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El Diario de una Vida Intensa
DIARIO. Luis Oyarzún. Ediciones LAR, Concepción, 1990, 294 páginas


Por Ignacio Valente
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blicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de julio de 1990


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Luis Oyarzún (1920-1972), uno de los grandes animadores de la cultura chilena, dejó entre sus escritos un Diario de su vida que alcanzó una fama casi mitológica entre quienes sabían de él. El libro, que se publica ahora, es una selección de textos escogidos entre las mil páginas del Diario, a cargo de Leonidas Morales, quien para facilitar su lectura ha ordenado los fragmentos según unidades temáticas, conservando la fecha y a veces el lugar de cada texto. Se trata de impresiones a la vez rápidas y profundas sobre los libros y la vida, sobre lo divino y lo humano, sobre la naturaleza y la cultura.

Se reconoce mejor la persona y el estilo de Oyarzún en estas anotaciones azarosas y libres, que en sus ensayos más académicos: se lo siente más cómodo y suelto como pensador asistemático. El autor escribe viajando, en los aviones, en una pausa de hotel, o bien echado en plena naturaleza (cultivó la excursión como género de vida), describiendo pictóricamente sus elementos, plantas, pájaros, paisajes, luces y sombras. El protagonismo personal de Oyarzún es sumamente discreto y de segundo plano: no se nos propone como el héroe ni el antihéroe, y prefiere la objetividad sin desmedro de la intimidad de sus observaciones, servidas por una prosa límpida que muchos ensayistas y narradores se quisieran para sí.

Oyarzún desempeñó innumerables cargos en la vida universitaria del país, si bien apenas figuran aquí algunas menciones —todas ellas peyorativas— a esa vida "oficial" suya, que lo aburría. No en vano la filosofía que sintió más próxima a sus convicciones es la de Bergson, el vitalismo del élan vital. Su propio pensamiento filosófico cultiva una vena ligeramente esotérica mezclada a su casi adoración por la naturaleza: un ingrediente casi budista —avidez por el nirvana, por disolverse en el Todo— sobre el trasfondo de un sentimiento cristiano de la vida, con frecuentes referencias éticas y un vivo sentido del pecado, unido a un anhelo no menos vivo de santidad e inocencia.

Oyarzún es un hombre que vivió pensando a Chile. No sólo pensando en Chile: pensando a Chile. Como conciencia crítica del modo de ser chileno, de nuestra naturaleza, de nuestra cultura, de nuestra falta de espíritu —como tábano socrático de nuestras instituciones y de nuestra mentalidad grisácea—, Luis Oyarzún casi no admite parangón en nuestra literatura. Pertenece a la casta de Edwards Bello, pero es menos sonriente y más apasionado en sus juicios. Recuerda la figura del patriota que nos traza Chesterton: cuanto más ama a su patria, más le duele ésta, más mal habla de ella. Sus invectivas contra el país son obras de un amor apasionado por él.

A Oyarzún le duele nuestra barbarie, la indolencia del carácter criollo, el feísmo como escuela nacional, la fealdad de nuestras ciudades y aldeas, sobre todo de Santiago: "Difícilmente habrá ciudad más fea, miserable, sucia y deprimente en el mundo entero". Y lo dice quien conoció bastante mundo. Nuestra naturaleza se salva sólo allí donde no la ha tocado el hombre. Es una naturaleza yerma que no hemos sabido poblar con nuestra fantasía, que ni siquiera llega a ser naturaleza por la falta humana de espíritu. Chile es para él "la tierra triste de unos hombres tristes".

No obstante esta crítica, se ha dicho con razón que la naturaleza es el gran protagonista del Diario. Añadiría que es también la religión del autor, quien se revela como un ecólogo avant la lettre, anterior a la ecología. Pero no ignoraba el lado de lo telúrico: "Me defiendo de la angustia flotante en el cuerpo de la Naturaleza". Oyarzún vivió buscando momentos de felicidad en el contacto puro con la realidad natural, momentos como de disolución de la conciencia en la comunión con el cosmos. Le bastaba el atisbo de un paisaje, y aun menos que eso, una huerta o un corral, los alrededores de una casa de campo, para poner en marcha su intensa sensibilidad pictórica, que brilla tan alto en estas páginas cuando describe un árbol, una hoja, una flor, el vuelo de un pájaro o de un insecto: "un mundo en un grano de arena", por decirlo con Blake.

Es que Oyarzún poseía el difícil arte de detenerse, mirar y ver. Su mundo, como el griego, era intensamente visual. En su opinión, el chileno por lo general no sabe ver. Una ilustración cualquiera: reprocha a Eduardo Barrios "la extrema pobreza de su visión", y a muchos de nuestros escritores el que, en sus libros, la naturaleza esté contada pero no vista. Para ver hace falta "una conciencia libre que acepta el mundo", y tal cosa no es frecuente en nosotros.

Las páginas de este Diario están atravesadas por una visible corriente lírica, pródiga en imágenes felices. Escojo casi al azar: "Nuestra conversación tocaba naturalmente los más lejanos temas, se elevaba sin trabajo, como un nadador que pasa de pronto del agua al aire y magnifica sus gestos". "Su mano, afinando la guitarra, parece un animal independiente, el animal humano de la mano, autora del hombre, sobre las cuerdas que me hacen pensar en Pitágoras y comprender al fin su teoría del arco y la lira". Por citar, habría que reproducir páginas enteras de esta feliz prosa, llena de hallazgos poéticos.

Como de paso, sin darse importancia, Oyarzún exhibe en el Diario sus excepcionales dotes como crítico literario. Sus observaciones sobre Manuel Rojas, Benjamín Subercaseaux, Pedro Prado, Gabriela Mistral, Jorge Teillier, son singularmente lúcidas. Dos o tres frases le bastan para dar en el clavo. No conozco en Chile mejor descripción de Enrique Lihn y su poesía que las seis páginas dedicadas a él. Su crítica de Neruda es clarividente y no exenta de cierta fría ferocidad.

En lo político, Oyarzún demuestra una soberana independencia de juicio, propia de quien profesa la rotunda prioridad de la reforma cultural e íntima del espíritu sobre las transformaciones institucionales de la economía y la sociedad. Descree de todas las revoluciones. Rechaza el marxismo "por razones estéticas", que no carecen de profundidad. Se toma una buena distancia de los movimientos sociales de la época, sin carecer por eso de lúcidas propuestas sociales. Comenta a propósito de un congreso: "Estos escritores producen la impresión de ser una rudimentaria brigada de choque ideológico, que canta las mismas quejas, las mismas protestas con el mismo lenguaje aprendido. No ven del mundo moderno sino lo que encaja en sus alvéolos estrechos. Hasta diría que respiran por su mala conciencia".

Termino citando el párrafo final de este Diario: "No imagino a San Francisco de Asís en jeep, conformándose con distribuir queso y leche en polvo (...) Algo hay en el carácter sacerdotal que obliga a la primacía de las dádivas espirituales y al mantenimiento de un fuego que ellos están destinados a dar, tan necesario como los alimentos". Luis Oyarzún o la conciencia crítica de la cultura —de la incultura— chilena de nuestro siglo.




 



 

 

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El Diario de una Vida Intensa.
DIARIO. Luis Oyarzún. Ediciones LAR, Concepción, 1990, 294 páginas.
Por Ignacio Valente.
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de julio de 1990