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Entrevista al poeta Lorenzo Peirano:
“Mi ejercicio escritural significa una indagación en las atmósferas y en los sentimientos”.

Por Julián Gutiérrez

“Si nos desentendemos de los gritos / un grito enorme nos remece
si nos desentendemos del dolor / un dolor oscuro  nos perfora”


Lorenzo Peirano es de aquellos “otros” poetas necesarios de (re) conocer y cuya voz sugiere conciencia. Su palabra da cuenta de situaciones cotidianas que revelan humanidad: arraigo de un Yo a la condición de existir.

Nace en Santiago, en mayo de 1962. Entre 1984 y 1985, edita la hoja de poesía El Bastardo. Luego publica Respirando Callejones (1990) y El solitario de mis naipes (1995). Colabora en Pluma y Pincel, en Artes y Letras de El Mercurio, www.letras.s5.com y Periódico Literario Carajo.

Parte de su obra ha sido publicada en revistas y suplementos como La Gota Pura, Signos de la Poesía, Zona de Contacto y Trilce; e incluida en las siguientes muestras y antologías: SECH-PRED: "Muestra de Literatura Chilena", La Nación,1992; "Poetry from Chile: 26 New Voices", Juan Hernández (editor). The Traslators Worshop, USA, 1993; "Muestra Generación 1960", revista Simpson 7 , segundo semestre de 1999; “Poesía Chilena Desclasificada (1973-1990)”,  Editorial Étnika , 2006; “Poéticas de Chile/Chilean Poets on the Arto of Poetry”, Editorial Étnika, 2007, “El Lugar de la Memoria”, Editorial Ayún, 2007 y “Fin de Siglo: nueva poesía chilena de los 80”, Editorial Ventana Abierta., 2009.

Respecto a su escritura, Antonio Salgado señala: “Su lenguaje es concentrado, casi sin adjetivación ni referencias analógicas, y parece nacer como poesía del centro de su existir, marcado por preocupaciones religiosas, la proximidad de la muerte y la tarea de vivir sin restarse a lo que sucede a su alrededor”.

He aquí su compartir desde el silencio y su humana condición de hombre que habita este país tan proclive a la lejanía y al olvido. Escuchémosle.

- ¿Cómo ocurrieron tus inicios literarios, en términos de ambiente, amistades e inquietudes?
- Fue algo paulatino, algo que seguramente se desarrolló en la niñez debido a ciertos acontecimientos trágicos  que no tenían por qué afectarme, o yo enterarme de ellos; pero que me afectaron y entorpecieron mi desarrollo normal. Fui un mal alumno, un niño aborrecible; siempre en mí todo fue equívoco y anduve demasiado confundido durante mucho tiempo. Hijo único, imagínate; mi padre era un hombre mayor y práctico, un hombre de negocios. Mi madre, bueno, ella fue todo. Tuve su apoyo siempre. Salíamos a veces al centro y visitábamos librerías; ella me hizo leer a  Victor Hugo, Balzac, Tolstoi, Eça de Queiroz. Después vendría mi pasión por Miguel Hernández (el Hernández de “El rayo que no cesa” y del “Cancionero y romancero de ausencias”). Verás, cuando yo tenía trece años sentí la necesidad de escribir un poema; luego se lo leí a mis padres. Mi madre, por supuesto, apoyó mis resultados, sin embargo, mi padre, muy serio, me dijo que no escribiera más. Eso fue espantoso; mi padre, a parte de leer a los clásicos (tenía una hermosa edición de La Divina Comedia) era un admirador de Rubén Darío. Tenía también, entre sus viejos discos, uno en el que recitaba Neruda. La familia de mi padre es de inmigrantes, y él fue formado con educación y trabajo. Ahora, yo creo que su orden --porque fue una “orden” y no un “consejo”--, fue motivada, como después me indicó mi madre, debido a las penurias que, de seguro, afectarán a alguien que escribe; él no quería verme como ahora  yo me veo: desesperado por la falta de dinero. Mi padre fue amigo, además, de Miguel Serrano y de otros escritores.

Ahora, con el tiempo, creo que logré superar aquella experiencia, y más o menos a los diecinueve años decidí, o entendí, que realmente tenía que escribir. Y fui afortunado, el azar me llevó a conocer al poeta Jorge Teillier y a otras personas, escritores, que, de muchas maneras, me reafirmaron.

Recuerdo casi con pavor un taller de poesía  realizado en la Sech por Enrique Valdés. Fue en 1982. Digamos con pavor y nostalgia. Allí conocí a uno de nuestros grandes poetas, Mauricio Ramírez. Con Ramírez creo haber aprendido muchas cosas. Compartíamos lecturas de Sábato, Cortázar, Neruda; Ramírez también fue amigo del poeta Teillier, y juntos tuvimos el privilegio, en más de una ocasión, de escuchar, leídos por el mismo Teillier, sus nuevos poemas.

Ahora, y con la mano en el corazón, te puedo decir que continúo en los “inicios” y que, de algún modo, sigo aprendiendo de mis amigos muertos y vivos.

- ¿Qué autores influyeron en tu trabajo de aquel entonces en términos de propuestas? 
- Cuando me tomé en serio escribir, leí todo lo que pude (aún sigo en eso).Para mí fueron muchos autores; pero de aquel tiempo, digamos a partir de 1982, los simbolistas franceses, Antonio Machado, Borges, Cervantes, Dante Alighieri, la poesía griega y latina, Díaz Casanueva, Lihn, Barquero, Jorge Teillier (con el privilegio de ser su amigo), Eugenio Montale (“Ossi di sepia”). Por consejo del poeta Teiller descubrí a Bradbury y Robert Graves. Para mí fue fundamental “La Diosa Blanca” y todo lo que conlleva. Creo que en aquel tiempo primaba en mí la aventura de reconocer las distintas voces (infinitas) de la literatura. Y no hice (ni hago) distinciones entre narrativa y verso, o prosa y verso, cuando se trata de poesía. Son cosas de Perogrullo, lo sé. También admiré (y admiro) la poesía de Ramírez, de quien ya te hablé. A Álvaro Ruiz, mi amigo, lo comencé a admirar cuando leí publicado en La Gota Pura un poema suyo: “Salva para Antonin Artaud”. Alguna vez se lo dije, años atrás; pero, para mi sorpresa, se molestó bastante. Ruiz, como tú has de saber, fue uno de los grandes amigos del poeta Jorge Teillier.

- ¿Cómo definirías tu proyecto poético o ejercicio escritural en término de intenciones o propuesta creativa?
- Lo razonable sería definirlo en intenciones. ¿Qué intento hacer? La verdad es que mi proyecto no pasa por un tema, por una experiencia de periodista aficionado. Tampoco pretendo (cualquiera pretende cualquier cosa), la atención de las multitudes. Sé que al hombre común lo tiene sin cuidado la poesía; y que si tú le haces leer cualquier poema de los laureados de ahora, lo más probable es que te quite el saludo. “¿Oiga, este gallo está loco” . Por lo mismo, mi ejercicio escritural significa una indagación en las atmósferas y en los sentimientos que conforman este mundo y aquel mundo.

Me interesa cuando Montale dice: “Questa rissa cristiana che non ha/se non parole d’ombra e di lamento/che ti porta di me?”

No me preocupa el entendimiento directo, la crónica naïf  y un poco resentida (llorar por lo que no me dieron y me correspondía) de algunos viejos “rockeros” que se hacen –según escuché—agujeros en los zapatos para conseguir aún más becas.

Machado decía que el hecho de escribir ya es bastante raro, y que publicar, bueno, eso ya viene a ser el colmo. Entonces, si ya soy extraño, sigo en lo mío. No me niego, no oculto mi yo (ni me masturbo en público); me expreso dentro de mi lenguaje; tampoco pido sospechosos préstamos.

Aunque la otra respuesta, la más sincera, se halla en mis poemas o textos.

- ¿Qué factores consideras determinantes en el proceso creativo?
- La tranquilidad económica. Si la tienes, todo se da con más fluidez. Y digo esto, porque sólo puede existir la tranquilidad económica.

Nuestra vida es interesante, toda vida lo es.  Y siempre estamos –como se sabe— a punto de morir.

Yo aspiro a la tranquilidad económica para canalizar toda la intranquilidad que se esconde en los rincones.  Yo aspiro a una mañana con capuccino y tostadas de pan de molde con mantequilla.

- ¿Qué criterios usas para identificar un buen poema? 
- Casi todos los criterios mencionados y no aplicados, me suenan un tanto ridículos; pero creo que Oliverio Girondo lo expresó de manera insuperable: “La poesía siempre es lo otro, aquello que todos ignoran hasta que lo descubre un verdadero poeta”

- ¿En qué proyecto literario estás trabajando actualmente?
- No hay ningún proyecto literario. Nada. Aunque, a decir verdad, casi todas semanas cambio de proyecto literario. Pienso en escribir más poemas, eso está claro. No obstante, la vida dirá. Son tiempos realmente difíciles.

 

 

MUESTRA POÉTICA:

EL LUTO
El luto es la tinta con que debemos escribir,
el luto de los inservibles,
de las mujerzuelas,
del perdido que recibe niebla
cuando deja el bar más insignificante de Santiago.
El luto es la tinta con que debemos escribir
porque en las hueseras tenemos un espacio
y entregamos al Hijo del Hombre
con obscenas risotadas.
Si nos desentendemos de los gritos
un grito enorme nos remece,
si nos desentendemos del dolor
un dolor oscuro nos perfora.
El luto llega con torrenciales argumentos,
rompe la paciencia,
asoma aullidos y toma su lugar.
El luto es la tinta con que debemos escribir,
y si lo olvidamos,
hay cementerios que nos recuerdan el mandato.

 

PODRÉ PALPAR ESAS ARRUGAS
Podré palpar esas arrugas
y arrugarme yo también.
Hay formas que se deshacen en mi sangre
y penas que me golpean con su rezo.
Podré salir de mi escondite
o aniquilarme entre leyendas.
Hay padres de familias que rompen sus arterias
e hijos que caen para siempre.
Yo soy un hijo que ha caído,
y soporto los motores
y me entrometo en el comercio
de los aguaceros y sus gritos.
Carece de importancia ser hombre o esqueleto.
Carece de importancia ser esqueleto o sanguijuela.
Podré sentarme y respirar.
¿Me querrán por inútil? .. ¡Me querrán!

 

 

 

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