Proyecto Patrimonio - 2018 | index | Lucy Oporto Valencia | Nicolás López-Pérez | Autores |

 










La pasión de la lucidez
Algunas ideas sobre “La inteligencia se acrecienta en la nada”, de Lucy Oporto
(Ed. Inubicalistas, 2016)

Por Nicolás López-Pérez




.. .. .. .. ..

I
DISCURSO

Este es un libro engendrado en las mazmorras. En él, Lucy Oporto presenta el enfrentamiento del cuerpo y el ejercicio del pensamiento contra el vacío que el mal encarna. Su aproximación, o método de escritura si se quiere, orquesta una tensión brutal entre la poesía y la filosofía. Primeramente, llaman la atención las imágenes que se suman al texto, un extracto de la serie “Los desastres de la guerra” del pintor español Francisco de Goya y Lucientes. Precisamente el número 69, titulado “Nada. Ello dirá”. Esta es la primera señal.

No hay piedad, sino solo devastación—se lee en la espesura del lenguaje de la nada. En el intersticio entre una página y su reverso, yace un cuerpo gangrenado, aferrado a las piedras. Su expresión, socorro como si los escombros aún fuesen los lugares donde algo se puede amar débilmente. Las sombras eclipsan todo lo que renuncia a su vitalidad, lo que está en eventual descomposición y más que entregado a los horrores del tiempo.

Las prosas y versos de “La inteligencia se acrecienta en la nada” se ubican en uno de los espacios marginales de la poesía y se articulan como cáscaras existenciales e intuiciones que coquetean con los bordes del abismo posible. Así como la imagen que Friedrich Nietzsche construye en el aforismo 146 de “Más allá del bien y el mal”, esto es: “y si miras largamente en un abismo, el abismo también mira dentro de ti” (“und wenn du lange in einen Abgrund blickst, blickt der Abgrund auch in dich hinein). El encuentro con el abismo es lo que suspiran estas líneas.

Según Lucy, este volumen se compone por “ejercicios de concentración del ánimo, el espíritu y las escasas fuerzas vitales, en una imagen, un concepto y un sonido, casi siempre difusos, cuya identidad llegaba a coincidir con su breve escritura” (176).

La visión poética es una trinidad: imagen, concepto y sonido.

En primer lugar, un espacio codificado para que el yo pueda reconocer algo. En segundo, un manual de prohibiciones, discernimientos y pensamientos. En tercer lugar, un mensaje desesperado, de ayuda, que reverbera y que tarda en llegar al oído ajeno. Aquí se tortura al lenguaje para extraerle respuestas. 

El guion de Lucy Oporto escribe la pasión de cada día habitando este mundo opaco y en paulatino declive. Este libro es una biografía de lo terrible, porque no hay otra historia posible de escribir; es el envilecimiento y la total destrucción contra toda esperanza. En una página es capaz de concentrar y desconcentrar un poco de energía vital. No es que los textos sean acontecimientos personales, limitados a confesiones o zozobras en medio de la nada, sino su comprensión es más sincera si se piensan como modos de conocer el agostamiento que el mal genera en las vidas de los confinados a las tinieblas.

El sujeto poético que Lucy construye desde las catacumbas de sus manuscritos es uno que va más allá de lo decible y en cuya escritura, mezcla retazos de historia oficial, sueños arquetípicos y una dimensión ontológica que atraca desde la muerte de dios hasta lo insondable, lo imposible de resistir. El contexto de producción de los textos que componen el libro se remite al período, benevolentemente llamado, posdictadura y cuyo avance propició una pinochetización de la moral y la vida en común.


II
CUERPO

El núcleo de las intuiciones es lenguaje fundido y constituye un sistema poético y filosófico. El tipo de escritura ofrecido por Lucy en este volumen ensambla una especie de razón custodiada por metáforas, metonimias y memorias ontológicas.

El sitio de todos estos textos, una taxonomía de monólogos metafísicos para una historia íntima del mal. El hablante lírico se baña en las noches más oscuras que han venido a su vida. La escena: el intento de escribir ante la vil energía proveniente del exterior. El escenario: un cuarto iluminado con poco voltaje. A veces, puede existir un sonido, el del vacío que penetra en el final de cada texto, quizás el lugar donde el bolígrafo cae calcinado. Por ejemplo: “ser el destierro, para dejar de sufrirlo” (49).

“La inteligencia se acrecienta en la nada” opera como una crisis moral de la vida, como una crónica de la metástasis del siglo XX, al que muchos se han referido en otras oportunidades como “el siglo terrible”. A su vez, el texto juega al máximo con la expresión de una ambivalencia presente sin término. Pregunta “¿por qué la Nada, más bien que la profundidad?” (45). Por una parte, se respira la defensa. Por otra, el envilecimiento y el ocaso del amor caen a borbotones sobre el margen de lo que se cree vida, cuando no es más que una sobrevida. El mundo de Lucy, es uno irredento, en plena desintegración y cuyos escombros componen las trincheras del porvenir por donde se asoma una luz tenue, muy tenue.

Este libro forma parte de la historia de la extinción humana. Sus páginas son dos formas de aproximarse al alma: ejercicios de concentración y el lamento de una condición, la barbárica. Parece ser que el abrazo del alma, el suplicio (98) se desprende del mundo como el dolor que infunde una derrota sobre los seres maltrechos y malditos. El yo no lo soporta y la persistencia de continuar leyendo la espesura lo lleva a una precariedad inédita y horripilante. Se deja testimonio, se pone fecha.

El yo póstumo representado en el número 79 de los desastres de Goya, “murió la verdad”, invoca el qué hacer. ¿Es que muere la verdad como ser inmanente, como sujeto fenoménico? Muere como ha muerto dios. Un vistazo al siglo XIX con el filósofo alemán Philipp Mainländer que, en su filosofía de la redención ofrece una explicación del génesis a través del suicidio de dios. En esta tesis, dios se autoelimina para permitir el tiempo y el devenir de las especies que creó.

La “Ausencia de Dios” (contratapa) parte desde lo último invisible, lo que está más allá de lo imposible. Aunque dios no muere, ciertamente, sino ignora, deja a la deriva, abandona. Lucy dice: “Era la nada. Era Dios” (92).


III
TERRITORIO

La inteligencia es el uróboros. Pero esto va más allá de la inteligencia y su acrecentamiento. Esto se trata de la lucidez. Vale decir, la fiebre necesaria para abrir los ojos en medio de las tinieblas, de la deformación de lo onírico, del sueño y mentira de la razón. Ahí reside la búsqueda de lo invisible por lo invisible. La lucidez solicita estar alerta.

De la lucidez a la inteligencia y la nada, ejercitar la memoria y archivar. Lucy se ocupó de fechar cada uno de sus ejercicios. El deseo de datar marca una fisura desde donde brilla el pensamiento. En estos textos, hay una aproximación a la estética del trabajo filosófico que Lucy ha hecho por más de dos décadas. Efectivamente, son la concentración de la energía ritual con que examina “la trituración del tiempo, la fugacidad, la entropía, el olvido, la muerte, lo indiferenciado y el mal” (179).

En el territorio, la historia se hace de relato y acontecimiento. En un lado, la iniquidad del mal. En el otro, la desgarradura, el origen de los crepúsculos, ocurre y reinicia las circunstancias de la vida. El mal y su necesidad de manifestarse. Para Lucy parece ser que estos tiempos son aún más bárbaros y oscuros que los antiguos. Quizás por ser una época donde la guerra no se hace mirándose a los ojos, una que vuelve al mito para darse escritura y escarmiento, una que profiere el mal sin necesidad.

Si el poeta Enrique Lihn está en lo cierto cuando “nada tiene que ver el dolor con el dolor”, estas prosas y versos son un botón de pánico del Chile finisecular.

El apartado Romo me hace pensar que los monstruos están afuera y son más reales que nunca. De este apellido que referencia al torturador de la DINA y cuyo desarrollo como eje de podredumbre espiritual y envilecimiento ocupa un espacio importante en su volumen de ensayos “Los perros andan sueltos: imágenes del postfascismo” (Editorial USACH, 2015) y en la década de los 90 en Chile.

Ante el sufrimiento, seguir inquiriéndose. La pregunta como libertad y necesidad. “La pregunta es la mirada que se quema” (121). Pero detrás de toda operación intelectiva, el pensamiento que susurra, los modos de preguntar: “la angustia (…) la cicatriz (…) el padecimiento de la tortura…” (29). O simplemente, la herida como “la única y la última pregunta” (30). En la pregunta está el punto en que poesía y filosofía se tocan. El punto donde las aguas se separaron que, recursivo como el origen, es el “seno luminoso del fracaso” (29).

En definitiva, “La inteligencia se acrecienta en la nada” refleja una constante persecución de la lucidez. A veces como la biografía de lo terrible, otras como un ensayo del espanto y la culpa. También su lectura admite una ventana hacia la epistemología de las ruinas del mundo.


Santiago de Chile
abril/mayo/octubre 2018



 

 

Proyecto Patrimonio Año 2018
A Página Principal
| A Archivo Lucy Oporto | A Archivo Nicolás López-Pérez | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
La pasión de la lucidez.
Algunas ideas sobre “La inteligencia se acrecienta en la nada”, de Lucy Oporto.
(Ed. Inubicalistas, 2016)
Por Nicolás López-Pérez