EL HUNDIMIENTO DEL ESPÍRITU Y LA EDUCACIÓN CHILENA
Presentación de Sueños de cartón. Sobreoferta de credenciales académicas y sobreproducción
de elites en un país estancado, de Pablo Ortúzar Madrid.
Ariel-Planeta, Santiago de Chile, 2024
Sueños de cartón. Sobreoferta de credenciales académicas y sobreproducción de elites en un país estancado (Ariel-Planeta, Santiago de Chile, 2024), de Pablo Ortúzar Madrid, aborda la crisis de certificados de enseñanza en Chile. El autor se aboca a los títulos universitarios, aunque sin dejar de considerar la paupérrima situación de la educación temprana, básica y media. Se basa en informes estadísticos y conceptos provenientes de la economía, como título de valor, y de la sociología, como sobreproducción de elites, de Peter Turchin, y precariado, de Guy Standing.
Ortúzar considera dicho problema como una clave de lectura que permitiría comprender: 1. El estancamiento del proceso de modernización en Chile. 2. El llamado “estallido social”, de octubre de 2019. 3. El ascenso al poder del Frente Amplio. Y 4. El fin de los consensos políticos que tuvieron lugar entre 1990 y 2000.
El foco de su estudio son las llamadas clases medias, que cifraron sus expectativas de superación de la precariedad y la inseguridad en la educación universitaria. Al no cumplirse, el “pacto social de la transición y sus promesas (…) se rompen. Y lo que queda es una peligrosa mezcla de rabia, desconfianza, desorientación y frustración”.[1]
El autor busca demostrar:
1. Que Chile atraviesa por una crisis, referida a los avances del desarrollo capitalista en los últimos cuarenta años.
2. Que, a comienzos de la década de 2000, Chile se encontraba en una encrucijada, relativa a su siguiente etapa de desarrollo, la cual habría sido mal resuelta, debido a la masificación del acceso a la educación universitaria mediante créditos bancarios, sobreoferta de títulos universitarios, y la consecuente sobreproducción de elites.
3. Que el “modelo de negocios” del Frente Amplio depende del permanente aumento de la matrícula universitaria y del número de universitarios frustrados que no encuentran trabajo, los cuales terminan siendo funcionales a la movilización y la militancia, entendidas como medio de integración social.
4. Que la llamada Nueva Izquierda y su giro hacia la política identitaria se relacionan con dichos problemas no resueltos.[2]
De acuerdo con su tesis central:
la principal sombra del Chile de los treinta años es que la clase política trató de resolver en el sistema educativo casi todos los problemas y contradicciones del desarrollo capitalista, produciendo una inflación de certificados académicos, desvirtuando el sentido y la calidad de la educación y creando las condiciones para una profunda erosión del pacto social.[3]
Este último se habría basado en el mérito, pero a partir de la relación que las familias oligárquicas establecieron entre sus privilegios y los títulos universitarios:[4] “La profesionalización de las clases altas validó al sistema universitario como tribunal de adjudicación del mérito y el estatus social”.[5] Por lo tanto, se habría convertido en un modelo a seguir.
El concepto de título de valor alude a “la representación o certificación de una cierta potestad”.[6] Ortúzar lo aplica a la posesión de un certificado universitario. Si éste es considerado un título de valor, entonces el reconocimiento y la aceptación de dichas credenciales, por parte de terceros, conferirían, a quien llega a tenerlas, poder y capacidad de actuar en el mundo.
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Ahora bien, si el certificado universitario no ha sido más que un título de valor funcional a la demanda por ascenso social, ¿cómo se superará la aplicación unilateral de criterios economicistas a la tarea de las universidades, ejecutada hasta ahora? ¿Es esto realmente posible? Ortúzar no presenta una concepción acerca de los propósitos de la educación, alternativa a aquélla que la ha entendido como insumo administrable, en función de la satisfacción de dicha demanda.
El autor señala que el sistema educativo moderno, en cuanto mecanismo de distribución de posiciones sociales, hunde sus raíces en el humanismo renacentista –que recogió los valores de la antigüedad clásica– y la Ilustración. En el primer caso, la educación habría sido un “caballo de Troya”,[7] según él. Es decir, un regalo envenenado. ¿A qué se refiere, exactamente? ¿Afirma, por otro lado, que desde siempre el propósito de la educación ha sido satisfacer la demanda de ascenso social?
Pero tales raíces, que abarcan complejas concepciones, no explican, por sí mismas, esta decadencia. ¿Cómo los valores de la antigüedad clásica, del humanismo renacentista y de la Ilustración, llegaron a desembocar en ese desinterés por la calidad de la educación, señalado por Ortúzar, masivamente ramificado en Chile y otros países?
A la sobreoferta de credenciales universitarias le es inherente el productivismo y otras lacras del mercado académico, que poco o nada tienen que ver con el conocimiento, en cuanto desarrollo de la capacidad de conciencia. La proliferación, en general, parece ser una forma de autodestrucción y de disolución, y una manifestación del mal: corresponde a lo sin medida, ni forma, ni determinación, que sólo deviene oscuridad carente de conocimiento. Según Aristóteles:
(…) se puede errar de muchas maneras (pues el mal, como imaginaban los pitagóricos, pertenece a lo indeterminado, mientras el bien a lo determinado), pero acertar sólo es posible de una. (…) y, a causa de esto, también el exceso y el defecto pertenecen al vicio, pero el término medio, a la virtud (…).[8]
H. G. Apostle explica esta afirmación en los siguientes términos:
los más antiguos filósofos atribuyen la bondad a lo que es definido y la maldad a lo indefinido. Además, el término medio es definido y único, pero las desviaciones de él son muchas e infinitas; así, alcanzar el término medio es difícil, pero errar es fácil.[9]
En efecto, Ortúzar observa que el desinterés creciente y masivo por la calidad de la educación ha sido determinante en la inflación de títulos universitarios, y un incentivo para que el sistema político estimule su sobreoferta. Refiriéndose a las evidencias concretas de tal decadencia, afirma:
En los hechos, a pocos les importa la educación en sí misma, lo que se refleja en el poco aprecio por la labor docente, así como en el desinterés por la calidad de la enseñanza y en la presión constante por promover de grado a los estudiantes, aunque no reúnan los requisitos. Finalmente, el mercado comienza a verse saturado de títulos que certifican que sus portadores poseen conocimientos y capacidades que, en realidad, dudosamente tienen.[10]
Así, de acuerdo con la tesis central de Ortúzar, la inflación y sobreoferta de títulos universitarios derivó en el surgimiento de una clase universitaria endeudada y furiosa, debido a la degradación de:
la esperanza de las clases medias de salir de su situación de precariedad por esa vía, dañando los valores meritocráticos que orientaban el discurso de nuestro proceso de modernización.[11]
Según él, dicha clase, disponible para la movilización permanente y el clientelismo, constituye la actual base de apoyo a Boric.[12]
Aun así, la considera una víctima.
¿Por qué tanta condescendencia ante consumidores, para los cuales un título universitario es un producto desechable más que se compra? ¿Por qué conceder algo a su desprecio por el conocimiento, exultante con ocasión de la asonada de octubre de 2019?
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Este trabajo también se refiere a la situación de la economía durante la Unidad Popular, si bien no se trata de su asunto principal. Ortúzar busca “romper el hechizo”[13] del trauma histórico que significó “el derrumbe económico e institucional del gobierno de Salvador Allende, que culmina con el golpe de Estado de 1973”.[14] Pero “romper el hechizo” respecto de dicho trauma parece pretencioso, dado que, hasta ahora, éste no se ha sanado, como quedó demostrado con ocasión de la conmemoración de los 50 Años del Golpe de Estado y su polarización intensificada, en 2023. Pero, además, porque sus causas son múltiples y discutibles, y porque la impunidad sigue ahí, enconada y espectral.
Si, como señala Ortúzar, el proyecto de modernización capitalista, unido al apoyo al Golpe de Estado de 1973 y la dictadura (incluso en 1988), derivó en parte de la hiperinflación inducida por el Gobierno de la Unidad Popular, ¿espera que quienes soportamos crecer y vivir en Chile bajo dicho régimen dictatorial estemos agradecidos?
¿Fue sobre la base de esa barbarie que Chile llegó a convertirse en un país de clase media mucho más educado?[15] ¿Y cómo, con un 80 % de analfabetismo funcional en 2013, y un 50 % en 2018, sin cambios significativos desde 1998, según las cifras recogidas por el autor?
Si éste es el caso, entonces el llamado “estallido social” también hunde sus raíces en la dictadura y el envilecimiento provocado por el avance de la sociedad de consumo, empezando por la cosificación de las personas, transformadas ellas mismas en objetos desechables, siempre ganadoras y felices de entregarse a ese matadero. Por lo tanto, no hunde sus raíces en una crisis de la acelerada modernización capitalista, sin más, entendida al margen del contexto de la dictadura.
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No obstante, la valiosa tesis de Ortúzar y la historia del proceso contenido en ella permiten entender la ruina de la educación chilena durante la postdictadura, y el ascenso de Boric y el Frente Amplio al poder. Por lo pronto, desde 1998, según el informe del PNUD y, luego, con la implementación de la Jornada Escolar Completa, el CAE y la Ley General de Educación, pasando por la llamada Revolución Pingüina, en 2006, las movilizaciones estudiantiles de 2011, y el abandono de la educación temprana, básica y media, en favor de la educación universitaria: políticas y movimientos fracasados, excepto para el surgimiento de esa contraelite antimeritocrática, identitaria y niveladora, referida por Ortúzar, de la que Boric y su horda –incluidos aquellos académicos que legitimaron esta destrucción–, son su cabeza visible en el poder, tras la asonada de octubre de 2019, dispuesta a perseverar en la implementación de su régimen, a pesar de sus derrotas.
Un índice de esa tenacidad son los últimos resultados de la Prueba de Acceso a la Educación Superior (PAES), que revelan una brecha entre la educación pública y la educación privada aún mayor, en comparación con índices de pruebas anteriores. Los liceos históricos y patrimoniales han acabado destruidos y nivelados con lo peor: ruina, oscuridad e ignorancia. Mientras que el Gobierno ha prohibido la utilización de los datos proporcionados por dicha prueba en futuros estudios, indispensables para el desarrollo de políticas públicas, especialmente si llegase a existir una intención y una voluntad reales, tanto de solucionar el problema de la sobreoferta de títulos universitarios como de planificar otras regulaciones, en forma consciente.
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En cuanto al llamado “estallido social”, Ortúzar se enfoca en su alto nivel de violencia y en el masivo apoyo popular a su despliegue. Menciona la quema del Metro que, según encuestas, en muchos despertó “esperanza”,[16] deteniéndose en las causas de tal apoyo. Él lo atribuye a la precariedad de las clases medias, que cifraron su seguridad futura en los títulos universitarios, y a los abusos por parte del Estado y el sector privado, sentidos por la clase trabajadora. Además, menciona la migración descontrolada, el aumento de la delincuencia y el estancamiento económico.
Pero recurre al victimismo. Se refiere a dichos sectores afectados como si todo dependiera de las decisiones de las elites, y nada de ellos, con lo cual exculpa a sus agentes de toda complicidad con la violencia, incendios y saqueos que destruyeron tantas ciudades.
Por otro lado, afirma que el Frente Amplio aprovechó el caos reinante para acceder al poder, como si se tratase de una circunstancia específica, oportunistamente manipulada. Pero su acceso al poder no se limita a dicha situación, sino que obedece al mismo proceso de decadencia descrito por Ortúzar, del que la inflación de títulos universitarios era uno de sus índices.
Más aún, Boric se debe aloctubrismo, sin el cual no habría llegado convertirse en Presidente de la República. Por lo demás, cuando él y los suyos fueron diputados, votaron en contra de todos los proyectos en materia de seguridad y control de la migración extranjera, por razones ideológicas, ya que, para ellos, tanto los delincuentes como los migrantes irregulares son víctimas, sin más, merecedoras de consideración y privilegios especiales.
En suma, la tesis central de Ortúzar es indispensable para entender ambas circunstancias: el proceso de ruina de la educación chilena en curso y el ascenso del Frente Amplio al poder. Pero no basta para descifrar cabalmente las oscuras causas del llamado “estallido social”. Ni siquiera existe una expresión unívoca que permita designar lo ocurrido. Tampoco permite explicar la quema del Metro, a todas luces un acto planificado y ejecutado por profesionales, y no un hecho espontáneo. En cuanto a la fascinación provocada por esa barbarie, no bastan las herramientas proporcionadas por la sociología, ya que parte de las causas de ese virulento acontecer también son internas y espirituales.
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Entre las soluciones propuestas por el autor, algunas son imprescindibles. Otras, en cambio, son problemáticas y discutibles:
1. Destinación de recursos a la educación temprana, básica y media.
2. Pero, con este fin, Ortúzar propone reducir a tres años las carreras humanistas y de ciencias sociales. ¿Quién decidirá esto, y con qué criterios? ¿Qué ocurrirá con aquellas unidades académicas en que aún se enseñan lenguas clásicas, por ejemplo? Seguramente, serían rápidamente eliminadas, por poco rentables. O bien, dichos estudios quedarían reservados sólo para quienes dispongan de recursos económicos.
3. Valoración del profesorado y la gestión.
4. Reconsideración del valor del mérito y de la selección, en vistas a la excelencia académica, en el ámbito de la educación pública. Sin embargo, en el curso de su trabajo, no es claro qué entiende Ortúzar por “mérito”. ¿Se refiere a la certificación de conocimientos y habilidades por el sistema educativo y el mercado académico, sin más? ¿A la aristocracia del espíritu basada en el esfuerzo personal? ¿A una pretensión arribista sin contenido, ilegítima en último término?
Las raíces de dicho concepto se remontan al mundo antiguo. En autores como Orígenes de Alejandría, por ejemplo, se trataba de los méritos ante Dios, en virtud del don del libre albedrío unido a la capacidad de discernimiento y de decisión, dada la precariedad inherente a la condición humana. En comparación con su significación antigua, actualmente parece un concepto espurio, sobre todo a partir de su sistemática defenestración como criterio de selección en cualesquiera actividades humanas abocadas a la realización de proyectos y obras, en sentido amplio.
Por otro lado, las siguientes expresiones son discutibles:
El éxito de la educación básica y media no es instalar estudiantes en la universidad, sino habilitarlos cognitivamente para desempeñarse en el mundo moderno.[18]
¿A qué se refiere con “habilitarlos cognitivamente para desempeñarse en el mundo moderno”? El autor no lo explica. ¿Se refiere a llevar la educación para la renta hasta sus últimas consecuencias, y terminar con lo que queda de las humanidades, como ya ha venido ocurriendo? ¿Se refiere a las exigencias unilaterales del reino de la cantidad, cada vez más alejadas de la vida consciente y del espíritu?
Pero las siguientes propuestas son aún más problemáticas:
¿Qué hacer con las elites sobrantes? A nivel universitario, quizás sea útil tomar la advertencia de Ricardo Lagos e introducir criterios de empleabilidad en el otorgamiento de la gratuidad y los créditos universitarios. En el caso de las carreras con poco campo laboral, además de reducirse su estudio a tres años, para darle oportunidad a los egresados de reinventarse si no logran ejercer, sería bueno fijar una cuota límite de facilidades económicas para estudiarlas. Se trata de profesiones donde solo la excelencia es socialmente necesaria: nadie requiere de actores, sociólogos, filósofos, antropólogos o artistas mediocres. Y ni siquiera los excelentes tienen asegurado un puesto laboral al salir.[19]
Si sólo la excelencia es socialmente necesaria, en profesiones como las mencionadas, y si ni siquiera los excelentes tienen asegurado un puesto al salir, entonces, ¿qué queda? ¿Extinguirse en silencio? ¿Quiénes decidirán dicha excelencia conforme a su necesidad social, y con qué criterios? ¿Y en qué consiste, en último término, dicha necesidad social?
Ciertamente, la gratuidad, los créditos universitarios y la empleabilidad debieran ser racionalmente regulados. Pero pretender que el arte y las humanidades deban someterse a criterios de empleabilidad como condición para existir y desarrollarse, equivale, una vez más, a rendirse ante el mandato extorsivo, propio de la sociedad de consumo, de rentabilizar todo lo que hay, empezando por el propio individuo. Aun así, la creatividad buscará crecer y madurar, a pesar de la precariedad y la imposibilidad impuestas por criterios unilaterales afines a esa mezquindad socialmente organizada, pero bajo condiciones que implican un alto grado de desgaste personal.
Por lo demás, el arte y la filosofía trascienden el ámbito profesional. En no pocos casos, son, más bien, formas de vida y disposiciones internas, según el orden del espíritu, que exigen desarrollarse desde dentro del individuo y en el curso de toda una vida, con oficio, perseverancia e independencia, y no desde un régimen de competición.
Asimismo, más allá de cualquier elección profesional, educar a las personas desde temprano para que aprendan a apreciar la belleza contribuiría a la promoción de correctas formas de trato, y al desarrollo tanto de la capacidad de conciencia como de un sentido de elevación espiritual.
Pero si las disciplinas señaladas por Ortúzar no pasan de ser “carreras con poco campo laboral”, tan insignificantes, que no merecen mayor tiempo ni preparación; tan banales e intrascendentes, que cualquiera podría “reinventarse” como si fuese un aparato o una cosa, entonces el mismo criterio economicista unilateral y dominante que condujo a la inflación de títulos universitarios, bajo la administración de Lagos, permanecerá igual a sí mismo. Y la ruina moral y espiritual se radicalizarán aún más, con consecuencias desastrosas para la institucionalidad del país, la sociedad y las personas.
Una vida sepultada en la miseria no merece ser vivida. Una vida que comienza y termina en el dinero, tampoco.
Posiblemente, las dudas y problemas que presenta este trabajo, no obstante el peso y el valor de su tesis central, se deban a que no ha existido, hasta ahora, una concepción clara, madura, y ampliamente discutida, acerca de la educación y sus propósitos, que sea capaz de ofrecer criterios racionales y constructivos para su planificación y desarrollo, cuyo horizonte sea la integridad del ser humano y el bien de Chile.
Valparaíso, diciembre-enero / marzo 2024
Presentación realizada en el Auditorio María Luisa Santander, Centro Políticas Públicas UC, Santiago de Chile, el 9 de enero de 2024. Participaron, además, Daniel Mansuy, investigador asociado del IES; Renato Bartet, Secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional de Acreditación; y el autor, Pablo Ortúzar, antropólogo social y Magíster en Análisis Sistémico aplicado a la Sociedad. Texto revisado.
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Notas
[1] Pablo Ortúzar Madrid, Sueños de cartón. Sobreoferta de credenciales académicas y sobreproducción de elites en un país estancado. Ariel-Planeta, Santiago de Chile, 2023, p. 16.
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de elites en un país estancado".
Pablo Ortúzar Madrid.
Ariel-Planeta, Santiago de Chile, 2024
Por Lucy Oporto Valencia