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EPITAFIO: HORDA DE PERROS Y NARCOFASCISMO

Por Lucy Oporto Valencia
oportolucy@gmail.com



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Regresan a la tarde,
aúllan como perros,
rondan por la ciudad.

Sal 59 (58), 6

 1. Horda de perros y narcofascismo

¿Es superable el origen barbárico, sacrificial y atroz de la Constitución de 1980, que institucionalizó la única refundación habida en la historia reciente de Chile? ¿Será capaz la Convención Constitucional de superar su propio origen barbárico, cuyos líderes se han vanagloriado de su pretendida capacidad de “refundar” Chile?

Es pertinente recordar, en esta hora, la descarada decisión de dar inicio al trabajo de los contenidos de fondo de la Convención Constitucional el 18 de octubre de 2021, ya que muestra la autocomplacencia de no pocos de sus integrantes en la horrible y terrorífica violencia, como medio para la obtención de un fin preciso y único: la conquista del poder, barbárica de suyo, en cualesquiera circunstancias y niveles. Entre otros, Atria y los como Atria, empezando por Loncón y su impostada ternura en mapudungun, quienes la han validado selectiva y manipuladoramente desde el principio.

En el marco del segundo aniversario de la “primavera de Chile” –prolongado hasta la madrugada del 20 de octubre de 2021–, tuvo lugar el despliegue de la misma actividad vandálica, delictual e incendiaria del 18 de octubre de 2019 extendida durante meses, y de 2020 –aunque restringida debido a la peste, pero en medio de la cual fueron incendiadas dos iglesias decimonónicas, para beneplácito de la horda de perros y su santificada “otredad”: espacios sagrados de la misma Iglesia que defendió a los perseguidos políticos durante la dictadura militar-civil, hecho convenientemente olvidado, en favor de la lucha por el poder y su mezquindad organizada.

Mientras tanto, el narcofascismo se radicaliza en su avance triunfal y obsceno, como el huevo de la serpiente que contiene en su interior el reptil ya formado, y como culminación postrera de la sociedad de consumo y su abyecto teorema sacrificial impulsado durante la postdictadura, signo e impronta de una descomposición de la sociedad chilena incubada desde dentro: tener, poseer, destruir. “Narcofascismo”, primero, debido a su carácter expansivo, transversal y totalitario de horda mafiosa y sicaria, cuyo único motor es su putrefacto, primitivo y violento deseo de alcanzar el poder absoluto. Y, segundo, debido a su psicopatía estructural, en cuanto voluntad de destrucción de la integridad humana, planificada y calculada desde dentro y desde abajo, con arreglo a los fines utilitarios inherentes a dicho poder absoluto, y sobre la base de la exaltación de una finitud abyecta y escatológica que se place en sus carnicerías sin límite: aniquilación de la juventud, sicariato como sentido de pertenencia tribal y “construcción de identidad”, crímenes atroces y, finalmente, extinción de lo humano.

Peor que la dictadura y su posteridad: el último círculo del Infierno, donde, como una madre terrible, Lucifer devora a los traidores.

Ahora bien, la reiteración de la violencia barbárica en esa nueva conmemoración del “despertar de Chile”, vista en perspectiva, permite sospechar que, desde antes del principio, la finalidad calculada del proceso de demolición mostrado ostensiblemente, a partir de la asonada del 18 de octubre de 2019, ha sido el avance, progreso y posicionamiento del crimen organizado y el narcotráfico. Calculada por quiénes y desde dónde, exactamente, es difícil saberlo. No obstante, esta lacra abominable, alimentada por saqueadores y escorias varias, involucra al Proceso Constituyente mismo, en tanto en cuanto liderado por académicos y profesionales que han validado cínica, oportunista y acomodaticiamente la violencia, la barbarie, la asonada y la sedición, en vistas a una pretendida refundación de Chile sobre la base de una nueva Constitución.

Mal que le pese a la Convención Constitucional en su conjunto, aquéllos han sido obsecuentes con la disolución, la instauración de la anomia y el derrumbe institucional, desde una autocomplacencia en esa destrucción, y desde la afirmación y legitimación de un decadente sentido de pertenencia de horda “empoderada” que apela guturalmente a “derechos”, concesiones y excepciones sin límite. El empeño sistemático en hacer desaparecer a la fuerza pública es funcional a la expansión territorial –en amplio sentido– tanto del crimen organizado como de las vulgares, abyectas y estridentes manifestaciones cotidianas de su pseudoestética.

Así, el plural de la horda se enseñorea en su hipertrofia y deformidad repugnantes, hasta la desintegración, el descuartizamiento, la diseminación, la corrupción y la muerte.

 

 

La instalación, el 18 de octubre de 2021, de una imagen del perro infernal Negro Matapacos, el ídolo teriomorfo de la horda de perros, sobre el plinto ruinoso y desolado del monumento a Baquedano y la tumba del Soldado Desconocido, trasunto de las almas de los muertos en la Guerra del Pacífico, expresa la afirmación triunfalista y satánica de aquella instintividad sin espíritu ajena a todo sentido histórico, que sólo se atiene a la satisfacción inmediata de sus deseos. Y, no habiendo sido suficientes estas manifestaciones, su impulso se extendió a la quema de la fosa donde yacía la urna con los huesos del soldado desde 1931, a manos de un grupo de encapuchados, tras ser retirados el 21 de octubre de 2021 por el Ejército, lo cual acusa la intencionalidad de esa caterva, de quemar tales reliquias históricas.

 

 

Pues con la horda se acaba lo humano, la espiritualización, la capacidad de conciencia, la historia, la memoria y la cultura. Y también el amor. La horda no respeta ni a los muertos. Sólo gira en torno a sí misma y su gozoso pensamiento que no piensa. Es pura barbarie carnavalesca, orgiástica y psicopática: ilimitada, indeterminada e incomprensible, como un abismo.


2. Paraísos artificiales del espíritu y narcofascismo

En febrero de 2022, la iniciativa popular de norma “Cannabis a la Constitución ahora: por el derecho al libre desarrollo de la personalidad, la soberanía personal y el bienestar” fue rechazada por la Comisión de Derechos Fundamentales de la Convención Constitucional, a pesar de haber contado con más de 44 mil firmas, lo cual la situaba en el tercer lugar del ranking de las iniciativas que obtuvieron mayor apoyo. Había sido patrocinada por:

43 organizaciones, movimientos, asociaciones y emprendimientos, y cientos de profesionales que defendemos el respeto a derechos fundamentales en torno al uso de sustancias con fines recreativos, terapéuticos y/o espirituales.

Los autores de esta iniciativa se quejan de que el Estado no reconoce ni protege:

ámbitos más sutiles de la existencia humana, como la dimensión espiritual, fuente de dignidad y soberanía personal, límite constitucional para el poder estatal y espacio intangible que nos permite administrar nuestra realidad hacia la realización, potencial humano que se ve actualizado mediante el uso responsable y virtuoso de herramientas enteógenas como la cannabis, los Hongos Psilocibes, el cactus de San Pedro y la Ayahuasca.

No obstante su rechazo, es significativo el hecho de que una iniciativa en defensa de tales drogas, basada en dudosas motivaciones, haya alcanzado un apoyo tan alto, convirtiéndose en una prioridad, sobre todo entre los jóvenes, “el futuro de Chile”. Dudosas, primero, porque la “dignidad y la soberanía personal” son incompatibles con la necesidad y, peor aún, la dependencia del consumo de drogas. Y, segundo, porque los procesos y luchas espirituales son, de suyo, extremadamente exigentes, y están atravesados por una agonía permanente. Además, suponen disciplina, rigor y capacidad de discernimiento, dado que su objetivo principal no es el bienestar del consumidor, sino un más elevado nivel de conciencia y de conocimiento. Y, en una fase superior, una participación de la divinidad misma, pero sólo si ésta lo permite, y no si la droga u otro producto de consumo la “actualizan”. Esto implica haber desarrollado una lúcida resistencia al sufrimiento y a la polarización interna, así como tener valor para enfrentar el horror y el inexorable peso de la realidad, tanto interna como externa –que está lejos de ser una “construcción” o un “relato” “administrable” a discreción–, todo lo cual contradice y revela, al mismo tiempo, el vacío del alma inherente al hedonismo de la sociedad de consumo.

El masivo apoyo a esta sospechosa iniciativa que invoca descaradamente la “dimensión espiritual” y una supuesta “actualización” del “potencial humano (…) mediante el uso responsable y virtuoso de herramientas enteógenas” –esto es, drogas alucinógenas–, para vender su producto como un “derecho” que debiera ser resguardado por el Estado, constituye una señal de alerta. Es, a lo menos, una muestra representativa de la permisividad, obsecuencia, autocomplacencia, frivolidad, negligencia y desidia de un sector no menor de la población, frente a la expansión del consumo de drogas y el narcofascismo, cuyas consecuencias están muy lejos de los pretendidos paraísos artificiales del espíritu defendidos por los autores de tal iniciativa popular de norma. Así lo muestra, entre otros crímenes atroces y con rasgos arcaicos, el infanticidio ritual perpetrado por la Secta de Colliguay, en noviembre de 2012, asociado al consumo de ayahuasca: un hecho convenientemente olvidado, en favor del posicionamiento en el mercado de esta pseudoespiritualidad para consumidores.


3. Instauración de la anomia y narcofascismo

Gabriel Boric, elegido Presidente de la República el 19 de diciembre de 2021, necesita una nueva Constitución para gobernar. Pero sus normas votadas hasta la fecha revelan, por un lado, su carácter racista, atomizador y destructivo de toda institucionalidad anterior en siglos, a través de expresiones que acusan la incubación de un proceso de desmembramiento de Chile, tales como: “regiones autónomas, comunas autónomas, autonomías territoriales indígenas y territorios especiales”, o “plurinacionalidad, pluralismo jurídico e interculturalidad”. Y, por otro, fagocitación y trituración del individuo por colectivos y facciones, elementos propios del fascismo y sus burocracias del Infierno.

El 10 de marzo de 2022, un día antes de la transmisión del mando presidencial, la Ministra del Interior y Seguridad Pública Izkia Siches y la Ministra de Justicia y Derechos Humanos Marcela Ríos informaron que el Gobierno entrante retirará en forma inmediata 139 querellas por la Ley de Seguridad del Estado, presentadas por la administración saliente, en el marco del llamado “estallido social”. Con esta medida, pretenden que dicha ley “no sea utilizada para la persecución injusta y desproporcionada”, y, así, contribuir a la reconciliación y la paz social. Poco después, el 21 de marzo, el Secretario General de la Presidencia Giorgio Jackson anunció que el Gobierno pondrá suma urgencia al “proyecto de ley de indulto o de amnistía”, en trámite en el Senado, con el fin de “poder cerrar o de alguna manera revisar y ojalá sanar ciertas heridas que dejó el estallido social en nuestra sociedad”.

Tales iniciativas son una prioridad para Boric, lo cual no deja de ser escandaloso, pues éstas sólo fomentarán la permisividad de la violencia a discreción, perpetuando así la impunidad. Y, contrariamente a sus pretensiones, ello indica una continuidad de la barbarie, desde el inicio de la asonada de octubre de 2019, así como una legitimación retrospectiva de ésta, sobre la base del chantaje, la exculpación, el victimismo y sus privilegios –particularmente, en el caso de los mapuche, cuyo chantaje ancestral se exhibe ahora sin pudor. Asimismo, indica una obsecuencia con la instauración de la anomia, en y desde el núcleo mismo del Gobierno, y una total desconsideración ante los afectados directa e indirectamente por el vandalismo, los saqueos e incendios, extendidos durante meses. A cambio, les ofrece apoyo económico, en lugar de justicia. Pero no ambos. De este modo, al igual que durante la postdictadura, la impunidad continuará siendo una condición para la reconciliación nacional. Esta prioritaria medida del Gobierno entrante y sus consecuencias constituyen un augurio siniestro relativo a la precipitación de la disolución del ya ruinoso y precario Estado de derecho.

Pero, además, hay otros procesos disolventes y corrosivos en curso, tales como: la intensificación de la escalada de la violencia en la Macrozona Sur y la crisis migratoria en la Macrozona Norte. El mercado del victimismo y sus extorsiones implícitas, que apelan al argumento ad misericordiam atribuyendo el ejercicio de la violencia sólo a quienes conviene y cuando conviene, mientras invoca una supuesta discriminación racista y de género para encubrir su despótica inmunidad a la crítica. Y las carnicerías y luchas intestinas inherentes al despliegue de la mezquindad organizada, en función de la conquista del poder, sin importar de qué pertenencia social, tribal, identitaria o de horda se trate.

En efecto, el 15 de marzo de 2022, la Ministra del Interior y Seguridad Pública Izkia Siches –proverbial en su narcisismo, exhibicionismo y pretensiones de omnipotencia–, junto a una comitiva de otros cinco ministros, se dirigió a Temucuicui, Ercilla, región de La Araucanía, con el objetivo de iniciar “una ronda de diálogo en el territorio” y de implementar “la desescalada del Estado de Excepción tomando todos los resguardos necesarios”. Temucuicui es, actualmente, un “territorio autónomo liberado del Estado”, al que las policías no pueden ingresar.

El camino hacia esa zona estaba obstaculizado por barricadas y un vehículo incendiado. Hubo disparos al aire con armas automáticas que no alcanzaron a la comitiva y, además, fue encontrado un lienzo dirigido a Izkia Siches, firmado por la Resistencia Mapuche, haciendo explícita su negativa al diálogo. La ministra fue sacada del lugar en un vehículo blindado de Carabineros. Pero, a pesar de estos graves hechos, que parecen haber sido una acción planificada de amedrentamiento y una advertencia, ella no los denunció como debía. Por su parte, el Gobierno tampoco presentará acciones judiciales, ni renovará el Estado de Excepción en la Macrozona Sur. En cambio, insistirá en continuar buscando el diálogo.

Este episodio, a cuatro días de la transmisión del mando presidencial, es un punto de inflexión en la escalada de la violencia en la Macrozona Sur, ya que se trata de una acción contra la segunda autoridad del país, lo cual indica una pérdida de significado, consistencia y relevancia de tal figura. Por otra parte, la decisión del Gobierno de no de presentar una querella, ni de renovar el Estado de Excepción, indica permisividad y falta de lucidez y de sentido de la realidad ante el peligro. Peor aún, ilustra de modo patente la instauración de la anomia en y desde el corazón mismo del Gobierno y el Estado, como una extensión aún más avanzada del proceso de disolución y de la pendiente a la barbarie en curso, con una ya escasa contención.

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A la luz de estas consideraciones, el origen barbárico de la Constitución de 1980 no será superado por la Convención Constitucional, fundada, asimismo, en la mala fe, la mezquindad organizada, la impostura y la barbarie. Para que lo fuese, se requerirían cualidades y virtudes morales y espirituales superiores: nobleza y dignidad, generosidad, buena fe, buena voluntad, inteligencia, capacidad de pensar, capacidad de conciencia y de autoconciencia; sentido de los límites, de la realidad y de la responsabilidad; capacidad de diálogo sobre la base de la búsqueda de la verdad y del bien común, a la luz de esa verdad, y no sobre la base del cálculo para ganar; honestidad intelectual, conocimiento y lucidez, decencia e integridad, de las que la mayoría de la población, en este país sin educación ni espíritu, carece.

Por eso, la Convención Constitucional tampoco será capaz de superar su propio origen barbárico.

Esta descomposición interminable, en distintos niveles, y ya laberíntica, es más que suficiente para que el producto de la Convención Constitucional sea otro engendro barbárico, igual o aún peor que la Constitución de 1980. No es necesaria una campaña del terror, ni una conspiración, ni tener un ánimo catastrofista, ni esperar el producto final, para que la Convención Constitucional se autodestruya, mutilándose y pudriéndose desde dentro. Rojas Vade, ese esperpento monstruoso, su alma negra latente, es una muestra de su carácter destructivo: la imagen de la mentira que la conforma y carcome.

Es tarde. Ni la Concertación rediviva (Amarillos por Chile), ni las imploraciones a la Convención Constitucional, como quien viene recién despertando de la hipnosis barbárica, ni el sedicioso y obsceno “partido octubrista”, intocable, impune e inmune a la crítica en su autorreferencia y mezquindad inherentes al lumpenfascismo y el lumpenconsumismo, de los que aquél es una manifestación, serán capaces de superar la degradación espiritual constitutiva de la sociedad de consumo, la industria del envilecimiento y su apoteosis: el narcofascismo, ese imperio de la abyección, la ruina y el vacío del alma, colectivamente legitimado desde escudos sociales.

En suma, la escalada de la violencia, la lumpenización y la barbarie; su permisividad y legitimación a discreción y por conveniencia en distintos niveles; la instauración de la anomia en y desde el núcleo del Gobierno y el Estado, y, por último, la impunidad y la precipitación de la disolución del Estado de derecho, son funcionales a la expansión territorial y la entronización del narcofascismo y su corolario: la extinción de lo humano.

He escuchado a gente antigua, con amplia y profunda experiencia del horror y, sobre todo, con dolorosa y dura conciencia de sí, temer lo peor: el hundimiento de Chile en una última oscuridad.

Vivan y mueran, chilenos, con la impronta de esta condena a la imposibilidad de esa superación de la barbarie como un veneno. Soporten este vasto proceso de disolución que pudiera extenderse hasta lo indeterminado e incomprensible: los que queden, y los que nazcan o sean arrojados a esta tierra inhabitable, a mansalva, si tienen fuerza, conciencia, decencia y valor para ello.

 

Valparaíso, la miserable, ruinosa e inmunda ciudad, 21-24 octubre 2021/3-28 marzo 2022

 

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Una versión resumida de este trabajo apareció en El Mercurio de Valparaíso, el jueves 17 de marzo de 2022, bajo el título “Epitafio: hordas y narcofascismo”.

Imagen superior: Los Desastres de la guerra N°28, Goya.





 



 

 

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Epitafio: Horda de Perros y Narcofascismo.
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