Proyecto Patrimonio - 2020 | index | Luis Marín Cruces |
Ricardo Herrera Alarcón | Autores |







 



Una estética de la provocación y la risa:
recuerdos de Luis Marín en Ciudad Sur a un año de su muerte

Por Ricardo Herrera Alarcón





.. .. .. .. ..

Según Alejandra Pizarnik, quien escribe se esconde en el lenguaje. Porque tiene miedo. Lo dice en “Cold in hand blues”, un poema de El infierno musical: y qué es lo que vas a decir/ voy a decir solamente algo/ y qué es lo vas a hacer/ voy a ocultarme en el lenguaje/ y por qué/ tengo miedo.

Vallejo en “Intensidad y altura”, de Poemas humanos, expresa algo parecido (cito la primera y última estrofa): Quiero escribir pero me sale espuma,/ quiero decir muchísimo y me atollo;/ no hay cifra hablada que no sea suma,/ no hay pirámide escrita, sin cogollo.// Vámonos! Vámonos! Estoy herido;/ Vámonos a beber lo ya bebido,/ vámonos cuervo, a fecundar tu cuerva”.

En ambos autores existe una estética donde el decir es casi una imposibilidad o, por lo menos, una situación difícil, donde se juega no solo la combinación exacta de palabras, sino la humanidad de quien escribe. Y quizás el ejemplo de vida extrema de estos dos autores es también parte de los riesgos que el ejercicio literario implica.

No tengo claro si Pizarnik o Vallejo eran parte de la biblioteca personal de Luis Marín (1972-2019), sin embargo comparten con él la actitud de escribir desde los límites de la experiencia humana. Otro vitalista del que sí profesaba admiración era Charles Bukowski, un autor al que siempre volvía. Sin embargo no todo era vitalidad en Marín. Anclado en la poesía desde su juventud, descubre que era un territorio pantanoso del cual tenía que emigrar, al menos escrituralmente. Y arriba a la narrativa y la novela, a la que despectivamente el chico Molina denominaba “la poesía de los tontos”. Sabemos que no es así y que cada género o forma comporta sus propias dificultades. El paso de un poeta a narrador o viceversa no es fácil. Luis lo hizo de manera natural, como en su tiempo Enrique Lihn o en la actualidad Leonardo Sanhueza, Zambra, o más cercano a nosotros los escritores Pablo Ayenao y Cristián Rodríguez.

Hoy es cada vez más normal la idea de un autor que dialoga con distintos formatos, desde la narrativa al ensayo, pasando por la lírica, el relato breve o la autobiografía novelada. La idea misma de género se cuestiona y está de moda el cruce interdisciplinario, hace rato, desde los inicios de la literatura quizás. Qué es un poema hoy en día? Parra se preguntaba qué era un antipoema, pero sus repuestas no están mal a las que podríamos dar sobre un texto clásico. No deja de parecerme estupenda la de Charles Simic en Totemismo y otros poemas, donde dialoga con el arte de Joseph Cornell y sus cajitas maravillosas: “Poesía: tres zapatos que no se corresponden a la entrada de un callejón oscuro”. O en El mundo no se acaba, en esta prosa, donde creo ver una buena síntesis entre experiencia e imaginación desbordada: “Mi dedo pulgar se embarca en una gran aventura. “Por favor, no vayas”, le dicen los otros dedos. Tratan de sujetarlo. Entonces llega una limusina negra con una mujer con velo en el asiento de atrás pero nadie al volante. Cuando se detiene, la mujer saca de su bolso unas tijeras de oro y corta el pulgar. Vamos para Chicago y ella usa mi dedo cortado para pintarse los labios”. Eso es la poesía, pienso: una mujer que te corta un dedo y lo usa para pintarse la boca.

La poesía de Luis es visceral, tremendista, rokhiana, dionisiaca. Su prosa también, de alguna manera, lo es. Pero acá los excesos están medidos y controlados, nada parece escapar al control remoto de la escritura. Una historia debe estar construida sobre una estructura sólida como una roca, según Bolaño. Y Marín hace caso, siempre, a uno de sus escritores fetiches junto a Jorge Luis Borges. Fue un conocedor de la actitud rebelde de los infrarrealistas, a cuya cabeza estaban los chilenos Montané y Bolaño y el mexicano Mario Santiago. Y así como ellos desafiaron el establishment literario de su época que tenía en el DF como pater familias a Octavio Paz, Luis hizo lo suyo en su territorio.

Un día me dijo que no tenía tiempo de leer a escritores más jóvenes o que por lo menos, su tiempo de lectura lo dedicaba a los clásicos, algo que traduje como que no había tiempo que perder. Pienso ahora que es una idea nada de desmesurada y expresa su afición por hablar de autores eternos como Hamsun, Maupassant, Pound o los rusos del s. XIX.

En Chile se declaraba admirador de Germán Marín y Miguel Serrano, ese extraño personaje de la generación del 38, amado y odiado por muchos escritores de ayer y hoy. De los poetas chilenos gustaba de Pablo De Rokha, por quien siempre manifestó el deseo de hacer una biografía, un proyecto que consumió su preocupación en el último tiempo. Admiraba igualmente la obra de Teillier, y entre los más jóvenes (aunque ya no tanto), le gustaba  recitar de memoria poemas de Clemente Riedemann o Bruno Vidal.

Luis Marín fundó en su literatura y en su vida propia un espacio imaginario, un lugar otro donde hizo convivir a enemigos y amigos, literatos y empresarios, la diatriba y el panegírico, la provocación y la risa. Estudioso de las guerrillas literarias del s. XX, experto en rencillas locales vio en Ciudad Sur su propio Far West, donde podía ser el francotirador que no evitó la polémica y se vengó de un mundo a ratos hostil, a ratos espléndido. Poseedor de una prosa pulcra y un cuidado lenguaje, su obra da cuenta de esa especie de infierno que es la sociedad literaria, sus relaciones torcidas con el poder, esa extraña forma –también- de poder marginal e inútil que los escritores creen poseer, ese diálogo con el vacío que nos invade cuando pensamos ser semidioses.

Se escribe, en general, para ocultar la dificultad de hacerlo, querer parecer inteligente, ser otro. Yo es otro, decía Rimbaud, como un temprano Vallejo, como un muñeco diabólico que despierta a medianoche no para encender la luz del mundo, sino para apagarla. Una vez le escuche decir a Lloró que Marín parecía siempre como si recién viniera bajando de una nave espacial. Así también lo recuerdo llegando a mi casa, bajando de una bicicleta, con unos audífonos blancos rodeando su cuello, unos jeans desteñidos, estirando su mano como un dandy que te saluda apenas rozando la tuya y abriendo unos ojos inquisitivos: cómo estás Herralde?, me decía iniciando la conversación, un arte que desarrolló a cabalidad. Porque era básicamente un escritor social y cuándo arribaba a un lugar venía ya de un largo periplo por la morada de artistas variopintos. Así también lo recuerdo, sentado en el living de mi departamento, con sus dedos índice y medio presionando su sien, como si la mano fuera un revólver apuntado hacia sí mismo. Su figura tenía esa extraña mezcla de poder y marginalidad, la de un escritor que reclamaba sobre sí la admiración de todos y al mismo tiempo una especie de rechazo autobuscado, un autosaboteador que veía en las relaciones humanas su alimento y su condena. Aunque al final de su vida, según la poeta Dafne Meezs, Marín no quería ser recordado como un gran escritor, sino como un escritor querido. Siempre vi en él no el intento de ser escritor, sino la absoluta certeza de que lo era. Eso, que podía sonar en otros como pedantería, en su caso no lo era. Fue tempranamente un autor consciente de su trabajo, que maduró la certeza de su artesanía y que vio en la escritura una forma de no abandonar la juventud como estilo de vida. En ese sentido fue también un eterno adolescente, como su admirado Jorge Teillier.

Lo recuerdo también en esos periodos de gracia escritural, en esos febriles meses cuando, en la sede del Colegio de Periodistas de Temuco, escribió la biografía de Jorge, junto a Carlos Valverde. Si mal no recuerdo, allí, prácticamente, se instaló a vivir: comía, leía, dormía. Hasta que vio terminado Nostalgia del futuro, biografía de Jorge Teillier. Se le veía feliz. Así como no dejo de asociar su imagen a esas imitaciones que hacía de sus amigos Ramiro Villarroel o Aníbal Barrera. O su imitación perfecta de Armando Uribe, que me hacía reír y reír, como no sonreía desde que era niño. Cuántas veces le pedí a Luis Marín, una noche de conversación, que imitara a Uribe, en esa entrevista que hicieron con Valverde, en el departamento del Parque Forestal, al gran poeta de la generación del 50? Y cuántas veces Luis comenzó a imitarle solo para que yo me riera una y otra vez?

Luis fue siempre un optimista empedernido que se escondía y aparecía entre el ramaje del lenguaje, al cual no le tenía miedo, pero si un tremendo respeto. Era consciente que en muchas de las páginas que escribió le había torcido el cuello al cisne, sonriendo. Cuando yo solía andar bajoneado o desdeñaba la existencia, siempre tenía la capacidad de mostrar el lado luminoso de las cosas. Así quiero recordar a mi amigo Luis Marín, inventando la estética de hacer reír a sus amigos, esa otra forma de escribir y celebrar la alegría de estar vivos.

Temuco, febrero 2020



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2020
A Página Principal
| A Archivo Luis Marín Cruces | A Archivo Ricardo Herrera Alarcón | A Archivo de Autores |
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Una estética de la provocación y la risa: recuerdos de Luis Marín en Ciudad Sur a un año de su muerte
Por Ricardo Herrera Alarcón