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ALGUNAS REFLEXIONES A PARTIR DE “CIUDAD SUR”, DE LUIS MARÍN

Renzo Vaccaro Meza
Académico de Arte
Texto leído , en la presentación invernal de “Ciudad Sur”. Campus Menchaca Lira de la Universidad Católica de Temuco.
10 de agosto de 2012.

 

 

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“Ciudad Sur” –el segundo libro del escritor y periodista Luis Marín– es una novela cuyo formato de bolsillo resulta algo engañoso. Engañoso, pues contiene nada menos que 17 relatos con algún tipo de relación entre sí y cronológicamente ordenados, aunados a un prólogo y 70 notas al pie, que aluden, ante todo, a la ciudad de Temuco, y que denota un complejo circuito de relaciones humanas que se ramifican en los extramuros del aparataje cultural.
 
Es éste un circuito poblado de oscuros personajes –como el depravado emprendedor que fundó una universidad– que movidos por los antivalores del egoísmo, la corrupción y la ambición ilimitada, constituyen una estética del desacato, donde el narrador, ya en primera o tercera persona, Antonio Roquentin, se sitúa como un francotirador cuyas municiones descarga a mansalva.

Esta serie de relatos que funden ficción y realidad, ilustran un ámbito de acción –el de la gestión cultural en todo su dilatado espectro– heterogéneo, carente de filtros profesionales y de normativas. Un ámbito de acción expuesto como una especie de jungla amazónica, con estética de reality o western televisado en horario prime, donde la especie humana se caricaturiza y se la expone como bestia hambrienta y desequilibrada.

Por ejemplo, en las notas al pie reseñadas, más que aclarar los contextos biográficos de los sindicados, lo que el autor hace es confirmar y robustecer con mayores elementos, devotos del más acucioso periodismo, sus poco elegantes estilos. En efecto, en estos singulares dispositivos el autor aplica el desmontaje ético de los productores de arte y cultura, desplazándolos desde el Olimpo al escarnio del lector, como un cuadro hiperrealista, descriptivo y frío, o un drama teatral que alude al caos y a la desesperanza. Y en ese sentido, “Ciudad Sur” es un guiño a la desesperanza, a la falta de proyección social, y la ciudad que recrea es un espacio desahuciado.

Pero por otra parte, los 17 relatos de este libro están antecedidos por epígrafes extraídos de los siete Libros Sapienciales de La Biblia católica –tales como Proverbios 4, 17; Job 12, 6; Eclesiastés 4, 10; o Proverbios 7, 18…–  que, como sabemos, forman parte de ese “libro de los libros”, de ese texto que es acaso el más significativo de la cultura occidental. Y ello hace aflorar al narrador como una suerte de Giacomo Savonarola que denuncia la patología social, pero que en este caso no ofrece descanso en el arrepentimiento final. Emerge, entonces, una fallida redención, donde Cristo, paradigma del supliciado que perece en el silencio, se transfigura en Antonio Roquentin, nacido el 11 de marzo de 1977.

¿Quién es Antonio Roquentin, el narrador de estos textos que a ratos asemejan novelas condensadas? Roquentin, el co-protagonista –que agazapado acusa y después huye a limpiar excusados a Bélgica– baila sobre su propia tumba, al develar y amplificar hasta el hastío y la parodia el “carnaval de esperpentos culturales” –como sale en la contraportada– que circundan estas páginas que él mismo ha compendiado. Y como parodia de las pretensiones de los artistas de embellecer la realidad, opera en “Ciudad Sur” una siniestra maquinaria de deslegitimización en 360 grados, cuyo alcance destructivo salpica al mismo narrador o antologador de los 17 relatos del libro.

Aquí no hay héroes, ni tampoco redimidos. Roquentin nos indica que validar es ejercer poder, y esa autoridad no es más que un ejercicio performativo. Es la onda expansiva de este texto la que lo arroja a la vereda opuesta del poder. Es su propia visión la que –junto con hacerlo imprescindible– lo ha desnudado y desarmado frente a los otros lectores.

En todo caso, parece que el autor no nos quiere encandilar acá con ninguna sorpresa, y son sus propios colegas del arte y la cultura –reconocibles como seres de carne y hueso– quienes a través de sus imposturas estéticas y políticas, han servido de precursores de las febriles historietas de “Ciudad Sur”.

Sabido es que los mundos del arte nacional operan muchas veces bajo paradigmas impostados de éxitos foráneos, que en realidad tampoco allí son tan exitosos como acá nos lo parece, y están más bien lejos del catálogo de papel couché y de la ilusión de la industria cultural. Por eso y lo anterior, podemos decir que opera en “Ciudad Sur” un ultraje al oficio del artista, el desmontaje de una ética pespuntada por el amiguismo y el chaqueteo encubierto. Por eso, no puedo dejar de recordar a la pintora Celia Leyton  –una de las precursoras del arte moderno en La Araucanía–, que en algunos pasajes de su libro autobiográfico “Rupanzungu”, daba cuenta, por allá por los años 40, de las dificultades que le ofreció la institucionalidad del arte regional para sacar adelante su oficio, en una Ciudad Sur dominada por el patriarcado y el academicismo importado.

Quizá en la prosa artera de este libro se nos señale una mirada que, a fin de cuentas, resulta necesaria. Una mirada que nos logre situar en el otro extremo del exitismo del del arte y la cultura nacional. 

Alguna vez, el poeta Antonin Artaud nos dijo que alimentando nuestra actitud de absurdo y de muerte afinamos nuestra receptividad. Y al parecer, el exitismo y la autocomplacencia, la absoluta falta de autocrítica, nos indican, según lo reseñado, una realidad que ya no parece viable. Y que se hace imperioso refrescar.

 

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DE:  “VIOLENTO SUR”

 

Salmos 14, 3

Protagonistas (por orden de aparición)

Libardo Quijano: 28 años. Publicista, poeta y audiovisualista. Chupasangre cultural.

Saulo Maquiavelo: 29 años. Profesor de estado en Castellano y escritor sufrido. Convaleciente.

Aliro Perver-rroel: 32 años. Artista visual, poeta y gestor universal. Cantinero de las artes.

Beatriz Acún Vidaurre: 28 años. Estudiante de Arte perenne y obesa sensible. Enamorada.

Juan Acún Guzmán: 54 años. Arquitecto de sueños demolidos. Padre de Beatriz y primo del magnate Barra Acún.

Carlos Barra Acún: 52 años. Emprendedor multifacético y brillante. Millonario de sui géneris costumbres.  

ESTAMOS EN LA PRIMAVERA del año 2007. La oficina de Punto de Fuga, la productora audiovisual del publicista Libardo Quijano, donde en las mañanas llega un sol esplendoroso, se ubica en el segundo piso de un desvencijado inmueble de Miraflores 330, dentro de un barrio conocido como el Triángulo de la Muerte. Su parte más pintoresca es la adoquinada calle Blanco, que desemboca en una glorieta de avenida Balmaceda contigua al cementerio, rodeada de pérgolas y kioscos de comida.

Quijano está asociado con el profesor Saulo Maquiavelo y con el cantinero de las artes Aliro Perver-rroel. Si bien se conocen desde la adolescencia, ya no existe entre ellos la amistad, y el alto fin que los congrega es puramente instrumental: la extorsión del empresario Carlos Barra Acún. Pretenden sacarle una tajada millonaria y organizar un FESTIVAL DE ARTE Y POESÍA MONUMENTAL, como no se ha visto en Chile y quizá ni en Sudamérica. La idea es arriesgada, pero estos seguidores del Robin Hood inglés se sienten amparados por el dios del arte y un principio solidario, pues el plan que los ha reunido incluye a gente del teatro sin escena, a jubilados épicos del rock, a poetas de tres versos al año y narradores sin lectores, artistas circenses sin circo (casi todos de la ex Fábrika), bailarines, bebedores de jarabe, escultores y pintores. Se trata de una nueva revolución que pretende soslayar la burocracia “y su sistema de inmundicia y cobardía” (Perver-rroel), que ellos encarnan ante todo en el encargado de Cultura Hugo Alinco (nota 42) y en el aparato universitario de gente sin mundo, “como la empleada doméstica Novoa” (Maquiavelo). Cansados de las trabas y de cierta miopía sospechosa, cansados de actuar durante años como unos lamepuertas, estos tres emprendedores meditan una respuesta donde lo delincuencial se exalte hasta la redención y la historia…




 

 

 

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