial.
... Foxley distingue en la obra de Lihn cinco "ciclos poéticos",
los que según dice "aparecen al contraponérselos a los supuestos de la
modernidad. Advierte en todo caso que el lector no debe considerar
tales ciclos como "etapas cerradas, sino [como los] relieves de una
topografía correlacional que hace perceptible la dimensión histórica
de su obra". De ahí la serie de enfoques o zonas de atención que ella
aisla en su pesquisa, a saber: la carga semántica y pragmática del
discurso poético lihneano, en cada uno de los "ciclos" mencionados,
con un comentario minucioso de los libros que lo integran, la
intertextualidad (hacia adentro, hacia el interior de la propia obra,
y hacia afuera, hacia el vasto mosaico de sistemas semióticos que Lihn
era capaz de convocar y que en efecto convocaba con evidente fruición
desde Goethe a Manzanero), la dimensión metapoética, los aspectos
retóricos, etc. Así, a través de la manipulación de estos varios
andamios metodológicos, la producción de Lihn se le va abriendo a
Foxley con docilidad, desde la ya conflictuada pero todavía ambigua
relación con lo moderno que ofrecen Nada se escurre (1949) y
Poemas de este tiempo y de otro (1956), hasta el
rupturismo "rememorante" de La pieza oscura (1963) y La
musiquilla de las pobres esferas (1969), seguido por
aquella serie estupenda en la que Enrique Lihn se hace eco, prolonga y
globaliza la manía ambulatoria del ,flaneur
baudelaireano, la que integran Poesía de paso (1966),
Escrito en Cuba (1969), Estación de los
desamparados (1972), París situación irregular (1977), A partir de Manhattan (1979) y Pena de
extrañamiento (1986). Finalmente, los recortes que cierran la
pesquisa de Foxley nos llevan hasta las "crónicas de la ciudad"
autoritaria, las de Paseo Ahumada (1983) y Aparición de la
Virgen (1987), por un lado, y por el otro, hasta la poesía
postrera de amor y de muerte, la que se guarda en Al
bello aparecer de este lucero (1985) y Diario de
muerte (1989).
... He ahí pues un grupo de cinco paraderos, con los que los
lectores de Foxley (y los de Lihn) podemos coincidir o discrepar, y
que según lo que nos informa esta crítica dan cuenta de la
relación del poeta con la episteme de nuestro tiempo y, por lo
mismo, del residuo moderno que se va aposentando en el fondo de una
escritura que por definición es dinámica. Por debajo de su dinamismo,
el residuo moderno constituye la persistencia fundadora y a la que
distintas situaciones históricas, el inconformismo juvenil de los
cincuenta, la adultez convulsa de los sesenta, la exaltación y la
desilusión de los sesenta a los setenta y la barbarie uniformada de
los ochenta, retoman y moldean de diversas maneras.
... Con un gesto que es muy de la crítica chilena de los últimos
treinta años, tratando de hacernos inteligible el carácter de esa
persistencia, Foxley busca un equivalente en la tradición. La solución
que encuentra le llega desde las décadas del cincuenta y sesenta y es
la que promueven los diversos agentes del "barroco americano", Lezama
y Sarduy sobre todo (el heredero actual de esa postura es Roberto
González Echevarría), y con la que ella sienta la piedra angular de su
edificio hermenéutico. La misma se verá reafirmada poco después por un
ensayo, una tesis de doctorado en rigor, de Christine Legault, que no
por nada dirigió Oscar Hahn en Iowa y que se ocupa del quehacer
poético de Carlos Germán Belli y Enrique Lihn en relación con "el
manierismo hispánico". Segunda y decisiva sugerencia es ésa, a la que
suceden un conjunto de enjundiosas lecturas de apoyo,de Maravall, de
Dubois y de Hauser, con el fin de ir probando poco a poco la
viabilidad de la hipótesis que confiere al libro su orientación
fundamental. Es bien sabido que en esos autores magisteriales el
manierismo se configura como un arte del suplemento, como el resultado
por excelencia de la dialéctica que compensa el desengaño del mundo y
del sujeto, y por consiguiente la dificultad de la significación, con
la sobreabundancia del decir. Con todas las variantes discursivas que
engendra una matriz epistemológica como ésa, el manierismo intentará
ser en el volumen que comentamos una especie de espejo hermenéutico de
la poesía de Lihn.
... Las posibilidades y los límites de semejante estrategia son a
estas alturas bastante conocidos y el postestructuralismo viene
insistiendo en ello desde que a fines de los años sesenta, cuando
Barthes y Derrida produjeron sus ensayos clásicos sobre "La muerte del
autor" y "Estructura, signo y juego en el discurso de las ciencias
humanas". Si por una parte, esa estrategia nos permite dar forma a una
descripción más o menos satisfactoria del objeto de conocimiento, por
otra lo que deja afuera suele ser tanto o más de lo que
incluye.
... Pero felizmente para nosotros Carmen Foxley es mucho mejor
ensayista que profesora de literatura y ese estructuralismo de rezago,
el que trata de forzar coherencia donde no siempre la hay, sólo le
sirve como un apoyo oficioso del cual ella echa mano cuando lo estima
conveniente y del cual también (lo que todavía es mejor) se olvida a
menudo. Más importante que el calce de los poemas de Enrique Lihn con
tales o cuales artículos del código manierista, acabarán siendo por
ende en este libro las intuiciones de la autora, a no dudarlo una de
las cabezas más cultas y lúcidas de la crítica chilena de nuestros
días.
... En este sentido, a mí me parecen dignas de celebración las
incursiones de Foxley (algunas de ellas por sugerencia de Lihn y otras
de su propio peculio) en las artes visuales. Lihn sabía de pintura (es
fama que quiso ser pintor antes que poeta), y tenía para estos efectos
un repertorio de opciones prontamente discernibles y que su intérprete
comparte o que en todo caso le son familiares. El poeta espacial y
visual que fue Enrique se encuentra así a lo largo de estas páginas
con una intérprete que no es menos aficionada que él a las artes del
color y la forma, que se preparó para la tarea desde antes de ni
siquiera proponérsela y que por eso es capaz de seguirle los pasos en
sus visitas a Francis Bacon, a Edward Hopper, a ciertos impresionistas
y decadentistas franceses (Monet, Moreau), a algún romántico inglés
(Tumer) y a ciertos renacentistas italianos y flamencos (Botticelli,
Brueghel, Durero). "Me he pasado muchas horas de mi vida recorriendo
museos", me dijo Carmen Foxley en una conversación que tuvimos días
antes de que yo escribiera estas líneas. Mi opinión es que eso se nota
en su trabajo crítico. Lihn es sin duda un poeta exigente, y una de
sus exigencias es que quien se acerque a su obra haya empleado en los
museos del mundo las muchas horas de las que Foxley me hablaba, y que
allí haya aprendido que el mirar que el saber mirar- es un ejercicio
que compete y precede al acto de la creación.
... Pero hay algo más. Me impresiona igualmente el pulso firme de
Foxley frente a lo que ella, siguiendo a Nietzsche, denomina la hybris lihneana. En otras palabras, me conmueve su trato
honesto y valiente con la inmensa acedía del poeta, con sus desacatos
y excesos, con sus arremetidas continuas y sin concesiones contra toda
autocomplacencia social, religiosa, estética, amorosa o de cualquier
otra índole.
Cito:
"La hipótesis es que todo el discurso de Lihn
desestabiliza los fundamentos de cualquier sistema semántico,
dominante, impositivo o cerrado, cualquier principio de razón
suficiente, los sistemas cognoscitivos regulados o las referencias
intertextuales y las ilusiones de la modernidad. Pero incorpora
tematizándolo lo que ésta excluía, por ejemplo, la multiplicidad y
disgregación de roles o máscaras del discurso y de la vida, la
actividad inconsciente, la espontaneidad asociativa, la movilidad de
la escritura y de la existencia, y otros rasgos que definen nuestra
situación en el mundo. El discurso de Lihn, en lugar de reforzar
cualquier asentimiento o transparencia referencial, desencadena el
disentimiento y la opacidad de la representación, lo cual contribuye a
problematizar y exhibir el cúmulo de mediatizaciones ideológicas y
culturales, las que al manifestarse en su negatividad, desencadenan
síntomas equívocos de una exuberante vitalidad y una degradante
enajenación".
... Ahora bien, yo no estoy muy seguro de que se pueda atribuir
todo esto nada más que a un "descentramiento" del sujeto moderno en la
poesía de Lihn (a Dios gracias, Foxley no habla en su libro de un
"descentramiento postmoderno del sujeto moderno"), pero de lo que sí
estoy seguro es de que Lihn reacciona contra un sistema de creencias
históricas suficientemente delimitado, así como también contra el
repertorio de los dispositivos semióticos que lo acompañaron y no sólo
en la poesía. En Chile, ambas cosas empiezan con él (y no con Nicanor
Parra, como aseguran algunos) a venirse estrepitosamente abajo. Hacer
la lista de esos ídolos rotos daría para rato, como Foxley bien lo
sabe, pero no cabe duda de que lo que la poesía de Lihn pone en jaque
es la posición del hombre y del poeta en el mundo latinoamericano y
chileno de los últimos cuarenta o cincuenta años, mundo que para mí es
el de la tercera etapa en la historia de nuestra modernidad y que
recién ahora da la impresión de que estuviéramos tramontando y tal vez
no para mejor.
... Porque lo que hoy día es festineo ligero en
Lihn fue desesperación genuina; lo que hoy día es superficialidad
blanda en Lihn fue desgarro y rencor. Aunque eso no aboliera la
rabelaisiana carcajada, por supuesto. Pero una carcajada que fue
siempre con la boca torcida: irónica, sarcástica, paródica. Foxley
percibe la angustia que enmascaran esas explosiones de júbilo falso.
Esa angustia es la que da origen a las mejores diatribas del discurso
lihneano, como aquella en la que Lihn habla de Chile como de un
"eriazo remoto y presuntuoso", y a sus peores grotescos, como el del
viejo aquel que remienda "su única camisa", mientras, "llorando
secamente en la penumbra", monologa a solas con su muerte. Foxley
percibe todo eso y no se achica. Más allá incluso de los supuestos de
su hipótesis general de trabajo, este Lihn que conduce su poco
"ejemplar" cisne poético con la "exuberante vitalidad" de su cuerpo
grandote. Y por entre la "degradante enajenación"de la ciudad
contemporánea, aunque sea el objeto de su afecto sincero, no parece
espantarla. Incluso al final, cuando tiene que referirse a Diario
de muerte, un volumen en el que el barroco pirotécnico
decrece en una relación que es inversamente proporcional al
crecimiento de la certeza de la finitud, Foxley entra en los textos
con una empatía que no por serlo y muy profundamente, excluye el
distanciamiento. En el fondo, yo creo que en este entrevero de la
participación con la distancia debiéramos situar una de las claves
mayores de su eficacia de intérprete.
... Vuelvo ahora sobre el tema de la modernidad. ¿En
qué consiste la modernidad del poeta Enrique Lihn? ¿Esa modernidad
última o tardía de la que nos habla el libro de Foxley? Ella postula
que la poesía de Lihn entra gradualmente en un proceso de dislocación
de los sentidos y las formas, de pérdida del centro y de
"desestructuración de la estructura", para decirlo con la jerga
derridiana. En otras palabras, que el escepticismo del poeta acaba
corroyéndolo todo e incluso dentro de ese todo al instrumento mismo de
su labor de corrosión, a la poesía, a "esta cosa de nada y para nada",
según estampa en unos versos marcados de "Mester de juglaría". Más
aún: con una agudeza que yo encuentro digna del mejor Borges, Foxley
descubre en el Lihn que se muere una torsión extrema de la conciencia
descreída. Descubre ahí el escepticismo del escepticismo, cuando posa
la vista sobre el penúltimo texto de Diario de muerte,
aquel en el que Lihn duda también de su duda, "como de una
racionalidad sin antecedentes / que no ha sido para mí, en su larga
trayectoria / un particular motivo de orgullo". La intuición de la
negación de la negación, de la afirmación por el camino de la
negación, se dibuja en estas líneas con suma nitidez. Con todo, Foxley
tiene la delicadeza de no hacer mucho ruido con ello, manejando su
advertencia del subterfugio con elegante discreción.
... En todo caso, al que yo quisiera ver en los trabajos
que con toda seguridad han de seguir a este de Foxley es un poco más
al "poeta en situación", que Lihn quiso ser y que fue, y un poco menos
al poeta ligado a la "situación moderna" en general (esto es, a la
modernidad metropolitana, la que no sé hasta qué punto es trasladable
impoluta a nuestras playas). Me refiero a la necesidad de prestar
atención además al entorno latinoamericano y chileno o,
mejor dicho, al entorno latinoamericano y chileno que a Lihn le tocó
vivir entre los años cuarenta y ochenta del presente siglo. Como
apunté más arriba, esos son los años en los que a mi juicio se aloja
la tercera etapa en la historia de nuestra modernidad y su signo
definitorio es la disolución. Poco a poco se va cancelando, durante
los cincuenta, los sesenta y más todavía en los setenta y ochenta, un
vasto repertorio de sueños espléndidos, entre los cuales quizás si el
más caro y aquel a cuya pérdida aún no nos resignamos es el de una
identidad probable para los pobladores de esta América. En esa
identidad creyeron nuestros padres, y de esa identidad vinimos al
mundo desconfiando nosotros. Lihn encaja su obra en el hueco mismo de
esta desconfianza, y es interesante observar que el punto de partida
metropolitano de su actividad intelectual, que es el de otros
escritores chilenos de entonces y que no cuesta mucho descubrir -lo
encontramos en Nietszche, en Heidegger y principalmente en Sartre-, a
Lihn le sirvió no tanto para alienarse del "sucio barro" de lo propio
como para acentuar su profunda dependencia de ese barro y el asco
simultáneo que él le producía. Tal vez sea entonces ahí, en la
contramano muda de esa dependencia y disgusto y no en el justificado
temor que pudo engendrar en Lihn la próxima visita de la muerte, donde
haya que buscar el rastro de una afirmación. No sería raro que nos
encontráramos entonces con un moralista romántico. Por lo demás, sólo
así se entiende la penúltima estrofa de "Porqué escribí". Recordémosla
ahora:
Porque escribí no estuve en
casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni
acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como
escribiente
ni la pobreza me apareció atroz
ni el poder
una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni
fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un
fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi
enemigo.