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Amores patrios
Lina Meruane
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No sé por qué no había atendido a tantas voces que me recomendaban la obra de Phillip Roth. O mejor confieso que sí sé por qué: por esto de haberme dedicado a la literatura escrita en castellano (por esto de conocerla bien, por esto de enseñarla, por esto, también, de estar al día con mis contemporáneos lingüísticos). Así fue que nunca llegué a Phillip Roth y para saldar la culpa de vivir entre autores que no leo me volví hacia su celebrada American Pastoral (1997), y como si esto no fuera suficiente, más que leer esa novela, decidí escucharla por las noches. Tan espléndida era la voz que interpretaba al narrador —el tono íntimo, el ritmo perfecto, la gloriosa puntuación, la exactitud de cada verbo— que su lectura en alto acabó por desvelarme. No solté los audífonos hasta terminarla. Pero una cosa es entusiasmarse con un estilo y otra es perder la cabeza, dejar de pensar con creciente indignación en lo que se nos cuenta: el despliegue de amor patrio que esa novela levanta, sostiene y exhibe sin pudor. Me explico: American Pastoral es una inmoderada apología del estilo de vida estadounidense, de la inserción del inmigrante en ese modelo, de la asimilación acrítica de sus valores por quienes llegaron a “hacerse la américa” a inicios del siglo xx. El protagonista no sólo acepta fervorosamente esa visión de mundo; como un converso reciente, justifica cada una de las apuestas bélicas del país de acogida. Y la única figura que se le opone, la hija que cuestiona todo, la que se resiste a la guerra en Vietnam, se presenta como una caricatura grotesca: Roth prefiere transformarla en una activista fanática, en una suicida descorazonada (su amiga es otra desalmada), antes que atreverse a examinar lo que ella en realidad representó en los años sesenta: una oposición necesaria a la brutal intervención de los Estados Unidos en el mundo que no se rendía a sus pies. Roth puede darse el lujo de no cuestionar las premisas de su patria porque sus lectores, acaso seducidos por su prosa, pasan por alto la operación clave de esta novela: hacer sentir que el único modo de ser un buen ciudadano es aceptar, como acepta, sin cuestionamientos, el protagonista, las políticas de su país. Y al truco de una prosa envolvente se suma un punto de vista cerrado donde no parece existir un afuera. Pero el afuera por supuesto existe, y desde este afuera que es el resto del mundo la novela de Roth aparece como un aparato maníqueo y condescendiente que exige quitarse los audífonos y las vendas para examinarlo con sumo cuidado.