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La palabra vieja

Por Lina Meruane
Publicado en The Clinic, 17 de junio de 2021




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Cumplí los cincuenta y celebré haber empezado a ser vieja. Siempre quise serlo y no me apena reconocerme en esta edad, en lo que significa haberla alcanzado. Llegar a la vejez me pareció desde muy joven una victoria sobre la muerte temprana. La imaginaba, además, como una época más amable que la incierta y turbulenta juventud en la que vivía. Y no voy a negar aquí que esos años tuvieron su gozosa intensidad –intensidad que sigue agitándome, a veces– pero yo necesitaba de tiempo para ir adquiriendo mis herramientas, sumando experiencia, saberes, recuerdos; es decir, necesitaba de años para irme armando: es así como concibo esto de envejecer.

No voy a negar tampoco que modeló mi aprecio por este período la enorme admiración que siempre tuve por las viejas predecesoras que con sus audaces escritos animaron (animan todavía) mi escritura, mi reflexión. Y acaso obnubilada y conmovida por las vejeces de estas y otras ancianas, me sorprendió que alguien en las redes –una mujer desconocida, quizás mayor– me llamara la atención por referirme a las antecesoras feministas así, tan sueltamente, como “las viejas”. ¿Cómo que las viejas?, escribió en mi muro, sugiriendo que les estaba faltando al respeto, o que pasar del adjetivo (las feministas viejas) al sustantivo pelado (las viejas) significara denigrarlas.

Me detuve un momento a pensar. ¿Era en verdad irrespetuoso describir a alguien por su avanzada edad? ¿Debía por lo menos elegir la palabra “mayor”, que remite a algo más grande, más empoderado, más positivo, que la acaso decrépita palabra “vieja”? ¿Sería asimismo insolente subrayar los escasos años de los jóvenes? Partí por eso último, y vislumbré que en efecto los sectores más conservadores suelen tachar la juventud como una lacra, pero centrándose en el gesto rebelde más que en la condición misma de la juventud. Y vi que la reiteración de los adjetivos y sustantivos del ser joven se constituyen en el lenguaje como señal de validación en una cultura juvenilista que privilegia el vigor físico –productivo y reproductivo– de ese período incansable de la vida.

La vejez, en cambio, está estigmatizada. En una vuelta veloz por la virtualidad me encontré con una serie de frases que la eliden o la desprecian. “Cumplir años es obligatorio, hacerte vieja es opcional”, decía una línea, sugiriendo que la vejez es una condición que podemos y sobre todo debemos evitar. “No soy un año más vieja, soy un año más interesante” y “No te haces mayor, te haces mejor”, decían otras dos, estableciendo que “vieja” e incluso “mayor” son categorías que se oponen a las nociones de “mejor” e “interesante”. Y me llamó la atención el gesto abiertamente peterpanesco de este y otros lemas similares: “No estoy vieja, soy una adolescente reciclada”. Toda una gesta de anulación de la vejez, me dije, un ejercicio de borradura que no solo recoge una idea cada vez más instalada en nuestra cultura híperactiva sino que la alienta insistiendo en que la vejez es indeseable, que debemos huir tanto de esa palabra como de los viejos.

Hay toda una industria que promociona la permanencia en (o el regreso a) la juventud, que va del disimulo de la piel ajada hasta la transformación quirúrgica del cuerpo: en ella se han aliado poderosamente la productividad, la vanidad y un discurso seudo-moralista que eleva la juventud como valor. Pero esa industria y ese lenguaje solo certifica el deteriorado estatus de la ancianidad como tiempo de la vida que antes contó con el prestigio de la experiencia, del conocimiento o la sabiduría, de un mejor vivir en comunidad. Detrás de estas formulaciones más o menos sutiles contra la vejez, en el impulso equívocamente bienpensante de borrar la palabra “vieja” como si se tratara de un insulto, lo que vive es la discriminación económica y social, el abandono de los ancianos como si se tratara de figuras socialmente inservibles que merecen morir.

 

 

 



 

 

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La palabra vieja
Por Lina Meruane
Publicado en The Clinic, 17 de junio de 2021