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"Alrededor", de Luis Oyarzún
Arancibia Hnos., Santiago de Chile, 1963

Por Hernán Del Solar
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ublicado en La Nación, 28 de mayo de 1964


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Interesa la autenticidad de la actitud de un poeta frente al mundo, porque nos da el origen y, con él, a veces. el secreto más hondo de su poesía. Suele ser difícil fingir esta actitud reveladora, pues nunca falta algún detalle que la traicione. Esto se advierte cada día. con innumerables poetas que andan en busca de la que quisieran su propia imagen.

Luis Oyarzún no es el aventurero poético. No se lanza a descubrir la poesía, para contarnos después ruidosamente la historia de su hallazgo. Sabe que la poesía no está en ninguna parte y que es necesario crearla para ponerla en las cosas. Esta actividad no es bullanguera; al contrario, ama el silencio, la quietud. Esto es lo que hallamos siempre en la poesía de Oyarzún; quietud y silencio, porque su actitud es la de un contemplativo. Le vemos ante las cosas y los hombres sintiendo la necesidad de que asome la gran ausente, la poesía. Cuando entre el mundo y este poeta hay una momentánea concordancia, que la contemplación mantiene y aviva, el poeta siente en él un vacío, que sólo la poesía puede colmar. Y su menester de poeta es, entonces, el de ordenar las palabras imprescindibles que forjan la poesía.

Los puntos de partida de muchos de sus poemas están ahí, en cualquier parte, frente a la mirada de quienquiera, y se diría que de ellos no saldría nunca, sin ayuda de improbable milagro, un poema digno de tal nombre, es decir, un poema asistido por algo así como una iluminación, por una verdad de sentimiento visiblemente inobjetable. Véanse, por ejemplo, los poemas titulados "Verano en Panguipulli", "Bosque del Sur" y varios otros. El poeta acomoda materiales, describe, no se esfuerza, y de pronto el hálito de la poesía sopla, crea, purifica las cosas.

Los poemas de “Alrededor” se han agrupado en cinco haces, sin notoria separación entre ellos, pues la unidad del libro forma un conjunto muy compacto. Hay el poema que tiende a meditación filosófica, y se salva en el instante preciso por la gracia rítmica de alguna imagen; hay el poema que muestra un paisaje, o un momento determinado; hay el poema de amor, como “Olvido”, el soneto de la obra; hay el poema de pura gracia; hay el poema que podría llamarse nota de viaje. Pues bien, todos ellos son, sin más, poesía. Una poesía que no halaga los oídos, que es lenta en abrir su camino hacia lo hondo de la sensibilidad del lector, pero que allí se queda una vez que se aposenta.

 

 

 


 

 

Algunos poemas de "Alrededor"

 

Verano en Panguipulli

Brincan salmones en el agua purpúrea.
Humo es ahora la fuente del verano,
Sólo un tronco llameante bajo el volcán nevado,
Silencio de cenizas hasta el último dia.
Los ríos no reflejan al cielo.
Un indio ciego sopla en la fogata.
Las pupilas sin mundo se vengan del bosque
Martirizando helechos, sollamando al mañío.
En la espesura se retuercen las flores.
Aventados los pájaros, las rocas se derrumban.
Hijastro de la tierra, el rico de humo
Resecó las vertientes.
Sopla el terral caliente de las ascuas del monte
En la orfandad de un agua sin reflejos.
El ahumado cielo se ciega con las estrellas.

 

 

Anchimalguen

Escucha en la espesura ese crujir de hojas,
el crepitar del fuego en los colihues.
Mira esa luz azul que sube del canelo,
esa luz no es el fuego ni la luna,
es la luz del mallín bajo los musgos.
Arcoiris nocturno, fuego macerado
en el cartón hundido de otros bosques;
Esa luz atraviesa las quebradas
y se detiene a arder sobre la ruca.
Aúlla un perro en la negrura.
Una lechuza entrecierra los párpados
y vuela a su cueva secreta.
Acaba de morir un niño en manos del abuelo
en mal de hechicería.
El niño ardiendo gira en el cielo de lluvia.
Escucha este rumor de luz deshilvanada
por la bola de fuego dividida en la altura.
Hasta los ojos del puma se protegen
cuando sube esta aurora de la muerte.

 

 

Bosque del sur

El avellano exalta en flor y en fruto
la madurez colmada de febrero.
El silbido del bosque silencioso
ahonda en la espesura su sosiego.
Empieza el roble a perfumar el suelo
bajo el primer fulgor de los copihues
y la tórtola hambrienta de ternura
golosamente en su pasión se atrasa.
El estambre interior de la violeta
parpadea a la sombra del helecho.
Cielo del sur en paz, eres cambiante
como el musgo del brillo en la quebrada.
Racimo digital para el rocío,
danzante fucsia, avena voladiza
en la espera inminente de su vuelo,
buscando el aire y amarrada al viento
por tu semilla de tierras prometida.
Todo está donde está. Nada te sobra,
nada te falta, tierra sustentada
del mismo germen que te funda en tierra.

 

 

 

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"Alrededor", de Luis Oyarzún.
Arancibia Hnos., Santiago de Chile, 1963.
Por Hernán Del Solar.
Publicado en La Nación, 28 de mayo de 1964