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Lina Meruane:
"El castigo al piropo no me parece el modo de producir cambios positivos en la cultura"

Por Daniela Sánchez M.
Publicado en La Segunda, Miércoles 6 de Junio de 2018


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Tenía 21 años cuando viajó por primera vez a Estados Unidos. La escritora Lina Meruane aún recuerda cómo se sintió mientras caminaba por las calles de Boston: invisible. Nadie la miraba, nadie comentaba su cuerpo. Una sensación que, en sus palabras, contrastó radicalmente con su experiencia en Chile, donde vivía hasta entonces, y en donde “era muy normal recibir desde un piropo ingenioso hasta momentos de violencia física bastante jodidos”.

Al teléfono desde Alemania —donde vive gracias a la beca DAAD, que entrega cada año el gobierno de ese país a artistas de distintas disciplinas, y que ya está a punto de terminar— cuenta que ese no sentirse mirada “me hizo darme cuenta de cuán normalizado estaba el piropo. Yo sentía que nadie me miraba nunca y nunca nadie comentaba cómo iba vestida, cómo estaba mi pelo, cómo me veía. Después me di cuenta de que en realidad era porque estaba demasiado acostumbrada a ser mirada y comentada”.

Ganadora de los premios Anna Saghers, en 2011, y Sor Juana Inés de la Cruz, en 2012, Lina Meruane (47) tiene a su haber novelas como «Sangre en el ojo», traducida al inglés, portugués y alemán; y los ensayos «Volverse Palestina» (2013) y el controvertido «Contra los hijos» (2014). Y aunque ha pasado el último año en Berlín, hace 18 años que vive en Nueva York, donde hace clases en la NYU.

En estos países, ¿se confunde la galantería con la subestimación de la mujer?
—Yo no lo he vivido, pero no puedo generalizar porque me muevo en espacios que no son el mainstream del inglés. De hecho, uno ve en la prensa norteamericana no sólo el caso (Harvey) Weinstein, sino que también toda la discusión que hay alrededor de Junot Díaz (escritor dominicano radicado en Estados Unidos), de sus declaraciones de haber sido un niño violado y las mujeres que han salido a decir que no se comportó apropiadamente con ellas. Entonces, no podría decir que algún país esté exento de eso. Me parece que no hay que idealizar otros lugares.

La escritora asegura que no ha experimentado situaciones de piropeo en Nueva York, con excepción de una u otra ocasión en que “algún tipo jugara con un malentendido” haciendo comentarios divertidos. Pero reconoce que “también es real que una como mujer se pasa la vida mirando para atrás. Incluso ahora, siempre que voy sola por la calle y está oscuro, miro para atrás. Siempre pienso que algo pueda pasar. Tenemos normalizado eso, en torno al espacio público”.

Para explicar esta sensación, Meruane hace referencia al ensayo de la escritora francesa Virginie Despentes, «Teoría King Kong» (2006), catalogado como uno de los libros de cabecera de las feministas.

“Despentes dice algo así como que el peaje que tiene que pagar una mujer para entrar a la vida de la calle, o en la vida pública, en el fondo es sufrir violencia. Me pareció una declaración brutal que en un punto es cierta, pero en otro punto es importante que no sea así. Hay que hacer algo para que esto pare”.

¿Se puede comparar la naturalización de la conducta acosadora en las calles con la naturalización del deseo de tener hijos, que mencionas en tu libro «Contra los hijos»?
—Creo que hay discursos que confabulan en una cierta dirección. Hay una continuidad entre un tema y el otro; son complementarios y cómplices muchos de esos modos de pensar lo femenino: se minimiza, están las instancias de la humillación y de la imposición de un discurso sobre el rol de la mujer en la sociedad, que se quiere pensar desde los discursos más conservadores (no digo de derecha o de izquierda), que es el de la mujer en la casa, no partícipe del espacio público o en igualdad de derechos. Yo puse el foco en la maternidad, pero la ola feminista chilena ahora lo está poniendo en otros lugares: en la enseñanza, en la discriminación salarial, en la intimidación en la calle.


Una zona gris

A pesar de la distancia geográfica, Meruane está muy pendiente de lo que pasa en el país: en la literatura, las películas, y también en los movimientos sociales. En especial el de mujeres que invadió, en el último mes, tanto la opinión pública como la agenda política, que le parece “un momento extraordinario para repensar y ponernos un poco al día, volver a examinar esta normalización del discurso”.

Y es que ella se define como feminista, una “sin apellidos” que le permite mantenerse “dentro del orden del feminismo pero también me dejo mis licencias para hacer crítica”.

En «Volverse Palestina» hablas sobre pensar el lenguaje, poder llegar a la verdad de las palabras. ¿Cómo se puede pensar el lenguaje en las situaciones de acoso callejero?
—Yo no sé qué les pasa a otras mujeres con este tema, pero con las que yo he hablado, las de mi generación, me parece que está claro cuando hay un piropo ingenioso y cuando contiene un elemento agresivo. En este caso, casi siempre hay dos modos: uno es el del diminutivo humillante e infantilizante (mijita, chiquitita), que es una forma que parece no querer insultar, pero en el fondo minimiza la figura de la otra. Esa es una forma de violencia, que en Estados Unidos se llaman “microagresiones”.

Y otro —continúa— que son las referencias inapropiadas al cuerpo femenino: “quiero ser tu calzón”, “quiero ser tu hijo y mamar de tu pecho”. Cosas que son inapropiadas, invasivas con el cuerpo femenino. También hay otras que me parecen menores, como la referencia de la ensalada ‘para mantener la linda silueta'. De nuevo es una referencia al cuerpo y es inadecuada, pero no tiene la agresividad que pueden tener otras referencias a los genitales y a la vida privada de una mujer.

Meruane explica que estas últimas “no están tipificadas y, como es una zona gris, es más difícil ponderarlas. Hay que considerar que aquella persona que recibe estas palabras tiene una subjetividad, cómo se siente con ese tipo de comentarios, si es de un completo desconocido o es de un familiar”.

Hay más sutilezas...
—Claro, hay más contexto. A veces hay humor en el modo en que se dicen las cosas. Hay una dificultad muy grande, y en el espacio de lo público y de la conversación hay una negociación, un ir y venir que me parece importante explorar.


Tres pasos adelante, uno atrás

Cuando se enteró de las tomas universitarias y de la primera marcha feminista, que se realizó el 16 de mayo, Meruane dice que se “alegró mucho, pero me dio pena no estar ahí”, con una nostalgia que no le impide mirar críticamente algunas de sus demandas.

En «Contra los hijos» hablas de las “viejas feministas” que levantaron la idea de que “la maternidad estaba bajo una construcción cultural”. ¿Hay diferencias entre ellas y la lucha del actual feminismo chileno?
—La construcción cultural de la maternidad se mantiene, pero su forma va cambiando en cada lugar y en cada tiempo. Por necesidad, aparecen nuevas reivindicaciones. Ya no se trata del derecho a voto, pero queda pendiente el fin de la discriminación salarial y, por supuesto, el problema de la violencia que sufren las mujeres en sus casas y en la calle, que no era prioritario en la agenda de las feministas del pasado. El problema es, como digo en ese libro, que las mujeres damos tres pasos adelante y uno para atrás siempre. Siempre está el intento por cooptar la lucha feminista para apaciguarla y para convertirla en otra cosa. Por eso hay que mantenerse alerta.

¿Eso lo has visto ahora?
—Sospecho que algo de esto hay en las ordenanzas municipales (contra el acoso callejero). Yo levanté altiro la antena, me pregunté si se estará usando la queja contra la intimidación callejera para otras cosas. La monetarización del castigo es problemática: las municipalidades sacan un beneficio económico de la legítima queja femenina, pero no se atiende al problema cultural más profundo.

A Meruane no sólo le preocupa la “rentabilidad” que podrían tener las demandas feministas, sino la estigmatización que pueden provocar medidas como las establecidas por las ordenanzas que se implementaron en las municipalidades de Recoleta y Las Condes hace dos meses.

“Quienes paguen esas altas multas serán hombres que no han tenido acceso a una educación no sexista, que no han tenido esa oportunidad. Ahí aparece la cuestión clasista y racista. ¿Por qué aplicar una multa tan alta en vez de exigirle al ‘piropero' asistir a un entrenamiento ciudadano que le enseñe cuestiones de género? ¿Por qué no empezar por hacer campañas? No digo que esos políticos tengan necesariamente malas intenciones, lo que sí digo es que este modelo punitivo no resuelve el problema cultural y podría ser usado para otros fines”.

Para la escritora, que algunos hombres practiquen conductas de acoso en las calles confirma “una especie de masculinidad conquistadora que hasta hace poco estaba bien vista entre los hombres”.

Y añade: “Hemos discutido mucho el feminismo pero no hemos discutido los roles masculinos. Ese trabajo está por hacerse y lo tienen que hacer los hombres. Les toca hablar de la performance de lo masculino, de sus expectativas y también de sus privilegios. Yo creo que las mujeres nos hemos ocupado de problematizar nuestro lugar en la cultura y en la sociedad, pero los hombres no han hecho su trabajo, y ese trabajo está pendiente”.

¿El problema es castigar por este tipo de conductas? ¿Es mejor educar?
—Hay que partir siempre por educar. Porque además no todas esas conductas inapropiadas son graves, y ya hay castigos tipificados en la ley, como la agresión física o la violación No es lo mismo que alguien te toquetee a que te grite desde la otra vereda que quiere ser tu calzón. Hay instancias verbales que están en una zona gris. No son actitudes justificables, pero corresponden a modos de operar que hasta ahora no habían sido cuestionados y que incluso se celebraban colectivamente. Las instituciones políticas son responsables de educar para cambiar estos modos de la masculinidad misógina. El castigo al piropo no me parece el modo de producir cambios positivos en la cultura.

Esta lectura que hace Meruane de estas políticas locales viene de haber seguido la aplicación de leyes antiterroristas en Estados Unidos que “permiten violar no sólo la privacidad sino la seguridad de grupos más vulnerables”. Explica: “Me preocupa esta extensión del modelo punitivo que ahora aparece como política progresista en defensa de las mujeres, y que el día de mañana se puede usar para otras cosas. Ahí se corre un riesgo”.

Entonces, ¿no crees que sea necesario implementar una ley contra el acoso callejero?
—Mira, tengo dudas. Me pareció muy preocupante que en la ordenanza de la municipalidad de Las Condes se diga que se multará, además del acoso, “cualquier otra manifestación ofensiva”. ¿A qué se refiere eso? ¿Qué se incluye ahí y, eventualmente, a qué se podría aplicar? A lo mejor me van a odiar las feministas a favor de estas normas punitivas, pero me parece importante levantar una advertencia, preguntarse en qué se puede convertir esto.



 

 

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Por Daniela Sánchez M.
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