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NIEVE SOBRE LAS VÍAS DE UN TREN LLAMADO MUNDO
Por Antonio Arroyo Silva
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La nieve no quiere decir nada:
es sólo una pregunta que deja caer millones de signos
de interrogación sobre el mundo.
José Emilio Pacheco, En resumidas cuentas, Visor de Poesía 2009.
Desde Santiago de Chile me llega Nieve. Se trata de una antología del poeta y artista visual chileno Leo Lobos que bajo ese título genérico agrupa su producción poética desde el comienzo de su peregrinar en 1986 hasta al menos el año 2012. Editado en la magnífica editorial Mago Editores en la colección Raúl Zurita en el 2013, Leo Lobos escribe-reescribe una serie de poemarios ya publicados y todos toman nuevo cuerpo bajo ese guiño especial que él le da al símbolo de la nieve, que remontándose a San Juan de la Cruz y su noche oscura del alma, llega a la mirada contemplativa del ser contemporáneo:
Para ver Nieve en la noche
debes cerrar tus ojos
en su transparencia radiante
verás entonces
una vez más
Nieve dentro de ti.
Apagar los ojos para ver, diría Rilke. Pero esta manera de ver es singular. Ver nieve desde detrás de los párpados, no porque el ojo se deslumbre y se pierda. No para ver los círculos dorados cuando apretamos bien los párpados, como dice el poeta canario recientemente fallecido Luis Natera Mayor. No por eso, sino por una suerte de diálogo con el dolor humano de unos seres que murieron congelados en la cordillera de los Andes tras un trágico accidente. Sus ojos congelados, sus miradas detenidas en un punto, en una página, en un lienzo. No por San Juan ni por Rilke ni por Natera, Leo Lobos dice que en esa transparencia radiante del párpado al cerrar los ojos encontraremos de nuevo esa mirada de acabamiento que pertenece a esos jóvenes conscriptos muertos en la zona del volcán Antuco, en Chile el año 2005. Eso y más. Eso es cuestión de la naturaleza del espeleólogo de sí.
Como muy bien dice el poeta, citando a Joseph Bronsky, las palabras son como espejos mágicos donde se abocan todas las imágenes del mundo. Imágenes fronterizas entre el placer y del sufrimiento, todas confluyen en una palabra. La palabra es llave que abre una puerta donde confluyen todas las puertas del mundo. He ahí la maestría y eficacia del poeta al darle el título Nieve a esta antología, conjunto de poemas que, precisamente, abre el libro. Le siguen Marnay, Nueva York en un poeta, Devagar, Un sin nombre, No permitas que el paisaje esté triste, Vía regia y REM.
No es la primera vez que me acerco a la poesía de Leo Lobos. Hace unos años lo hice a esa primera antología suya, Turbosílabas. Poesía reunida 1986-2003. Fue mi manera de plasmar por medio de un artículo un diálogo incesante que Leo y yo habíamos comenzado unos años atrás, donde compartíamos poesía, morada y calor del hogar. Después vino mi La palabra devagar, un libro de artículos que hablan de poesía de Chile, México, Brasil, España y de tantos lugares. Así lo recordaba en el prólogo de dicho libro.
«Solos en la velocidad del mundo hemos estado estos años. Primero viviendo, amando, escribiendo poemas en las nubes, o en las arenas del desierto, siendo verso en el aire, como el poeta chileno Raúl Zurita que escribió sus creaciones más íntimas en la arena de Atacama, como Huidobro que subía a los aviones para escribir en las nubes y desde ahí vio a Altazor estrellándose en el desierto del lenguaje. Y desde el aire, ser el haz y el envés de la hoja, la línea que se traza desde el árbol al mantillo del bosque, sin saber el principio ni el final».
Tan lejos y tan cerca. A veces las miradas se encuentran y se hermanan, porque la mirada viene en forma de palabra y en esa misma forma también va y encuentra esa turbo sílaba del confluir, justo en ese momento en que la poesía deja por un instante de ser literatura y se hace carne de un eco, carne de una voz transparente que pinta su palabra de azul.
Un ser extraordinario señalaba al cielo en una foto. La realidad de la ceguera decía que el niño anunciaba el primer cumpleaños de su hermanito. Pero la vida, como dice John Lennon, es algo que nos pasa mientras hacemos otros planes y la poesía no tiene ni moldes ni horarios. La vida a veces se nos pinta de negro.
Y aquí estábamos de nuevo Leo y yo cerrando los ojos para ver nieve dentro de nosotros. La energía turbosilábica de la poesía de nuestro poeta ya reseñada entonces ha remozado el cuerpo del libro y le ha dado nueva energía y continuidad. Todo rejuvenece, la carne cubre de nuevo el hueco que los años van dejando en el edificio del ser. Todo vuelve al principio si encuentras la transparencia en ti.
Aparte de lo dicho, este libro está estructurado al socaire del viaje, en los cruces de caminos: Marnay-sur-Seine, Nogent-sur-Seine, Romilly-sur-Seine, París, La Habana, Buenos Aires, Cerquinho, Sao Paulo, Río de Janeiro, Nueva York, Washington...Notas de un cotidiano con la mirada atenta del sur. Ahab buscando su ballena blanca que lleva en su lomo el espíritu de sus ancestros y que al Chiloé de la gran urbe santiaguina ha de volver.
No solo poesía, aquí hay personas de carne y hueso que se han subido en el mismo bus de Leo, y a todos saluda desde el recuerdo y el corazón. Y con esto el libro no sólo cuenta travesías sino encuentros inolvidables con amigos concretos, entusiastas, irredentos, geniales que aportan al conjunto esa intimidad, frescor y emotivo latir tan precisos que necesita la poesía de ahora mismo. También es de destacar la presencia de epígrafes de multitud de poetas, músicos, artistas que, más que adornar o ilustrar el poema subsiguiente, matizan esa conversación con el universo que Leo Lobos empezó hace tanto tiempo. Como decía José Emilio Pacheco, más que conversar con los difuntos o los vivos del pasado, Leo Lobos halla su voz no contra ellos-como preconizaba el crítico Harold Bloom en cuanto a la «ansiedad de las influencias»-, sino junto a ellos, también acompañantes en su viaje. Nuestro poeta se prolonga en Enrique Lihn, Jorge Teillier, Nicanor Parra, Décio Pignatari, entre otros. No son antepasados literarios sino copartícipes de la historia y de la experiencia de estar vivos. El tiempo se hace espacio. Pero siempre el cruce de caminos parte del corazón donde radica el epicentro de la visión-vivencia.
El poeta que viene del otro lado del mundo y descubre la luz del día europeo, mientras en su tierra es madrugada, momento del sueño físico y, a este lado, del otro sueño. Y este poema, así como todo Marnay es un puente que los une.
Son cerca de las diez de la mañana y
tengo un sueño: son las cuatro de la
madrugada en Chile y despierto en un
lugar que no conozco y que intento
descubrir, duermo y despierto al sueño
a once mil kilómetros de distancia del
corazón, y afuera la lluvia cae y las
campanas de la iglesia de Marnay nos
dan las diez.
En Nueva York en un poeta se aprecia la mirada cosmopolita del que viene del sur a la gran urbe donde se cuece el destino del mundo; pero, paradójicamente, también donde está el arte y las grandes iniciativas de la creación universal. Mezcla de razas, credos, estilos de vida, todos al unísono hablando de paz y concordia. La moderna Babilonia. La globalización verdadera desde el arte y la poesía y la palabra paz como un gesto universal, no como una palabra vacía en las agendas del lobby. Como dice Leo Lobos: «Somos el elemento humano que contribuye a/ la impresión de diferencia, si las gentes fueran iguales/ en todas las partes no tendría sentido un lugar u otro». La igualdad en la diferencia.
Devagar nos dice de la pequeña soledad del poeta frente a la velocidad del mundo. Devagar empieza con un epígrafe de Juan Ramón Jiménez tan significativo que, de alguna manera, resume toda la poética de nuestro poeta: "El verdadero poeta lo es todo y más; abarca y anula, como la vida, el amor y la muerte, todos los nombres y supone todos los olvidos de todos los nombres". Como ya he dicho en otros escritos, la palabra portuguesa que significa lentamente viene a coincidir con la expresión canaria «vísteme despacio que tengo prisa». Así, en esa velocidad del mundo, la poesía de Leo Lobos se va vistiendo con el traje del instante que lentamente irradia en el poema como una mariposa de luz.
Un sin nombre nos abre de nuevo la puerta del Mundo con una cita del gran poeta brasileño fallecido en el 2012 Décio Pignatari. Cuando la poesía gana entidad de ser vivo, el nombre del poeta se diluye en el aire. El poema, como una persona que más que ser comprendida quiere verdaderamente ser amada. El poeta vive en sí sin nombre. Es un heterónimo de la poesía. Así dice: «Solo es mío el país que traigo conmigo»-en palabras del autor-. Y de ahí al acto de escribir:
Escribo sí
día a día
fuego
escribo
por el sol
ciego
de palabras
voy
uno entre los múltiplos
melancólico
tímido
feroz
es la tierra que me escribe.
No permitas que el paisaje esté triste, título que se corresponde con un verso del chileno Francisco Véjar, poeta y amigo de Leo Lobos. Este verso recoge el espíritu de unos días heladísimos del invierno de 2008, en los que escribió este conjunto de poemas. Como contraposición, en las tierras de acá, al unísono, no se recuerda un verano más cálido. Desde los extremos surge la voz poética, las extremidades trazan los signos más inesperados del vivir que tenemos delante de los ojos y que no vemos.
No dejes que el paisaje esté triste
deja al paisaje florecer en tu mirada
respira en la transparencia del aire y llena tus pulmones
siente a tu corazón bombear esperanza a tus venas
Con esto el paisaje ya no es el locus amoenus de la poesía clásica, un telón de fondo donde se resarce el ser humano, medida y canon de la creación. Ya no el antropocentrismo ni tampoco el reflejo del interior del poeta romántico, con borrascas, calmas y temor. Se trata de una concepción anti clásica y anti romántica del paisaje y del ser humano: el paisaje es lo que nos define, lo que tiene que florecer en nosotros, en la vida y en la poesía para estar vivos. Una concepción que tiene mucho que ver con el zen y con la filosofía oriental traída a Las Américas por las generaciones beat de Estados Unidos, pasando por el imagismo de Pound, su consecuencia brasileña, Octavio Paz de la Ladera Este y de las Versiones, etc. Y es que Somos luciérnagas en la hendidura del día, así René Char, Igmar Bergman, William Burroughs, Mark Rokho, Paul Bowles, Joan Miró, The Beatles. Luciérnagas que se han transformado en caballos de la luz. Caballos de la luz delante de los faros de los automóviles.
Via regia es, según palabras del poeta, una indagación en el mundo de los sueños, partiendo de las teorías freudianas como los surrealistas franceses. El sueño como vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente dentro de la vida anímica. Pero, además, Leo Lobos, como C.G. Jung, indaga en el mundo de la emoción por el otro: "Sin emoción no se produce alteración alguna de tinieblas en la luz y de la inercia en movimiento"-dice Jung-. Esta emoción lleva a la amistad. Sin embargo, Leo Lobos no sigue los preceptos del llamado surrealismo clásico, si acaso hace una revisión. Es otra mirada, que ha pasado por el ojo de Neruda, Lihn y tantos poetas chilenos. Y a esto le añadimos la impronta de René Char, el jazz y esa manera tan singular de Leo Lobos de hacer poesía:
Música para una película muda
Jazz
y el sol
perdiéndose
entre colores anaranjados y la tenue e inmóvil
cordillera de la Costa
Esta misma indagación hacia adentro del ojo cobra una vitalidad inusitada en REM, siglas de la expresión "rapid eye momement", movimiento rápido del ojo, fase en la que los ojos se mueven rápidamente y la actividad de las neuronas del cerebro se asemeja a la de cuando se está despierto, aunque se esté en pleno sueño. Esto explica la ensoñación y también el momento de la creación pura y sin ataduras, más allá de las distintas manifestaciones artísticas. Poesía, pintura y música se conjugan y se hermanan entonces en un REM de Leo Lobos de manera que
Nunca siento que soy yo quien hace arte
No sé de dónde vienen mis ideas
Yo sólo aparezco para el trabajo
y sigo mis órdenes
Como dice José Emilio Pacheco en el poema «Berwyn House«, en el silencio cae la nieve./Arde la luz./Vuelve a ser paraíso el mundo. Todos veremos nieve una vez más. Otro ojo que cierra los ojos para ver otra nieve.
Antonio Arroyo Silva
Los Llanos de Aridane (Isla de La Palma, Canarias), 18 de agosto de 2014.
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Antonio Arroyo Silva. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1957, es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna. Ha sido colaborador de revistas como Artymaña, La Menstrua Alba (de Canarias), Zurgai (de Bilbao), La palabra y el Hombre (Veracruz, México) y de medios digitales como la revista de la Sociedad de Escritores de Chile, Cinosargo, Neotraba, en la prensa local, sobre todo en Diario de Avisos. Ha publicado cinco libros de poemas: Las metamorfosis (1991), Esquina Paradise ( 2008), Caballo de la luz (2010), Symphonia ( 2012), No dejes que el arquero (Col. Instante Estante, Brasil, 2012) y Sísifo Sol (NACE, 2013). Las plaquettes Material de nube (2012), Un paseo bajo los flamboyanes (2012). En ensayo, La palabra devagar ( 2012). Ha participado en la antología de prosa poética Pincelada de relatos, en Barcelona por el grupo Órbita Literaria, Un libro por Haití, editado por Teresa Delgado y en la Antología de Miguel Hernández, con motivo de la celebración del centenario del poeta Miguel Hernández, El grupo de La Palma, 2011. Álbum de Poesía. Mundial 2014 (Brasil). Fue 2º premio en el concurso de poesía de Granadilla (Tenerife), en 1981, ha participado en el Festival Internacional de Poesía encuentro 3 Orillas (Tenerife 2009) y en el Homenaje de Poetas del Mundo a Miguel Hernández (junio de 2010). Es miembro de REMES (Red de escritores Mundiales en Español) y de la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE).