“Si se supiera algo de los que se va a escribir, antes de hacerlo, nunca se escribiría”
Marguerite Duras
De los años ochenta recuerdo el asombro que sentía cuando escuchaba hablar a
los amigos, era como si estuviera leyendo, como si estuviera delante de un texto
prohibido de asombroso filo, gracia y elocuencia. Paralelamente, a la maravilla de
la conversación y sus posibilidades, descubrí el sabor de las letras propias cuando
se ponen contra el papel y sus magníficas e infinitas potencialidades creativas,
pero me quedé pegado con la posibilidad de sumar ambas y escribir-oralmente se
transformaría en una clara esperanza de camino. El ensayista argentino Leopoldo
Marechal acuñó una frase que debería ser el mantra de los escritores en
problemas: “De todo laberinto se sale por arriba”. Romper por elevación la lógica
del encierro fue lo que experimenté en los años ochenta. Entré a la universidad
cuando tenía apenas 17 años y nunca sospeché que esa década vendría con
cambios tan profundos, para el país, para mi familia y que marcarían toda mi vida.
Un escenario para nada propicio para los jóvenes que evidenciábamos con
estupor la violencia política y económica, que hacía de la vida cotidiana un
laberinto del cual parecía no había escapatoria. Pero la hubo, al menos para un
grupo de jóvenes que abrazamos la comunicación mediante la articulación de
sonidos, la memoria del oído, la mediación de la mano y el ojo para generar las
imágenes precisas y necesarias para escribir poesía. Así avanzamos, saliendo de
este escenario lleno de tinieblas, bajo ese peso íntegro y sin disfraz caminamos
por un sendero que nos llevó a nosotros mismos, una huella donde tropezamos
con la paz, la gratitud, la sonrisa y donde encontramos aquello que todos
persiguen, con mayor o menor fortuna, la serenidad y la alegría, aquella que nace
del instante en que se logra la aprobación de uno mismo. Vimos y escuchamos
nacer una posibilidad cierta de imaginar y construir una nueva realidad, letra a
letra, palabra tras palabra, que fueron formando frases nuevas y distintas. Fuimos
un instrumento del cual conseguimos arrancar una música digna de ser
escuchada. Nunca he sentido nostalgia de la juventud, fuimos una generación de
jóvenes, en el sentido literal de la palabra, adelantados. Fuimos capaces de
predecir el futuro creando uno a la medida de nuestros sueños. Fuimos madres y
padres de nuestro porvenir más que hijas e hijos del presente. Fuimos
responsables de nuestro mañana. Fue mucho mejor soñar con el futuro que
escavar en el pasado o sucumbir en las arenas movedizas de aquel presente del
que fue posible salir airosos, no importando cuán difícil pareciera. Estos
obstáculos se convirtieron en los portales de un comienzo que se renovaría día a
día en un mundo que se hacía añicos. En aquel mundo, plantamos un árbol que
continuaría creciendo y convirtiéndose en aquello que llegaríamos a ser, porque el
mundo que se renueva no envejece, así se hace más puro y joven. No nos
pregunten quiénes fuimos, ni nos pidan que sigamos siendo los mismos. Fuimos
un murmullo de todo lo que pronunciamos, y al mismo tiempo, la transparencia de
lo que hablamos. La página en blanco que comenzamos a escribir, una invención,
un pensamiento, nuestra propia interpretación del mundo, que puede compartirse
o no, que puede ser aceptada o no, pero que fuimos capaces de llevar adelante
como una vida digna de ser respetada, pues enfrentamos a nuestra época, la
naturaleza y el verbo que se entrecruzaron formando, para quien sabe leer, un
texto que gracias al poder singular de las palabras y su eco pudimos escribir,
esperando siempre que los buenos espíritus nos eligieran como instrumentos para
sublevarnos contra todas las sin razones que nos pusieron por delante. La poesía
fue capaz de despertar en nosotros aquellas fuerzas que nos hicieron descubrir un
mundo que no conocíamos y que nos permitió dejar atrás a ese esclavo del
tiempo. Fuimos jóvenes capaces de conservar los ojos de un niño, aprendimos a
respirar, a coger los ritmos del camino, insatisfechos del mundo, vivimos en un
estado de gracia antes y después de la sinceridad última e irreversible que nos
permitió comunicarnos con los demás. Fuimos jóvenes que creímos que las
palabras no tienen tiempo, ni espacio y que la poesía sí puede cambiar el mundo,
que sí puede reparar una herida y que sí puede develar algunos de sus misterios,
una forma de amor ingobernable, un pacto secreto e invisible entre dos personas,
un ojo en el corazón.
Artículo del libro de memorias “50 años del golpe de Estado en Chile, los jóvenes
en dictadura” de Máximo G. Sáez,
publicado por Mago Editores en marzo de 2024.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com UN OJO EN EL CORAZÓN.
Por Leo Lobos.
En “50 años del golpe de Estado en Chile, los jóvenes en dictadura” de Máximo G. Sáez,
Mago Editores, 2024.
Publicado en Revista OFF THE RECORD, N° 65, agosto de 2024