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Los héroes descentrados en su tinta
Acerca de “Hombres maravillosos y vulnerables”, de Pablo Toro (La Calabaza del Diablo, 2010)

Por Luis Marín
Ciudad Sur, a 23 días del mes de noviembre del año 2012.

 

 

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Acometí “Hombres maravillosos y vulnerables”, el libro de cuentos del periodista Pablo Toro (Santiago, 1983) publicado por La Calabaza del Diablo hace algo más de dos años, debido a la presencia del autor –que también es guionista de la serie “Los 80”– en el Festival de Literatura Temuco a Pie de Página, realizado a comienzos de octubre de 2012 y donde yo también participé. Antes de reunirme con Toro en el mítico Club Radical de Ciudad Sur para entregarle un misterioso encargo, conseguí la versión primigenia del texto de marras. He aquí mis demoradas conclusiones.

El libro consta de ocho piezas no secuenciales y de extensiones disímiles, una de las cuales, “Parque Avendaño”, consta a su vez de 10 piezas. Todos los relatos, salvo precisamente esta última sección, tienden a situarse en la urbe santiaguina del entrecruce de siglos y son de carácter realista, pese a lo cual deambulan a sus anchas en cierta irrealidad, pues se caracterizan por el descentramiento síquico –una suerte de dislexia espiritual– de los protagonistas, por cierto caos temporal y por una atmósfera maculada de sueño o más bien de pesadilla, como en los filmes de David Lynch. El absurdo y esa risa sin sonrisa que precede al abandono, son la banda instrumental de estos héroes atroces en su audacia e ignorancia de sí mismos.

En “Una carta para Stanley Noon”, un tal Jim Baker, guardia de seguridad del Museo de Arte Contemporáneo de Westminster, le escribe una carta al banquero Stanley Noon, a quien no conoce y a quien no obstante habla –o precisamente por lo mismo– de un misterioso talismán que remite a un Oscar Wilde bebé abandonado en la casa de un rico. “Todos necesitamos un amigo en nuestras vidas, concordarás conmigo Stan”, concluye el anterior relato, y ese frase nos conecta de inmediato con “El proceso”, una suerte de nouvelle muy bien lograda cuyo protagonista es un profesor adicto al pisco con gaseosa que tras haber dejado su trabajo en un colegio del barrio alto y a su mujer obesa vive solo y observa indolente los manejos de “los maravillosos niños traficantes del barrio Bellavista”, hasta que se presenta ante sus ojos, como en un cuento de Kafka, un tal Jimmy Solomon Sachs, un norteamericano racista e involucrado en manejos oscuros y muy lucrativos, quien le recuerda que está vivo y de quien se hace dependiente emocional. En “Hombres maravillosos y vulnerables”, la pesadilla se traslada a una estación televisiva, donde un joven que busca empleo en el medio se entrevista con un deslenguado productor ejecutivo (“supongamos que Don Francisco se encierra en su oficina de los estudios Univisión de Miami treinta minutos antes de salir al escenario, se tira dos o tres líneas de coca, diecisiete cortos de whisky… mientras un par de putas, una rubia y una morena, le chupan el pene y el ano respectivamente”), dedicado a cuidar la imagen pública de los hombres maravillosos y vulnerables de la televisión.

“Parque Avendaño”, la sección compuesta de diez relatos cuyos apellidos remiten a Colombia, se escapa a ratos de toda filiación con lo real (¿una parodia al realismo mágico?), como en el texto del banquero que defeca un cerro de excremento; aunque también opera como alegoría, como en el cuento del congreso de colorines, en aquel intitulado “Zúñiga”, donde el autor homenajea a un compañero de ruta y a la escena literaria y sus penurias, o en el espléndido “Javier Aspurúa”, cuyo protagonista es un sacerdote que porta el doloroso karma de ser el Demonio. En el notable “Fiestas”, un oscuro relato que nos remite al crimen y al evangelio del marqués de Sade, se nos habla de un actor pornográfico desahuciado que alguna vez rodó con Raúl Ruiz, y en Vendaval del testimonio ambiguo y doloroso de un ex ministro de Augusto Pinochet. “El club de los cinco” es un insólito juego de sexo y de farándula, donde una pareja escoge a personas famosas –con quienes no se relacionan– para dar curso a sus sexuales o más bien televisivos desvaríos. Por último, en el extenso relato “Vida y obra de Gaspar Krupp”     –que inexplicablemente es suprimido en una de las ediciones del libro–, un deslavado ejecutivo enamorado de una camarera aficionada a los trámites del arte, es arrojado a los parajes de la gloria por un escritor secreto, quien inserta en su laptop una novela prodigiosa que provoca los unánimes halagos de la crítica y la industria literaria, lo que es una ácida burla a la carrera de escritor y a los titánicos esfuerzos que muchos despliegan para hacerse oír.

Los personajes de esta ópera prima que Pablo Toro escribió en sus 25, son individuos cercanos a los 40 años, cuya épica anti trágica es más bien inconducente, porque no se lucha contra un enemigo tangible o contra las contradicciones o aporías del yo; en ese último sentido, no es literatura juvenil, como la de Diego Zúñiga o Alejandro Zambra. El siquismo trasnochado de los héroes –que el autor despliega con distancia teatral pues no empatiza mucho con los mismos– está hecho de fragmentos, como un sueño que tras reventarse las narices contra el muro y devenir hecho concreto en la tercera dimensión, conserva resabios de virtualidad (¿sucede en realidad lo que sucede?, ¿se piensa en realidad lo que se dice que se piensa?) o de atemporalidad (¿el caos de los protagonistas puede computarse en días o en meses o en años?)

Las frases cabales y los comienzos explosivos, las vertiginosas soluciones de continuidad y la admirable capacidad de dibujar con unas pocas instantáneas un carácter, demuestran un vasto conocimiento de las estructuras dramáticas y del cine. Pero se extraña la musicalidad indestructible, la frase inmarcesible por sí misma y la metáfora gratuita, lo que quizá dé cuenta de cierto analfabetismo generacional en lo que a poesía respecta. También se extraña a ratos cierto hilo conductor aglutinante (aunque el hecho foráneo de la detención de Pinochet en Londres subyace a varios cuentos), o quizá si un desembarque más cabal en ciertos textos, que deje menos situaciones en la mar de este sueño sin orillas, lo que no implica caer en el determinismo de la crónica ni en el objetivismo presuntuoso de la literatura realista así sin más.



 

 

 

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