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ENSAYO:

Sobre "la verdad" de Drácula:
Ni un rastro de romanticismo

Por Lorenzo Peirano
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 21 de Julio de 2002

De una antigua adaptación teatral de Drácula, un productor tergiversó el libro de Stoker, presentando a un tipo de vampiro "héroe maldito". Pero Drácula dista mucho de los trajes elegantes y los peinados a la gomina.


Cuando nos acercamos a una historia de horror, nos acercamos también a la esperanza. Aquí no puede haber contradicción, puesto que, si lo meditamos, la posibilidad de la inexistencia de un más allá viene a ser el peor de los horrores. Por lo tanto, quien se conmueve ante una narración macabra se conmueve a la vez (quizás a un nivel inconsciente) ante la presencia de Dios y su larga lucha en contra de las ambiciones del Demonio, el que halla en la confusión un teatro de guerra apropiado.

En este sentido, quisiéramos referirnos a uno de los más célebres personajes de la literatura universal: el Conde Drácula, un vampiro abominable, tal y como lo concibió su autor. No obstante, este ser odioso ha experimentado un cambio que "lo favorece", y que alcanza su punto culminante en la cinta de Francis Ford Coppola, "Drácula de Bran Stoker" (cuyo título propone una fidelidad a la esencia del libro que en ningún caso encontramos).

Nacido en 1847, el escritor irlandés Bran Stoker se desempeñó como agente del actor Henry Irving (la relación entre ambos fue complicada y ha dado motivos a múltiples especulaciones). Stoker, además, integró la secta de carácter ocultista "Orden Hermética del Alba de Oro". De su mano surgieron dieciocho novelas en total, una de las cuales se ha convertido en el arquetipo del vampiro, o al menos la imagen (distorsionada) que de ella se tiene.

Tras la muerte del escritor, acaecida en 1912, su viuda no permitió que otros sacaran provecho de la única obra de su marido que generaba ganancias (la cinta "Nosferatu, el Vampiro", de F.W. Murnau, que se realizó sin los permisos correspondientes, fue destinada a la destrucción y "sobrevive" hoy en día gracias a que se ocultaron algunas copias). En un ambiente de "batallas legales", la heredera entregó la adaptación teatral de Drácula a Hamilton Deane, un productor que tergiversó el libro de Stoker, presentándonos un tipo de vampiro que se ha ido cimentando como "un héroe maldito" de corte byroniano. Pero "la verdad" de Drácula dista mucho de los peinados a la gomina y los trajes elegantes (pensamos en la versión cinematográfica protagonizada por Bela Lugosi). Y es que, hacemos hincapié, el lector no encontrará ningún motivo para sentir simpatía y, menos aún, alguna pequeña admiración hacia este vampiro o sanguijuela de nariz ganchuda, flaco y "más empingorotado que un Duque".

Un vampiro a la moda

H.P. Lovecraft expresó que Drácula "ha alcanzado con justicia un lugar permanente en las letras inglesas". Este juicio no ha sido puesto en entredicho (desde su publicación, en 1897, las ediciones del libro de Stoker se han sucedido). La novela, estructurada a partir de diarios personales (algunos de ellos registrados en fonógrafo), epístolas y recortes apócrifos de periódicos, nos cuenta de una criatura maligna que se traslada desde Transilvania a Londres con la intención de expandir su poder; es una de las batallas de la oscuridad planteada en un terreno temporal. Quienes enfrentan a este Enemigo son guiados por el miedo, "el que se ha vuelto una convicción". Pero se trata de un miedo por el destino de la humanidad; el vampiro pretende el dominio, y ciertas señales nos indican la magnitud de su desafío. Un loco (Renfield), una suerte de "anti-Juan, el bautista", anuncia su llegada a Inglaterra. Lo llama "Maestro"; entre arañas y moscas aguarda su venida y "el reparto de sus bondades". Drácula, como todo remedo, se encuentra siempre fuera de lugar. Es un asesino torturador del sueño, un ser imposible que no se refleja en los espejos. Una ridiculez siniestra reemplaza a la sombra que no tiene (afirma Plutarco que los muertos no proyectan sombras). Lo vemos joven o anciano; como murciélago o perro; en determinadas ocasiones puede desplazarse de día. De su levita, al romperse en la lucha, caen monedas y billetes. Hay demasiados "detalles" en su contra: sus labios malolientes, el hedor de sus guaridas. Aunque afirma "saber amar", únicamente pretende a la mujer para que "colme todos sus deseos". Se nos propone, en consecuencia, la trayectoria de un ser que busca con ímpetu multiplicar su especie; un ser que es y no es aquel guerrero del siglo XV, y que sólo encontrará la paz segundos antes de convertirse en polvo.

Considerando los antecedentes literarios del vampirismo, que se inician con "La Novia de Corinto" de Goethe (1797), deducimos que Stoker tuvo en mente un personaje bastante alejado de sus predecesores. Al contrario de "El Vampiro" de John William Polidori (1819), Drácula no es un "Lord extraordinario" que da suntuosas limosnas a viciosos y depravados. De igual modo, se encuentra distante de Carmilla, la vampiresa de Joseph Sheridan Le Fanu (1872), una criatura tremendamente sensual. Inevitable resulta, sin embargo, que la novela cumpla en otros aspectos con los requisitos de su época: la presencia intensa de la naturaleza, notable al inicio cuando una de sus víctimas y posterior cazador se dirige al castillo ("Más allá de aquella colina otros bosques y las altas cumbres de los Cárpatos"); y lo más evidente, la vigencia en el tiempo en que se publicó de lo misterioso y sobrenatural; fenómeno que no sólo se produjo en la Inglaterra victoriana: Hoffmann en Alemania, Jan Potocki en Polonia y Théophile Gautier en Francia, entre otros, antes que Stoker escribieron sobre vampiros.

Ahora, y en el torbellino de las exigencias inmediatas, Drácula, como sabemos, fue transformado por Hamilton Deane. Determinados encantos del personaje de Polidori - inspirados en el legendario Lord Byron- pasaron directamente a la adaptación teatral: "su rostro regularmente atractivo, a pesar de la tez sepulcral"; su aceptación entre las damas ("Era tan buscado por las mujeres cuyas virtudes domésticas son el adorno de su sexo como por aquellas que deshonraban esas virtudes") y la elegancia ya mencionada; ese "desenvolvimiento en sociedad"; ese estar en la ópera y en los salones. En el libro de Stoker, en cambio, el vampiro se encuentra abiertamente en la postulación satánica que menciona Baudelaire, "la del gozo de rebajarse". Al igual que la serpiente, Drácula hipnotiza a sus víctimas; las mujeres que han sido mordidas por él se han vuelto groseramente voluptuosas (y asesinas de niños), o se sienten demasiado humilladas. El estigma en la frente de una de ellas es una expresión obvia de la lucha entre el bien y el mal; así como el nombre patriarcal del guía de sus perseguidores: Abraham (Van Helsing). Encontramos también (Renfield es nuestra referencia) otros equivalentes demoníacos, a modo de cruces invertidas, que nos ilustran el rumbo seguido por Stoker: la adoración que pretende el vampiro, o la niebla que se separa, emulando la separación de las aguas del Mar Rojo, aunque en vez del Pueblo Elegido divisaremos a millares de ratas de "ojillos centelleantes".

Sin duda, de entre los ornamentos que rodean a esa "imagen romántica" de Drácula, la estaca ocupa un lugar sobresaliente. El cine de Hollywood (exceptuando la versión de Ford Coppola) ha sido el principal responsable de mostrarnos a un vampiro empalado; en este sentido, la novela nos indica que el fin del bebedor de sangre se produce por el acero. Sin embargo, la variación de Hollywood - que a pesar de un distanciamiento inicial, luego siguió la adaptación de Deane- nos conduce, por un lado, a otra de las armas contra vampiros presentes en el folclor, y por otro, el legítimo poseedor del nombre Drácula, llamado también Vlad, "el empalador"; aquel "Vaivod (príncipe) que se hizo célebre atravesando el gran río para enfrentar al turco en su misma frontera". Nacido en 1428, en la ciudad transilvana de Sighisoara y muerto en 1476 (su cabeza cortada fue llevada a Constantinopla), este héroe nacional de Rumania es bastante conocido en nuestros días a causa de su personalidad sádica (se dice que empaló en una sola jornada a 20.000 turcos) y debido, sobre todo, a que su nombre evoca al vampiro por antonomasia.


El Conde Wampyr

Impulsado tal vez por motivos estéticos (el patronímico Drácula posee una sonoridad atractiva y significa, además, Dragón o Demonio), Bran Stoker modificó la novela de horror que ya casi tenía terminada, rebautizándola con un hombre ancestral; su detestable personaje corrió la misma suerte. Hay quienes ven en la crueldad del Drácula histórico - estudiado concienzudamente por Stoker- una inspiración definitiva.

Lo cierto es que la novela llevaba por primer título "El no Muerto", y el nombre del vampiro era "Conde Wampyr"; pero sobre este aspecto es necesario considerar que el autor irlandés también acudió a otros textos de investigación. "Más allá del Bosque" (es decir, Transilvania), de Emely Gerard, es uno de ellos; se trata de un estudio sobre la gravitación de los vampiros en el folclor. "El autor de Drácula utilizó en su novela aquellos mitos en los que la población de Transilvania aún sigue creyendo, como, por ejemplo, que los ajos y la cruz pueden repeler a los succionadores de sangre", ha escrito el estudioso del tema, Raymond McNally. El segundo texto, y el más importante, es el "Tratado sobre Apariciones de Espíritus y Vampiros o Revinientes" del R.P. Dom Augustin Calmet, publicado en París, en 1751 (del que no solamente Stoker es deudor; Joseph Sheridan Le Fanu en su novela Carmilla reproduce una de las historias allí expuestas). "Siempre mantendré que el retorno de los vampiros es insostenible e impracticable", afirma Calmet en su tratado, en el que diserta sobre los testimonios de quienes han enfrentado a esas terribles criaturas. De estas páginas proviene la sordidez de Drácula (quien ha perdido algunas facultades de la memoria), su mezquindad, su hedor y sus transformaciones. Porque hemos comprobado que no hay siquiera un mínimo rastro de romanticismo en un ser que se desplaza bajo nombres supuestos, desdeñoso, de afilados caninos y que se servirá, incluso, hasta de un pobre demente para sus propósitos.

 

 

 

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