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Lina Meruane y las preguntas que la realidad no responde
Ganadora del XX premio Sor Juana Inés de la Cruz
Por Patricio Tapia
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 25 de Noviembre de 2012
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Una ceguera repentina afectó a la escritora chilena Lucina (que firma como Lina) Meruane cuando estudiaba en Nueva York. De eso trata Sangre en el ojo, la última novela de Lina Meruane -escritora chilena residente en Nueva York, quien sufrió una ceguera temporal-: del miedo y sus exigencias, de un viaje a Chile, de una operación que podría ayudarla o dejarla ciega definitivamente. Continúa así su exploración sobre la enfermedad (en su novela previa, Fruta podrida, era la diabetes, con la que la autora convive). Al mismo tiempo que la novela escribía el ensayo Viajes virales, sobre el sida en el ámbito cultural latinoamericano.
- Lina, ¿no es apócope de Lucina?
- No, no es apócope de ningún nombre pero con frecuencia me preguntan si es el corto de otros. Un pedazo incompleto, el final de otro nombre. La idea de una identidad mutilada. Quizá de ahí provenga mi obsesión con los nombres propios en las novelas...
- Lucina se parece a usted. ¿Qué opina de la novela autobiográfica?
- Un escritor nunca dice la verdad: la construye; crea una identidad literaria dentro y fuera de sus libros. Yo nunca había trabajado un episodio de mi propia biografía y la pregunta fue cómo hacerlo. No iba a escribir desde el modo más bien plano de la autobiografía, y también veía que se había multiplicado el recurso de poner el nombre propio en la ficción latinoamericana reciente con la 'autoficción'. Pero importaba generar cierta ambigüedad, porque el libro se inicia con un episodio sacado de la realidad y se mueve hacia la ficción, de manera sutil. A medida que la novela avanza, el texto se separa de la experiencia hasta llevarlo a un territorio de imposibilidad, fantástico. Por eso invertí la relación entre los nombres: el de la protagonista es Lucina, y el de su firma literaria es Lina, generando o insistiendo en la incertidumbre con el nombre propio, el mío. Y entonces, qué opino de la novela autobiográfica: que es una forma de la novela de ficción, sólo que el autor dice estar diciendo la verdad. Un lector crítico siempre debe desconfiar.
-En el hospital, Lucina es interrogada. Una pregunta es: "¿Qué es la ficción?". ¿Qué respondería usted?
- Los interrogatorios de hospital son kafkianos y aterradores, donde la pregunta se repite y cada vez parece importar menos la respuesta. En un punto, son como los interrogatorios políticos, donde se desconfía tanto del interrogado que no se cree en lo que dice y se lo sigue interrogando hasta la muerte... También el interrogado intenta responder algo, lo que cree que el interrogador quiere escuchar. Es una relación alucinada. Y por eso esta pregunta cae ahí, porque hay siempre una ficción en ese intercambio. Yo he escrito porque he tenido la cabeza llena de preguntas que la realidad no responde. Por eso he insistido en la ficción: en ella veo, muy al fondo, un atisbo de respuesta que completa una realidad que siempre nos excede".
- En la novela, un homosexual ha perdido un ojo. En el ensayo habla de Alberto Sandoval, un escritor a quien le pasó lo mismo. ¿Es coincidencia?
- Es obsesión: el ojo y la posibilidad de su pérdida es un tema con el que me he vuelto a encontrar, como si me persiguiera. Conocí a Alberto Sandoval la primera vez que estuve en los Estados Unidos, en 1991; él venía saliendo del hospital, estaba en los huesos y había perdido un ojo, pero ahí estaba, dándonos clase con el ojo que le quedaba. Su fortaleza y su lucidez me impactaron. Muchos enfermos perdieron a su pareja o la vida propia, eso sin duda pone al ojo en su lugar. Pero Sandoval no es, al menos conscientemente, el personaje, aunque quizá lo sea un poco junto con una generación a la que se le hace un guiño en la novela, escrita mientras también escribía Viajes virales.
- Alguien dijo a Lucina que el sida era parecido a la diabetes. ¿Influye eso en su interés por el virus?
- Es raro lo que sucede con el sida, un síndrome muy complejo que no tiene par y sin embargo he encontrado más de una comparación con la diabetes, enfermedad que popularmente se piensa como un mal 'de la sangre'. Antes era un mal mortal y ahora es uno degenerativo difícil de tratar si no se tiene acceso a tecnología médica sofisticada. En eso, la diabetes coincide con el sida y esa comparación inexacta sin duda me interesó, porque, en rigor, no opera en el campo de lo real sino en el de la imaginación. Sobre todo me movilizó otro hecho: el sida es la enfermedad emblemática de mi generación. Ser joven y tener una condena de muerte encima es algo de una violencia bastante extrema.
- Ciertas explicaciones del origen del sida parecen tan oscurantistas como los prejuicios: no difiere mucho pensarlo una peste de homosexuales que un arma biológica para acabar con ellos.
- El misterio de la enfermedad en sus inicios crea interpretaciones diversas cargadas de ideología. La del 'castigo divino' desde sectores conservadores de la Iglesia, la de la 'peste rosa' desde la sociedad homófoba y desde ciertos círculos científicos, porque la ciencia no está libre de prejuicios. Y desde el lugar de los directamente implicados también se elaboraron diversas 'teorías de la conspiración'. La del arma biológica creada para matar homosexuales la presenta Reinaldo Arenas, que había sido perseguido por Castro para llegar a la libertad neoyorquina y contraer el virus... Pero en ese momento circulaban estudios científicos que pretendían demostrar que el sida era desde un arma biológica hasta un experimento médico mal llevado. Una de ellas, la más defendida pero difícil de comprobar, porque tendría que ser admitida y las consecuencias éticas y económicas serían inéditas, es que la epidemia tiene su origen en el uso de monos africanos (naturalmente inmunes al virus) en vacunas experimentales probadas en África en los años 60... Esta es la idea que personalmente más me convence, pero mi campo no es la ciencia, sería imposible, irresponsable incluso, emitir un juicio al respecto. Yo lo que examino son esas ideas, lo que Paula Treichler califica de 'epidemia de significación'. Cómo se significa el síndrome, qué sentidos se le adjudica, cómo se interpreta desde distintos sectores, cómo se escribe el sida, es decir, se confirman o se confrontan las ideas imperantes desde la literatura. Me interesó el síndrome desde una perspectiva cultural y literaria, en su contexto político: la Guerra Fría y sus paranoias, los procesos de neoliberalización en una América Latina vista como patio trasero de los Estados Unidos, y de fondo, la transformación poscolonial en África. El punto no es evaluar la verdad de las teorías sino la lectura de la peste, sus resonancias sociales, su contexto de producción.
- La idea del sida como forma de colonización, ¿no es ir demasiado lejos?
- Mucho más lejos fue ignorar la peste. Eso fue llevar la homofobia demasiado lejos. Aparece una epidemia sin precedentes y la respuesta estatal y social es negarla, dejar que la comunidad homosexual desaparezca. Ninguna idea se compara con esa política de brazos cruzados que fue también una práctica de aniquilación. Pero es necesario leer la idea de la colonización como metáfora, y que las metáforas surgen de un contexto: el telón de fondo de ésta son los cambios económicos y culturales vividos en el Chile postsocialista. Me parece que esta idea del sida como modo de colonización es de las más interesantes, y la enuncian desde Chile las Yeguas del Apocalipsis, la dupla artística formada por Pedro Lemebel y Francisco Casas. Lemebel volverá a ella en Loco afán, conectará la aparición del sida con la 'invasión' de políticas neoliberales estadounidenses e incluso con la llegada de un modelo homosexual gringo, rubio y musculoso, pero sobre todo viril, que amenaza con acabar con las locas que para Lemebel y otros autores latinoamericanos son el signo de diferencia de la homosexualidad latinoamericana.
- ¿No era contradictorio buscar que no se estigmatizara a los homosexuales por el virus y pensar que la idea del sida como "peligro para todos" excluía la homosexualidad del debate público?
- Quizá pueda parecer contradictorio, pero pienso que ambas son respuestas contra formas de invisibilización que podían conducir a la muerte de la comunidad más afectada. Son, además, dos momentos distintos. El primero consiste en luchar contra la acusación contra los homosexuales por portar la enfermedad (y por sus conductas sexuales), estigmatización que venía a justificar el silencio estatal bajo la consigna de que ellos se lo habían buscado. Así se neutralizaban sus exigencias de atención, un derecho ciudadano. Los homosexuales van a luchar por hacer ver a la ciudadanía que no se trata de culpas o responsabilidades, o de grupos o conductas de riesgo: le puede tocar a cualquiera. Ese discurso tiene un impacto inicial. Pero paradójicamente, en muchos lugares la respuesta a la amenaza ciudadana fue hacerse cargo de las mujeres y los niños y volver a poner la situación crítica de los homosexuales debajo de la alfombra. Ese silencio también es discriminación, es una manera de estigmatizar.