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En un lugar de la memoria
Sobre Horario de un caracol, de Luisa Johnson. Descontexto Editores, 2016
Por Ariel Rioseco G.
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Sobre la marcha construimos, en el día a día, sentimientos y acciones que nos conducen al entendimiento y contemplación. Sobre este camino, cometemos los errores que nos derivarán a un espiral de intentos por volver a armar aquello que hemos deshecho. Por esta razón es que podemos valorar los aciertos que alimentan nuestras horas y años, siendo siempre el hilo conductor en este viaje que llamamos vida, lo cotidiano y lo humano, igualándonos todos en esto.
Luisa Johnson nos regala un viaje en el tiempo, hasta las escenas en que las brisas de otoño nos envuelven, mezclando en cada palabra esa magia de sonidos y aromas que acontecen, por ejemplo, en un anochecer de primavera. Porque ella juega con la luz, el aleteo de los instantes, la claridad del agradecimiento... sabiendo que, con el paso de los años, los residuos de la vida serán los pilares con que se edificarán los nuevos días.
“Quizá ya sea tiempo / de acordarse de la tarde. / Ya debe ser hora / de cerrar postigos / y encender una luz / disimulada en la casa, / y achicar el juego de los niños / bajo algún alero. / Es hora de enternecerse sobre la última cebolla del día / teñida de arreboles / y repartir fragancias en la casa / dando a la sopa ese olor atardecido”.
Esa relación que nos traspasa Luisa Johnson con su medio, es un regalo que nos hace. Tanto en la forma como en el fondo, es donde nos envuelve su mundo de palabras como un bosque a los aromas. Bien diría ella: “Hay ciertas cortesías necesarias cuando se está sola”, para luego agregar: “Soy la mujer domesticada y por eso en silencio canto mientras barro el polvo acumulado cada día”.
La autora realiza las preguntas que la madrugada amerita, que la mirada del niño predice, o la muerte nos arrebata. Y en esta búsqueda, hasta un lugar en su memoria, el viaje en el tiempo se sostiene, se proyecta y nos alcanza y toca, aun como lectores extraviados en la metrópolis. Porque sobre las horas perdidas, la vida también se construye y se cultiva. Como si en los recuerdos que no callan, ella bebiera, pausadamente, el silencio de la vida. “La muerte es palpar la tierra bocarriba, tan de igual a igual como el polvo al camino”.
Y es que nos hacemos uno bajo el cielo azul y el lugar hecho de encuentros y ensoñaciones, en donde somos pasajeros de un momento que se acaba y vuelve a comenzar. Un tiempo en el que nos buscamos y nos preguntamos, advirtiendo:
El banco de esta hora
tiene sol y silencio.
Mi corazón salta de vida
y al dar voces,
caen hojas de mi falda.