«La casa bailarina»: En procura de las huidizas imágenes Leo Lobos (Mago Ediciones, 2020) Por Edmundo Moure Rojas Publicado en CINE Y LITERATURA, 22 de abril de 2021
Este singular libro publicado por el también pintor chileno Leo Lobos (Mago Ediciones, 2020) nos ofrece cuarenta poemas breves, algunos con aire de haiku o intención de epigrama, iniciándose con el que titula al volumen, servido en tres idiomas:
castellano, portugués e inglés.
Leo Lobos es un poeta de espacios pictóricos, “artista visual”, según denominación al uso, aunque todo artista que se precie ve siempre más de una realidad y es capaz de percibir visiones y experimentarlas como lenguajes que exceden el ámbito de las palabras.
Ahora, como se trata de un pintor, que incursiona con acierto en la poesía, podremos apreciar su intento holístico por abrazar el verbo, la imagen, el color y las formas espaciales que se elevan en brío de creación para entregarnos La casa bailarina y otros poemas (Mago Editores, 2020).
Este libro singular nos ofrece cuarenta poemas breves, algunos con aire de haiku o intención de epigrama, iniciándose con “La casa bailarina”, servido en tres idiomas: castellano, portugués e inglés. (Ya lo traduciremos a la lengua gallega). El primer poema toma como leitmotiv inspirativo una obra arquitectónica de vanguardia, del arquitecto Frank Gehry, cuyo nombre bautiza el poema inaugural.
Dancing Building representa, en arquitectura, la subversión de los espacios construidos para ser habitáculos humanos, casas, residencias, lugares de trabajo; la ruptura de las líneas rectas, el abandono de la “plomada” árabe, que exige la perpendicularidad lineal del ángulo recto como padrón de una geometría perfecta.
Hay una protesta implícita en la torsión de las formas, en su ademán de contorsionista que desafía el equilibrio, cuestionando lo inmutable de las deidades que nos presidieron durante siglos. La modernidad se cuestiona a sí misma, rebelándose.
Leo Lobos se atreve a intentar esta transgresión a través del lenguaje poético, asumiendo la generosa tarea de epígono que enaltece aún más la creación de un maestro consagrado del que opta por ser un discípulo dilecto en su propio quehacer artístico.
Así, el primer poema es un acto de elevación a esa memoria de los espacios que plasma la huella de Frank Gehry, a partir de sus edificaciones universales más señeras, hasta su “Casa bailarina de Praga”, destacando la entrega del consumado artista, ligada a ese sentimiento de bondad generosa que está más allá de un nombre, de una firma, de una marca registrada, identificaciones individuales que en nuestro tiempo parecieran prevalecer sobre la grandeza de la obra de arte, que continuará su camino, a través de los siglos, para volver a ser anónima, sin nombre propio, solo humana, porque:
Si algo es bueno es bueno y ya Sé un buen oyente y presta atención a tu tiempo y a tu lugar malhumorado, pero dulce.
En los tres idiomas suena bien el primer poema, aunque nos inclinemos por su inigualable cadencia en portugués, lengua hecha por poetas y para poetas, donde todas las formas prosódicas parecen adquirir mayor libertad, como ladrillos, argamasa y colores de estructuras creadas por incógnitos alarifes y trovadores de la oralidad en el Camino de Compostela.
En los siguientes poemas, el poeta nos habla del espacio como si este fuese su elemento predilecto, en la búsqueda del difícil equilibrio entre el espacio y el cuerpo, para: «ascender/ pausadamente/ los recuerdos vendrán a alas desplegadas».
El poema “Levantando” es como la manifestación de propósitos del autor, quizá su “arte poética”, y lo recordaremos aquí, entero, en su lúcida brevedad:
Levantando torres de palabras abriendo y cerrando puertas en este inmenso escenario de dementes en las dunas de la esperanza el mar está lleno de pájaros un nuevo episodio imaginado de palabras capaz de darle vida a la alegría y la tristeza.
Viajero impenitente, movedizo como los colores que saltan de su paleta, Leo Lobos procura fijar las huidizas imágenes, tan elusivas como las palabras, peces en ese acuario esférico que se desliza en el éter, donde todas las formas pugnan por hacerse una en la voluntad del artista, en «La música del lenguaje»:
Soñaba con extensos campos el zumbar de abejas de cristal liviandad y naturalidad buscar siempre un nuevo sol en un cielo irregular un amplio vestido que muda su color escribir la música del lenguaje es también aprender a vivir a encarnar en las palabras.
Ingrediente necesario de la buena poesía de nuestro tiempo es el humor. Sutil, en este caso, hábilmente dispuesto y vertido en los versos que cierran cada poema, como ventana que se deja entreabierta, para que penetren por ella los rayos de la duda necesaria, el resquicio por donde se deslizan las múltiples posibilidades de una resolución distinta, porque la morada de la palabra no descansa en posición estática, oscila, se agita, quiere desprenderse de sus cimientos y danzar, interminablemente, como la casa bailarina, de Frank Gehry o de Leo Lobos.
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Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».
Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com «La casa bailarina»: En procura de las huidizas imágenes
Leo Lobos (Mago Ediciones, 2020)
Por Edmundo Moure Rojas