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La seguridad de los objetos
"Fuenzalida", de Nona Fernández. Random House Mondadori, Santiago, 2012, 269 págs.

Por Lina Meruane
La Panera Nº34, Diciembre 2012

 

 

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Toda ciudad, aventuro, es la sumatoria imposible de infinitos objetos. Objetos vivos o constantemente revividos por sus habitantes, objetos que hablan del pasado desde el presente. Esto último, no nos equivoquemos, ya lo anotó un viejo antropólogo de nombre Appadurai; dijo que los objetos portan la memoria que nosotros les conferimos, dijo también (o quizás ésta fue mi deriva) que la ciudad es a la vez conjunto y depósito de materiales  inesperados que no anclan. La ciudad como almacén del recuerdo donde resucitan y se reivindican nuestras nostalgias, y acaso también como metafórico basural del tiempo donde vamos dejando cuanto queremos olvidar (pero el residuo nos acecha, regresa siempre, espectral). Es esto lo que vislumbré leyendo “Fuenzalida”, la novela última de Nona Fernández. Vi una articulación entre el hallazgo accidental, entre bolsas de basura, de una vieja fotografía y la arbitraria posibilidad de la memoria; el cruce, vi también, entre un Santiago hecho de retazos y la escritura del pasado. Pensando retrospectivamente comprendí, de pronto, que todas las novelas de esta autora deslumbrante han venido trabajando el relato de la historia a través de sus objetos. “Mapocho” urdía el regreso a Chile de dos hermanos en busca de un padre traidor (sus cuerpos como remanentes del pasado, desechos de la historia, almas en pena) con trozos sueltos, pero alternados, de un recuento de una violencia estatal histórica. Más decididamente acaso, “Av. 10 de Julio Huamachuco” volvió sobre esa manera de contar a partir de objetos abandonados, creando, decisivamente una poética del residuo: nuestro presente hecho añicos, nuestra imaginaria modernidad vuelta chatarra. Porque fierros chamuscados es lo que queda, además de incertidumbre, cuando muere la hija de la protagonista. “Fuenzalida” recupera los motivos anteriores para urdir la gramática del texto: otra vez, la búsqueda del padre y la revisión de su biografía atravesada por el golpe; de nuevo la urgencia por impedir la pérdida de un niño. Y la pregunta que moviliza a todos los personajes, más allá de la ideología: “¿Qué estarías dispuesto a hacer por tu hijo?”. Esta pregunta importa: padres y madres en esta novela (los hay a derechas e izquierdas) buscan proteger a su familia tanto como la novela intenta proteger nuestro pasado del olvido. Fernández se empeña en resguardar nuestra memoria cívica a través de los “materiales adjuntos” que trae el texto. Objetos que nosotros (lectores ya ochentenos) podamos revivir. Dice la narradora, tan cercana a la propia Fernández, que de esos objetos “salen las ideas, son la inspiración de todo, el big bang del relato. Una fotografía vieja, una película en la tele, una noticia escuchada en la radio, un recuerdo confuso, un chiste, todo puede llegar a ser un material adjunto. Pedazos de realidad, astillas de lo cotidiano que quedan clavadas en algún lugar de la cabeza”. Y dice, o escribe: “No tienen protagonismo en la historia porque no participan de ella, son más bien una excusa para convocarla. (…) Sólo el autor maneja esas delicadas piezas de la artesanía. Sólo él sabe la estrecha relación que tienen con lo que se cuenta”. Pero ese “pedazo de realidad con el que se convoca el relato” permite que nos hagamos parte de la narración, que descifremos un código ya en vías de extinción, referencias compartidas, acaso intraducibles para lectores foráneos. Y por lo mismo: materiales que no son de fácil u olvidable consumo. Esos materiales no funcionan en el texto como los objetos decorativos de los “culebrones” que Fernández parodia (y secretamente celebra). De un modo que a la televisión se le escapa siempre (que a la propia narradora parece escapársele también) esos materiales adjuntos, deteriorados, rotos o recortados, funcionan aquí precisamente porque se les entrega protagonismo, porque participan de la historia, porque no son una mera “excusa para convocar el relato” sino su esqueleto y su autoridad. Fernández usa, de hecho, “esas delicadas piezas de la artesanía” como elemento orgánico del texto, y relata su centralidad. Y ahí está , a mi juicio, el hallazgo de esta novela y las anteriores: la escritura recupera esa materia personal y concreta, moldeándola en certeza única de una memoria demasiado dispersa, de un pasado siempre a punto de desmoronarse. “Fuenzalida” rearma el pasado, ladrillo a ladrillo, para constituir la casa de un presente aún posible.



 


 

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La seguridad de los objetos
"Fuenzalida", de Nona Fernández. Random House Mondadori, Santiago, 2012, 269 págs.
Por Lina Meruane
La Panera Nº34, Diciembre 2012