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La emergencia como condición poética en Leonardo Murillo
Presentación de En el centro solitario del solitario círculo, Luna de Sangre Ediciones, 2015
Por Pablo Lautaro Yáñez
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La poesía de Leonardo Murillo es significativa para un grupo importante de gente desde al menos diez años antes de que se lleve a cabo esta primera publicación. En un contexto en el que las facilidades técnicas y económicas para publicar se conflagran con la proliferación de editoriales independientes, llama la atención que Leonardo, quien fue un animador de la escena cultural en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile durante la segunda mitad de la década del dos mil, no haya publicado antes. Más significativo aún es que su primer libro sea una antología. Son doce o trece años de producción poética los que desembocan en un texto que muestra el proceso de constitución de una voz que no sé si se ha enterado de que entra en la gran poesía, aquella que logra ejercer el mismo oficio que los lectores de oráculos y videntes varios, mas es evidente que intuye su trascendencia, y lo deja entrever irónicamente en el título del poema “Premio Literario Leonardo Murillo”.
Su escritura articula una opción ética y estética a partir del resentimiento. El resentimiento social, ciertamente, adoptando la voz de quienes no alcanzaron a beber de la hoya del chorreo, pero también el resentimiento sexual, el resentimiento afectivo. Mas no aparece el resentimiento como la cantinela de aquel que no sabe sino quejarse: aquí es, precisamente, el punto donde el hablante murillesco despliega a la posibilidad de la re-articulación poética del mundo: es este inconformismo radical, este discurso de la lástima hacia sí mismo el que abre el verdadero despliegue de creación de mundos en el marasmo de lo cotidiano, donde radica la fuerza y la unicidad poética de Leonardo. Es una recolección rigurosa y elegante de las imágenes patéticas que permiten el despliegue de este hablante que, paradójicamente, mientras le canta a todas sus carencias, muestra también el mundo articulado desde el dominio de un yo que es capaz de encontrar néctar donde nadie más sería capaz de encontrarlo.
“Para Kasparov las piezas blancas y negras
parecen representar divisiones
de luz y oscuridad
Algo como el bien y el mal en el mismo
espíritu del hombre
se me cae el lápiz en la canaleta
y como un tobogán
se desliza hasta el último peldaño”
El bien y el mal se juegan en esa caída de lápiz. Es eso que uno no sabe si decir que es muy simple o muy complejo, si acaso es muy valiente o muy esperable que el hablante se enfrente a las profundidades metafísicas a partir de lo más cotidiano. La enunciación de Leonardo Murillo ha desjerarquizado lo alto y lo bajo:
“Las flamas son gigantes tristes, gigantes solos
huesos de pollo como dedos, Denver con lentes”.
Por supuesto, no es que uno se remita a que la voz murilliana accede a un plano que está “más allá” que lo cotidiano, como reproduciendo el prejuicio innecesario de la profundidad y la superficie. No, no se trata de eso, el arrebato místico está ocurriendo aquí y ahora:
“Entonces puedo llegar a decir
que soy Cristo al tomar mi desayuno
y que mi padre es Dios”
o
“Oh, sujeto:
mantén tu quietud
mientras miro el divagar
de mis ojos sin tránsito
Cristo, por favor
llora conmigo
Cuántos Calígulas aguantan tus alas”.
Es cierto que el tono en ambos fragmentos es diverso, pero participan de la misma forma de relacionarse con lo divino. Algo así como una espontánea estrategia, profundamente materialista, para despertar lo salvífico en el terreno de la experiencia:
“Una pompa viaja,
el niño sopla
y las palomas se agitan
Esta es la escena
en la que el sol se esparce
y entra en rostro, ojos y tiempo”.
Leonardo no emerge ahora, lo lleva haciendo hace tiempo. La condición de su poesía es la emergencia, se podría decir. Nuevamente, no sabemos bien todavía el significado de esto. Pero es un acontecimiento muy importante para todos nosotros.
