Alas de búfalo
Por Lina Meruane
El Mercurio, sábado
18 de septiembre de 2004.
Dicen que las próximas elecciones norteamericanas se decidirán
en las ciudades del llamado "cinturón de óxido":
las metrópolis de la industria acerera del medio-oeste estadounidense que
ahora huelen a herrumbre. En contacto histórico y económico
con todo ese midwest corroído durante la era post industrial
(y del que Michael Moore da parcialmente cuenta en "Roger and
Me") se encuentra Buffalo, el segundo centro urbano del estado
de Nueva York.
Quien haya oído hablar de esta otrora próspera
localidad escasamente sabrá que tiene un nevado invierno, que
a media hora de ahí se pueden ver las Cataratas del Niágara
y, quizás, incluso sepa que de sus ollas surgieron las célebres
alitas de pollo (las "Buffalo wings") que se encuentran
ahora
(aunque en versiones menos picantes) por todo el resto del país.
Es curioso: poca gente conoce este sitio, pero casi todos
dicen que es horrible, absolutamente aburrido. Lo repiten incluso
los propios buffalinos: la cajera de un mall me contó con toda
candidez que quería emigrar al sur porque el clima era mejor,
porque estaba "así de gorda de no hacer nada".
Es la leyenda negra de esta ciudad. Pero lo cierto es
que Buffalo es culturalmente rica, sorprendentemente diversa, excesivamente
amable, y, a la vuelta de cualquier esquina, peculiarmente sórdida.
Una ciudad que lleva la contradicción entre los dientes. Presencié
allá lo que rara vez exhibe una campaña política:
los cordones marginales (ese tercer mundo dentro del
primero) y también los rastros de la exagerada riqueza anterior,
todavía visible en suntuosas mansiones y en las impresionantes
casas diseñadas por el mismísimo Frank Lloyd Wright.
Y es que toda ciudad es más que su trazado contemporáneo;
también es el registro de un mapa diacrónico, la síntesis
de una controvertida historia.
Pensé que era asombroso que nadie hubiera mencionado
sus clubes de música (donde han cantado Tracy Chapman o Sarah
McLachlan), o ciertos privilegiados espacios del arte amparados por
galerías y universidades (aquí se iniciaron los notables
fotógrafos Cindy Sherman y Robert Longo),
o la conspicua colección de arte contemporáneo alojada
en el Museo Albright-Knox. Precisamente al salir de ese recinto, en
una tarde decididamente soleada, me encontré en las escalinatas
con un concierto de jazz al aire libre. Antes de empezar, el pianista
Peter Malinverni dijo (y esto me pareció provocador) que acababa
de estar tocando en Chile, "un país lleno de una piedra
preciosa llamada
lapislázuli. Uno rasca la tierra y la encuentra, pero de tan
abundante nadie la cotiza". El músico usaba esta exótica
imagen para reivindicar el valor de lo local: la ignorada piedra preciosa
de todo lugar. Esa metáfora (aunque exagerada) describía
cómo es cada cual con sus tesoros. Aquí
sucede lo mismo: son los propios bufalinos quienes le recortan las
alas a su Buffalo.