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VIAJE SEROPOSITIVO
POR LA NARRATIVA LATINOAMERICANA
Viajes virales. La crisis del contagio global en la escritura del sida, de Lina Meruane.
Fondo de Cultura Económica, 2012
Por Víctor Barrera Enderle
Publicado en Revista Armas y Letras, N°82-83. Enero - Junio de 2013
Revista de literatura, arte y cultura de la Universidad Autónoma de Nuevo León
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Nos encontramos ante un libro que es muchas cosas a la vez; primero: un ensayo de largo aliento; segundo: un trabajo de crítica e historiografía literarias, tercero: la bitácora de un viaje por territorios ignotos de nuestras literaturas nacionales; y cuarto: una reflexión sobre el discurso, clínico y literario, sobre el sida. La conjunción de todos estos elementos se concreta a través de la escritura de la ensayista: una prosa ágil, vertiginosa, que va estableciendo el derrotero de una lectura, o, mejor dicho, de una interpretación.
Viajes virales parte de una idea de base: “la literatura como sinuosa expresión de lo real y el discurso disciplinario de la enfermedad”. La enfermedad como metáfora y el discurso de la epidemia como estrategia de represión política. Con este presupuesto de base, se lleva a cabo, a lo largo de las páginas del libro, una relectura, o, dicho con más precisión, una lectura a contrapelo, que desmonta presupuestos, desbarata lugares comunes y replantea problemas fundamentales para la literatura hispanoamericana reciente.
Lina Meruane se hace cargo de un grupo (un grupo heterogéneo, debo añadir desde ahora) de obras y autores latinoamericanos que trazaron con su escritura la cartografía de un espacio incierto, poblado por la experiencia directa con la epidemia y sus metáforas y demás elucubraciones discursivas. Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Pedro Lemebel, Mario Bellatin, Joaquín Hurtado, por nombrar sólo a algunos, conforman esa “constelación narrativa”, que, en la lectura de la ensayista, “se ha ocupado de documentar la complejidad de la tragedia a partir de los años y a lo largo de tres décadas inciertas que constituyen el marco temporal de este libro”. Siguiendo ese derrotero, Meruane divide en dos partes su ensayo, la primera, “Bitácora de un viaje seropositivo”, aborda, desde un enfoque multidisciplinario, el espacio de la epidemia y el registro, dentro y fuera de la ficción, de los escritores que padecieron este primer embate; la segunda parte se titula “Viajeros virales” y se concentra en obras y autores específicos: es, parafraseando a la autora del ensayo, el aterrizaje en la escritura de la enfermedad.
El contexto que envuelve al corpus trabajado es muy peculiar: el cambio en la cultura del capitalismo, es decir, la hegemonía del neoliberalismo, el inicio de la globalización, la diáspora de migrantes pobres del tercer al primer mundo y un largo etcétera. Son los años ochenta, el mundo occidental comienza el viraje ideológico: del discurso pacifista y antibélico de los finales de los sesenta y principios de los setenta, al ultra-derechismo de la era de Ronald Regan y Margaret Thatcher. De la revolución sexual a las estrategias represoras desatadas tras la aparición de la epidemia del sida. El contagio vertiginoso, la expansión del virus, la distribución de agentes entre portadores y seropositivos, el nuevo mapa de la sexualidad y las nuevas expresiones de esa realidad que la literatura estaba creando, todo ese cóctel se agita al mediar la década del ochenta del siglo XX.
En un primer momento, justo en la víspera de la aparición mediática de la enfermedad, los autores estudiados trataban de dejar atrás, literal y metafóricamente, el espacio nativo; asociaban a la nación con represión y padecían, ad más , el peso de la persecución política por parte de dictadores de diverso espectro ideológico. No había lugar para ellos en la llamada tradición literaria, una tradición que se asumía abiertamente homofóbica y se autoproclamaba portadora de valores y representaciones de la sociedad. Sus “ancestros literarios”, los escritores homosexuales de generaciones pasadas, habían realizado sus obras alrededor de lo que el crítico norteamericano Daniel Balderston llama “el secreto abierto”. Autores como Porfirio Barba Jacob, Salvador Novo o Xavier Villaurrutia se desplazaban con habilidad al interior del campo literario ocultando y develando al mismo tiempo, mediante sutiles estrategias narrativas, su condición o, mejor dicho, su disidencia sexual; algunos, como el propio Novo, trabajaban en ministerios relacionados con la educación o la cultura. Y los creadores que abordaban directamente el tema, como el chileno Augusto D’Halmar, el argentino Manuel Puig o el mismo José Donoso, le otorgaban a sus obras un final trágico que sólo remarcaba la imposibilidad de asumir la condición homosexual en las naciones latinoamericanas.
Para esta nueva generación, sin embargo, la utopía residía en viajar a las metrópolis en busca de un espacio de tolerancia y reconfiguración. Meruane llama a este desplazamiento una “utopía móvil”. El espejismo del boom económico y la propaganda del consumo ayudaban a fortalecer ese anhelo. Esta “constelación narrativa" se ocupó de “documentar la complejidad de la tragedia a partir de los años ochenta y a lo largo de tres décadas inciertas que constituyen el marco temporal de este libro: los años que van desde los inicios de la crisis en 1980 hasta los primeros años del siglo actual”.
De esta manera, Lina Meruane comienza a rastrear una tradición peculiar: la escritura de viaje desde el ámbito homosexual. La mudanza se realiza, como recién señalé, para evadir la represión nacional. El viaje (o su proyección metafórica) significa la elaboración de esa “utopía movible”, ubicada (o, mejor dicho, colocada) en los pocos espacios de tolerancia, real o ficticia, que la modernidad iba abriendo en algunas de sus urbes más importantes. La narrativa del desplazamiento adquiere diversos matices y diferentes significaciones. Meruane establece una bitácora, un registro de los traslados; y con precisión explica que “la transformación cultural del viejo capitalismo inmóvil al capitalismo impaciente será el caldo apropiado para el cultivo de una cultura asociada a la expansión (también impaciente) de la epidemia…”
Conforme avanza el siglo, y el capitalismo se transforma en su estado más “salvaje”, las conductas, públicas y privadas, se vinculan estrechamente con patrones de consumo. La libertad sexual, proclamada unas décadas antes como una forma de combatir la represión burguesa, se convierte ahora en transacción, y su connotación política se trueca en producto alcanzable sólo por la vía del poder adquisitivo. La diversidad pasa por el tabulador del mercado. Tolerancia, sí, pero para quien pueda pagar el importe y los impuestos aduaneros. El turismo sexual, la objetivación de travestis y homosexuales del tercer mundo, se vuelve moneda corriente al mediar la década del ochenta. “Viajar no anula la diferencia social sino que subraya las diferencias entre clases de viajeros.” La contraparte de esa constelación narrativa la conformarán escritores que permanecieron en sus naciones y padecieron, como consecuencia de la implantación de las políticas neoliberales, los embates de la marginación y la exclusión. En ese panorama, la irrupción del sida viene a marcar, de manera múltiple, las conductas y comportamientos de las sociedades bajo la era de la globalización y el neoliberalismo. La epidemia será una metáfora de la virulencia del capitalismo tardío y los grupos homosexuales serán vistos como “culpables, en suma, por satisfacer una lógica de exceso que la propia economía estaba promoviendo”.
Uno de los puntos claves de Viajes virales es el aterrizaje que realiza, dentro de este panorama global, en la literatura latinoamericana. Ese corpus diverso, heterogéneo, que mencioné al inicio, tenía como contrapeso la recepción occidental del Boom narrativo de los años sesenta. Eran escritores y escritoras que se movían en un territorio diferente al de la generación anterior. ¿Qué había pasado con la literatura latinoamericana entre los años sesenta y ochenta? Cambios en los modos de producción, en la hegemonía de las industrias culturales. La noción de literatura, por parafrasear al crítico colombiano Carlos Rincón, había cambiado drásticamente y los llamados subgéneros adquirían mayor relevancia, tanto en el ámbito académico como en el de la crítica pública. La elaboración del canon literario se ponía en duda y se cuestionaban sus estrategias de representación. La nueva era, marcada por la implantación del neoliberalismo, afectaba las formas de producción y difusión de la literatura. La verticalidad y centralidad del campo literario latinoamericano comenzaba a trastocarse y a adaptarse a las nuevas demandas y necesidades de las industrias culturales.
Las obras y los autores que maneja Lina Meruane dan cuenta de esta transformación: de Colibrí (1983), de Severo Sarduy, a La ansiedad (2004), de Daniel Link, de autores de la diáspora de los años ochenta, como Reinaldo Arenas, a autores que permanecieron en nuestras maltrechas naciones latinoamericanas, como Pedro Lemebel, o de escritoras que buscaban dar cuenta de los dobles o triples silenciamientos que la epidemia y sus metáforas habían hecho con su género. Cambios en la narrativa y cambios en la propia epidemia a lo largo de casi tres décadas. Mutaciones de virus y mutaciones de estrategias narrativas. Desplazamientos exteriores e interiores. Modos inusuales de significación, contradicciones entre los mismos mismos grupos minoritarios, enfrentamientos, búsquedas constantes de representación, voces que aparecen para cambiar la cartografía de las literaturas nacionales y que le confirman a la literatura latinoamericana, en su conjunto, su carácter heterogéneo, reafirmando con ello su capacidad de cuestionar, en ciertos momentos, a las estrategias de homogenización que tanto el Estado como el mercado le han querido implantar a sus sociedades.
Viajes virales termina planteando la idea del retorno (todo viaje lleva consigo la idea —real o metafórica— del regreso), pero desde una perspectiva diferente. Después de su lectura, volvemos a la literatura hispanoamericana desde una posición distinta, con menos certezas y más preguntas: sentimos la necesidad de revisar los presupuestos y lanzarnos a nuevas aventuras críticas, y para mí no hay labor más fundamental en un ensayo que esa.