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Ojos que no ven

Sangre en el ojo. Lina Meruane. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012, 172 pp.

Por María José Navia
Publicado en https://ticketdecambio.wordpress.com/



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Comienzo este texto con una mentira o un título que miente: los ojos de Lina Meruane ven mejor que nadie. Pero el dicho sirve para cuestionar verdades, y siempre hay algo de verdad en la mentira. Siempre. Aunque sea una esquina de verdad.

Y aquí esa verdad son dos ojos que no ven. Dos ojos que explotan, que se inundan de sangre, en medio de una fiesta, dejando a Lina, o Lucina, con el mundo en suspenso. Y desde esas primeras líneas que no nos suelta el vértigo de no saber qué va a pasar con esos ojos que si bien dejan de ver nunca dejan de sentir, porque la verdad también es que, cerrados los ojos al mundo, el cuerpo entero se pone en tensión: y la ciudad de Nueva York con sus suciedades y ruidos impacta en el caminar y en los oídos; la relación incómoda con la madre se siente en el tacto de unas manos que descubren que ella le ha hecho su maleta sin pensar en sus necesidades; la ferocidad del amor se queda en los pies que se buscan de noche en una cama fría en Chile, de las espaldas o las caderas que vuelven a habitar el nuevo apartamento en los momentos de intimidad y desborde. Ojos que no ven, cuerpo que siente más que nunca (“Yo no podía distraerme, todo mi ser entero exigía una concentración multiplicada, una dedicación absoluta a la geografía de las cosas”.). Y un lenguaje que acompaña ese despertar y esa sorpresa, que no es nunca ingenua, que siempre se asoma a la violencia, de experimentar las consecuencias de la ceguera: los miedos de dejar de escribir, de convertirse en una carga, de ser otra.

Lucina, Lina, puede perder la vista pero nunca pierde de vista sus preocupaciones, si bien trata de anestesiarlas un poco, escuchando novelas grabadas. Frente al miedo, su vida se convierte a ratos en una caja de sonidos, una habitación de espectros que le recitan historias mientras ella no sabe si pueda (si quiera) volver a escribir. La novela entonces, escrita en capítulos breves y brillantes, sigue el trayecto y ramificaciones de la enfermedad: desde el diagnóstico y la forma en que impacta su nueva relación amorosa con Ignacio (“Pensar en ese médico torcido y refractario diciendo que yo llevaba adentro una bomba de tiempo acelerando su tictac”); la lentitud del tratamiento que siempre pide esperar un poco más, el viaje a Chile que también es tiempo de espera y de reencontrarse con culpas y dolores de antaño (“Hundida en otra silla de ruedas hubiera querido ser un espectro que retorna en secreto a cancelar viejas deudas y en lugar de chocar torpemente con el mundolo atraviesa sin sentirlo”.). La enfermedad también de ser extranjera, y de padecer una enfermedad siendo extranjera, en un país que no es el propio y la vulnerabilidad que eso trae. Son muchos los hilos que maneja esta historia. La forma en que se acerca a la realidad para olfatearla (“Hurgamos entre muebles de madera tersa y salvaje con olor a aves exóticas y a mandriles, a líquenes, a cantos africanos, y se levantan también los olores a maní confitado y a manzanas acarameladas, a pretzels, a bagels recién salidos del horno refrigerándose en nuestras narices”) para recibirla “toda oídos”.

Y es que, con o sin venas que inundan el ojo de sangre, los ojos de la extranjera absorben todo: “Al otro lado de los muros, sobre nuestros cuerpos y también debajo de nuestros pies, se agitaban todos esos gringos acostumbrados a madrugar con los calcetines puestos y los cordones ya anudados. Gringos que con la ropa interior impecable y la cara planchada se sientan cada mañana a desayunar leche fría con cereales.” Ser extranjera trae un primer ajuste en la mirada, a la vez que dejar de ver invita a nuevas oscuridades y rabias: “(Estoy viendo la sangre otra vez, la estoy viendo con mis ojos. (Quiero arrancarte los tuyos, meterlos dentro de los míos para que puedas ver la sangre.)” Porque “tener sangre en el ojo” es mirar la vida desde una esquina rabiosa (en inglés, recientemente tradujeron esta novela como “Seeing Red”) y acá la rabia a ratos lo salpica todo.

Una novela de escritura vertiginosa y afilada, con un final de carcajada monstruosa.

Ojos que brillan en la oscuridad.



 



 

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Sangre en el ojo. Lina Meruane. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2012, 172 pp.
Por María José Navia
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