ANCLA DEL ALMA, DISOLUCIÓN Y BARBARIE Presentación de He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza. Ensayos de crónica filosófica.
Editorial Katankura, Santiago de Chile, noviembre 2021
Cuando un marinero observa la inminencia de una tempestad, echa el ancla y con ello se asegura. Así también, cuando un alma se fortalece en la confianza en Dios, ya no puede moverla la cruz, la tribulación o el miedo.
Wolfgang Helmhard von Hohberg (1675)
1. Brotación de lo siniestro
La tensión entre ruina y espíritu subyace al convulsionado devenir, en el presente histórico de este Chile que termina de precipitarse en un abismo sin abismo, vacío como una Nada inhumana, sin imagen, ni tiempo, ni espacio. Inconcebible e inefable. Pero dicha tensión arraiga en un acontecer mayor invisible, largamente incubado desde fronteras negras, imposibles y difíciles de describir, cuyas imágenes, trasuntos y huellas se muestran como irrupciones fragmentarias y estentóreas, aunque continuas y acaso prefiguradas, en su insoslayable concreción demencial y atroz.
Así, una vasta brotación de lo siniestro –y no un estallido social espontáneo y carnavalesco– se hizo patente con ocasión de los eventos de octubre de 2019, los cuales pudieran ser descritos en términos del avance de una instintividad sin espíritu y un pensamiento que no piensa: rasgos constitutivos de una deshumanización creciente y de una pendiente a la barbarie que se radicaliza con sus narcosis, seducciones, simulacros sin alma y corrupción del lenguaje, defenestrando así cualquier esfuerzo por conocer la realidad en su fondo, raíz y esencia, más allá de la inmediatez, el constructivismo sectario, y las apariencias estridentes e invasivas en contubernio con sus prestigios convenientes, oportunistas y envilecedores.
La expresión “instintividad sin espíritu” se refiere, específicamente, a un vacío del pensamiento, el cual irradia invertido como un fuego negro que arde pero no ilumina. Es una disolución radical y una quiebra, en que lo humano se extingue como capacidad de conciencia y de espiritualización, capacidad reflexiva e introspectiva, y capacidad de forjar una auténtica vida interior proveniente del interior, manifestadas a través del pensamiento, la memoria, la historia y la cultura.
Tal disolución se ha manifestado a través de la asonada de la horda de perros –los adoradores de Negro Matapacos–, con su destructividad gozosa, su inmundicia y ambición de poder, expansión y proliferación sin límites, trasuntadas en sus pretensiones refundacionales, construcciones de identidad y de realidad inmanentes, y trituración del ser en diversidades cada vez más atomizadas y autorreferentes[1].
En cuanto a la expresión “brotación de lo siniestro”, ésta describe la emanación difusa de un principio metafísico del mal, tanto en la aparente estabilidad, normalidad, felicidad y paz social, como en cualesquiera relaciones humanas pretendidamente “consolidadas”, de modo transversal y desde dentro. Recoge el sentido del término unheimlich, según Freud en Lo siniestro (1919), referido a lo que debía permanecer oculto pero que se ha manifestado.
No obstante, una brotación de lo siniestro también puede corresponder al presentimiento de la manifestación de dicho principio metafísico del mal, largamente incubada desde fronteras inhumanas sombrías y radicalmente extrañas. Tal presentimiento coincide con una especie de clima interior que irradia desde dentro como desde un mundo paralelo o una zona terror: negra, vacía e indescriptible, en tanto en cuanto carece de forma, imagen y expresión.
Una manifestación de ese principio metafísico del mal corresponde al carácter satánico o diabólico del fascismo, el cual remite a la violencia colectiva del todos contra uno, en términos de René Girard. Jn 8, 44, destacado por este autor, describe al Diablo como mentiroso, padre de la mentira y homicida desde el principio, señalando así el peso real de la mentira y sus derivados y asociados en la autodestrucción de las sociedades. Éstos son, entre otros: seducción, manipulación, impostura, simulacro, encubrimiento, ocultación, embuste, estafa, prevaricación, perjurio y traición. Dicho carácter satánico o diabólico apunta a la violencia acusadora, persecutoria y sacrificial perpetrada por grupos o multitudes homicidas, en cualesquiera situaciones de crisis sociales, procesos de polarización y luchas intestinas por el poder, barbáricas de suyo, en vistas a una autorrestauración o refundación de una comunidad. Junto con la mentira, es una faceta intrínseca tanto del fascismo como de cualesquiera otras formas de dominación, en que lo humano, personal e individual se extinguen o son aniquilados, transversalmente, pudiendo así tales acciones y actitudes ser encubiertas por discursos manipuladores, como los producidos por el mercado del victimismo y su unilateralidad conveniente y facciosa, desplegados obscenamente desde el inicio de la asonada de octubre de 2019.
Por ejemplo, el saqueo y la quema de iglesias, así como la furiosa destrucción de imágenes de Cristo en la vía pública, son profanaciones de espacios e imágenes sagrados, vitoreadas por la horda vociferante y bestial, incluidos sus intelectuales serviles, complacientes y sólo en apariencia racionales, conscientes y elevados. Pues tales acciones remiten a la condena a muerte de Cristo, decidida por la turba desde un triunfalismo cruento, mimético y cortoplacista.
2. Los huesos del Soldado Desconocido y la putrefacción de la “primavera de Chile”
El 21 de octubre de 2021, luego de una nueva conmemoración de la “primavera de Chile” con vandalización y saqueos que se extendieron entre el 18 y el 20 de octubre, el Ejército retiró la urna con los restos del Soldado Desconocido desde la Plaza Baquedano, en un acto solemne[2]. Al día siguiente, un grupo de encapuchados quemó el lugar donde había estado sepultada la urna desde 1931[3]. Una fotografía publicada el 14 de marzo de 2020 muestra la profanación de la tumba del Soldado Desconocido, cuya lápida aparece cubierta por restos de basura quemada[4]. Dicha lápida había sido creada por el escultor chileno Guillermo Córdova (1869-1936), discípulo de Nicanor Plaza y Auguste Rodin.
Los huesos constituyen la parte más firme y duradera del cuerpo. Han sido considerados como elemento permanente y primordial del ser, símbolo de lo esencial y soporte de lo visible. Para ciertos pueblos, el alma más importante reside en los huesos[5]. Para sociedades cazadoras indígenas de Mesoamérica, como los lacandones, “los huesos se consideran elementos activos, portadores de esencias anímicas y (…), por lo tanto, no pueden ser manejados como desechos”[6].
La quema del lugar donde estaba la urna con las reliquias del Soldado Desconocido, trasunto de las almas de los muertos y desaparecidos durante la Guerra del Pacífico (1879-1884), así como la quema de basura sobre su lápida casi un año y medio antes, no son distintas de la destrucción del Cristo de la Iglesia de la Gratitud Nacional, en 2016, ni de la quema de iglesias y destrucción de monumentos, a partir de octubre de 2019. En todos estos casos, se trata de un proceso de iconoclastia o extinción simbólica –consistente en una devaluación del peso simbólico y real de la imagen en el curso de los siglos, quedando reducida a su sentido propio–, unido a una ignorancia, una voluntad de aniquilación y disolución, y un vacío del alma, propios de la instintividad sin espíritu antes referida: regresiva, primitiva y mutiladora de suyo.
Estos hechos permiten suponer que, desde antes del principio, la intención de la horda de perros era quemar los huesos del Soldado Desconocido. Y no con propósitos de sublimación o purificación, sino de abierta y complaciente destrucción, disolución y desaparición.
El episodio referido remite a un relato del profeta Jeremías, quien anuncia que los huesos de los reyes y príncipes de Judá, y de los sacerdotes, profetas y moradores de Jerusalén, serán sacados de sus tumbas, dispersados y convertidos en estiércol, para no ser recogidos ni sepultados más[7]. Esta profanación de las tumbas, en que los huesos son degradados y reducidos a basura y estiércol, es la imagen de una completa desacralización, corrupción, contaminación, disolución y aniquilación.
Por otro lado, existe una relación de analogía entre dicha profanación y la llamada Operación Retiro de Televisores, ejecutada en 1978, como parte de la institucionalización de la tortura y la desaparición forzada en Chile, consistente en la remoción planificada de restos de detenidos-desaparecidos, con el fin de borrar todo rastro de su existencia. Su práctica también contemplaba la quema de dichos restos, aprendida del nazismo.
Finalmente, un episodio similar tuvo lugar en 1998, tras el regreso de Pinochet desde Londres, en el marco del proceso de su desafuero, con el fin de enjuiciarlo en Chile. Un grupo de sus partidarios quemó una bandera soviética y otra española frente al Palacio de Justicia, y, sobre sus brasas, quemó huesos de vacuno, como una forma de burlarse de los familiares de los detenidos-desaparecidos.
Entonces, ¿cuál es la diferencia de principio entre la quema de basura sobre la tumba del Soldado Desconocido, la quema del lugar donde estuvo hasta antes de su retiro, la quema de restos de detenidos-desaparecidos en el marco de la Operación Retiro de Televisores, y la quema de huesos de vacuno por partidarios de Pinochet?
La barbarie pareciera actuar como una fuerza autónoma y atemporal, cuya concreción y materialidad se manifiestan en distintos grados de intensidad y virulencia, en el tiempo. Así, sus vestigios e imágenes muestran un hilo conductor en el presente, como si, de algún modo, se cerrara un círculo en el mismo punto de inicio, sin posibilidad de transformación ni de superación: la obscena exhibición de la putrefacción de la “primavera de Chile”, en su imposibilidad de superar la barbarie de la dictadura militar-civil y su posteridad, y a las que, en algún instante de su encumbrada y ciega vanagloria, creyó vencer legitimando manipuladoramente su propia barbarie.
En Defensa de Violeta Parra, Nicanor Parra incluyó los siguientes versos:
Los veteranos del Setentaynueve
Lloran cuando te oyen sollozar
En el abismo de la noche oscura
¡Lámpara a sangre!
Estos versos dan cuenta de una profunda conexión espiritual y emocional de Violeta con el corazón de aquellos antiguos veteranos de la Guerra del Pacífico, vivos aún en su época, marcada por un sufrimiento tal vez sin tiempo, aunque decantado históricamente, el cual ella supo plasmar en su obra, desde su misteriosa interioridad y sensibilidad abismal. ¿Qué habrán evocado, qué habrán sentido ellos al escucharla? ¿Qué puentes pudo haber tendido ella con su arte, entre esos hombres y el corazón de ellos?
Y, sin embargo, tales versos también sugieren que sus almas antiguas lloran del otro lado de la muerte, “en el abismo de la noche oscura”, al escuchar sollozar a Violeta. Esto muestra la radicalidad de su sensibilidad, profundidad y capacidad de conexión con otras esferas espirituales, incluso más allá del tiempo y el espacio. De ahí su transformación en “lámpara a sangre”, capaz de dar forma e iluminar ese vasto sufrimiento colectivo, para hacerlo consciente, proceso en que vida y obra se realizan, unificándose.
Pero la pretendida refundación en curso y su engañoso carácter “civilizatorio” son ajenos a la memoria de una tradición arcaica en esa línea, ateniéndose a la inmediatez, el cortoplacismo y la conveniencia, desde un constructivismo discrecional y selectivo, lo cual es otra forma de barbarie y disolución, propia del fascismo y sus burocracias del infierno. Son indicios que apuntan a nuevas inquisiciones en el ámbito cultural, como si la destrucción institucionalizada de la memoria durante la dictadura militar-civil no hubiese sido suficiente.
El plural de la horda se expande hasta la muerte: su barbarie sin límites ni fondo, su fosa maldita poblada de monstruos y desperdicios humanos. Y sus hogueras de fuego negro en el interminable final, quemando basura acumulada sobre tumbas antiguas, como la del Soldado Desconocido.
Refundación, mutilación o abierta aniquilación de la memoria: imágenes oblicuas y obscenas de un intersticio de la realidad visible e invisible, como provenientes de una zona terror.
3. Ancla del alma, Ausencia y Cifra de Dios
La imagen que ilustra la portada de este libro pertenece al emblema Morale XXXI, Spes & patientia vincunt, extraído de Octoginta emblemata moralia nova, Francfort 1630, de Daniel Cramer (1568-1637), humanista alemán de confesión luterana. Fue profesor de lógica en la Universidad de Wittenberg, editor de la Biblia luterana y traductor de una parte del Antiguo Testamento (Esdras 3 y 4, Macabeos III), edición de Weimar. Es autor de obras filosóficas, teológicas y de emblemática[8].
Morale XXXI incluye cuatro breves poemas en latín, alemán, francés e italiano, basados en Rm 12, 12: “con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación”[9]. El principal de éstos, en latín, es parte del emblema.
Esta imagen muestra un círculo encerrado en un cuadrado y, dentro del círculo, un hombre cautivo en una celda, con sus piernas inmovilizadas en un cepo. Solo. Muy cerca se ven unos grilletes y, en primer plano, una enorme ancla. En medio de esa soledad, encierro e imposibilidad de caminar, el hombre toca un laúd, ante unas partituras abiertas sobre el cepo. El poema en latín, incluido en la imagen, puede ser traducido así:
Los que se complacen en la esperanza [son]
los que resisten en la tribulación.
La esperanza y la paciencia triunfan.
Cautivo en el cuerpo, soy libre en la mente, [y] doliente
me complazco, así el ancla fiel de la esperanza me afirma[10].
La intolerable tensión entre la tribulación y el cautiverio padecidos en el cuerpo, por un lado, y la libertad en la mente sustentada en la esperanza y la paciencia, por otro, parecieran resolver en una conjunción de opuestos: “doliente me complazco”, experimentada física y psíquicamente.
La enorme ancla o áncora aparece extendida más o menos en el mismo nivel que el hombre con su laúd. Tal disposición señala una relación analógica constitutiva de su integridad. La música y, sobre todo, la interpretación musical, en cuanto arte del movimiento y de la acción, eminentemente corporal, es una afirmación de la única libertad con que aquél cuenta: una libertad en la mente, que es presentada como una interpretación musical interior ofrendada ante lo invisible. Ésta remite no sólo al orden, el número y su simbolismo, consideraciones propias de la música de aquella época –uno de cuyos grandes exponentes fue el laudista inglés John Dowland (1563-1626)–, sino también a la corporalidad, inherente a la encarnación, unida a la emoción y al anhelo de una integración del ser y la realidad en Dios.
El laúd se relaciona con otros instrumentos de cuerda pulsada, como la lira, la cítara, el sitār, la guitarra y el arpa. Más generalmente, la lira ha sido considerada:
el símbolo y el instrumento de la armonía cósmica (…). En la iconografía cristiana evoca la participación activa de la unión beatífica[11].
Pero esa armonía también se refiere al alma humana en sus tempestuosas relaciones consigo misma, con el mundo y con Dios. Y si este hombre aparece tocando el laúd en condiciones imposibles, de radical adversidad, es porque los contrastes presentados en esta imagen también señalan el duro camino de acceso a Dios, a través del don de la fe unido a la esperanza, simbolizada por el ancla o áncora, conforme al contexto dado por Rm 12, 12, en que se basan los poemas.
*
El ancla ha sido considerada tradicionalmente como símbolo de firmeza, solidez, tranquilidad y fidelidad[12]. En su Epístola a los Hebreos, san Pablo se expresa en términos de:
(…) los que buscamos un refugio, asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma (…)[13]
Así:
El ancla, símbolo clásico de la estabilidad, se convertirá, en la iconografía cristiana del siglo II, en la imagen privilegiada de la esperanza[14].
Esta recóndita fe o confianza en Dios sustentada en la esperanza, ancla del alma en Cristo, según san Pablo, se expresan a través del único movimiento que este hombre es capaz de realizar en medio de su soledad y cautiverio infernal: tocar el laúd a modo de ofrenda, que es como ofrendar su propia alma ante un Dios invisible, cuya manifestación es la cifra doliente de la pregunta por Su Ausencia. Así, este sufrimiento pareciera resolver en una encarnación silenciosa, perseverante y oculta como una incubación desarrollada desde una realidad paralela: una interpretación musical interior en busca de la Cifra de Dios, más allá del lenguaje hablado y de lo conocido por aquel hombre hasta ese momento crítico, extremo y mortal.
Antonius Block, el caballero protagonista de El séptimo sello, de Ingmar Bergman (Suecia, 1957), sufría por no poder percibir a Dios con los sentidos, lo cual expresa un anhelo constitutivo de la naturaleza humana. Para él, la fe era como amar a un ser oculto en las tinieblas que no se manifiesta. Esta cinta está ambientada en la Edad Media, pero problematiza la fe en términos que se refieren al Silencio de Dios en la época de Bergman: amar a un ser oculto en las tinieblas que no se manifiesta, y, aun así, guardar la esperanza de hallar una puerta invisible que conduzca a su cifra misteriosa.
Esta búsqueda imposible y su impronta vital se muestran mediante los contrastes que Cramer presenta en su emblema, conservado desde el siglo XVII hasta la época actual, como testimonio de una faceta de la precariedad constitutiva de la naturaleza humana, en sus relaciones con lo divino.
4. Muéstrame los signos, nuevamente
He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza. Ensayos de crónica filosófica reúne trabajos elaborados entre 2014 y 2021. El título remite al Canto XXXIV del Infierno en La divina comedia, de Dante Alighieri (1265-1321), marcando así una continuidad con Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo (Editorial USACH, 2015).
El hilo conductor de esta obra, en cuanto imagen, experiencia y acción, se concentra en el proceso de ruina moral y espiritual de Chile, el anhelo del Espíritu y del despliegue de su fuerza en movimiento, y la búsqueda de la Cifra de Dios, frente a la oscuridad infernal, la pendiente a la barbarie en curso, la precariedad del conocimiento humano, la maldad unida al estado de inconsciencia, y la Ausencia de Dios.
Tales anhelos y búsquedas, sustentados en una sombría esperanza ejercida como desde las mazmorras, son los elementos que unen el cuerpo de esta obra con el emblema de Cramer que ilustra su portada. Se trata de la dimensión íntima de la sentencia: “He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza”, que Virgilio dirige a Dante ante la portentosa figura de Lucifer, en el último círculo del Infierno.
La obra se compone de catorce ensayos, agrupados en tres partes, un prólogo y un epílogo. Presentan una perspectiva del Infierno, fundamentada en la Primera Parte. La Segunda Parte muestra una direccionalidad determinada por la violencia concentrada que se desplegó desde octubre de 2019, junto con la peste mundial, que hizo patente facetas siniestras de la cotidiana y mecánica farsa social anterior, como la fragilidad de los vínculos familiares, o la incapacidad de las mentes masificadas de estar a solas consigo mismas.
No obstante, los dos últimos ensayos de la Tercera Parte, sobre todo, dedicados a Sergio Salinas Roco (1942-2007), crítico y estudioso del cine, señalan la prefiguración, constitución y permanencia de una imagen interior: un trasunto de la inescrutable inteligencia de Dios, en el devenir del Infierno de este Chile que termina de hundirse; un acontecimiento insólito y excepcional, un intersticio en el espacio-tiempo, inmerecido por esta patria de hordas siempre ganadoras, que liquida o deja morir a sus mejores elementos.
Esta obra propone los siguientes conceptos: espíritu, instintividad sin espíritu, pensamiento que no piensa o pensamiento sin alma, crónica filosófica, marca histórica de la obra, interior hermético, visión de mundo, magia negra estructural total, ilimitado amor imposible, lumpenconsumismo, narcofascismo, privilegio de la impunidad de los amos, y psicopatía estructural de la sociedad. Otros conceptos, con entendimientos basados en fuentes antiguas y contemporáneas, son: fuego negro, madre terrible, relevancia filosófica e inteligencia del Espíritu.
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Agradezco a Luis Martínez Solorza, editor del sitio Escritores y Poetas en Español, por su gran generosidad, quien durante años ha difundido mis trabajos, parte de los cuales se encuentran en este libro, en versiones extendidas y revisadas.
Agradezco, asimismo, a Editorial Katankura, en especial a sus editores literarios Gonzalo Geraldo y Juan Carlos Vergara, por su consideración e interés en publicar esta obra, en el marco de una línea editorial dedicada al ensayo nacional histórico y contemporáneo, como contribución a “la elucidación de la época presente atendiéndose a los procesos hondos que la atraviesan”, según sus términos.
Un misterioso acontecer desde mundos desconocidos y espacios de encuentro impensados, derroteros de otros futuros, energías y moradas del ser y del alma.
Valparaíso, 9-26 noviembre 2021/15, 30 enero-2 febrero 2022
Presentación de He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza. Ensayos de crónica filosófica, de Lucy Oporto Valencia. Editorial Katankura, Santiago de Chile, noviembre 2021. Realizada el sábado 27 de noviembre de 2021, Galería Mackenna, Vicuña Mackenna 38, Providencia, Región Metropolitana. Presencial. Participaron, junto a la autora, Constanza Michelson, Cecilia Sánchez, Gonzalo Geraldo y Juan Carlos Vergara.
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Notas
[1] “Asonada”: “Reunión tumultuaria y violenta para conseguir algún fin, por lo común político”. Real Academia Española, Diccionario de la lengua española. Versión digital. El primero en usar este término para referirse a los eventos de octubre de 2019, fue Arturo Fontaine: “Escribo estas líneas tratando de comprender esta asonada que no comprendo del todo, y atribulado por el inmenso dolor causado a la población. La imagen que queda: el fuego. Las llamaradas devorando lo construido a través de muchas generaciones sucesivas, como si el mensaje fuera: quememos lo que existe”. Arturo Fontaine, “Asonada en Chile”, letraslibres.com, 24. 10. 19. Este término también ha sido usado por Sergio Muñoz Riveros en algunas de sus publicaciones, tales como “La subcultura del victimismo”, latercera.com, 8. 9. 21.
[5] Cf. Jean Chevalier/Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos (1969). Herder, Barcelona, 1991, p. 580. (Trad. Manuel Silvar /Arturo Rodríguez). “Hueso”.
[6] Alice Balsanelli, “‘Quemar huesos es cosa del demonio’: la prohibición de quemar los restos óseos de las presas entre los lacandones del norte”. EntreDiversidades. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, Vol. 8, Núm. 2 (17), julio-diciembre 2021, p. 30.
[7] “En aquel tiempo –oráculo de Yahveh– sacarán de sus tumbas los huesos de los reyes de Judá, los huesos de sus príncipes, los huesos de los sacerdotes, los huesos de los profetas y los huesos de los moradores de Jerusalén, y los dispersarán (…), para no ser recogidos ni sepultados más: se volverán estiércol sobre la haz de la tierra”. Jr 8, 1-2. Biblia de Jerusalén. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975.
[8] Fernando González Muñoz, “Papismo, mahometismo y el árbol de las herejías”, en MEDIEVALIA 19/2 (2016), p. 212.
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ANCLA DEL ALMA, DISOLUCIÓN Y BARBARIE.
Presentación de "He aquí el lugar en que debes armarte de fortaleza. Ensayos de crónica filosófica".
Editorial Katankura, Santiago de Chile, noviembre 2021.
Lucy Oporto Valencia