A cinco años del fatídico 18 de octubre de 2019, aún no ha sido posible determinar cabalmente la verdad, ni la naturaleza, ni las causas, ni el objetivo de los acontecimientos iniciados entonces, en toda su profundidad y desmesura. Tampoco existe un acuerdo acerca de cómo llamar a lo ocurrido. El término “estallido social” se difundió rápidamente, permaneciendo hasta la fecha junto a otros, de connotaciones ideológicas, aunque en segundo plano, tales como “revuelta”, “revuelta popular”, “rebelión” o “insurrección”. Todos estos términos señalan, en mayor o menor grado, el carácter colectivo, masivo, indiferenciado y aparentemente espontáneo de dicho acontecer. Algunos han apelado a una especie de soberanía y legítima voluntad popular, con vistas a su justificación.
“Estallido” reafirma una y otra vez su pretendido carácter espontáneo y repentino, de “acontecimiento sin causa”, como insistiendo en un presente eterno: sin planificación, ni responsables, ni consideración de las consecuencias de tales acciones perpetradas a mansalva y a gran escala, incluso por imitación, en la deriva de ese acontecimiento irracional y barbárico: tener, poseer, destruir.
En consecuencia, el término “estallido social” es inapropiado para describir lo sucedido, ya que concentra la atención en el solo efecto, cuyo impacto eclipsa tanto la visión de sus causas como la reflexión e indagación acerca de éstas.
La irracionalidad de no pocos académicos ante el despliegue de esa violencia es un hecho especialmente reprochable. Se trata de personas que tuvieron, mayoritariamente, la opción de estudiar fuera de Chile, financiadas por el Estado; que aprendieron idiomas, pudieron acceder a mejores bibliotecas que las chilenas, y tuvieron la posibilidad de conocer otras culturas, enriqueciendo así su formación. Considerando tales posibilidades de aprendizaje y fortalecimiento de sus capacidades cognitivas, ¿cómo pudieron legitimar tal despliegue de violencia, justificándola teórica y unilateralmente?
Varios creyeron ver en esa violencia colectiva la realización de la revolución truncada en 1973, aunque dicha inclinación ya era observable en 2011, en el marco de las movilizaciones estudiantiles protagonizadas y encabezadas por Gabriel Boric, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, primer hito relevante en sus carreras políticas. Los firmantes del Manifiesto de historiadores, aparecido ese año, creían estar ante un proceso revolucionario:
Si no ha llegado aún el tiempo de las alamedas, ha brotado con fuerza la voluntad de poder de la nueva generación para presionar sobre ellas hasta lograr su verdadera Apertura histórica. (…)
Consideramos, en primer lugar, que estamos ante un movimiento de carácter revolucionario anti-neoliberal.[1]
Otros índices de dicha irracionalidad pertenecen al orden de la imagen y el inconsciente colectivo: entre otros, la quema de varias iglesias e instituciones culturales; el perro Negro Matapacos, ícono e ídolo de esa supuesta “revuelta popular”; el encarnizamiento contra la escultura del General Baquedano y, últimamente, la recuperación del culto a la figura de Émile Dubois, el santo asesino venerado en Valparaíso. Expresan transformaciones y prefiguraciones de esa misma violencia, la cual pudiera volver a manifestarse en el futuro de otro modo.
Pero los hechos iniciales no fueron espontáneos, ni sus efectos efímeros, empezando por la quema del Metro. A todas luces, un acto planificado, con una organización coordinada, insumos, profesionales calificados, financiamiento, logística y dirección. Tal vez, la operación de un comando paramilitar, como sugirió Alfredo Jocelyn-Holt, a los pocos meses.[2]
Lo ocurrido el 18 de octubre de 2019 fue, más bien, el inicio de una “asonada”; esto es, una “reunión tumultuaria y violenta para conseguir algún fin, por lo común político”,[3] a juzgar por la sofisticada planificación exhibida al comienzo. Asimismo, sus reacciones y efectos, así como su extensa duración, también pudieron haber sido contemplados por sus autores intelectuales: saqueos, destrucción de la infraestructura pública y privada, ataques a comisarías, indiferenciación carnavalesca; impronta refundacional manifestada en distintos niveles: ideológico, estético, intelectual, pseudocultural; una especie de barbarie prerrevolucionaria, si cabe; suspensión del tiempo, en medio de una algarabía mimética que celebraba la destrucción de todo; legitimación y consolidación del lumpen y las barras bravas: impostura insurreccional, victimista y autocomplaciente.
De ahí, el llamado “octubrismo”. José Joaquín Brunner propuso dos descripciones de este fenómeno.
La primera se enfoca en los hechos y sus trazas ideológicas. En efecto, los octubristas:
se identifican con la revuelta antisistema del 18-O y el significado político-cultural que tiene un levantamiento violento contra el Estado, las instituciones y lo establecido.
Asimismo:
creen en la horizontalidad de las asambleas, los gobiernos plebiscitarios, el autoritarismo carismático y la presencia de las masas en las calles como un entorno para desestabilizar y anular las normas del orden político y la convivencia social.[4]
La segunda se enfoca en “la autocomprensión y los relatos” emanados de lo ocurrido, relativos a “la naturaleza de la revuelta”, más bien que en los hechos mismos. No obstante, con excepción de sus designaciones del acontecimiento inicial, presenta el espíritu desplegado en esos días con bastante precisión:
el octubrismo no es una ideología, ni un partido, ni siquiera un movimiento. Es (…) el espíritu de la revuelta; esto es, del ‘estallido social’ que tuvo lugar el 18-O; una verdadera explosión de violencia en las calles dirigida contra el sistema, el orden establecido, sus signos y símbolos, su organización bajo la forma de Estado, la legalidad y la policía que lo expresan; contra la esfera política –partidos, elites, medios de comunicación, tecnócratas e intelectuales– y contra la sociedad civil en su equipamiento público comunitario y comercial, bancario, eclesiástico, escolar, patrimonial y de memoria histórica.[5]
Tiempo después, se intensificaron las llamadas cancelaciones y exámenes de pureza ideológica –ya presentes con anterioridad, en el marco del llamado Mayo Feminista, por ejemplo–, que son prácticas coactivas destinadas a lo mismo: aplicar un determinado molde ideológico unilateralmente, para justificar una supuesta necesidad colectiva de destrucción y refundación, con vistas a un proceso revolucionario.
Aquel día comenzó, o se hizo patente, un proceso social altamente nocivo, que contó con una adhesión masiva y transversal, extendiéndose al resto del país durante meses, hasta que la peste, brotada en marzo de 2020, detuvo su avance.
2. Grupos anarquistas, lumpenización y nihilismo
Destaca, por su impronta disolvente, la participación de grupos anarquistas en el ejercicio sostenido de la violencia callejera, la vandalización de infraestructura pública y privada, y las acciones de la llamada Primera Línea, ovacionada en el edificio del ex Congreso Nacional, en enero de 2020. Considerado en retrospectiva, este último evento fue una muestra de legitimación institucional y una prefiguración, al más alto nivel, de la lumpenización y la barbarie, cuya destructividad se ha ido haciendo patente durante los últimos años.
Aunque tales grupos han pretendido tener cierta base teórica, su aporte al desarrollo de la inteligencia y la sociedad ha sido nulo. Su único interés es reducir las bases institucionales a la nada, empezando por el Estado, al que consideran coercitivo per se. De ahí, su odio enconado a la policía, sin la cual no pueden vivir. O ciertos eslóganes, ya convertidos en lugares comunes, que surgen esporádicamente, con ocasión de la defensa de alguno de los suyos. Por ejemplo: “No están todos. Faltan los presos”, es una muestra de su trasfondo ideológico y pseudointelectual, según el cual, los presos comunes, sin excepción, serían “presos políticos”, sólo por actuar al margen del Estado y las leyes. De ahí, también, su condescendencia y complicidad con la lumpenización, en tanto modelo vindicativo de desafío al orden, sea cual sea.
Dicho comportamiento es una forma de impostura insurreccional con pretensiones heroicas, que encubre un nihilismo ya enquistado. Sus atentados con artefactos explosivos, entre otros, sólo tienen por objetivo la destrucción misma.
El único destino de tales grupos anarquistas es seguir condiciendo con la delincuencia, no sólo motivados por una pretendida convicción ideológica, si cabe, sino porque no tienen otra opción que seguir delinquiendo; porque quizás no saben hacer otra cosa; porque su juventud desafiante con aspiraciones insurreccionales se acaba rápido; porque esa delincuencia “libertaria” es una farsa; y porque de lo falso e inconsistente se sigue cualquier cosa.
Pero no por eso su agresividad ha sido menos eficaz: fueron parte de la asonada de octubre de 2019, y han colaborado de modo persistente en la degradación de la educación pública, mediante las acciones de los llamados “overoles blancos”.
Por otro lado, si bien la tenencia ilegal de armas y explosivos pareciera expandirse impunemente, favoreciendo el actuar de tales grupos, uno de los desafíos que pudieran estar enfrentando hoy, para sumar aliados, es el progreso de una violencia mucho más brutal y aterradora que la conocida y perpetradas por ellos: la del crimen organizado, que abarca prácticas atroces como el sicariato, la extorsión, el secuestro, la tortura y el descuartizamiento, entre otras, o grandes operaciones, como el reciente asalto a una sucursal de la empresa de valores Brink’s, en Rancagua.
No es que exista necesariamente un rechazo transversal a la violencia, y que esto pudiera ser un obstáculo para las operaciones de dichos grupos anarquistas, ni que éstos se hayan vuelto inofensivos, sino que la violencia actualmente practicada es mucho más potente y virulenta que la concebida por ellos, hasta ahora.
Por lo demás, con independencia de si existen o no vínculos entre esos grupos y el crimen organizado, su impostura insurreccional y su condescendencia con el lumpen, la disolución y el socavamiento de todo orden, son funcionales, por sí mismas, al avance y legitimación social de aquél.
La descomposición social y la anomia no han morigerado. La corrupción de las fuerzas espirituales continúa de otra manera, y ese envilecimiento pudiera ser una condición para el despliegue de más barbarie, en obediencia al violento deseo de reducir todo lo que hay a la nada, a lo sin gobierno ni autogobierno, ni jerarquía, ni estructura, como en el caso de los anarquistas y sus continuadores –de la facción que sean–, o del crimen organizado y sus esbirros. Ambos han ostentado con orgullo y prepotencia su nihilismo programático, militante y conducente a la oscuridad de la pérdida de sentido tanto de la vida como de todo aporte constructivo al desarrollo de la capacidad de conciencia y de Chile.
“Ácrata”, expresión cara a los anarquistas, deriva del griego akratés: “débil, impotente; no dueño (…); incapaz, incontinente, intemperante”. Y éste, de akrasía o akráteia: “incontinencia, falta de dominio de sí mismo”.[6] Efectivamente, si tales fuerzas son incapaces de gobernarse a sí mismas, entonces son incapaces de gobernar nada, absolutamente nada.
3. Causas ocultas, efectos persistentes
A medida que pasan los años, la proposición inicial de las causas del llamado “estallido social” se alejan cada vez más, a la luz de la crítica situación del país, que se precipita sostenidamente hacia la consolidación del crimen organizado, mientras sus instituciones van tornándose inútiles y vacías tanto de contenido como de sentido.
En 2019 se estableció, sin grandes resistencias, aunque también debido a la confusión reinante, que tales causas eran sociales y políticas, en continuidad con las movilizaciones de 2011. Entre otras, demandas por educación pública, gratuita y de calidad; pensiones y salarios dignos; término de situaciones abusivas en distintos ámbitos, desde las empresas hasta la privacidad del hogar.
Sin duda, estas necesidades eran reales y siguen siéndolo. Más aún, han ido recrudeciendo en estos años. Pero, dada la planificación de la asonada en su fase inicial y sus secuelas hasta la fecha, dichas causas parecen haber sido una excusa manipuladora con vistas al inicio de un proceso de derrumbe institucional paulatino, cuyo fondo y destino son desconocidos, aunque, por el momento, no existan indicios de que vaya a terminar.
En lo concerniente a las causas profundas de tal hito histórico, reina la incertidumbre, por mucho que se pretenda acusar a determinadas fuerzas políticas. Sin embargo, el devenir del país con posterioridad a esa fecha, coherente con el despliegue de la asonada, indica que sus causas son mucho más intrincadas de lo que parece, a simple vista.
El Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, firmado el 15 de noviembre de 2019, una oportunidad para que Boric ascendiera un paso más en su carrera política, fue un intento por controlar una escalada de violencia que se había salido de madre, amenazando con radicalizarse aún más, y una reacción ante la coacción y la extorsión propias de una violencia de carácter golpista, que buscaba derrocar al Gobierno de Sebastián Piñera. En 2023, éste declaró que los eventos de octubre de 2019 habían sido una tentativa de “golpe de Estado no tradicional”.[7]
Hubo, además, dos procesos constitucionales fallidos. Ambos, con una impronta refundacional y militante, en mayor o menor grado, pero ajena a las necesidades de la población. Fueron rechazadas no necesariamente en defensa de la Constitución de 1980 reformada, sino porque la implementación de tales proyectos hubiese conducido a una destrucción mucho más violenta de la institucionalidad del país, ya dañada internamente, desde antes de 2019, empezando por la asociada a la educación y la salud públicas.
Pero nada de esto ha impedido el avance de la violencia, ni su transformación por la expansión del crimen organizado –cuyas prácticas barbáricas no son muy distintas de las ejecutadas durante la dictadura–, en una escalada que se precipita cada vez más brutalmente, a pesar de los periódicos operativos de las policías.
El Gobierno de Boric carga con la máxima responsabilidad de tal situación, desde la época en que él, junto a Vallejo y Jackson integraban la llamada “bancada estudiantil”. Ésta comenzó a operar en el Congreso Nacional, a partir de 2014, bajo la segunda administración de Bachelet, votando en contra de todos los proyectos en materia de seguridad y control de la inmigración ilegal. Por su parte, las administraciones anteriores son responsables de no haber prevenido esta lacra de modo eficaz, bajo el espejismo de que “esas cosas no ocurren en Chile”, y sobre la base de un exitismo económico ciego, unilateral y autocomplaciente.
Asimismo, la escalada de violencia del crimen organizado ha ido avanzando junto a índices de violencia de otro orden, transformándose en el problema que amenaza más peligrosamente la estabilidad del país. Si bien existen estadísticas que cuestionan la llamada “percepción de inseguridad” –otro lugar común–, en los hechos, no existe el mal menor, ni meras percepciones subjetivas, para quien padece ese mal.
Tales índices de violencia pertenecen al orden de la cotidianeidad, la convivencia, las relaciones interpersonales y la cultura, determinadas ideológica y funcionalmente, acusando una polarización cada vez más insidiosa. Por sólo mencionar algunos:
1. Politización de todo lo que hay. De ahí, una abierta instrumentalización del arte, por ejemplo, como ocurrió a propósito de una reciente exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, en favor de la promoción de una perspectiva de género dogmática y de una ofensiva antioccidental, que remiten al proyecto fallido de la primera convención constitucional.
2. Cancelaciones y exámenes de pureza ideológica, como en el reciente caso de Isabel Amor, funcionaria pública afín al Gobierno, removida de su cargo al cabo de dos días, por ser hija de un condenado por crímenes de lesa humanidad.
3. Y, en esta misma línea, clasificaciones, con el fin de señalar, controlar, reducir, someter y, finalmente, destruir. Tal era el horizonte de las prácticas que enfrentaron académicos e investigadores, con ocasión del acampe en la Casa Central de la Universidad de Chile.
Éstas son formas de persecución y de violencia colectiva aparentemente menos graves, en comparación con la violencia espectacular y exhibicionista del crimen organizado. Pero no por eso son menos corrosivas de vidas individuales, expuestas a la precariedad económica, la soledad, y el temor ante tales amenazas a su integridad.
¿Qué oscuras fuerzas se desplegaron desde el interior del alma humana, en aquellos días, con efectos persistentes en Chile? ¿Qué fuerzas, capaces de nivelar delincuentes, barras bravas, falsos luchadores sociales, artistas y académicos, con vistas al derrumbe de toda estructura, sin más?
Tal situación podría ser descrita como una quiebra de la racionalidad –en términos de Agustín Andreu–, que impide una comprensión de la realidad en su fondo, dada la ausencia de un principio rector del pensamiento.[8] Éstas son algunas de sus secuelas: instintividad sin espíritu, vacío del alma, oscurecimiento o socavamiento de imágenes interiores directrices de la conciencia, renuncia a la capacidad de pensar, desfondamiento y corrupción del lenguaje, voluntad de envilecimiento, y relaciones interpersonales entregadas a la manipulación, la dominación y la aniquilación.
Dicha situación ha sido continua desde entonces. Sin embargo, a pesar de su irracionalidad, ha ido configurando un clima interior, una direccionalidad, una estructura y un objetivo, aunque indeterminado por ahora: desde el ámbito institucional, en sentido amplio, hasta la intimidad en su máximo aislamiento y soledad, casi a punto de desaparecer. Paralelamente, es ostensible la expansión invasiva y parasitaria de las manifestaciones pseudoculturales del crimen organizado: sus producciones sonoras, su pseudoestética, la ostentación de las vidas de sus soldados destinadas a una muerte temprana, en función del poder, la figuración y el dinero; sus narcofunerales con escolta policial; y sus sórdidas prácticas de magia negra.
Al mismo tiempo, avanza la destrucción del espacio público y la fragmentación social; las luchas intestinas por el poder en todos los niveles; y, en la línea del primer proyecto constitucional fallido, ciertas “agendas”, como la relativa a los llamados “niños trans”, de suyo incapaces de tomar decisiones drásticas a tan temprana edad, acerca de su cuerpo y su vida futura. Es como si tales políticas públicas buscaran producir una nueva especie humana en serie, mutilada de raíz, con fines inimaginables.
4. Cataclismo antropológico
A cinco años de la asonada de octubre, el futuro de Chile se torna cada vez más incierto, conforme la violencia va transformándose, como si se tratase de un organismo o una fuerza autónoma.
Dado el sostenido progreso del crimen organizado, ¿es posible que, desde antes del principio, la planificación de tal acontecimiento haya estado bajo su dirección? ¿Quiénes lo planificaron? ¿Agentes del crimen organizado transnacional? ¿Fuerzas políticas, cuyas expectativas acabaron siendo aprovechadas y absorbidas por dichos agentes? ¿O hubo una coordinación entre ambos frentes, cuyos derroteros se separaron, o bien, permanecen hasta ahora unidos en las sombras?
La llamada “democratización del consumo” y la disposición colectiva a asimilarla desde dentro, ampliamente desplegadas durante la postdictadura, acabaron produciendo un tipo humano interiormente vacío e ignorante, desde un punto de vista fundamental; esto es, inconsciente y sin espíritu, funcional a su propia cosificación y trituración en el tiempo, en tanto consumidor ávido de tener, poseer y destruir no sólo cosas, sino también a otros seres humanos, considerados sacrificables y desechables.
Así también, cabe la posibilidad de que tal proceso de degradación y vaciamiento del espíritu se radicalice, mediante el surgimiento de un tipo depredador enteramente funcional al crimen organizado, que ya ni siquiera correspondería describir con rasgos humanos, como la conciencia o los sentimientos. El reclutamiento de niños y jóvenes por sus cárteles y facciones, con vistas al futuro, señalado por Pablo Zeballos en una entrevista reciente,[9] pudiera llegar a ser el cumplimiento no sólo de su expansión y poder, sino del cataclismo antropológico señalado por Pasolini que, en su tiempo, él asociaba a la nivelación y el violento deseo inherentes a la sociedad de consumo.
5. El incierto futuro de Chile
La dictadura destruyó todo, incluso aquellas nociones relativas a las condiciones necesarias para que las instituciones florezcan, supuestamente defendidas por sus agentes, tras la catástrofe de 1973: autoridad, jerarquía, orden, disciplina, norma, estabilidad, trabajo, esfuerzo, autoexigencia y mérito, entre otras.
La quiebra de la memoria, en distintos niveles, la destrucción cultural, tradicional y espiritual, y los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura, determinaron la formación de las generaciones de esa época, en medio de un vacío muy difícil de remontar. En algunos casos, con una clara conciencia de no pertenecer a Chile en ningún sentido.
Si aún alguien espera que quienes soportamos vivir y crecer bajo ese régimen nos muramos, para que tales males sean superados, se equivocan, pues la mente humana profunda, el inconsciente colectivo, no obedece a tales consideraciones cortoplacistas. Lo que no se hace consciente no se transforma. En consecuencia, si no existe un esfuerzo real y sostenido por anteponer la verdad y el peso de la realidad ante cualesquiera expresiones de rigidez doctrinaria, intereses y pasiones sórdidas, como el apetito de poder, en algún punto de esa extensa e indeterminada duración, la fuerza ciega subyacente a tales horrores, destrucción, pérdida y decadencia, retornará.
En 2011, las demandas estudiantiles parecían muy razonables y convincentes. En 2014, la bancada estudiantil pasó a integrar el Congreso Nacional, boicoteando todos los proyectos en materia de seguridad e inmigración. En 2022, Boric se convirtió en Presidente de la República, con Vallejo y Jackson como parte de su administración. Pero, sin la asonada de octubre de 2019, que fue apoyada por no pocos adherentes suyos, el octubrismo, y el Acuerdo del 15 de noviembre, del que Boric fue parte, tal vez jamás habría accedido al poder.
Recientemente, algunos analistas han señalado la posibilidad de que vuelva a gobernar en un próximo período.[10] Es una posibilidad inquietante, ya que, a pesar del ostensible deterioro del país en el curso de estos años, Boric aún reivindica los eventos de octubre de 2019 y las excusas que lo justificaron.
En otra demostración de su veleidad, con ocasión de la presentación del Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2024, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), calificó las expresiones “estallido delictual” y “golpe de Estado no convencional” –la expresión de Piñera– como “caricaturas” que obedecen a un “cortoplacismo” en el análisis de tales eventos:
Hoy en día cuando se dice “estallido delictual” y se recalcan solamente los aspectos violentos del estallido, que los hubo, (…) se pierde de vista justamente ese malestar que llevó en algún momento a parte importante de la sociedad chilena incluso a apoyar las diferentes formas de manifestación que estaban habiendo, incluso las violentas.[11]
Si bien el octubrismo ha dejado de manifestarse con la virulencia de sus inicios, su espíritu no se ha extinguido. Permanece latente en las sombras, en la violencia que se transforma –manifestándose a través de periódicos hallazgos de fábricas de armas y de arsenales, por ejemplo–, y en esas perturbadoras expresiones del Presidente Boric, que legitiman y autorizan retrospectivamente tales prácticas disolventes, quizás con vistas al futuro.
En 2019 y posteriormente –si acaso hasta poco antes del fracaso de ambos proyectos constitucionales–, hubo grandes expectativas colectivas de una refundación del país, buscando compensar frenética e instantáneamente carencias de todo tipo, empezando por aquellas derivadas de la depredación propia de la sociedad de consumo, ya enquistada en distintos niveles: económico, social, político, educacional, intelectual y personal.
Los integrantes de aquella bancada estudiantil, que han vivido por y para el poder, en función de sus carreras políticas y su desarrollo personal, sólo pudieron avanzar hasta ese punto, porque Chile ya estaba socavado desde dentro. El obnubilamiento y la comodidad de muchos mayores ante esa juventud considerada redentora y capaz de realizar la revolución truncada en 1973, es, tal vez, el índice más ostensible de esa decadencia y marasmo, enraizados desde dentro y durante décadas.
Este Gobierno parece ser una fase especialmente dañina de un vasto proceso de descomposición social, cultural y espiritual, incubado en el tiempo, continuo con la dictadura y la postdictadura, en mayor o menor grado. Jamás una renovación de fuerzas espirituales y vitales profundas, ni mucho menos el florecimiento de una inteligencia superior en esos términos, capaz de comprender la tragedia de este país, cuyo vacío ha terminado siendo la antimorada del crimen organizado.
El caso de secuestro con homicidio en Collipulli, en 2021, cuya víctima fatal fue sometida a diez días de tortura, y el caso de los tres carabineros asesinados en Cañete, el 27 de abril de 2024, Día del Carabinero, cuyos cuerpos fueron quemados posteriormente, muestran un grado de ensañamiento y odio sólo comparables a las prácticas de tortura y desaparición forzada de la dictadura, y a los malignos y enconados efectos de su impunidad, en numerosos casos.
Las siguientes expresiones de Plutarco, formado en la Academia de Atenas en el siglo I d. C., relativas a la justicia y su tardanza, ilustran un aspecto crucial de la condición humana, enfrentada a conflictos radicales que han sido objeto de reflexiones y aproximaciones durante muchos siglos, en razón de su persistencia y difícil resolución:
“La tardanza y demora de la divinidad en castigar a los malvados”, dijo Patrócleas, “me parece un razonamiento especialmente perturbador. Y ahora, bajo el influjo de esas palabras me hallo como fresco y nuevo ante esa teoría. Desde hace tiempo me irritaba al oír decir a Eurípides: Se demora, pero así es por naturaleza la divinidad. Sin embargo, no le está bien a Dios ser indolente, y menos aún con los malvados porque ellos no son indolentes ni ‘tardos’ en hacer el mal, impulsados vivísimamente por sus pasiones a delinquir. Y más aún, ‘vengar la ofensa lo más pronto posible’, como dice Tucídides, cierra el camino a quienes se dejan llevar por su facilidad en el vicio. Pues ninguna otra clase de deuda, como el retraso de la justicia, debilita tanto y aniquila a la víctima en sus esperanzas, mientras acrecienta el atrevimiento y la osadía del culpable. En cambio, los castigos que dan respuesta inmediata a los audaces detienen las injusticias futuras y en ellos especialmente encuentran consuelo los ofendidos”.[12]
La traición y el olvido parecieran ser el sino de la instintividad sin espíritu, la irracionalidad y la barbarie desplegadas en 2019 y su posteridad, en continuidad con formas de violencia inenarrables, formadas en oscuros rincones e intersticios del alma chilena. De ahí, la trilogía infernal: lumpenfascismo, lumpenconsumismo y narcofascismo, brotaciones de lo siniestro, cuya comprensión y derrota requerirían fuerzas espirituales y una capacidad de conciencia y sentido de la justicia superiores, manifestadas de modo eminente, aunque inconcebible para la mente y la inteligencia humanas, en su finitud, precariedad y quiebra colectiva.
Valparaíso, agosto /octubre 2024
Presentación realizada en la Fundación Jaime Guzmán, Providencia, el 23 agosto de 2024, en el marco de su Taller de Coyuntura: A cinco años del 18-O, emitido a través de su canal de You Tube. Texto revisado a comienzos de octubre de 2024.
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Notas
[1] “Manifiesto de Historiadores - Revolución anti-neoliberal social/estudiantil en Chile”. Le Monde Diplomatique, edición chilena, 10. 8. 2011, lemondediplomatique.cl
[2] Cf. biobiochile.cl, 17. 1. 2020: Alfredo Jocelyn-Holt: “Este periodo de la historia no tiene nombre, y este fenómeno tampoco”. Entrevista de Ezio Mosciatti.
[3] dle.rae.es, “asonada”. Arturo Fontaine recurrió a este término, en forma casi inmediata, para referirse a lo ocurrido. Cf. letraslibres.com: Arturo Fontaine, “Asonada en Chile”, 24. 10. 2019.
[4] latercera.com, 17. 10. 2021: José Joaquín Brunner, “Octubristas v/s noviembristas: las dos miradas que se enfrentan dentro y fuera de la Convención”.
[5] ellibero.cl, 19. 10. 2022: José Joaquín Brunner, “Octubrismo: entre la violencia y la política”.
[6] José M. Pabón de Urbina, Diccionario bilingüe. Manual Griego clásico-Español. Larousse (VOX), Barcelona, 2016.
[7] emol.com, 25. 9. 2023: ¿Golpe de Estado no tradicional?: El debate en redes sociales que se tomó el fin de semana tras los dichos de Piñera.
[8] Cf. Agustín Andreu, El Logos alejandrino. Siruela, Madrid, 2009, pp. 64s.
[9] Cf. ex-ante.cl, 1. 8. 2024: Pablo Zeballos, investigador del crimen organizado: “El Tren de Aragua se dio cuenta de que la delincuencia chilena había desperdiciado muchos negocios”. Entrevista de Marcelo Soto. Cf. biobiochile.cl, 13. 8. 2024: Pablo Zeballos, “El reclutamiento de niños y adolescentes por el crimen organizado”.
[10* Cf. ex-ante.cl, 13. 8. 2024: Roberto Izikson, Cadem: “Bachelet ya no tiene esa percepción de que es inganable”. Entrevista de Marcelo Soto.
[11] Gobierno de Chile, youtube.com, 14. 8. 2024: PNUD: Presidente Gabriel Boric recibe Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2024 (1: 32: 40). Cf. biobiochile.cl, 14. 8. 2024: Boric advierte por “cortoplacismo” en análisis del 18-O: “Todo pareció quedar en foja cero”.
[12] Plutarco, Obras morales y de costumbres (Moralia) VIII. De la tardanza de la divinidad en castigar, 548 DE. Gredos, Madrid, 1996, pp. 116-117. Cf. Nota 4: Eurípides, Orestes 420.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com El incierto futuro de Chile, a cinco años de la asonada de octubre.
Por Lucy Oporto Valencia.