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«Palestina en pedazos» de Lina Meruane, las raíces de una emigrante

Literatura Random House, 2021, 352 páginas

Por Ángel Peña
Publicado en THE OBJECTIVE, 9 de mayo de 2023


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Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) dedica su  Palestina en pedazos (Penguin Random House) a su padre, «que se niega a regresar», y sus amigos A y Z, «que se niegan a partir». Emigración, exilio, resistencia… Palestina se ha convertido en el paradigma del territorio problemático. El necesario enraizamiento de la identidad en un lugar que llamar propio se convierte en un  puzzle  explosivo (demasiado a menudo, por desgracia, en el sentido literal). 

Meruane nació y se crió en la Chile traumatizada por la dictadura de Pinochet. Desgarro entreverado en su caso, además, con los ecos de sus orígenes palestinos. Mucho que procesar. Escritora y viajera por vocación, aprovecha un viaje a Madrid para hablar con THE OBJECTIVE de  Palestina en pedazos, un libro muy especial en muchos sentidos. «Como su nombre indica, es muy fragmentario, hecho de pedacitos que combinan mi genealogía palestina, la historia de mi familia migrante, una crónica de viaje, un ensayo sobre el lenguaje del conflicto, una reflexión política…»

Meruane sentía que necesitaba «acercarse desde diferentes ángulos» a un asunto tan complejo como el de Palestina. «Y aunque no me lo propuse en estos términos desde un principio, así fue resultando el libro. No lo planifiqué». 

En realidad, todo arrancó como una especie de exorcismo: «Lo empecé a escribir para sacarme una mala experiencia de encima. La primera vez que viajé a Palestina, pasé unas horas muy difíciles en una zona recluida en el aeropuerto de Heathrow, en Londres, donde me interrogó la seguridad israelí. Cuando por fin me pude montar en el avión, le pedí una lapicera a la señora que tenía sentada al lado y empecé a escribir en los márgenes de la revista de la aerolínea». 

Esa rabia se fue completando «con la conciencia de que no conocía bien la historia de la migración de mi familia. Viajé a Chile para interrogar a mi padre al respecto, y luego coloqué esa parte al principio del texto, pero en realidad la escritura misma empezó con la aventura de intentar llegar a los territorios ocupados». 

A partir de ahí, las historias de migraciones se entrecruzan creando un apasionante laberinto. «Como dice Edward Said, parece que los palestinos nunca terminamos en un mismo lugar, siempre estamos yendo y volviendo». Tras la descripción del viaje de sus abuelos a Chile, llega la del suyo propio a Estados Unidos, desde el que surge «una reflexión sobre lo que significa el desplazamiento y las diferentes maneras de nombrarlo, así como sus efectos emocionales y políticos». 

En el centro siempre, punto común que estructura toda esta variedad proteica, la voz de la autora. Más madera a la literatura del yo. Hay quien lo considera una plaga… Meruane coqueteó con la autoficción, por ejemplo, en la brillante novela Sangre en el ojo (Eterna Cadencia, 2012), ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz y su obra quizás más conocida, pero ahí la pura invención va tomando vuelo desde el origen de una intimidad indisimulada. 

«Este es un texto mucho más directo. Reconozco mi ser Lina Meruane en todo los momento. Invito al lector o a la lectora a que entiendan que la persona que está viajando es la misma que firma el libro. Me parecía importante marcar ese lugar de enunciación porque, para contar una historia tan compleja y ubicarme en un lugar, tengo que decir: ‘Yo estuve ahí; esto es lo que yo vi’. Y con eso también marco el hecho de que lo que vi no es todo lo que hay, es solo un recorte en el tiempo y la geografía. Son mis recorridos. Es lo que pude percibir. Quería mostrar las cartas, dónde estoy posicionada histórica, familiar, personal, políticamente». 

Establecida como una cuestión de honestidad, la voz aporta también una notable profundidad psicológica. La lectura de Palestina en pedazos dispara una sensación similar a la de mirar dos mapas superpuestos con las fronteras en constante (y conflictivo) movimiento: el de Palestina y el del alma de la autora. «Aprendí mucho escribiendo este libro y es el que siento más cercano a mis propios afectos», recapitula la autora.

Una escena refleja con especial nitidez esa sensación, a veces hasta mareante por la acumulación de contrastes significativos. Meruane data la primera parte de Palestina en pedazos en Nueva York de 2013. Recuerda ahí que el 11-S la había sorprendido con solo un par de semanas en la ciudad. Las Torres Gemelas caían a poca distancia de su barrio, pero como todo el planeta, ella contemplaba el espectáculo en directo por televisión. En un momento dado, el canal elegido cambió el plano de la hipnótica imagen de las torres a la unos niños palestinos celebrando no está muy claro qué…  

«Ese momento me resultó especialmente importante en el relato de mi identidad palestina. En Chile existía solo como una especie de telón de fondo porque no había sido cuestionada». Tras el impacto del acontecimiento, Meruane comenzó a percibir cómo «la prensa elaboraba una tesis y generaba culpables sin tener realmente ninguna información. Por primera vez se me encendió una luz roja. Por un lado, era latinoamericana, migrante, estudiante; por otro, mis apellidos palestinos me incluían en la comunidad que estaba siendo juzgada mediáticamente en ese momento como culpable de la gran masacre. Eso me hizo a mí adquirir una noción de mi palestinidad como problema». 

Esa palestinidad se entiende como un problema, por supuesto, pero también hay una cierta fascinación que Meruane describe en un curioso fragmento del libro: «Para un latinoamericano, crecido en la época de violencia que sufrió su país y en una familia como la mía, el riesgo es una cosa terrible pero también atrayente. De alguna manera vivir sin riesgo no es vivir».

«No recordaba esa cita», reconoce con un asomo de incomodidad. «Pero creo que es importante recordarnos que nadie que escriba es un sujeto puro, y las causas por las que uno escribe son mucho más complejas y van más allá de la solidaridad, la tristeza, la nostalgia, el compromiso político… Hay también cuestiones que te movilizan de otras maneras. La situación palestina, por un lado, era aterrorizante, pero también atrayente. También soy una persona nacida en dictadura, por lo que la violencia no me es ajena. Creo que tenía muy conectada una antena con la cuestión de cómo ciertos regímenes políticos operan con violencia sobre el cuerpo de la ciudadanía o de la migración. Eso me atrae no en términos de placer, sino por entender una especie de la condición humana completamente inmoral».

La identidad palestina parece cristalizar con lo problemático y, en última instancia, con la represión. La escena clave del interrogatorio por la seguridad israelí en el aeropuerto de Londres culmina en la cicatriz que le queda a la autora tras mostrarles la (sospechoso para la hipersensibilidad israelí con el terrorismo) máquina de insulina conectada con una aguja a su cuerpo. «En las horas que pasé con los ‘tiras’ [apodo despectivo para los policías en Chile] fui más palestina que en mis últimos 40 años de existencia. La palestinidad, que solo defendía como diferencia cuando me llamaban turca alguna vez en Chile, había adquirido densidad en Heathrow. Era una gruesa cicatriz y ahora quería hacer alarde. Desnudarla, amenazar con ella a las tiras que me hicieron bajarme los pantalones».

Hay un cierto riesgo de victimismo ahí. No muy distinto del de cierto sionismo que, como apunta Meruane en el libro, recurre al Holocausto nazi  para sobrecargar la acusación de antisemita que asestan a quien ose criticar cualquier detalle de la política israelí. «Hay una cuestión muy complicada con la identidad palestina», explica Meruane. «Muchos palestinos sienten su palestinidad anclada en una experiencia de sufrimiento, de opresión, de desposesión, de conflicto. Una experiencia tan radical, que quienes somos de la diáspora y no la hemos vivido, nos hace ser considerados a veces no palestinos o menos palestinos. Hay una manera de definir la identidad de manera muy negativa, desde el lugar de la víctima».

Meruane admite tener «muchos problemas con eso porque se trata también de una posición muy desempoderada. Cuando uno está en Palestina ve ese lugar de gran dolor y de gran dificultad, pero también se encuentra con una cotidianidad familiar, con celebraciones de cumpleaños, almuerzos muy abundantes y generosos, madres muy maternales, una cultura muy rica…» Aunque admite que esa «normalidad» aplicada a los palestinos siempre irá entre comillas: «Es difícil hablar de estar en ese lugar sin sentir claustrofobia. Los palestinos viven en territorios cercados, atravesados por checkpoints y por una contingencia política incesante. Estamos hablando de una ocupación de más de 70 años». Son hechos. Está pasando. Ahora.

Una contingencia política incesante… Surge aquí, inevitable, esa Palestina que se ha convertido en lugar común de la discusión política, casi el conflicto político por antonomasia. El cliché más ortodoxo se refocila en el binomio izquierda-Palestina versus derecha-Israel. Meruane misma se sitúa con bastante explicitud en el primero, pero en el libro hace una interesante mención a Mario Vargas Llosa: ser uno de los escritores de derecha por antonomasia no lo libró de sufrir ataques furibundos por criticar determinados abusos de los israelíes. «Vargas Llosa está ubicado en la derecha liberal», matiza Meruane. «Cree en la libertad de los individuos y ve en Palestina una situación de opresión que no se corresponde con una democracia liberal». Sin embargo, reconoce con honestidad su sorpresa: «Lo descubrí mucho más crítico con Israel de lo que yo jamás hubiera esperado. Y, a pesar de que tengo grandes diferencias políticas con él, me pareció de justicia mencionarlo». 

Y sube por el ejemplo concreto hasta una idea fundamental: «La división izquierda-derecha no nos sirve para pensar el problema palestino. Aunque en realidad, no nos está sirviendo mucho para pensar casi ningún problema. Pero, en este caso concreto, no hay que olvidar que estamos ante un problema de ocupación colonial: el signo político importa menos que la lógica del colonialismo, la lógica de la apropiación de la tierra y la resistencia a esa apropiación».

Lógica, además, que también se revela poliédrica. «Caemos en reduccionismos peligrosos. Dentro de la propia Palestina hay mucha división interna, mucha resistencia a la propia autoridad palestina –las diferencias entre Hamas y ANP son enormes, por ejemplo–, pero también dentro de Israel hay variedad». 

El reduccionismo nace demasiado a menudo de la tentación de verbalizar fácil y rápidamente las propias posiciones. Meruane dedica buena parte de Palestina en pedazos a analizar el conflicto desde el punto de vista del lenguaje. «El nombrar, desnombrar y renombrar forma parte de esa guerra de ocupación. Ocupar las palabras». Terreno minado (nunca peor ducho) el lenguaje: «Aun queriendo posicionarnos en un lugar, nos puede traicionar si olvidamos que hay unas realidades renombradas. Si decimos vecinos judíos en vez de colonos, nos traicionamos, como cuando decimos que hay una guerra en Ucrania, en vez de una invasión: la palabra guerra sugiere un lugar de empate, de igualdad, cuando en realidad hay un país intentando tomar otro. El lenguaje está habitado por la política, por la historia, por el conflicto». 

Y en determinados contextos, el lenguaje muestra su intencionalidad con especial fuerza. Precisamente Meruane podría considerarse bien entrenada como hija de la generación de los hijos de la dictadura chilena. «Sí, yo vengo de ese lugar, pero hice un trabajo para entenderlo. No fui criada sabiendo que las palabras que escuchaba no correspondían a la realidad. He leído, investigado, reflexionado para entender qué están ocultando, su función política». 

Una labor de reconocimiento en la que se descubre esencialmente falible. ¿Es eso un escritor? «He aprendido que más que castigarse, una debe corregirse, estar siempre en ese trabajo de reflexión y autocorrección. Nadie es dueño del lenguaje, el lenguaje nos traiciona constantemente». 

 

 



 

 


 


Fotografía de Lina Meruane de Lorena Palavecino Hunting

 

 


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