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“Volverse Palestina” y algunas reflexiones sobre la migración

Por María Paula Lizarazo
Publicado en El Espectador, Colombia. 2 de octubre de 2020


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“El destino de los palestinos ha sido, de algún modo, no terminar donde empezaron sino en algún lugar inesperado y lejano”. Con esa cita de Edward Said comienza la crónica Volverse Palestina  (2014) de la escritora chilena Lina Meruane. Se trata de una edición dividida en dos partes. Primero está la crónica del viaje que hace la autora a Palestina y que fue publicada por partes en distintos medios. Luego, un ensayo con el que vuelve a viajar a Palestina, ahora de forma intelectual, pensando con algunos de los que han escrito en torno a la ocupación israelí de Palestina o del conflicto entre Israel y Palestina.

Lina Meruane vive en Nueva York. Es de allí desde donde emprende su viaje a Palestina. Pero la crónica comienza antes, en un viaje previo que hace a Chile. Allí se desplaza entre las calles, buscando la casa en la que habitó de niña y recapitulando la historia de sus abuelos, que migraron desde el Levante Mediterráneo a Chile en 1915. Del rastreo de su apellido en una topografía, escribe: “Meruane: otro lago salado y seco que no tiene importancia y ha sido completamente borrado del mapa”.

Que el río Meruane esté borrado del mapa revela un vacío, como la hondura del agua, en la historia de la familia de Meruane. Lo que hubiese antes de su abuelo es desconocido. Incluso la historia de la migración del abuelo se presenta como burbujas de jabón: “la recapitulación del pasado se ha vuelto dudosa incluso para mi padre. No le contaron suficiente o no prestó atención o lo que le llegó era material demasiado reciclado”.

La intención de Meruane de viajar a Palestina puede leerse como una reconstrucción de la historia de su familia o, bien, de su historia propia. A la historia propia, el filósofo Jürgen Habermas, la relaciona con la historia de un pueblo y una concepción de identidad. En  Identidad nacional e identidad postnacional escribió: “la identidad de una persona, de un grupo, de una nación o de una región es siempre algo concreto, algo particular [...]. De nuestra identidad hablamos siempre que decimos quiénes somos y quiénes queremos ser. Y en esa razón que damos de nosotros se entretejen elementos descriptivos y elementos evaluativos. La forma que hemos cobrado merced a nuestra biografía, a la historia de nuestro medio, de nuestro pueblo, no puede separarse en la descripción de nuestra propia identidad”.

Pero aquel precepto de lo concreto que menciona Habermas se desmorona en la crónica de Meruane. La historia individual es, pues, concreta hasta que el relato de dicha historia se va haciendo escaso. Lo anterior implica que si se asume que el material del padre de Meruane es reciclado, entonces la historia que se reconstruya sobre el abuelo no será concreta. Será un hueco a llenar con aguas de otros cuencos: “le propongo a mi padre empezar a retroceder. Refrescar esos lugares que se nos han ido secando. Lugares, esos, de los que nos fuimos yendo sin volver la vista atrás. Él, como antes sus padres la Beit Jala natal, abandonó hace mucho la pequeña ciudad-de-provincia donde nació. Y yo, como ellos, me he ido moviendo: he tenido distintas direcciones”.

La anterior cita abre dos direcciones para embarcarse en la crónica desde el vacío seco: antes de narrar el viaje a Palestina, Meruane planta su “yo” narrativo en territorio chileno, es decir, le da un territorio de partida a su voz, que es el mismo espacio de partida de su historia individual, al cual lo precede un puerto anterior y desconocido: el “yo” narrativo de Meruane emprende en Chile porque hubo un trayecto en la historia de su abuelo que lo llevó de Palestina al exilio en ese país. En este sentido, la primera dirección que se abre es una pregunta por la voz: al ser un relato biográfico de Meruane, ¿habría que hablar de testimonio?, o más bien de qué es lo que implica que un relato sea testimonial. Esta pregunta salta directo hacia la otra dirección: la vida de su abuelo, la vida de su padre y la vida de Meruane tienen en común el trasegar, la memoria filial y el regreso de Meruane al punto de partida de su abuelo. ¿Pero hasta qué punto el abuelo forma parte de la memoria de Meruane si todo lo que ella conoce de él y su trayecto es “material reciclado”?

La crítica argentina Beatriz Sarlo escribe en  Tiempo pasado que “cuando no se trata de autobiografías de escritores, en el testimonio y la narración en primera persona toman la palabra sujetos hasta ese momento silenciosos”. El exilio del abuelo de Meruane, del que hasta ahora no se ha mencionado la causa, pero que puede verse como un enigma enlazado a la situación palestina, es un silencio en la palabra de Meruane, es esa voz en primera persona, encarnizada en la voz de Meruane, que se revela ante el anonimato político. ¿Pero cómo entonces habla la memoria sobre lo que desconoce? ¿Cuál es, pues, la relación entre la imaginación y la memoria en la escritura y en el trayecto migratorio?

Para entrar en materia, hay que apelar en primera instancia al abuelo de Meruane en tanto es su historia, es decir, su testimonio, o lo que queda de su testimonio, el origen del trayecto de Meruane. Giorgio Agamben escribe en  Lo que queda de Auschwitz  (1998) que la palabra “testigo” deriva de “supersters” y se refiere al que " ha vivido hasta el final una experiencia y, en tanto que ha sobrevivido, puede pues referírsela a otros. [De otra parte] testigo se dice en griego martis, mártir [...] derivado de un verbo que significa “recordar”. El superviviente tiene la vocación de la memoria, no puede no recordar" (Agamben 10-5), sin embargo, en los casos de experiencias traumáticas se genera una impotencia de enunciación, es decir, parte de un trauma es la imposibilidad de hablar sobre lo acontecido. De este modo, hay razón para comprender que el material que Meruane conoce sobre el exilio de su abuelo sean relatos reciclados sobre lo que su padre y sus tías han podido contarle al respecto.

Ahora bien, siguiendo a Agamben, el superviviente tiene la vocación de la memoria y es, en ese sentido del no poder no recordar, que Meruane viaja a Palestina, llevada por el relato incompleto de su familia.

Como se mencionó en la primera parte de esta reseña, antes de emprender su viaje a Palestina, Meruane, que vive en Nueva York, viaja a Chile, recorre la provincia en la que creció su padre, escucha lo que él pudo volver a contarle sobre el exilio de su abuelo, y escribe, intentando recopilar sus memorias familiares: “empecemos a volver [...] y anoto esta frase o esta duda en un pedacito de papel”. Su regreso al pasado está marcado por un desplazamiento a la provincia de su padre, acompañado de la escritura. Meruane vuelve físicamente y vuelve en la palabra. Es así que el viaje a Palestina es una continuidad de una exploración del tiempo que la precedió: “la incursión en un tiempo que ya no existe. La excursión del presente”.

Es, pues, una exploración del pasado en el presente. Es significar – atrapar – improvisar, el pasado en el presente. Sobre esta conjetura de tiempos, Beatriz Sarlo escribe: “el tiempo propio del recuerdo es el presente: es decir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio”.

Pero una de las preguntas que sugiere el texto de Meruane, en torno a la memoria, es qué pasa cuando buena parte del pasado no se conoce o, pese a que se recuerda, no hay voluntad de recuperarlo.

De un lado, hay una diatriba entre quien no quiere recordar, por ejemplo, el padre de Meruane, que, según la mirada de ella, busca despojarse de las preguntas sobre el pasado: “el regreso del pasado no es siempre un momento liberador del recuerdo, sino un advenimiento, una captura del presente. Proponerse no recordar es como proponerse no percibir un olor, porque el recuerdo como el olor, asalta, incluso, cuando es convocado” (Sarlo).

Y de otro lado, está el intento de reconstrucción de un relato que Meruane no conoce en su totalidad y que lo que tiene de este son retazos. Pero, aun lo desconocido, lo carga en sí. En el aeropuerto, guardias israelís no ven en su pasaporte la nacionalidad chilena, se fijan, más bien, en el apellido Meruane, “Meruane: otro lago salado y seco que no tiene importancia y ha sido completamente borrado del mapa”. Con ese quiebre entre la memoria y el recuerdo desconocido, logra llegar Meruane a Palestina. Y narra –teje– su Palestina, entre retazos, silencios y miradas propias.



 

 

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“Volverse Palestina” y algunas reflexiones sobre la migración
Por María Paula Lizarazo
Publicado en El Espectador, Colombia. 2 de octubre de 2020