Proyecto
Patrimonio - 2008 | index | Lina Meruane | Autores |
Algo huele mal... (En Ojo Seco)
Javier Edwards
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 23 de Diciembre de 2007
FRUTA PODRIDA
Novela de Lina Meruane
FCE, Santiago, 2007, 187 páginas.
Lina Meruane es una escritora joven de trayectoria destacada. Chilena de nacionalidad, reside desde hace algunos años en Nueva York y acumula, a la fecha, una obra narrativa intensa, ambiciosa que —si de alguna manera se emparentaba con la propuesta de Diamela Eltit— progresivamente ha ido adquiriendo un 
perfil propio, con improntas estética y temática que muestran a una escritora en pleno proceso de elaboración, lanzada a experimentar con los objetos, las palabras, los límites y espacios posibles de su obra.
Así, Fruta podrida, su más reciente novela, es un texto complejo, que genera un número importante de desafíos al lector. La historia que cuenta Meruane es de esos relatos duros,
instalados en una estética implacable en que las imágenes más crudas, un lenguaje afilado y horadante y una estructura narrativa arriesgada conducen al lector por un camino de rigores, de preguntas, de respuestas en las que el placer proviene, precisamente, del hecho de superar la prueba y dejar que los significados se cuelen por los sentidos: desde esa portada que muestra la planta de los pies de un ser humano, ¿de un cadáver?, hasta la última página de ese largo capítulo final en el que se atan los cabos sueltos que han ido dejándose, ¿intencionalmente?, a lo largo del libro. Capítulo en el que la voz de un nuevo personaje arma y cierra el tejido anterior, agregando nuevas posibilidades, nuevos sentidos, imponiendo la obligación de repensar la totalidad de la novela para afinar el cierre de la lectura y la comprensión del texto.
Fruta podrida es un relato que se deja leer tanto literalmente como metáfora de algo más oscuro e inquietante. Es la historia de dos hermanas (María, la mayor, la embarazada, la que es parte del engranaje del sistema, y Zoila, la menor, la rebelde, la enferma); es una escenografía que se modifica con una intencionada ambigüedad: Ojo Seco, un pueblo suspendido en la
imaginación del Chile de las exportaciones frutícolas, o una insinuada Nueva York, o el espacio que constituyen aviones, hospitales, empacadoras de fruta o una plaza bajo la nieve o un retén policial. Fruta podrida es, también, una efectiva novela sobre la fragilidad de la condición humana, el desorden biológico, la putrefacción potencial e inexorable de los cuerpos sometidos a una bomba de tiempo que altera el orden de la vida, convirtiéndolo en proceso de muerte; y, por sobre todo, es una compleja metáfora sobre la estructura del cuerpo social, con una mirada crítica y certera sobre una enfermedad subterránea que va socavando la estructura, la salud de las instituciones, porque algo se ha descontrolado adentro, porque algo que parecía bueno se convierte en veneno, en amenaza, como el azúcar en la sangre del diabético.
Qué hay entonces tras esta ambiciosa novela: una mirada neoexistencialista sobre la vida, articulada con toques que bien pueden emparentarla con el expresionismo alemán de principios del siglo XX y, también, una elaborada metáfora sobre la podredumbre que circula por las venas del mundo del mercado, de la globalización, de la tecnología, de las grandes corporaciones, de las enfermedades químicas y biológicas, de la televisión chatarra, de la violencia al interior de las familias, de los abusos contra las minorías. En el fondo, esta
novela articula una historia sobre la enfermedad del poder, como un descontrol que se genera desde dentro, perversamente.
Lina Meruane ha escrito un texto poderoso que es señal de su
talento como narradora,
una especie de engendro suyo, en el que se recoge el aire reformulado de Eltit, Camus, Rulfo, Kafka o Clarice Lispector en una escritura que supone una profunda rebelión contra la enfermedad y la muerte, en el cuerpo propio y el social. Este es un texto que no transa con las historias que se escriben para venta masiva y desecho fácil. Fruta podrida es una novela de primer nivel que, sin embargo, peca de una cierta falta de "ecualización" entre sus partes: la intensidad obsesiva de la trama y el tiempo que toma llegar a un excelente capítulo final, que, quizás, se pudo ir anticipando a lo largo de la novela, del mismo modo en que se insertan los textos poéticos que escribe Zoila, conformando el fragmentario "cuaderno descomposición". Aún así, este libro muestra a una escritora de tomo y lomo.
