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BUKOWSKI, EL POETA

Por Luis López-Aliaga
Revista de Libros de El Mercurio, 7 de julio de 2006


 



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Como la de ese otro tránsfuga que es Francois Villon, la poesía de Bukowski es solo gran testamento, una catarsis biográfica que apela a ese hermoso recurso literario que es la verdad.

Parientes lejanos -cinco siglos los separan-, son al mismo tiempo compañeros de parranda y de estropicios. Ambos arrojaron su obra contra los ventanales de la clase media cosmopolita, culta y mundana que desde sus tibios puestos de editores, cronistas o críticos dictaminan, desde siempre, el orden de las cosas. Piedrazos que en su momento dejaron el piso regado de cristales filosos, cortantes, pero que luego fueron barridos por los mismos escrutadores que, para la tranquilidad del mundo literario, les asignaron un estante especial en sus bibliotecas, ahí donde dice malditos o vitalistas o autobiográficos.

Pero al menos alcanzaron a marcar la irremontable distancia que existe entre el "hombre de letras" y el escritor; y quizás también entre el escritor y el poeta. Ambos representan aquello que constató Aldo Bussi al encontrarse con la obra de Giuseppe Lo Presti: "La literatura casi nunca se presenta bellamente adornada y en traje de noche con firma: es más bien sucia, pringosa, un poco atravesada, eructada con las partes menos nobles del lenguaje, y arrastra consigo cascarillas, lastre, maleza, líquidos pútridos y no desciende de otra literatura (el libro sobre los libros) como sucede con el hombre de letras y sus productos".

Como Villon, Bukowski tampoco fue un hombre de letras. Fue, sobre todo, un poeta. Y aunque para el lector hispano-hablante  el descubrimiento de su poesía resultara tardío, hoy nadie discute que lo más significativo de su obra está escrito en verso. Aunque se trate de versos bastante narrativos, que muchas veces parecen incluso pequeños cuentos encubiertos.

En castellano, sin embargo, se conocieron primero sus relatos, los más pirotécnicos en su descaro sexual y etílico. Pero para entonces, a principio de los ochenta, la obra poética de Bukowski era ya seguida por un grupo significativo de angloparlantes, por algunos admiradores alemanes y también, escándalo televisivo de por medio, por unos cuantos lectores franceses. A Chinaski le encantaba contar que su primer poema lo escribió recién a los 35 años, quizás para enfrentar su propio mito al mito del poeta precoz e iluminado. De ser verdad, hay que pensar entonces que a partir de ese momento escribió desenfrenadamente, porque desde Flower, Fis and Bestial Wail, aparecido en 1960, llegó a publicar más de 35 poemarios, sin contar las múltiples ediciones póstumas que se suceden hasta hoy. Ya sea por una mera cuestión cuantitativa, Bukowski es más poeta que narrador, aunque en los lares de nuestra lengua sólo algunos de sus más fieles adeptos estaban al tanto. Su muerte fue el hito que comenzó a revertir la situación.

En marzo de 1994 me encontraba en Ginebra y recuerdo haberme sorprendido por el titular de la Tribune de Gèneve anunciando la muerte de le poète de bas-fonds. La sorpresa fue tanto por ver a un escritor, con foto y todo, en la primera plana de un diario, como porque se catalogara al autor de Se busca una mujer y de La senda del perdedor, así sin más, de poeta. Y algunos días después, en el suplemento literario de El País, leí por primera vez unos cuantos de sus poemas traducidos para la ocasión. Entre ellos "Los Gemelos" y "Confesión", dos textos que me develaban una dimensión desconocida del viejo Hank, una traza más esencial, menos artificialmente provocadora; menos atrapada en su propio personaje, en definitiva. La figura de su padre y de Linda, su mujer, son el primer plano de un cuadro teñido ya por la presencia de la muerte. La ternura se cuela allí como un recurso que en el duro y desenfrenado mundo de Bukowski abre una grieta tan inesperada como conmovedora.

Más tarde, en 1996, apareció "La muerte se está fumando mis cigarros", edición muy restringida de poemas seleccionados y traducidos por los chilenos Yanko González y Pedro Araya. Junto con liberarnos de las traducciones excesivamente castizas, el libro reafirma ese Bukowski esencial y profundo que apenas se vislumbra en su obra narrativa. La traducción de "Los suplentes" ("Los sustitutos", en otras versiones), dicho sea de paso, resulta insuperable.

Hoy las ediciones de su poesía en castellano se suceden como en una suerte de avalancha en la que destacan "Encontraba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta", de Visor; "Poemas de la última noche de la tierra", de DVD poesía, y "Arder en el agua, ahogarse en el fuego" de La Poesía, señor hidalgo  (que recuerda los versos de Villon: "de sed muero cerca de la fuente/ tirito de frío en medio del fuego"). Se trata de gruesos y cuidados volúmenes, acompañados siempre de sospechosos prólogos laudatorios y canonizantes que muchas veces despiertan en el lector -en este lector, al menos- las ganas de repetir como un mantra esos otros versos de Villon: bienamado por todos, negado por completo.



 



 

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Por Luis López-Aliaga.
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