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Nueve palabras para Lina Meruane. A propósito de Volverse Palestina
Editorial Random House. Santiago de Chile, 2014


Por Mateo Díaz Choza
Publicado en https://cuadernosdelhontanar.com/ 28 de julio 2019




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Regresar

¿Cómo regresar a un lugar donde nunca se ha estado? ¿Cómo imaginar el retorno si nunca hubo partida? Esa parece ser la pregunta que atraviesa Volverse Palestina (2014), la crónica/ensayo de la escritora chilena Lina Meruane. La historia familiar —del abuelo que abandona su tierra, del padre que se niega a “volver”, de la nieta perseguida por un llamado a múltiples voces— es el motor de un viaje que provoca al mismo tiempo reconocimiento y extrañeza. ¿Cómo regresar a donde nunca se ha estado? La pregunta es válida tanto para el exiliado palestino como para el judío de la diáspora que decide hacerse ciudadano israelí, aunque luego se desdibujen las simetrías.

Bautizo

Todo conflicto es un conflicto en el lenguaje. Nombrar, bautizar, renombrar son operaciones que forman parte de la lucha por un territorio y por definir una versión de la Historia. Pero las palabras también afectan a las personas como individuos. En el nuevo país la abuela Milade debe llamarse María; el abuelo Isa, Salvador; a sus compatriotas irónicamente les dirán turcos. La identidad se vuelve inestable para el que llega e incluso para el que regresa. Cuando Lina pisa por primera vez Beit Jala, Maryam, la familiar de Palestina, le dice “Tu apellido no es Meruane”. Esta última es otra forma más radical, casi inconcebible, de bautizo: no el nombre que se concede, sino el que se retira.

Aceitunas

Estaban ahí despertando reminiscencias de la tierra perdida. Aceitunas. Y también damascos, paltas, berenjenas. Brotando de los valles chilenos como señales para sirios, libaneses y sobre todo palestinos de que en ese lugar es donde se asentarían, donde podrían “imitar la vida tal y como era, como ya no sería nunca”. Aceitunas de los valles donde a principios del siglo XX se formaría la comunidad más grande de palestinos fuera del mundo árabe, allí donde se hicieron comerciantes, doctores y aprendieron una nueva lengua.

Turismo

Es lo que dice Lina en el aeropuerto de Londres, pero la respuesta no parece convencer al agente de seguridad israelí. Se trata, como ella dice más adelante, de “una extraña clase de turismo, el del dolor ajeno”. En realidad, la inaccesibilidad de ciertos territorios como los de Gaza sugiere la antítesis del turismo; ocultar en vez de mostrar, opacar en vez de exhibir. ¿Cómo problematizar lo que no es representado por ningún lenguaje? ¿Cómo hablar sobre lo que ni el ojo ni la cámara pueden captar?

Escuelas

Las instituciones educativas chilenas donde los recién llegados solo aprendían el castellano, la escuela a la que parten cada mañana los niños de la casa de Jaffa, aquella otra en Jerusalén donde se imparte educación bilingüe y multicultural a alumnos árabes y judíos. Aparecen muchas en el libro, pero de todas la última es sin duda la más singular: un espacio de conflicto donde la buena voluntad, pero también la firmeza y el coraje, se enfrentan a contradicciones que no alcanzan a resolver. Afuera algunas pintas en los muros nos recuerdan que en las paredes de la ciudad otra batalla se está librando.

Tachadura

No tanto la palabra sino el acto inscrito en la propia escritura. El libro reproduce pasajes de la correspondencia de Lina y un escritor de Jaffa, cuyas frases a menudo aparecen tachadas. Estas son discernibles después de cierto esfuerzo, como si el gesto insistiera en que la maquinaria del silenciamiento no es perfecta. Allí sobresale una mayúscula, una tilde o la cola de alguna letra que no sabe esconderse; luego, a partir de lo que ya conoce, el lector puede decodificar lo que parecía oculto. ¿Acaso se esboza en esas páginas una poética contra la censura? La tachadura se traiciona, se convierte en evidencia, si se reconoce como tachadura.

 

Continuidad

Es todo lo contrario al paisaje urbano que se recorre en Volverse Palestina: muros, carreteras, puestos de control, soldados mezclados con civiles, transportistas reticentes a cruzar al “otro lado”, pueblos partidos en dos por una pared de concreto. El desplazamiento físico limitado se presta a analogías con el difícil tránsito de ideas entre ambas orillas. De ahí que el espacio se conciba en términos contradictorios, que la fórmula con que se describa Gaza, “una cárcel al aire libre”, sea precisamente un oxímoron.

Colono

¿Cuándo el colono se convierte en nativo?, es la pregunta que formula entre otros Raef Zreik, el académico palestino. La interrogante indaga acerca de las posibilidades del reconocimiento mutuo, de la aceptación del lugar del otro. Si el vehículo para construir este puente es el lenguaje, el libro exhibe con precisión la pérdida de especificidad en el calor del conflicto, cómo las palabras se hacen más vagas y los matices decisivos, indistintos. El miedo fuerza al lenguaje a establecer equivalencias falaces: ya no se dice colono sino judío, ya no palestino sino árabe, aunque el objeto designado no haya cambiado. El proyecto de Lina consiste en restituir estas particularidades, dejar de pensar en sinécdoques. ¿Cuándo el recién llegado se vuelve un local? La pregunta es válida tanto para las familias árabes que llegaron a Latinoamérica a comienzos del siglo pasado como para los colonos israelíes que se internan hoy en territorio palestino, pero ¿acaso la respuesta puede ser la misma?

Volvernos

De volver a volverse, de volverse a volvernos. En las variaciones de un mismo verbo se encuentra la trayectoria ética y vital de Volverse Palestina: en algún momento el relato privado, la exigencia de un viaje personal, se vuelca hacia el lector como pregunta o invitación. El movimiento geográfico a su vez exige otros desplazamientos, intelectuales y afectivos. ¿Es posible “volvernos otros” como se titula la sección final, más ensayística, del libro? La respuesta es un no si se sigue el camino de la empatía, de pretender sentir lo que el otro ha sentido. Pero el sí es una posibilidad cuando los sujetos son capaces de desprenderse de identidades predeterminadas, cuando el yo acepta que los hechos y la realidad pueden transformarlo. Lina Meruane nos regala algunas historias de personas que “se vuelven”, que ocupan lugares que en principio no les corresponden. Solo en ese momento su relato, a veces de crudeza intolerable, nos concede la esperanza. Y eso es algo que debemos agradecérselo.

 

 

 



 

 

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