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Lina Meruane: El secreto de sus ojos
«Zona ciega». Literatura Random House, 2021. 208 págs.

Por Patricio De la Paz
Publicado en The Clinic, 25 de marzo de 2021




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“Mi rastreo compulsivo de la ceguera”. Así lo llama ella. 

La escritora Lina Meruane comenzó hace dos décadas, quizás tres, a reunir y a clasificar todo lo que llegaba a sus manos sobre la visión. O sobre la pérdida de ésta. También encontraba referencias, muchas, en los libros que iba leyendo. Cuando eso ocurría, en el borde de las páginas iba dibujando pequeños ojos. Acumuló montones. 

Fue un ejercicio constante de búsqueda. Como si presintiera que la ceguera se le iba a colar en sus propios libros y más que eso también: que se le iba a meter en sus propios ojos.

Pero este rastreo compulsivo de Lina Meruane tiene su origen, de alguna manera, mucho antes. Cuando era una niña de 6 años, recién diagnosticada de diabetes. Cuenta ella: “En las compulsiones y obsesiones de cada uno hay una marca biográfica. Y esta relación con el miedo a la ceguera en cierta medida la heredo de mi condición de salud. Soy diabética desde muy temprana edad. A esto se suma que soy hija de médicos, entonces todo el lenguaje médico y esta preocupación sobre el cuerpo fue algo que desarrollé muy chica. También la consciencia de la muerte. Porque en la diabetes, desafortunadamente, puede haber episodios en los que uno está en riesgo de muerte. Además, es una enfermedad degenerativa: a los episodios por alzas o bajas de azúcar, se suman problemas que pueden dañar las terminaciones nerviosas, puede dar gangrena, se pueden dañar algunos órganos y asimismo los ojos”.

¿Ya de niña sabías todo eso? Que duro…
En mi familia nunca hubo secretos en ese sentido y mis padres querían, y yo creo que de manera bien pensada, que yo tuviera mucha conciencia de lo que podía pasar, porque ellos no iban a estar toda la vida encima de mí. Tenía que tener una cierta conciencia de los síntomas y las alertas del cuerpo. Entonces yo desarrollé esta conciencia de todas las cosas horrendas que me podían pasar. En mis idas al oculista, mi mamá experimentaba mucha tensión, entonces la veía a ella sufrir y entendía que esto era algo importante. Ahí ocurre un primer inicio de saber que en el futuro podía desarrollar un problema a la vista. 

La primera alerta real vino cuando tenía 28 años, con un problema muy mínimo en sus retinas. Pero ella decidió seguir adelante, sin alterarse demasiado. Decidió olvidarlo. A los 30, al iniciar un doctorado en Literatura Hispanoamericana en Nueva York, retomó ese tema pendiente. “Entonces descubrí que el problema había avanzado y que realmente estaba en un lugar bastante grave”, recuerda. La retinopatía producto de su diabetes había avanzado. Dos años después, un derrame inundó sus dos ojos. 

“Tuve una pérdida de visión casi total en ambos ojos en el momento de la hemorragia; y desde ahí hasta el momento en que pude empezar de nuevo a leer, que me parece una buena distinción de la visión más fina, yo creo que pasaron dos meses y medio”, dice. Para que eso pudiera ocurrir y luego seguir rehabilitándose, debió someterse a varias cirugías que le trajeron la vista de regreso. Aunque de una manera nueva: Lina Meruane reconoce que hoy tiene un solo ojo lector, ya que del otro únicamente conservó la visión periférica.

Esto ocurrió hace 20 años. ¿Está descartado que pueda repetirse o te mueves aún en terreno incierto?
Más allá de que la vida es un terreno completamente incierto, las operaciones tendrían que haberme asegurado que esto no vuelva a pasar…

Pero hablas en condicional…
Sí, te lo pongo en el condicional… Ahora ten en cuenta también que toda la gente pierde visión con los años. 

La fatiga natural de materiales, ¿no?
Exactamente. Y mi material ya está más fragilizado, entonces no sé… pero al mismo tiempo no es algo que yo pienso, en lo absoluto. He aprendido a vivir con las deficiencias visuales con las que me quedé. El tema no me genera ninguna angustia, ninguna pesadilla. Y no me produce tristeza pensar en la ceguera.


Ojicidio en serie

Lina Meruane tomó el caso clínico de su propia ceguera e hizo despegar desde allí la ficción. El resultado fue “Sangre en el ojo” (2012), libro que cuenta la historia de una mujer Lucina, en ocasiones también llamada Lina que queda ciega por un derrame ocular y a partir de ese punto de quiebre se arrastra a sí misma y a quienes la rodean hacia límites inesperados, donde se mezclan desde el humor hasta la crueldad. Esa novela forma parte de una trilogía sobre la enfermedad que la autora consciente desde niña de las fragilidades del cuerpo y cercana siempre al mundo médico construyó junto a los títulos “Fruta podrida” (2007) y “Sistema nervioso” (2018). 

No se detendría allí.

En abril próximo lanza el libro de ensayo “Zona ciega”, cuyo punto de partida es el estallido social de octubre de 2019 y su impactante número de ojos heridos y mutilados, pero que avanza luego a terrenos literarios con historias de escritores y escritoras con la visión en aprietos y hasta autobiográficos. Porque si en “Sangre en el ojo” Lina Meruane ficcionó sobre su vista lastimada; aquí la recuerda con drástica realidad. Escribe, por ejemplo: “La primera gota de sangre brotó de golpe como una luz oscura encendida entre el fondo de mi ojo y la pared. Era una gota perfecta que de inmediato empezó a difuminarse opacando el mundo alrededor. Esa tarde turbia se repitieron con creciente frecuencia y yo acabé por aceptar que pronto ya no serían una gota o dos gotas o tres. Mis ojos se llenarían de sangre”.




El ensayo que abre el libro, “Matar el ojo”, reflexiona sobre los “360 ojos rotos y otros 33 muertos en Chile”. ¿Era el remezón que necesitabas para soltar lo que ya llevabas archivado sobre los ojos?
Esto me afectó corporal e intelectualmente. No fui la única. A todos nos importan mucho los ojos, en eso no soy ninguna excepción. Me afectó, me recordó, pero sobre todo generó una pregunta: ¿por qué están haciendo esto?, ¿por qué el ojo? Una pregunta que me parecía brutal. Un ojo es un accidente, el segundo es una coincidencia, el tercero es una macabra confirmación. Y cuando no son tres sino cientos, aquí hay claramente una estrategia. Hace mucho tiempo vengo pensando el tema de la guerra y el conflicto lo trabajé en un libro sobre el tema palestino, lo enseño en la universidad, entonces me llevó inmediatamente a la pregunta ¿por qué están atacando los ojos? Empecé a pensar en cómo ha sido la violencia del tiempo de la dictadura. Allí había que ocultar porque había un elemento de ilegitimidad muy grande y eso iba a tener una consecuencia. Pero ¿por qué en la democracia se hace tan visible?, ¿significa que un gobierno democrático cree que va a tener menos efecto este daño?, ¿sólo porque no es letal, sólo porque es inhabilitante? Esa es la pregunta que empecé a pensar. 

Incluyes un contexto terrible: muestras que el daño ocular, como forma de represión desde el Estado, está ocurriendo en muchos países…
Claro, cuando me puse a mirar extensamente vi que estaba pasando en muchos lugares, en muchas supuestas democracias. Como una estrategia del Estado: que por un lado cree que va a tener menos efecto político y menos consecuencia legal el hecho de incapacitar a la ciudadanía, pero además está ese efecto de generar un castigo ejemplar, espectacular, porque todos tenemos miedo de perder los ojos…

También pones el ojo en las autoridades. Que tienen ojos, pero no ven. Recuerdas a ministros torpes, recuerdas que Piñera hasta se hizo una cirugía ocular.
Desde el poder, y por eso me parece tan interesante esa figura tan lejana de Edipo, de Tiresias, la vista también está limitada. El poder creo que elije mirar lo que le conviene; y lo que uno tiene derecho a exigirle al poder es que lo vea todo, no solamente su círculo de privilegio, sino que extienda su mirada. Por eso recuerdo ese momento de gran furia ciudadana cuando el ex ministro Mañalich, salubrista además, no sabía cómo vivía la gente. La responsabilidad del poder es salir de su zona de comodidad y verlo todo, y poner voluntad por ver sobre quien ejerce ese poder. Es su responsabilidad; no es un favor. El estallido exigió esa mirada, pero al mismo tiempo que se exigió, se la cegó. Es una operación muy perversa: no te miro, pero además te ciego.

Usas frases que duelen: “Nos estaban matando los ojos”, “matar el ojo; una forma de venganza mitológica”, “no se estaba haciendo del ojo un blanco ocasional, se estaba ejecutando un ojicidio en serie”… ¿Un llamado a no olvidar la dimensión de este drama?
Una de las cuestiones que uno intenta hacer en la escritura es salir de lo anecdótico o la moda de hablar de un tema. Una como escritora intenta entrar a un nivel más profundo, que hace que el tema encuentre su importancia a lo largo del tiempo, sus ecos globales. Que haya un nivel de comprensión de lo que sucedió, que es mi pregunta: ¿por qué el ojo? Entonces trato de responder mi pregunta y compartir mi especulación. Profundizar y ampliar, para que el ojo no se pierda, para que el ojicidio en serie tenga consecuencias. 


Literatura ciega

En el ensayo “Ojos prestados” repasas a escritores ciegos o cerca de serlo. Taha Husayn, Aldous Huxley, James Wilson, James Joyce, Jorge Luis Borges, Jean Paul Sartre, Ernesto Sábato, Hervé Guibert, por nombrar algunos. Son muchos. ¿Fue una sorpresa para ti?
Descubrí algunos ciegos o casi ciegos en el camino, pero yo sabía que en la historia de la Humanidad quedarse ciego era muy habitual. Cuando uno hace el registro y lo pone todo junto, resalta. A mí también me sorprendió un poco. En el ensayo hay una lista que se llama “Sucesión de ciegos”, que son como 25 artistas, sobre todo escritores, que sufrieron de los ojos muy tempranamente o más tarde; y que generó y esto es lo que más me interesaba a mí transformaciones en su actividad artística. A mí, la ceguera sola, como en abstracto, no me interesaba tanto como el efecto que había tenido o no en su obra. En el caso de Joyce, por ejemplo, me parecía fascinante releerlo y ver cómo su literatura está atravesada no sólo de ceguera, sino de sífilis.

Muestras a una casta de escritores ciegos célebres. Que, claro, nunca se exponen demasiado… Hay una representación masculina que cuidar. Peor en las mujeres: aunque tengan problemas a la vista, ellas no escriben de eso; se consideraría demasiado subjetivo o meramente corporal.
Hay una trayectoria que viene de la modernidad, de la Ilustración, que es el momento en que se establece la separación entre la mente y el cuerpo, como si el cerebro no fuera un órgano del cuerpo y las reflexiones que suscitan a partir de ahí no tuvieran ninguna relación con la experiencia física. Entonces la escritura pertenece al espacio de lo intelectual, de la mente, de la creatividad, de la reflexión, y no del cuerpo. El cuerpo es lo que les corresponde a las mujeres. Ahí se cercena: los hombres son cabezas iluminadas; y las mujeres son cuerpos sangrantes o sufrientes. Y la literatura está concebida desde un lugar muy masculino, está pensada entonces como una actividad cerebral. En esa división los hombres generalmente ocultaron sus sufrimientos físicos; aunque los contaron en sus libros, ocultaron su experiencia personal. Y las mujeres que en el siglo XX tenían una noción de esa división, como la mexicana Josefina Vicens, deciden no escribir sobre eso porque saben que puede parecer una cosa lastimera. Eso le pasó en cierta medida también a Brunet y a Mistral.

Entonces ellas aplican la autocensura. Como Josefina Vicens, a quien nombras: está muy consciente de su ceguera, pero descarta escribirlo.
Hay una especie de autocensura que elaboran las mujeres porque si no van a ser sacadas del mundo de la literatura, porque están contando eso que es bajo, que no corresponde, que no tiene nivel literario. El cuerpo no tiene lugar en la literatura hasta muy tarde en nuestra historia literaria. Las mujeres tenían que aprender a saltar esa barrera y usar una serie de trucos. Por eso me parece tan interesante eso que está sólo en la correspondencia, en la conversación íntima de las mujeres. 

En el ensayo “Las casi ciegas” cuentas de las cartas entre Gabriela Mistral y Marta Brunet, donde ambas hablan de sus cegueras. La primera producto de su diabetes; la segunda por un problema desde muy joven. ¿Sabías de esto?
Más allá de cuestión queer de la Mistral y del secreto de la vida amorosa de la Brunet, lo que yo no sabía era hasta qué punto sus cuerpos estaban también invisibilizados por operaciones que ellas mismas hicieron y operaciones que hizo el entorno. Entonces cuando estaba leyendo para mi antología de la Mistral, encontré estas cartas. Pensé: ¿y esto por qué no se ha visto? Fue una comprobación de esta idea de que había cuestiones del cuerpo que no circulaban, que está el tabú del cuerpo en las escrituras y en las escritoras. 

¿Y cómo entiendes lo de Brunet? Se operó finalmente de los ojos; y la muerte la pilló a los 68, con la vista recuperada, leyendo un discurso. Es paradójico…
La paradoja mayor para mí es que el restablecimiento de la visión en Brunet es lo que mata su escritura. Esto me dejó sin habla durante días, pensé: qué fuerte que recupere algo que ha ansiado toda su vida, que recupere la vista, y cuando la recupera es como que se le acaba la imaginación. El realismo es tan brutal que anula su imaginación. Ella no vuelve a escribir ficción. Esa es la paradoja: recuperar algo que ansías, pero que es una especie de regalo perverso. 

Por supuesto que nada de eso lo reconoce en público; está siempre el fantasma de perder estatus literario, ¿no?
Ese drama lo comunica en la correspondencia privada; pero en las entrevistas lo cambia.

Brunet, cuando era casi ciega, había desarrollado una manera propia de ver. Incluso leía las manos, el tarot, adivinaba el futuro. Recuperar los ojos le mató eso.
Ella no veía lo más evidente, lo más superficial; entonces había desarrollado una habilidad para ver desde una percepción imaginativa. Pero al volver a ver queda obnubilada.

El ojo de la mente

A propósito de impulsos para escribir, luego de “Zona ciega” ¿qué pasará con tu interés por los ojos? ¿Continuarás, si no haciendo libros, al menos con tu “rastreo compulsivo”?
Como uno tiene sus pequeños hábitos a los que se aferra; yo sigo dibujando ojitos cuando los voy encontrando, me encanta ver la creatividad de las escritoras y los escritores para contar cuestiones que tienen que ver con la mirada. Pero no lo sé… lo que pasa es son muchos años de escritura y he ido pasando por temporadas. Yo rápidamente me aburro de los temas; y éste ha sido muy largo. Una vez que contesto mis preguntas, empiezan a interesarme otras cosas. 

Una última duda. En el ensayo citas a una especialista que explica que no se ve “con” sino “a través” de los ojos; y que se ve sobre todo desde la memoria, que es el ojo de la mente. Siguiendo eso, ¿si alguien pierde la vista, nunca dejaría de ver ya que tiene las imágenes de su memoria?
Siempre estás viendo si no pierdes la memoria visual. Mira, cuando empecé a escribir “Sangre en el ojo” me había propuesto de manera voluntariosa escribir una novela negra, no en el sentido del género de la novela negra, sino oscura. Porque yo quería traducir el dejar de ver. Pero todo lo que recordaba de algunos episodios reales mientras estaba ciega era de una visualidad impactante, colorida, casi te diría extrema. Pensé que era inverosímil. Pero entonces me liberó saber que en realidad es más verosímil en términos perceptivos que uno recuerde visualmente. Es una mirada más esperanzada sobre la dependencia de nuestra vista. 

 

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Llega a librerías Zona ciega de Lina Meruane


Zona ciega reúne tres ensayos donde Lina Meruane retorna al tema de la visión y la ceguera que inspiró su premiada novela  Sangre en el ojo. Se trata de una meditación que combina la crónica política, la crítica literaria y el relato biográfico para trenzar un número asombroso de historias oculares.

«Matar el ojo» abre el libro con el estallido chileno y lee ahí los mensajes explícitos e implícitos de la «visible» estrategia policial de cegar a la ciudadanía en diversas democracias contemporáneas. «Ojos prestados» regresa al episodio de ceguera experimentado por la autora para analizar cómo se ha escrito la pérdida visual en la obra de Milton, Wordsworth, Joyce, Sartre y Borges, entre otros, y cómo esas cegueras masculinas ensombrecieron las femeninas. El libro cierra con «Las casi ciegas», que narra, a partir de fascinantes hallazgos en entrevistas y cartas, las «borrosas biografías» de tres escritoras fundamentales del siglo XX Gabriela Mistral, Marta Brunet y la mexicana Josefina Vicens que sufrieron de la vista sin que ello llegara a manifestarse en su obra.

A través de la fragmentación, el montaje y las resonancias elípticas, Meruane repiensa el género del ensayo mientras ilumina todo lo que el ojo, sano o enfermo, ausente y disidente, significa entre nosotros.

 

 

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Lina Meruane: El secreto de sus ojos
«Zona ciega». Literatura Random House, 2021. 208 págs.
Por Patricio De la Paz
Publicado en The Clinic, 25 de marzo de 2021