No
se puede hablar impersonalmente de nadie. El recuerdo que tengo de
Rodrigo Lira me disgusta conmigo mismo. Era alguien que ponía a prueba
la capacidad para desestabilizar los códigos de comportamiento en la
relación interpersonal. Dí un examen mediocre. Proyecto desde allí una
imagen intolerante de mí mismo. La poesía es, en el papel, el territorio
más liberal que cualesquiera de los que proclaman su liberación; sus
practicantes no confirmamos siempre esa amable mitología. Así, por
ejemplo, la buena voluntad de un poeta que empieza a envejecer hacia
otro que lo desdobla en edad, puede incluir el factor autocomplacencia.
Esperamos del joven, a cambio de la atención prestada, un trato parejo,
que no altere esa buena disposición nuestra de la cual nos
enorgullecemos como de una ventaja que compensa la desventaja de los
años. Resulta penoso, por el contrario, impacientarse, verificar lo poco
que sirve la experiencia frente a quien supuestamente, no la tiene en el
mismo grado que uno.
El antagonista
de la lucha intergeneracional se ha olvidado de su beligerancia; espera
descansar de ese esfuerzo en el sentido de las manecillas del reloj, a
favor de la corriente. Pero la historia se repite desesperanzadamente,
en el contrasentido de la armonía ilusoria. Y a veces la repetición se
diferencia de lo repetido en que es la misma prueba, pero más difícil.
Me tomé el derecho a la diferencia respecto de mis mayores, sin
exageraciones parricidas, con una relativa tranquilidad, así lo espero,
de una parte y otras. Sea como fuere -puedo estar haciendo recuerdos
imaginarios-, Rodrigo no era de trato fácil; por lo tanto, retrasé el
momento de entrar en contacto personal hasta con su nombre, que me costó
memorizar. En 1979 incliné la balanza en su favor como miembro del
jurado de un concurso: le dimos el primer premio por el texto que aquí
se titula 4 tres ciento y sesenta y cinco y un 366 de onces. Se
publicó en el número 6 de La bicicleta, revista que organizó el
concurso, con una especie de fundamentacion de nuestro criterio, que me
pidieron. Esa simple nota no escapó, luego, a la lupa y el escalpelo, a
la manía analítica del poeta, quien tuvo ocasión de comunicarme que mi
punto de vista era correcto siempre y cuando se lo pusiera de
cabeza.
Después de ese premio resultaba artificioso evitar el diálogo. Lo
iniciamos, pero poco auspiciosamente. Lira, sin anunciarse previamente,
como lo aconseja la convención, golpeó la puerta de mi altillo en la
calle General Salvo, de tempetuosa memoria. Estaba en otra onda, eran
las nueve de la noche y pensé que podía permitirme la descortesía de
parlamentar en la vereda, sin darme por enterado de que esa era una
visita. Unas semanas antes había tenido yo el capricho de celebrar mi
cincuentenario en tres tandas. En primer lugar dí un recital e hice una
exposición de efímeros -manuscritos, dibujos, fotografías- en la Galería
Epoca. El exhibicionismo del sujeto "en el año de la mutualidad del yo"
culminó con dos sesiones en el Goethe Institut, que incluían filmación y
proyecciones de videos. Lira quería que lo ayudara a poner en movimiento
un espectáculo multimedia similar para la celebración de su trigésimo
aniversario, como apoyo / el recital que dio el miercoles 26 de
diciembre del 79, en una biblioteca pública. No pude hacer nada, pero
decidí acudir a esa melancólica cita postnavideña en la sala trasera "de
un Museo un tanto fúnebre/ con el cual se pretende honrar la memoria /
del cual fuera el intedente de Santiago / don Benjamin Vicuña Mackena",
escenario de onomástico. Tuve la impresión de que Rodrigo parodiaba el
mío en uno de sus gestos de imitación diferencial, y me senté solo y
malhumorado. La impresión subió de punto cuando procedió a leer -aunque
me lo había adelantado- uno de mis propios poemas, un texto patético de
La musiquilla de las pobres esferas, con una voz que -me pareció
así en ese momento de susceptabilidad- hacía irrisión del material de
lectura. Parodiamos, pero no nos gusta que nos parodien.
Tiempo después le recomendé a David Turkeltaub la inclusión de Lira en
la antología que editó Ganymedes el 80. Lamenté la decisión del
poeta-editor de seleccionar sólo textos no publicados y que de todos los
inéditos que entregó Rodrigo eligiera el Paseo de las Flores, un
poema muy inferior al que habíamos premiado en el concurso de La
Bicicleta. No sé si el problema que presentaban esos inéditos fuera
el de su gran extensión. Y, a propósito de los poemas largos, tampoco
leí con el mismo entusiasmo que me despertó el poema premiado, la
Topología del pobre topo, que envió al Segundo Concurso Nacional
Residencia en la Tierra, del cual yo era también jurado. Confieso
ese error: los retruécanos, las dilogías, las alteraciones de este poema
pasan por la verborrea, pero hacen sentido con los rituales de la
sátira, con las exigencias de la fealdad. Es el estilo del tábano,
chicharreo de las palabras que dicen lo que no dicen y lo callan
estrepitósamente.
Así, pues, mi relación de lector con Lira no prosperaba, pero sí -según
pensé- de interlocutores literarios. Recuerdo una tarde no datada en que
hicimos un trayecto entre el Departamento de Estudios Humanísticos hacia
la estación Toesca. Rodrigo me comunicó entonces que él no se
consideraba un poeta, sino un diestro manipulador del lenguaje con
facilidades para aprender idiomas y me adelantó algo de su curriculum
vitae. En lo sucesivo intercambiábamos algunas palabras siempre que nos
escontrábamos en recitales o conferencias. Una tarde llegó a General
Salvo con una sorpresa: su ejemplar de mi novela La orquesta de
cristal corregida, más bien reeditada por él. Para operar con mayor
comodidad había desencuadernado la Orquesta, haciéndole poner un lomo de
espiral de plástico; así le sumó páginas en blanco que se inundaron de
las enmiendas, inserciones o eliminaciones y sustituciones, a que había
sometido mi novela, a partir de un solvente trabajo de
corrector.
"A
veces -dice Borges- creo que los buenos lectores son cisnes aun más
tenebrosos y singulares que los buenos autores". Sin ser, quizás, un
buen autor, tenía yo mi singular y tenebroso lector. Algo que me halagó
abrumadoramente. La correctiva lectura incluía el retoque humorístico de
la portada del libro, una reproducción parcial de "Les Musiciens à
l´orchestre" de Degas y un proyecto ocurrente de la portadilla: la
célebre etiqueta del Vermouth Cinzano en la que se había sustituido una
leyenda por otra -la marca por el título de la novela- enmarcándolo con
una guirnalda de las banderas replegadas de todos los países
consumidores del mundo. El reeditor espontáneo de La orquesta me aseguró
que mi libro no había llegado a su merecido público, debido a la forma
indebida en que lo había publicado la Editorial Sudamericana; doble
enunciado en que tenía la mitad de la razón. Le pedí a Lira el ejemplar
de la novela para revisarlo, interesado en conservar esa curiosidad,
pero no me pareció que se tratara de una propuesta realista ni me detuve
a considerar qué se ocultaba detrás de ella, cuál podía ser la meta
propuesta. Estaban en mi casa Eugenio Dittborn y Oscar Gacitúa. Lira nos
sorprendió, haciendo el gasto del diálogo a medias con Dittborn, un
despliegue de erudición relacionada con viejos y nuevos autores
americanos de tiras cómicas y temas antiguos. Era eso: un erudito de la
contracultura, del pop y del pop art; en consonancia con el atuendo y la
pinta -"la pelada y las chuletas"- os anteojos de marco grueso, la gorra
a lo Sherlock Holmes: un sabueso del Rock o del nuevo jazz.
Rodrigo salió furioso conmigo de esa visita. Según le confideció a Cacho
Gacitúa, había esperado que contratara sus servicios como secretario
editor, corrector de pruebas y de estilo; algo que a mí no se me pasó
por la cabeza pese a mi necesidad de que se me ayude a pasar en limpio
mis resmas de papel escrito con esfuerzo y descuido.
Meses después de lo de La Orquesta de Cristal, le envié recado a
Lira para que se sumara a un grupo de poetas jóvenes, en el escenario de
uso -el segundo piso de una casa en punta de diamante, que parecía un
lanchón cargado de libros-. Estábamos en enero del 81, partía yo a Nueva
York y quería hacer un registro, grabadora a mano, de lo que me
confiaran los poetas jóvenes, conla intención de presentarlos en ese más
allá. Se reunieron Gregory Cohen, después de sus tres meses de reclusión
en la Penitenciería de Santiago (libertad incondicional por falta de
méritos), Roberto Brodsky, que se iría a España y Venezuela (ha vuelto a
irse), Mauricio Electorat, que no ha regresado de Barcelona; Diego
Maquieira y el pintor Gacitúa, diagramador de este libro. A éste se le
ocurrió invitar a un amigo suyo que acababa de comprarse una cámara de
video. Se hizo, pues, el registro en video cassete de esa sesión.
Rodrigo se lució. Como si hubiera sido un dirigente sindical hizo un
descarnado y razonable diagnóstico de la situación política en Chile.
Sólo una vez, al declinar la tarde, desplazó el foco hacia su situación
personal. Simplifico: sus problemas de carácter eran el resultado de su
frustración erótico sentimental. No hace falta que yo memorice. Sus
contrariados y crudos poemas eróticos forman parte de este
libro.
Le
pedimos que leyera algo frente a la cámara. Se disfrazó, entonces, de
don Gerardo de Pompier (el coautor personaje de La orquesta), que
en su opinión debía ser un caballero alemán, con los elementos del
atuendo que encontró a mano -el tarro de pelo, la levita- incorporándole
una corbata de fantasía y se sentó a mi trono de mimbre (lamentablemente
una réplica veguina del que usa un maniquí de la canción en una imagen
que ha dado varias vueltas al estúpido mundo). Leyó de memoria,
apoyándose de reojo en el libreto que traía en su carpeta,
enriqueciéndolo con algunos "ripios" como los viejos actores de Teatro
Carpa. Seguramente lo había interpretado en otras ocasiones. Agere et
pronunciare (representar el discurso como un actor) y memorias mandare
(recurrir a la memoria) eran, como nos lo han reenseñado nuestras
experiencias mismas, operaciones de la vieja máquina retórica ligada a
la dramaturgia de la palabra. Lira quería devolver, literalmente, la
palabra al escenario, acercarla a la acción a través de la actuación.
Como no encontrara trabajo como actor de spots publicitarios, tuvo el
ánimo desesperado, días antes de suicidarse, de concursar en Cuanto
vale el show, un programa del Canal 11 en el que concursan,
patéticamente, por una soldada de entusiasmo o de depresión, según el
monto que le fije el jurado, los cantantes, actores bailarines, mimos
anónimos. Rodrigo interpretó dos veces el papel de Otello, como actor
cómico y dramático. Lo felicitaron por luchar contra el apagón cultural
y le pagaron una pequeña suma.
Dos
años más tarde ví ese video casero; había pasado a manos de un
especialista para su montaje no realizado y llegó, en último minuto, a
un recital de poetas jóvenes, que yo debía presentar. Por fallas
técnicas, resultó muy difícil que la imagen de Lira compareciera a la
pantalla del televisor. Ya la dábamos por borrada, cuando entró en
escena. El camarógrafo no había sabido emplear la cámara
profesionalmente, pero sus pasos en falso y sus desenfoques realzaban
ahora en el lector su identidad de desaparecido, su condición de
fantasma. Muchos de los asistentes al acto, evocamos los últimos
encuentros reales con Rodrigo antes de ese encuentro irreal.
Mis
últimos recuerdos al respecto, me devuelven la imagen inconfortable de
mí mismo por la que empecé este prólogo. Los que se bajan del escenario
como él, también es cierto, crean una atmósfera favorable al cultivo de
la culpabilidad. Y ahora que he reojeado el libelo en que me alude, me
parece sobredeterminada, por no decir exagerada, mi respuesta a lo que
estimé una deslealtad suya. Diagramaba y fotocopiaba cuidadosamente ese
tipo de escritos como el que distribuyó el 26 de agosto del 81, al
término de una sesión del CINDE a la que yo había sido invitado como
ponente. Días después me pareció una desfachatez que se acercara a
saludarme en la Sociedad de Escritores, como si nada, y se lo hice ver
de mala manera. En septiembre me envió para mi cumpleaños, a modo de
regalo de papel escrito, un artefacto que no he vuelto a encontrar, pero
dejé pasar ese gesto, absorbido por otras preocupaciones. Hacia
diciembre, se extendió hasta General Salvo la noticia que habían
adelantado tantos textos de Lira, pero que, por lo mismo, resultaba
impredecible.
Paso de la semblanza a los textos que comprende este Proyecto de
Obras Completas. Empiezo por declarar, sin embargo, que ahora no
estoy en las mejores condiciones para distinguir la vida de la obra y
vice-versa. Y no porque el personaje que habla en los escritos de Lira y
el que vivió detrás del escritor se me aparezcan, consustancializados y,
por lo tanto, igualmente verdaderos: quizá ninguno de ambos era lo que
parecía. Ocurre, más bien, que ahora resulta muy claro que la
escritura de Lira era su modo de intevenir la realidad, de participar en
ella tanto como una negación de lo real y una afirmación implícita de lo
imposible. Se trata, pues, de una escritura "transitiva", de "una
escrituración exasperda", es su modo de nombrarla. No puedo llamarla
exactamente una acción de arte (en la acción el arte se comporta, según
parece como un ritualista solemne); conviene recordar, no obstante, que
Lira hizo "su guerra de palabritas versadas" en un período en que
algunos de sus compañeros generacionales postulaban la ecuación
arte-vida, así por ejemplo los del Grupo CADA (Colectivo Acciones de
Arte). "El helicoptero publicitario", la "publicación experimental" que
anunció como proyecto en marcha, en 1980, parece haber sido, en punto al
título, una parodia del poema "La Vida Nueva" que con un itinerario
previamente trazado hizo escribir por aviones publicitarios Raúl Zurita
en el cielo de Nueva York, el 82, o una premonición de ese happening. El
sumario de la "empresa literaria" de R. L. (un libro que ahora es éste)
incluye el que podría ser el título general de la empresa. "El arte
de la parafrasis" -paráfrasis de "El arte de la palabra" así
se llama mi última novela editada el 80. "Y otras parodias- continúa el
anuncio del Helicóptero, incluyendo el rubro "caricatura escrita" para
hacer, líneas más bajo, la caricatura de un caricaturesco párrafo de
Ignacio Valente acerca de la recurrencia de la e en un texto.
El
procedimiento de parafrasear una cita, haciéndola explotar por reducción
al absurdo se aplica, algunas veces, quizá demasiadas, a la inanidad de
líneas circunstanciales de reseñas prescindibles.
El
parafraseador o el citante queda atrapado en la minúscula circunstancia
de la comunicación. Lira reaccionaba ante cualquier cosa que se dijera o
no dijera de él y fueron pocos los estímulos recibidos y algunos, en
cambio, las reprobaciones enfáticas, que nunca faltan cada vez que una
nueva promoción de poetas jóvenes es llamada a hacer la guardia. Todo el
mundo debiera saber, por atavismo, que existe ese ritual de las
eliminaciones y de las revelaciones; habrá, cada vez exaltados y
humillados, así es la vida literaria; pero, igual afectan, esas
valoraciones desconsideradas. La susceptabilidad y la agresividad de
Lira exasperaron su "escrituración", su guerra de palabritas versadas
era versada, a veces, en nimiedades y extenuaba el verso con ellas.
Repito que los editores de este libro hemos concentrado los juegos
polémicos de Lira en una sección, pero hay otros textos que cojean, un
poco menos, del mismo pie.
Hay
aquí textos cuyas oscuridades de referencia, no tardarán en ser
borrones; aún y cuando incluyan sus claves en la forma definida por el
diccionario, "como explicaciones que necesitan algunos libros o escritos
para la comprensión de su composición artificiosa"; ceden a la tentación
de un periodismo polémico extremadamente local, barrial, mejor dicho.
Anarcofrancotirador, fue todo lo lejos que pudo en el uso de una palabra
a la vez incontinente y correctora, de puntualizaciones torrenciales,
plagada de subentendidos, indecodificable para quienes no estuvieran al
lado del emisor, facilidad que ha caducado. Desde cierto punto de vista,
pues -y ahora cito a su modo, con ironía- su obra como la de Rimbaud
explicaría, en sí misma por qué no la continuó. Está demasiado cerca, en
el caso de Lira, de la crónica y del comidillo.
También es
cierto que se trata de "improvisaciones" necesitadas de un estímulo al
que dan respuesta: "la escrituración exasperada" es casual e importa,
para la lógica de la misma que el estímulo no haya sido seleccionado.
Unos versos de Salón de Parra podían cumplir esa función,
selectivamente; pero a condición de coexistir con la letra de una
canción de Fernando Ubiergo o algo por el estilo. Pongo un ejemplo
positivo: el rdactor de las bases del Primer Concurso de Cuentos breves
Dagoberto Campos Nuñez, es el destinador de un poema: una autobiografía
que el destinatario pergueña, so pretexto de la dificultad que significa
escribirla, en conformidad, pues, a la figura retórica llamada
Preterición, ligada a una poética de la imposibilidad. Lo que hace el
texto es fijar o formalizar la dificultad de la biografía en el contexto
de una desestabilización de la personalidad. Me resisto en cambio a la
lectura de un texto como El Mercado de las Libres Ocurrencias o
acerca del derecho a escribir humano por excelencia. El
escepticismo de la poesía -"podesida"-respecto de sí mismo -recomendado
y experimentado ya por Vicente Huidobro-, se resuelve aquí en un
apoeticismo rimado, en una crónica un si es no es farragosa, consagrada
a los "Grandes de la Palabra", también a los pequeños, por unidades o
grupos. Los procedimientos que emplea aquí Lira: retruécanos, juegos de
palabras, dilogías, metástesis, echan a andar la máquina retórica pero
"la materia" a tratar la atasca, ni poética ni antipoética. La
desinflamación del sujeto del texto habría sido recomendable, antes de
su textualización: el tejido es burdo y transparente: una estrategia de
la desestabilización del otro, de todos los otros.
Creo, y esto es válido para cualesquiera de los escritos reunidos en el
presente libro, que deben releerse en relación a la situación aún
vigente en que fueron escritos. La poesía de Lira deriva de la censura y
es el argot de una promoción o de un grupo generacional, que en no poca
medida prolonga el trabajo antipoético y otros, pero en un contexto
sociohistórico y político, que convalida la poesía del absurdo y
ennegrece aún más el humor negro. Vuelvo a la idea del borrón. Hacer del
poeta un mito y de la poesía un consuelo -como lo quiso Neruda
tempranamente, en el tiempo de las Residencias- parece haber sido uno de
los caminos que pudieron tomar los jóvenes, especialmente después del
73. Escribía Neruda en carta a Eandi: "El poeta no debe ejercitarse, hay
un mandato para él y es penetrar la vida y hacerla profética: el poeta
debe ser una superstición, un ser mítico" "y qué otro objeto el de la
poesía que consolar y hacer soñar". Otra alternativa puede haber sido
emparentar la poesía con la lógica, desprendiéndola así de la
inmediatez. Pienso ahora, a propósito de Lira y de otros, en una
disyuntiva número tres (y no en prioridades) en que el poema (o como
quiera o pueda llamárselo) surge aferrado a la circunstancia, la pone
crudamente de manifiesto, pero asume, por lo mismo, la imposibilidad de
decirla; al menos desde un lugar que esté a salvo de ella, de sus
presiones y de sus silenciamientos. La invención de "vicerrealidades"
que brotan del lenguaje por la tensión entre éste y la realidad
(extralingüística) es uno de los procedimientos del género, la
definición que dio Wolfgang Kayser de lo Grotesco se hace memorable en
este caso.
Según él, (voy a recordarlo libremente, no a citarlo en forma puntual),
lo grotesco es el género que responde a un desquiciamiento del mundo del
que no se sustrae el autor, y se caracteriza por la turbulenta mezcla o
fusión de los órdenes o dominios de la realidad en un todo turbulento.
El cultor de lo grotesco no opone al "asiático desorden del mundo" como
diría Borges, un "orden lúcido y causal", sino que habla / escribe desde
ese desorden. Leo Spitzer, a propósito de Rabelais, dice que "la
creencia en vicerrealidades, tales como las palabras, es posible
únicamente en épocas cuya fe en los universalia realia, en la
realidad de los universales se ha debilitado": "estamos tan cerca de la
nada qu sonreimos penosamente: es lo cómico grotesco que bordea el
abismo". Algo de esto quisiera repetir en otro contexto guardando las
debidas distancias de tiempo, importancia y localidad. Crisis
correlativas de la realidad y el individuo. El sujeto que habla en los
textos de un mundo fragmentado, desiste de la individuación, se
multiplica y cede al ello. Su lenguaje participa de este proceso, se
instala en una jerga cercana a la idiolalia, adopta esa violencia que
consiste en hacerse ilegible para los más intensificando su
comunicabilidad tribal.
Pero este prólogo, como cualquier otro escrito, es un Faux -un falso-,
creo que así llamba Valéry al texto literario, que en las antípodas del
lenguaje oral, no se escribe de corrido, sino en el curso de un tiempo
real indeterminado -cualquier cantidad- el que se necesite para engranar
las piezas del discurso, pero también el que puede descomponerlo. En el
intervalo que se abrió con el último de los puntos apartes, leí un texto
de Lira que no conocía: Testimonio de circunstancias, intento de
arquitexturar una estructura viciosa intentándose la eventual
anti-estética de una poética epico-dérmica. Se trata de otro de esos
escritos de concursante, envío del autor, bajo el seudónimo de Lira
Destemplada, al concurso Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile.
Un trabajo temprano -está datado entre julio y agosto de 1978- y, para
variar, no obtuvo premio. De paso, me ha sorprendido saber que Rodrigo
esperaba de los concursos, para los que escribía, una suerte de entrada
fija, expectativa que nadie habría tenido en los años cincuenta, en "la
difícil juventud" de mi generación. Pero más extraño ¿aparentemente? es
que esperaba ese tipo de éxito que los textos rechazan intrínsecamente,
pues fueron escritos para desafiar a sujetos mucho más avisados que los
que integran normalmente el jurado de cualquier concurso de poesía.
Quizá esperaba que le fuera favorable un jurado de excepción; tal vez
esta doble expectativa contradictoria -provocar / recibir un premio,
exacerbara la destemplada lira de Lira, arrancándole, como en este caso,
el más sarcástico, satírico, fantasioso, corrosivo y excesivo de sus
discursos. Testimonio de circunstancias es anterior al texto al
que me refería previamente; pero, como bien dijo Eduardo Llanos cuando
lo comentamos, el trabajo posterior -El Mercado de las libres
ocurrencias- parece un borrador de Testimonio de
circunstancias, una primera y defectuosa versión. Las referencias
locales -oscuridades de referencia o brumosidades, más bien, abundan en
uno y otro caso, los cortocircuitos en la relación código / discurso
-pero en el Testimonio no desaniman la lectura, la estimulan, son
integradas en el denso y tenso tejido textual. El escrito está
exhaustivamente centrado en el sujeto que habla según la función
expresiva del lenguaje -presencia obsesiva del emisor- sin
contemplaciones ni consigo mismo ni con el lector, que queda así
inscrito en el texto bajo la especie de alguien, diría yo, a quien se le
pide la publicidad de un secreto. Porque Testimonio responde al
imperativo de decir todo lo que viene muchas veces trenzado al oficio de
escribir, una tentación compulsiva de moralistas e inmoralistas.
Confesión, acusación y defensa del autorretratado. Testimonio no deja
títere con cabeza a la vez que desconstruye, desde un inmanejable yo,
sujeto de la apatía, deseos como el de ser alguien: el novio, el buen
militante o "simplemente alguien", "con una buena forma de mirar, un
joven valor consagrado". El personaje tragicómoco que ha creado Lira,
recuerda a los humoristas que como Woody Allen son notoriamente
autorreferentes en la utilización expresiva de las propias
particularidades significadas como suplementos del sujeto: (lo que le
falta / lo que le sobra). La creación de un guión para ser actuado como
un comediante, que se representa a sí mismo, bajo su propia dirección,
es de toda evidencia en el caso de Lira, aunque no sé el grado en que se
pueda tener esa evidencia sin tener presente al autor real, como ocurre
en el cine. Por algo esa insistencia del productor de
Testimonios, e subirse al escenario "Ya pus Rodrigo -escribió
anotó David Turkeltaub: bájate del escenario, no ves que no queda nadie
arriba?". Me refiero a un texto, sin desperdicio, en que los
procedimientos digresivos, dilatorios, desgarran siempre el mismo
blanco. La autopsia imposible de una persona viva, convertida para tal
efecto en máscara, en personaje. Ahora que se sabe cómo iba a morir,
Lira, tres años más tarde, se entiende su insistencia en advertir que
"no soy un poeta joven", condición que es, después de todo, cuando el
sujeto la reivindica para sí, la afirmación mitológica, algo cándida, de
una ideología o de un credo. Quisiera insinuar, sólo la relación de
mutua implicación del lirismo y de la vida identificada con la memoria y
el deseo. Quizá la literatura tiende a asociarse, a diferencia de la
poesía, con una dosis mayor de realismo y desencanto. El texto de Lira
es hiperliterario, una parodia de la literatura, apoético o poético a
contrapelo. Es el balance de una quiebra, el inventario de una
imposibilidad que incluye, ciertamente, la cosa política como una
actividad del lenguaje. Pienso en Lacan quien pregunta: "¿qué encuentra
el hombre en la metonimia, si ha de ser algo más que el poder de rodear
los obstáculos de la censura social?. Esa forma que da su campo a la
verdad en la opresión, ¿no manifiesta acaso alguna servidumbre inherente
a su presentación?" "Y la libertad de los demás -dejó dicho Lira- es
cosa seria / pueden hacer cosas terribles con la de ellos / y también
con la de uno". Hay una astucia aquí en el desplazamiento del concepto
de libertad que obliga a la generalidad, hacia la libertad de quienes no
la reconocen en los demás, una libertad particular; en la opresión se
afina el sentido del eufemismo y se interpenetran ambiguamente las
esferas públicas y privada. En ese fragmento hablan a la vez, el
paciente del analista y el ciudadano oprimido por la barbarie social. La
picaresca rodeó, en su tiempo, los obstáculos de la vida social, dándole
voz al oprimido a la vez que, desautorizándolo en el modo de coartada.
He hablado, en otros contextos, de la actualidad nacional de ese género
literario del siglo XVI español y creo que algunos lo hemos,
actualizado. Lira a su manera. Testimonio es una serie de lugares: la
pobreza, la droga el sexo y el suicidio. Este testimonio personal y
generacional se reitera, de otra manera, en Topología del Topo, donde la
caricatura escrita es llevada a la farándula.
Este prólogo no
ha seguido el orden, muy suelto por lo demás, que le hemos dado al libro
y termino por donde éste empieza. Con una mención tentativa de la
primera parte, que intenta poner aparte los textos de autor que el mismo
identificó como poemas: incluidos paráfrasis y parodias en las que "el
culto de la belleza y la delineación de la fealdad no se contraponen" es
esta una frase de Pound; donde la poesía se deja reconocer en el
movimiento que la niega; según un acuerdo adoptado entre los poetas
Eduardo Llanos -que ha promovido la publicación de este libro, reuniendo
los originales- Alejandro Perez- que también cotejó versiones a la
búsqueda de la definitiva en cada caso- y por mí. La mayoría de los
textos mecanografiados y seleccionados por Pérez son poemas; les
adjuntamos Angustioso caso de soltería, algunos textos breves y
Topología del pobre Topo, un escrito menos autorreferente que
Testimonios, donde la multiplicación de los homónimos y el arte
del retruécano desafían la legibilidad. El Topo se esconde en la
maraña verbal. Creemos que en los poemas las oscuridades de referencia,
sin embargo, son integradas en un contexto o en un intertexto, que les
da resonancia y les imprime coherencia.
Los
poemas eróticos y tanáticos de Lira se distinguen difícilmente entre sí.
El clímax de unos y otros se enuentra creo, en 4 tres cientos sesenta
y cinco y un 366 de onces y en Ela, Elle, Ella, She, Lei, Sie
respectivamente. Textos que de por sí justifican esta edición, pero son
varios los que hacen juego con ellos. Dicho sea sin olvidar que este
libro de poesía/antipoesía constituye, antes bien, el esfuerzo de una
escritura desesperada por pensar y pensarse a sí misma en el contexto
incorporado de una ominosa realidad colectiva, sin teorizaciones
consoladoras, desechando las mitologías que cumplen con esa misma
función, haciendo un contrarte de la fealdad de los hechos computados.
El Chile de los años setenta tendría que parar la oreja, si no fuera
sordo, al enmudecimiento de Lira, fenómeno que ocurre a partir de la
letra, como una desestabilización del sentido del acto mismo de
escribir. Si el objeto de la poesía no fuera el de consolarnos y
hacernos soñar, sino el de desconsolarnos, manteniéndonos desvelados,
Rodrigo Lira tendría el lugar que le reservamos en el Olimpo subterráneo
de la poesía chilena, antes que en el escenario de la reconciliación. No
se trata, pues, de arrancarlo de su situación marginal, sino de
descentralizar el espacio literario figurándolo, no como una
circunsferencia sino como una elipse, forma que se resiste a los
transportes y al autoritarismo de la jerarquía. La segunda de las
operaciones, acerca al poeta a un centro otro, que fijó Huidobro con su
idea de una poesía escéptica de sí misma, sin prever lo que podía llegar
a significar. El mago de Altazor se habría sentido [quizá] intranquilo
si hubiera alcanzado a leer Poemas y Antipoemas; Parra inicia allí una
época de poesía profana y bufonesca, de la inteligencia que, según
parece, no puede excluir de su manifestación os silogismos del
desencanto: venimos de una cultura con algo de una Tierra Santa de la
que nos distanciamos en la risa y una pérdida total de la inocencia. El
instrumento mismo de nuestras indagaciones -el lenguaje- es un artefacto
enigmático, dotado de existencia propia como queda en evidencia que
tomamos de él en el juego. Personalmente me siento atraído por las
relaciones de implicación mutua existentes entre las palabras sobre las
cosas. Creo que Rodrigo Lira se encontraba a la izquierda del movimiento
de descentralización, y que su suerte futura está ligada a la que corra,
entre nosotros, el espíritu carnavalesco. Contribuir de un modo o de
otro, aunque sólo sea, -y este es un rol, en realidad de primera
importancia- como lector del mismo o por el hecho de tenerlo en
expectativa, es nuestro ¿deber? nuestra ¿necesidad? nuestro ¿deseo? Sea
como fuere, hay que agradecer a los padres del poeta los cuales
conservaron sus escritos para su publicación y a los compañeros
generacionales de Lira que han sido los diligentes celadores de ese
legado, cotejado, mecanografiado, tipeado, diagramado y editado por sus
manos. En cuanto a este prólogo, es parte de la apuesta a favor de
Rodrigo Lira, ahora un libro; el Proyecto de Obras Completas.
Enrique
Lihn
Septiembre - Noviembre 1983.