Consagración 
            de lo diverso
              Una lectura 
            de la poesía peruana de los noventa
          Luis Fernando Chueca
              (Aparecido en Lienzo 
                22, Universidad de Lima, 2001; pp. 61-132)
           
           
          CERO
          Hablar de poesía de los noventa supone considerar 
            una secuencia (50, 60, 70, 80, 90, como estancos separables) cuya 
            validez responde fundamentalmente a la visión e intereses de 
            los propios implicados en la producción de los discursos poéticos. 
            Pocas veces se ha planteado una revisión de la  poesía 
            peruana del siglo XX que atienda no tanto a las necesidades de protagonismo 
            "generacional", sino al proceso como conjunto. Una revisión, 
            digamos, pensada como una lectura de conjunto desde el siglo XXI hacia 
            el siglo que se acaba de cerrar. Desde esta perspectiva resultaría 
            inconveniente mantener las divisiones decenales, pues la poesía, 
            creo que es ya una verdad, aunque amarga para muchos, no cambia radicalmente 
            cada diez años, y el proceso debe verse como tal, con sus cambios 
            y rupturas, es cierto; pero también con sus continuidades, 
            que suelen ser más.
poesía 
            peruana del siglo XX que atienda no tanto a las necesidades de protagonismo 
            "generacional", sino al proceso como conjunto. Una revisión, 
            digamos, pensada como una lectura de conjunto desde el siglo XXI hacia 
            el siglo que se acaba de cerrar. Desde esta perspectiva resultaría 
            inconveniente mantener las divisiones decenales, pues la poesía, 
            creo que es ya una verdad, aunque amarga para muchos, no cambia radicalmente 
            cada diez años, y el proceso debe verse como tal, con sus cambios 
            y rupturas, es cierto; pero también con sus continuidades, 
            que suelen ser más. 
          No es esto, sin embargo, lo que pretendo con la presente 
            investigación. La nueva revisión -en la línea 
            de lo que Alberto Escobar, en su célebre Antología 
            de la Poesía Peruana, quizás el intento más 
            serio de comprender la tradición poética contemporánea 
            de nuestro país, adelantaba en 1973 (1)- 
            queda anotada como tarea. Lo que busco (aunque el título puede 
            provocar varias lecturas), es una aproximación a la hornada 
            de poetas jóvenes aparecidos alrededor del año noventa(2) 
            en el Perú; aunque decir "Perú" encierra una 
            pretensión que no estoy en condiciones de cumplir. Otro problema 
            de nuestra crítica literaria, de nuestra industria (digo, es 
            un decir, parafraseando a Vallejo) editorial, de nuestro periodismo 
            cultural, de nuestras comunicaciones: el panorama que plantearé 
            corresponde fundamentalmente a lo que ocurre en Lima o, en todo caso, 
            a lo que pasa o ha pasado por Lima(3).
          ¿Qué es, luego de esta introducción, 
            lo que caracteriza a los poetas peruanos del noventa? ¿Qué 
            podemos decir que tenga validez para, por citar algunos poetas entre 
            los más jóvenes, los casos de la densa poesía 
            del conocimiento, la revelación y el cuerpo de Alberto Valdivia, 
            la etérea voz de Bili Sánchez o el malditismo autoirónico 
            de Lizardo Cruzado? ¿O, si miramos entre los mayores de la 
            década, para los sonetos de Lorenzo Helguero, la dicción 
            conversacional de los primeros libros de Alonso Rabí, el nihilismo 
            de Montserrat Álvarez, la reivindicación del espacio 
            familiar de Gastón Agurto o la fragmentación de la voz 
            de Las quebradas experiencias de Xavier Echarri?
            
          
          UNO
            
            La variedad de las menciones anteriores basta para iniciar la 
            revisión con una pregunta: ¿se puede, como se ha pretendido, 
            hablar de una "generación del noventa" en la poesía 
            peruana? Los años iniciales de la década fueron testigos 
            de los primeros fuegos (artificiales) que anunciaban el nacimiento 
            de una nueva generación. Se estaba, así, inventando, 
            como es ya costumbre en nuestra tradición reciente, un nuevo 
            colectivo, algunos de cuyos integrantes lucían orgullosos el 
            rótulo, sin tomar en cuenta que, apenas iniciada la década 
            y casi sin libros en su haber, era bastante prematuro plantear la 
            incipiente obra de los poetas que por esos años comenzaban 
            a hacer públicos sus textos como una "propuesta generacional".
          Además, esta práctica periodificadora, que, 
            como sabemos, se ha aplicado entre nosotros religiosamente (mas no 
            rigurosamente) desde los años 50, ha representado un abuso 
            del paradigma generacional propuesto por José Ortega y Gasset 
            y no contribuye en nada a una mayor comprensión del fenómeno 
            literario peruano(4) ; invita, 
            sí, a una identificación simplificada (casi caricaturizante) 
            de los procesos y actores de nuestra literatura. Una aplicación 
            del método generacional debería realizarse con todo 
            rigor o no realizarse. Y quizá, extremando el argumento, sea 
            necesario descartar definitivamente el método generacional 
            pues, a pesar de lo que observa el propio Ortega en cuanto a que "dentro 
            de ese marco de identidad [generacional] pueden ser los individuos 
            del más diverso temple"(5) 
            , a través del término, tal como se usa en reseñas, 
            artículos periodísticos, conversaciones e incluso estudios 
            "se imagina la historia como un proceso unilineal, desestratificado, 
            homogéneo. Como si un conjunto de coincidencias cronológicas 
            […] pudiera borrar las diferencias sustanciales que existen en un 
            mismo momento entre diversos grupos sociales, las diversas clases 
            que existen en un determinado país…", como escribió 
            Antonio Cornejo Polar(6), o, 
            ampliando, diversas posturas ante la vida y el arte y, por ende, propuestas 
            estéticas incluso enfrentadas.
          El rótulo generacional, sin embargo, sirvió 
            como mecanismo de identificación y publicidad a los sectores 
            más "activos"(7) en 
            los años iniciales de la década para intentar ocupar 
            el espacio literario y marcar la importancia de su presencia dentro 
            de la escena poética local(8), 
            concitando, con sus recitales, grupos, revistas y libros iniciales, 
            cierto interés de algunos críticos, periodistas y lectores 
            en general, que pronto adoptaron el ligero uso del membrete. Pero 
            la supuesta "generación del 90" no cumplía 
            (no podía cumplir, como hemos visto) ni con la configuración 
            de un lenguaje generacional ni con posturas homogéneas por 
            parte de sus supuestos miembros. Quizás como nunca, los poetas 
            de los noventa se encuentran en las antípodas de un espíritu 
            generacional. La heterogeneidad de poéticas, posturas creativas 
            y discursos ideológicos (una dispersión monumental) 
            impiden, a pesar de que se haya incluso publicado un libro con tal 
            nombre, el uso del cartel de "generación del noventa"(9).          
          Lo anterior, sin embargo, no impide considerar la existencia 
            de "promociones" o grupos de poetas (no necesariamente institucionalizados) 
            cuyo vínculo estructurante está dado por cierta cercanía 
            de experiencias, alguna amistad, la coincidencia de su aparición 
            en el espacio literario, la proximidad de edades y algo de afinidad 
            de sus propuestas. Rasgos estos que, como ha señalado para 
            el caso de los cincuenta el narrador Carlos Eduardo Zavaleta(10), 
            rigen parcialmente a lo más los años formativos de los 
            escritores y, a medida que avanza el tiempo, se disuelven en otro 
            tipo de afinidades y ligamentos. Se puede observar, por ejemplo, cierta 
            artificialidad innecesaria en los panoramas de la poesía peruana 
            última -que sin duda el tiempo se encargará de corregir- 
            en la inclusión, para citar algunos nombres, de Rodrigo Quijano 
            o Jorge Frisancho en un territorio epocal distinto (los 80) a, digamos, 
            César Gutiérrez o Xavier Echarri (los 90). Es cierto, 
            sin duda, que la presencia de Quijano y Frisancho en una antología 
            como La última cena. Poesía peruana actual (Asaltoalcielo/editores, 
            1987) está de sobra justificada, pues además de cierta 
            comunidad de experiencias (publicación de sus primeros libros 
            en los sellos Kloaka y Asaltoalcielo, respectivamente; 
            experiencias laborales en común; amistad) con los antologadores 
            y buena parte de los antologados, es obvia su inclusión en 
            un panorama de los ochenta, cuando habían dado ya muestras 
            del valor de su poesía y aún no había terminado 
            la década. La crítica se dirige, más bien, a 
            cuestionar un modo de organización (que en este trabajo se 
            asume a partir de las observaciones planteadas) que establece una 
            distancia temporal entre autores que publicaron, si bien no sus libros, 
            sí sus primeros poemas en revistas, prácticamente en 
            los mismos años. Y es que, vuelvo sobre ello, filiaciones y 
            proximidades no bastan para construir generaciones.
            
          
          DOS
            
            A inicios de la década, grupos, como Neón, Estación 
            32, Geranio Marginal, Vanaguardia o Noble Katerba(11) 
            -casi una avalancha-, trataron de reeditar algunas de las estrategias 
            de apropiación del espacio literario (recitales, revistas, 
            presentaciones conjuntas, declaraciones) emprendidas en décadas 
            anteriores por Estación Reunida, Hora Zero, La Sagrada Familia, 
            Kloaka u Ómnibus. Esta actitud, sin embargo, desde la ruidosa 
            disolución de Kloaka en los ochenta, enfrentaba una inocultable 
            sensación de agotamiento: para la mayoría, incluso para 
            varios de los que los formaron, los colectivos "sólo traen 
            desventajas para la creación individual"(12). 
            Aun algunos representantes de Neón, el grupo de mayor notoriedad 
            y convocatoria, reivindicaron "la libertad de hacer la poesía 
            que yo quiero"(13). Es 
            decir que a los grupos, más allá de las posibilidades 
            publicitarias y la institucionalización de la camaradería(14), 
            poco significado se les reconoce(15). 
            A propósito -y aunque no es lo determinante, sí tiene 
            un peso inocultable- también hay que mencionar que al llegar 
            a los noventa, los colectivos de todo cuño se encontraban en 
            retirada o, cuando menos, probaban ya el sabor del desprestigio. Todo 
            esto explica la corta, en algunos casos cortísima, duración 
            de los grupos poéticos surgidos, y da luces para entender que 
            la aparición de Inmanencia, -hecho que de por sí 
            resulta paradójico-, a fines de la década, haya tenido 
            signo opuesto: poética espiritualista y no "urbana", 
            rituales y no actos, y poco afán de convocatoria (aunque sí 
            de notoriedad, como sus pares inversos) permiten su caracterización 
            más como un antigrupo: el reverso de una experiencia agotada.
          La cancelación del espíritu gregario va 
            de la mano con la consolidación de otra tendencia: la ausencia 
            de todo sentido parricida(16). 
            Más allá de las admiraciones o discrepancias, y con 
            buen ojo crítico en algunos casos, los poetas del noventa, 
            en su mayoría ajenos a la militancia grupal, no han pretendido 
            ser refundadores de ninguna tradición. Lejos de todo adanismo, 
            aceptan su múltiple paternidad, peruana y extranjera. 
          Se han alejado, también, del malditismo que, aunque 
            tuvo una gran presencia en los años 90, 91, 92, ha hecho evidente, 
            en sus últimos estertores, aislados y casi siempre fallidos, 
            el signo de un ya escuchado espíritu adolescente. 
          Otro rasgo de la poesía de estos años, nítido 
            a poco de iniciada la década, mostró que los jóvenes 
            autores no serían prontamente consagrados: la poca crítica 
            que se ejerce mira por otros lados(17). 
            El escenario así planteado contribuye al debilitamiento del 
            paradigma del "poeta joven". A lo largo del siglo XX, poetas 
            como Oquendo de Amat, Marín Adán, Westphalen, Eielson, 
            Sologuren, Heraud, Hernández, Cisneros, Lauer y Verástegui, 
            o más recientemente Chirinos, Mazzotti y Frisancho, entregaron 
            sus primeros libros alrededor de los 20 años (algunos de ellos 
            apenas con 18), logrando invariablemente el reconocimiento de su "extraordinaria 
            precocidad en el manejo de su propio lenguaje". Es cierto que 
            al lado ellos están Eguren, Vallejo, Blanca Varela, Delgado, 
            Guevara, Pimentel y otro largo etcétera, que publicaron después 
            de los 25; y que los primeros libros, si bien pueden llamar la atención, 
            salvo excepciones nunca son los más apreciados de un poeta. 
            Pero nuestra tradición ha valorado, sobredimensionadamente 
            muchas veces, la idea de la precocidad poética, lo que, tomando 
            las palabras de Marco Martos, podríamos llamar el "síndrome 
            Rimbaud"(18). Los poetas 
            del noventa, cuya demora en publicar (la mayoría esperó 
            por lo menos llegar al cuarto de siglo) se puede explicar por desconfianza 
            de la suficiencia de su palabra por cautela o por dificultades materiales 
            para llegar a la edición, han contribuido a recortar el impacto 
            de la imagen del joven poeta(19). 
            No se trata, por supuesto, de negarle valor a los tempranos logros 
            de algunos poetas, sino de señalar que -es la hipótesis- 
            la consideración de si el poeta tiene veinte, veintiuno o veintisiete 
            años comienza a parecer menos importante: debería quedar 
            claro, en general, que la carrera es mucho más larga que lo 
            que evidencian los primeros libros. 
                      
            TRES
          Cabe señalar, siguiendo la advertencia de mi introducción, 
            que no considero que los rasgos enunciados sean producto de un conjunto 
            de poetas especialmente dotados para la cancelación de discursos 
            o la consolidación de perspectivas; no se trata, por tanto, 
            de la fundación en los noventa de una nueva tradición. 
            Lo mencionado es resultado, además de la particularidad de 
            las voces en cuestión, del diálogo con los procesos 
            sociales del país y el mundo y del desarrollo previo de los 
            procesos literarios en nuestro país: los rasgos que se observan 
            en los noventa, se pueden notar ya, con mayor o menor nitidez, en 
            poetas de las promociones anteriores. 
            
            Esto es válido también para lo que sigue: el final, 
            en los noventa, de la hegemonía de la dicción conversacional(20). 
            "La poesía conversacional ha muerto", declaraba como 
            acta de defunción la poeta y crítica Rocío Silva 
            Santisteban en 1998(21) al iniciar 
            el prólogo del primer libro del novísimo grupo Inmanencia(22). 
            Aunque algunos meses después -y luego de comentarios-respuesta 
            de otros críticos a propósito de la aparición 
            de libros de jóvenes poetas identificables dentro de la clave 
            coloquial- señaló que no debían tomarse tan en 
            serio las palabras citadas, lo cierto es que la aparición de 
            los libros de Inmanencia(23) 
            y la frase en cuestión daban cuenta de un hecho central que 
            se sellaba a fines de la década: no la muerte de la poesía 
            conversacional, no su agotamiento como registro válido para 
            la poesía (que lo sigue siendo, incluso entre los jóvenes), 
            sino el cuestionamiento de su posición como centro del canon 
            poético peruano post-cincuenta. 
            
            Recordemos que la poesía conversacional en la Hispanoamérica 
            de los 60 (que continúa, como sabemos, las exploraciones que 
            en los años 20 realizó el grupo de poetas -muy interesados 
            en la poesía inglesa y angloamericana- llamado por José 
            Emilio Pacheco "la otra vanguardia"(24) 
            ) y la antipoesía de Parra se caracteriza centralmente como 
            ha apuntado Antonio Cornejo Polar, por "la ruptura del enclaustramiento 
            del lenguaje intrínsecamente poético", que trae 
            como correlato que "el sujeto lírico pierde, con este 
            hecho, su identificación social. En otros términos, 
            no puede seguir afirmando su identidad como agente especializado de 
            ciertos códigos de uso restringido, consensualmente adscritos 
            al universo de la alta cultura, y su competencia lingüística, 
            antes diferenciadora y jerarquizante, parece sumergirse en la común 
            aptitud de los hablantes de una lengua determinada"(25). 
            Recordemos, además, que este "acercamiento a la oralidad, 
            a los rasgos de la coloquialidad del lenguaje", como ha apuntado 
            Rodrigo Quijano, se consolida, también, como un intento de 
            vinculación por parte de la progresista ciudad letrada de los 
            sesenta "con lo real social emergente"(26). 
            Aunque no se debe dejar de lado la existencia de casos como los de 
            González Prada o César Vallejo, por citar dos ejemplos 
            peruanos, que resultan iniciadores de un camino semejante.
          En el Perú, luego de la canonización de 
            lo conversacional con el eje que representan Antonio Cisneros, Rodolfo 
            Hinostroza, Mirko Lauer y Luis Hernández, entre los más 
            importantes, asistimos a su radicalización (y no ruptura, salvo 
            en el discurso metapoético) con el vitalismo del poema integral 
            de Hora Zero en los 70. En los 80, en que el panorama es definitivamente 
            más complejo y diversificado, la dicción conversacional 
            siguió siendo hegemónica y constituyendo la "línea 
            maestra" dentro de la joven poesía, tanto en los poetas 
            que optaron por una narratividad "culturalista", como en 
            la irrupción del sujeto poético femenino, o en la línea 
            que apostó por la oralidad fragmentada y caotizante, que podríamos 
            señalar como una exploración en los márgenes 
            últimos del coloquialismo. 
          Si hablo de hegemonía y no de exclusividad de lo 
            conversacional, es porque hubo, en las décadas que van de los 
            sesenta a los ochenta, poetas (y no pocos) que representan caminos 
            alternativos, pero, ya sea por la falta de maduración de sus 
            poéticas, por su poco afán de ruptura o, principalmente, 
            por las dificultades de la crítica para mirar más allá 
            del canon establecido para la consagración del joven poeta(27) 
            , no fueron lo suficientemente atendidos, o en todo caso, sus 
            propuestas, aunque valoradas, fueron relegadas al casillero -prestigioso, 
            es cierto, pero menor- de lo "insular"(28). 
            En los 90, se consolida el proceso en marcha (la llamada "dispersión") 
            y la poesía discute la primacía de su línea hegemónica: 
            entre los jóvenes creadores un rasgo que destaca es la pérdida 
            (¿el abandono voluntario?(29) 
            ) del centro estructurador de lo conversacional ("culturalista" 
            o "callejero") y, como consecuencia de esto, el aumento 
            en progresión geométrica de los registros por los que 
            se transita. 
          Si bien esta consolidación se corona simbólicamente 
            a fines de la década con la aparición de Inmanencia 
            -que proclama el retorno a un lenguaje misterioso y hasta sagrado-, 
            desde inicios de los 90, se puede observar que los jóvenes 
            poetas publican sin mala conciencia textos que parcial o totalmente 
            escapan de la línea central anterior: es el caso de Eroscopio 
            de Luis Fernando Jara en el 90; de mi libro Rincones (Anatomía 
            del tormento) en el 91; De las causas y los principio (venenos/embelesos) 
            de Grecia Cáceres en el 92; Escritos en odres de Gabriel 
            Prado y Sapiente lengua de Lorenzo Helguero en el 93; Ritual 
            del silencio de Camilo Fernández Cozman en el 95; Beissan 
            o el abismo de Helguero y Con una mano en la garganta de 
            Jara en el 96; Sahari de Bili Sánchez en el 97, por 
            citar algunos títulos.
          La presencia de los mencionados en el panorama de la poesía 
            reciente y la variedad de sus registros dan cuenta de que no se trata 
            ya de voces marginales o insulares, sino de propuestas escriturales 
            tan válidas como las ubicadas en el eje antes hegemónico. 
            Es más, la insularidad, a estas alturas, resulta una categoría 
            de poco probable uso. Lo que en años anteriores pudo tomarse 
            como anacronismo y síntoma de evasión, resulta en los 
            90 fundamental para el proceso poético y su comprensión(30). 
            Este tan notorio cambio en la sensibilidad de los poetas y, parcialmente, 
            en nuestra reducida crítica, ha permitido, además -es 
            una hipótesis-, que poetas de la promoción anterior 
            como Juan Carlos De la Fuente (Declaración de ausencia) 
            o Luis Chávez (La caza del colibrí)(31) 
            se animen a entregar a las prensas libros que quizá 
            años antes hubieran debido resignarse a la postergación. 
            Ha obligado, también, a repensar los patrones que dirigieron 
            los criterios valorativos hasta el 80, cuando menos.
            
            Lo anterior no debe ser tomado, de ninguna manera, como la propuesta 
            de un movimiento pendular en que se pasa de la narratividad coloquial 
            a la sacralidad del verbo o a un clasicismo literaturizante. Es cierto 
            que algo de sístole y diástole -o de momentos de aventura 
            y de vuelta al orden, para usar los términos de Guillermo de 
            Torre- tienen los procesos literarios. Pero estamos aquí, aparentemente, 
            a un momento que puede leerse como de síntesis o, desde otro 
            ángulo, de plena convivencia. De hecho, al lado de los libros 
            mencionados dos párrafos arriba, están también 
            textos (como Zona dark, de Montserrat Álvarez; Las 
            quebradas experiencias y otros poemas, de Xavier Echarri; (Nadie 
            se mueva), de Gastón Agurto; Concierto en el subterráneo, 
            de Alonso Rabí; Pista de baile, de Martín Rodríguez-Gaona, 
            Lima o el largo camino de la desesperación, de Carlos 
            Oliva; El libro de las señales, de José Carlos 
            Yrigoyen; La gruta del cangrejo, de Luis Aguirre; Abajo, 
            sobre el cielo, de Roxana Crisólogo, o Este es mi cuerpo, 
            de Lizardo Cruzado, por sólo citar algunos), que desarrollan 
            eficazmente algunas de las posibilidades de la amplia gama conversacional. 
            Lo que ocurre es que, en un escenario que podríamos llamar 
            posmoderno(32), las fuentes 
            francesas y españolas (predominantes en los 50) y las fuentes 
            anglosajonas (esenciales en la dicción narrativa-conversacional 
            60-80), junto con las clásicas, las orientales, parcialmente 
            las andinas y el siglo XX peruano en pleno conviven sin rivalidades 
            ni acusaciones en la biblioteca de los noventa, al lado, además, 
            de las referencias massmediáticas, el rock, la cultura 
            popular... 
          Es innegable que este camino de dispersión tiene, 
            como ya quedó señalado, raíces en la poesía 
            peruana de la década anterior y -si hay el ánimo de 
            mirar con más profundidad- quizás antes. La heterogeneidad 
            ya patente en los ochenta, sin embargo, "fue vista con desconfianza, 
            desdén y mal disimulado temor: al ser irreductible a las definiciones 
            se le tildó de "retro", de evasiva, de peligrosa 
            y hasta hubo quienes se dedicaron, con morboso deleite, a evaluarla 
            con los mismos criterios empleados para evaluar a las promociones 
            anteriores"(33) . Este 
            gradual proceso de pérdida del centro (saludable aunque desconcertante 
            para quien se lanza a la creación con pocas seguridades y muchas 
            puertas abiertas, lo que equivale a decir que sin un plano que indique 
            la mejor ruta, pues esta no existe más, por ahora) exige, entonces, 
            repensar la productividad o la insuficiencia del eje dicotómico 
            conversacional / no conversacional, pues son múltiples los 
            otros componentes que deben ser tomados en cuenta para la ubicación 
            de las poéticas en curso. La poesía de la última 
            hora es, más que las de las promociones anteriores, el campanazo 
            que obliga a dejar de lado las etiquetas o, en todo caso, utilizar 
            muchas más de las acostumbradas. Los esquemas, más que 
            nunca, se enfrentan con sus limitaciones.
          Esta exigencia crítica, paradójicamente, 
            coincide con un tiempo en que, aparentemente, menos atención 
            se le brinda a la poesía. Sea porque por fin, con lucidez propia 
            de estos desengañados tiempos, se evidencia que el poeta que, 
            de uno u otro modo forma parte del establishment literario 
            -de sus puertas de ingreso o de sus ventanas marginales- no participa, 
            como tal, del devenir de los procesos sociales (ni de los reivindicativos 
            de los sectores marginados(34) 
            ni de los más "sofisticados" del mercado(35) 
            ); sea porque, como señalaba Luis Aguirre, en el 98, 
            "no hay grandes nombres en la década del noventa"(36) 
            , o sea, nuevamente, por el desconcierto de un panorama complejo y 
            la relativa poca bulla de sus protagonistas, los años 90 vieron 
            reducirse los espacios dedicados a la joven poesía en la prensa 
            y las revistas especializadas. Ya en 1993, Carlos Garayar señalaba: 
            "No es que haya dejado de publicarse, sino que, a despecho de 
            la multiplicación de recitales y de la aparición de 
            numerosos "primeros libros", la poesía recibe menos 
            atención que antes. Tal vez sea una apreciación muy 
            subjetiva, pero el interés por los poetas más jóvenes 
            no se parece ni de lejos al que en su momento suscitaron los del 70 
            y, no digamos ya, los del 60. Lo mismo puede afirmarse de las revistas 
            poéticas, que ahora son mucho más fáciles de 
            editar, pero que carecen del peso y la capacidad de convocatoria que 
            tuvieron en las décadas pasadas"(37).
            
          
          CUATRO
           De modo tentativo se pueden señalar algunas líneas 
            que los poetas de los noventa recorrieron y, hoy, ya terminada la 
            década, siguen recorriendo. Cabe notar que no se trata de compartimentos 
            estancos ni de escenarios que exigen fidelidad exclusiva, sino de 
            "lugares" o "espacios" por los que se está 
            "de paso", en los que se habita durante algún tiempo 
            o, en algunos casos, en los que un poeta ha fijado su voz, quizá 
            definitivamente. 
           Son dos las variables en conjunción que sostienen la organización 
            de estos "espacios": la configuración del sujeto 
            poético y la construcción del lenguaje. Con relación 
            a la pertinencia de lo primero vale la pena recordar que "es 
            a través del discurso que el sujeto construye el mundo y se 
            construye a sí mismo"(38), 
            y que "el sujeto es una función y precisamente por ello 
            en él se inscribe la huella de una práctica social. 
            […] Por eso hablar de la función impersonal inherente a la 
            escritura como práctica significante no es lo mismo que hacerlo 
            de un supuesto e hipotético sujeto impersonal inexistente, 
            como productor de esa escritura […] y entenderlo como ajeno a cualquier 
            sobredeterminación"(39). 
            Sobre lo segundo, cualquier justificación de su importancia 
            para el diseño de líneas poéticas resultaría 
            redundante. 
           Una revisión atenta de las posibilidades por las que los 
            jóvenes han transitado, da muestra de la permanente dialéctica 
            continuidad-ruptura que suponen los procesos poéticos. De hecho, 
            como se podrá observar, varios de estos "lugares" 
            han establecido claros puentes de continuidad con lo hecho por las 
            promociones anteriores; otros, sin embargo, suponen caminos en cierta 
            medida inéditos. Algunas de las líneas que se mencionarán 
            a continuación están más vinculadas entre sí 
            que otras; esto, que posibilitaría que además de ellas 
            pudiéramos hablar de ejes o polos en los que confluyen varios 
            "espacios", nos llevaría de regreso, sin embargo, 
            a un grueso esquema bipolar conversacional / no conversacional (u 
            otro alternativo) que -es la propuesta- no llegaría a reflejar 
            de modo cabal no sólo lo ocurrido en estos últimos años, 
            sino que incluso se presentaba claramente insuficiente ya desde los 
            ochenta.
          Es fundamental que la crítica no se deje ganar por los afanes 
            de simplificación, máxime cuando se trata de un panorama 
            aún muy poco explorado. Por ello, y puesto que toda propuesta 
            de un esquema de comprensión supone eso: una esquematización, 
            es decir una simplificación de la realidad, hay que anotar 
            que no será extraño que encontremos a un mismo poeta 
            en más de una línea. También hay que decir que 
            postular estos "espacios", como haré a continuación, 
            no implica una pretensión homogenizadora: los poetas reunidos 
            en uno no son -no tienen por qué serlo- iguales entre sí; 
            sin embargo presentan rasgos en su poesía que los aproximan, 
            permitiendo así establecer un mapa que refleje, al menos aproximadamente, 
            qué está pasando con las propuestas de escritura de 
            los poetas de los noventa.
          Es innecesario advertir que ningún esfuerzo organizador puede 
            suplantar a la aproximación directa a los textos. Tampoco, 
            lo sabemos, un esquema de conjunto reemplaza a la revisión 
            detallada de la obra de cada poeta. Tareas que quedan anotadas para 
            revisiones más exhaustivas y para el deleite del lector. 
          a) Un primer "espacio" corresponde a la revitalización 
            -de acuerdo a modalidades distintas que coinciden, sin embargo, en 
            la irreverencia, en el uso de un lenguaje directo y la recusación 
            de los tópicos y formas del "buen decir" poético- 
            de la tradición del poeta maldito.
          El malditismo urbano "noventero", que como quedó 
            señalado tuvo su apogeo en los inicios de la década, 
            continuó en buena medida el eje Hora Zero - Kloaka y estuvo 
            en diálogo con la "movida subte" rockera que, coincidentemente, 
            tuvo también en esos años su último gran momento. 
            Quizá uno de las más cabales muestras de este espacio 
            es Lima o el largo camino de la desesperación (1995), 
            libro póstumo del tempranamente fallecido Carlos Oliva(40). 
            En él, el poeta, personaje de los poemas, se autoidentifica 
            como vidente: es el profeta del apocalipsis citadino, el elegido para 
            dar el testimonio de la destrucción de la cual él es 
            voluntariamente parte, y que nutre su poesía. El compromiso 
            con la poesía -expresada en una exaltada voz, irreverente y 
            coloquial- lo obliga a sumergirse vitalmente en el "largo camino 
            de la desesperación". De allí que sus textos -que 
            evidencian un manejo cabal de retórica y un discurso nada novedoso 
            por cierto (nutrido de los malditos franceses, la vanguardia, Ginsberg 
            y los beatniks, Hora Zero y Kloaka, el rock subterráneo)- 
            tengan la fuerza de la honestidad. A diferencia de Oliva, varios otros 
            poetas (quizá el conjunto más amplio en los noventa), 
            hicieron del malditismo urbano, una retórica con excesivo sabor 
            a impostura. La representación de la ciudad, en estos textos, 
            más le debe a un modelo ya prefigurado y repetido que un real 
            esfuerzo creativo(41). 
            
            En el mismo "espacio", aunque con una modulación 
            distinta, se puede ubicar Zona dark (1991), de Montserrat Álvarez. 
            Con justa razón su propuesta concitó gran interés(42), 
            pues se trata de un libro sólido y muy versátil tanto 
            en el manejo del lenguaje, como en la construcción de sujetos 
            poéticos y en el uso de fuentes poéticas y filosóficas. 
            No se trata de un malditismo meramente urbano, pues a lo largo de 
            las quince secciones del libro se construyen varios escenarios, en 
            los que si bien lo urbano es fundamental, no es, de ningún 
            modo, único. La sensación de caos y clima apocalíptico, 
            además, no están necesariamente unidos a una escenografía 
            callejera del deterioro, sino a personajes que ponen en escena una 
            dinámica de relaciones en la que se evidencia el eje fundamental 
            del libro, este sí de raigambre maldita: la mediocridad burguesa 
            es puesta bajo el severo ojo (de diversos modos y a través 
            de hablantes y personajes diferentes) del autor implícito(43) 
            del libro, cuya posibilidad de juicio, y por ende su posición 
            superior, están basadas en el conocimiento de la "verdad"; 
            es decir, en la lucidez que le permite develar la miseria humana realmente 
            existente bajo la apariencia de normalidad. Otros rasgos que nos permiten 
            ubicar este libro dentro de la corriente de revitalización 
            del malditismo son, además de las notorias marcas paratextuales(44), 
            la deseada autoexclusión del autor implícito (definido 
            por la superioridad mencionada y el consecuente desprecio a/de los 
            otros, los tranquilamente instalados en el seno de la sociedad), 
            el nihilismo, el repudio por toda forma de colectivización, 
            la actitud contracultural y el demonismo (la devoción al dios 
            del mal). También el lenguaje, irónico, directo y agresivo, 
            que incorpora sin tropiezos rasgos de la oralidad de la jerga citadina 
            que alimenta una voluntad antilírica y urbana o se desenvuelve 
            en un registro que homenajea la dicción de las Flores del 
            mal(45). 
            
            A Lizardo Cruzado, que representa una tercera modalidad dentro del 
            malditismo de los noventa, se le puede ubicar en esta línea 
            sobre todo si se atiende al conjunto (incluidos carátula, prólogo 
            y autopresentación en la contratapa) del excesivo libro que 
            es Este es mi cuerpo (1996). La imagen de enfant terrible 
            posmoderno brota de sus páginas a través del tratamiento 
            irreverente y desfachatadamente irónico, con que busca desmitificar 
            una serie de convenciones y creencias, ligadas sobre todo al ámbito 
            de la intimidad y al entorno inmediato del individuo clasemediero. 
            El adolescente que habla en los poemas -construyendo, de paso, una 
            imagen con frecuencia autodenigratoria de sí mismo- utiliza, 
            como es esperable, un lenguaje directo, claramente antipoético, 
            cargado de un evidente ludismo de cuño vanguardista, que privilegia 
            constantemente las referencias a lo escatológico y lo sexual 
            en su ánimo de irritar a los lectores. Sin embargo, si tomáramos 
            aisladamente los mejores poemas -los que quedarán con todo 
            derecho en una antología de la poesía peruana reciente 
            gracias al privilegiado manejo de recursos y emociones con que cuenta 
            el poeta- es probable que la imagen de maldito -no así la ácida 
            ironía y el desenfado que son algunos de sus puntos a favor- 
            se diluyera, y apareciera en su lugar otra, más honesta y más 
            interesante. 
          b) Cerca del espacio anterior, pero evitando las posturas malditas 
            que lo caracterizan, este "lugar" también tuvo su 
            auge en los años iniciales de la década, aunque sus 
            logros más notorios se hayan dado al final de la misma o incluso 
            después. Se trata de una línea que busca la representación 
            del espacio suburbano y popular, a través de la configuración 
            de un sujeto que se propone como testigo o protagonista. Lima 
            pobre, por lo general, con sus personajes desgarrados, sus voces fragmentadas, 
            sus carencias materiales y afectivas; con sus arenales, sus burdeles, 
            sus microbuses; con su rock, su chicha y los resabios cantineros de 
            música criolla; Lima pluricultural, híbrida; humana 
            y miserable… 
            
            Definitivamente los referentes más inmediatos de esta línea, 
            una de cuyas más interesantes muestras es Abajo, sobre el 
            cielo (1999) de Roxana Crisólogo, ex integrante de Noble 
            Katerba, son Hora Zero, Kloaka y, más cercanamente, Rodrigo 
            Quijano. La representación poética de esta Lima popular 
            e informal estuvo marcada, a inicios de la década(46), 
            por la reiteración de imágenes, personajes y lenguajes 
            que ofrecían un limitado reciclaje de los referentes mencionados. 
            El libro de Crisólogo -educada, sin duda, entre esos jóvenes 
            en cuyas voces ese discurso poético lucía ya cansado 
            e improductivo-, se distingue, sin embargo, por evitar la retórica 
            fácil de esos años. Abajo, sobre el cielo articula, 
            desde sus poemas -que, como retazos recorren estancias, héroes 
            anónimos y personajes conocidos- la intensa imagen de una urbe 
            caótica, quebrada, dolorosa; pero viva y múltiple, y 
            utiliza para ello un tono altamente lírico (quizás, 
            lo que a sus contemporáneos les hacía falta para combatir 
            el inmeditaismo y la repetición), incrustado en el meollo de 
            las sucias y solitarias calles citadinas(47). 
            En su segundo libro, Animal del camino (2001), Crisólogo 
            ensaya una propuesta más ambiciosa: la representación 
            no sólo ya de Lima, sino también de la contracara de 
            las ciudades europeas del cambio de milenio. Así, aparecen 
            gitanos, negros, rusos, inmigrantes, subempleados, etc. que se hermanan, 
            en el libro, a los habitantes de la Lima suburbana. La propuesta, 
            sin embargo, excede los resultados reales y la voz cae en varios momentos 
            en un descriptivismo que no levanta suficiente vuelo.
          En una propuesta cercana, Miguel Ildefonso -que en la primera sección 
            de su libro Vestigios (1999) construía sus sujetos como 
            testigos de una Lima nocturna y marginal, con un hábil manejo 
            de la tradición, pero todavía con muchas deudas con 
            una retórica que evidenciaba su desgaste- entrega, en la primera 
            sección de su nuevo Canciones de un bar en la frontera 
            (2001), "Cuaderno del desierto de El Paso", un extraordinario 
            retablo que da muestras de una madurez dentro de esta perspectiva: 
            se trata de un conjunto que, combinando una intensa lírica, 
            elementos narrativos, estructuras dramáticas, fragmentarismo, 
            hibridismo lingüístico, va construyendo una imagen del 
            mundo de la frontera del desierto tejano (donde vive desde hace un 
            algún tiempo). Un fragmento de "Épica de las tribus", 
            el que sea quizá el mejor poema de la sección, permite 
            dar más luces sobre lo que señalo: 
           
            el desierto era el insomnio de las tribus-era pues el sol atrapado 
              en esa malla
              eléctrica era el coyote que se tiró del puente-no 
              me dejes ahogar en el río gritaba
              no pues no seas gacho reía antes de ser-comido por las turbias 
              aguas del Grande
              porque el desierto es maldito-y no te juntes
              llévate agua y júrate que lo cruzarás-y esta 
              noche estarás a mi diestra
              por dios las tribus creían en la bondad-del desierto de Guadalupe
              mijo - decía - esta vela te llevará-y te limpiará 
              no te pierdas ahora los países
              abajo hacían fila para cruzar-dejando casa dejando lenguas 
              leguas atrás
              ....................................................... 
              se bautizaban en el río
              y pocos vivía para contarlo luego-luego no importa que se 
              le olvide
              mira este desierto - te digo - antes de quererlo escúpelo
              para que así veas que ni así te responde-él 
              compró una falsa identificación
              pero sólo alcanzó a cruzar un falso río-cayó 
              en una boca grande
              definitivamente la boca del Ogro-desiertos de amor todos iguales
              desiertos de Nueva York de Lorca-Oh pirámides sin misterio
              entonces el desierto era chicano-el desierto era un melodrama
              .......................................................que 
              las tribus veían por televisión
              ......................dime si el desierto 
              abarcará nuestro silencio
              ......................decidme, Dante, 
              por qué me haces esto?
              _ ella recapitulaba mientras él nacía de entre las 
              aguas de sus ojos
              ......................desde antes de 
              llegar al desierto
              ......................desde antes de 
              cruzar los puentes
              ......................para pisar la 
              Vita Nuova
              ......................romper las páginas 
              en que Beatrice moría
              ......................en que Florencia 
              no florecía
              ......................antes de amar 
              ya te amaba
              _ decía el vaquero a la muchacha que a la mala
              había subido su alma
              ......................adonde mires Dante
              ......................verás el 
              desierto pero no te sientas mal
              ......................que el desierto 
              te dará de mí nuestro lenguaje
              ......................todo desierto, 
              recuerda,
              ......................es un lenguaje 
              entre dos cuerpos desnudos
              ......................todo desierto 
              así no es soledad jamás
              .....................jamás 
              entonces me olvides
              .................porque adonde mires 
              estará el desierto
              (ellos hablan mientras afuera llueve
              mientras afuera se incendian las tribus
              mas el desierto es una exacta dimensión en una frontera mojada)
              ......................- yo era un eco 
              que naufragó en tu cuerpo
              ......................los vestigios 
              de mi biografía se remontan a Apolo:
              ......................Mi corazón 
              es ilegal
              ......................Mi alma es mojado
              ......................Mi tristeza no 
              tiene Visa
              ......................antes de la mitad 
              del camino // de mis sueños
              ......................me desterré 
              // 500 años adelante & ella cruzó
              ......................el Arno Grande 
              // ella encima del desierto de mi alma
              ......................la Madre Patria 
              // la lengua en Rojo
              ......................- no me mires 
              así chiquillo que me da vergüenza (decía)
              ......................entonces escucha 
              (respondió):
              ......................la noche es clarísima
              ......................en cada punto 
              de tu cuerpo se descifra el universo
              ......................el desierto no 
              miente
              ......................es duro atravesarlo 
              pero no te miente
          
          c) Los poetas de los 90 exploraron algunas dimensiones del coloquialismo 
            y el discurso de la cotidianeidad que, quizás, encuentran 
            sus antecedentes en algunos textos (los menos celebrados) de Manuel 
            Morales y del emblemático y siempre múltiple Luis Hernández. 
            Lo coloquial, además de la exención de ornamentos reconocidamente 
            "literarios" (léase "lengua poética"), 
            no se asocia a un proyecto de representación de los sectores 
            subalternos de la sociedad (claro en el "espacio" anterior), 
            sino que apela a una comunicación aparentemente directa de 
            experiencias cotidianas por parte de sujetos claramente identificables 
            con la clase media. Alguien podría acusar a este "espacio" 
            de autobiográfico y simplista; pero es claro que en sus más 
            interesantes representantes lo que hay es un proyecto literario (y 
            por ello una retórica, en el mejor sentido de la palabra), 
            no la transcripción directa de viviencias y emociones de los 
            autores. No se piense, entonces, que se trata de una poesía 
            ligera o light. El adelgazamiento del mundo que existe en los 
            textos responde sin duda a otros objetivos.
          Libros como el segundo de Victoria Guerrero, Cisnes estrangulados 
            (1996), -que construye (con buena mano para la síntesis) el 
            espacio de una voz adolescente enfrentada al drama de crecer(48)-, 
            o Cansancio (1995) de Paolo de Lima -que combinando lirismo 
            y medida norma juvenil, propone una visión melancólica 
            e intimista del entorno: la ciudad vista desde la ventana del cuarto, 
            la mujer, la poesía-, son muestras de una poesía que 
            opta -a través de un coloquialismo no excesivo- por la intimidad 
            y el espacio inmediato como refugio frente al mundo de afuera, amenazante 
            y al acecho (explícitamente en Cansancio)(49). 
            También Entre la panza y el corazón (1999) de 
            Martín Sánchez Ríos, ofrece un mundo construido 
            desde la mirada a lo inmediato (la mujer, los amigos, el perro), pero 
            que se proyecta más allá (el barrio, la ciudad). A diferencia 
            de los anteriores, aquí la norma lingüística es 
            decididamente desenfadada, irreverente, antipoética; pero como 
            ellos, la aparente trivialidad encierra su lado más interesante: 
            el desconcierto, el miedo, la soledad; signos nada inocentes de la 
            juventud desconcertada de fin de siglo.
            
            En una dirección semejante, pero con una contundencia que lo 
            convierte quizá en el mejor representante de esta corriente, 
            Martín Rodríguez-Gaona ofreció Pista de Baile 
            (1997) luego de una primera concreción de su búsqueda 
            en Efectos personales (1993). La opción de Rodríguez-Gaona 
            no es un coloquialismo mesurado ni un desenfado callejero; él 
            desarrolla una propuesta que puede llamarse hipercoloquial: la ilusión 
            de la oralidad llevada a sus extremos: bullente, desatada, fragmentada 
            (reforzada por el manejo constante de la segunda persona), aunque 
            matizada por momentos de lirismo o frases cuya contundencia evidencia 
            lo coherente de la propuesta. Ajustada a una poética de lo 
            cotidiano (de lo ultracotidiano), la voz de Rodríguez-Gaona 
            inauguró un espacio propio, quizá la más interesante 
            renovación de la dicción conversacional en los 90. El 
            libro es un retablo hecho de imágenes de ceremoniales y ritos 
            de la posmodernidad provinciana de nuestra capital en el que se va 
            develando -con una mirada implacablemente lúcida y áspera- 
            la triste rutina de sudorosos y excitados danzantes barranquinos o, 
            en suma, de desesperados seres que quieren asir la engañosa 
            sensación de seguir vivos a como dé lugar en un mundo 
            como éste, que incluye al propio Yo de los poemas, partícipe 
            del vertiginoso letargo:
           
            ...................... ¿Cuántas 
              instituciones lanzan a sus críos 
              ...................... a la programática 
              diversión de un fin de semana?
              ...................... "Un viejo 
              sifilítico con súbitos ímpetus lésbicos"
              ...................... No lo sé, 
              Papito, cuenta todos esos autos
              ...................... y los colectivos,
              ........................................ tendrás 
              un motivo para no ir a casa.
            Antes debes resolver una imagen, aquella mujer
              que aparenta ser Alice Liddell y conversa 
              amigablemente con desconocidos, recostándose
              ................allí, junto a 
              la fuente.
            ...................................... Pero 
              si tú nunca has captado nada, 
              ...................................... en 
              este barrio corren muchas aguas
              ...................................... y 
              eso no asegura un flujo perenne.
              ...................................... Puedes 
              pasear, emborracharte y vomitar
              ..................................................              mas a 9,000 Km
              ...................................... tu 
              abuelo morirá sin haber visto 
              ...................................... el 
              rostro con el que despertarás mañana.
             ....................Eso y no otra 
              cosa
              es lo que las Dalinas llaman 
              "LA ALEGRÍA DE VIVIR" . Los olvidos
              nunca sin gratuitos. En este mismo parque
              unos cuantos ancianos te hacen recordar
              las monedas que te sobran
              ................para ser feliz.
            ...................................... Y 
              todo simplemente por cuidarte
              .......................................................              el carro-
              ............................"Ya, 
              no grites que nos lleva el Serenazgo".
            Lo único que queda ahora 
              es perseguir la emoción
              y dibujar 
              luces, sonidos y olores
              que hagan creer que esta noche
              .................valdrá la pena.
            ...................................... Se 
              puede ir a Quilca, el trago es
              .....................................................              más barato
              ................................y te 
              ahorrarías un pasaje (¡Qué pena!)
            Porque Barranco tiene su encanto:
            ...........................Podrías 
              levantarte a una ruca
              ...........................y arrinconarla 
              detrás de los jardines,
              ...........................pegarle, 
              penetrarla, eyacular
              ...........................deliberadamente 
              dentro
              ...........................para ser 
              por una sola vez
              .......................................inmortal(50).
          
          Frente a la soledad, el vacío y la velocidad de las multitudes, 
            está la contraparte: el espacio de la casa y el amor, duradero 
            y de baja intensidad, pero que acaso puede ser sostén de la 
            existencia. En el centro, entre el furor y lo apacible, sin embargo, 
            se juegan las decisiones, que cada uno debe tomar, como plantea "La 
            eternidad está enamorada de los frutos del tiempo", poema 
            que rompe con el tono del libro, proponiendo un ritmo letánico 
            memorable.
            
            También La gruta del cangrejo (1999) de Luis Aguirre 
            se puede inscribir en esta línea. En este libro, a través 
            de un lenguaje coloquial que no rehuye de metáforas ni símbolos 
            (pero sin alarde ornamental), el hablante poético rememora 
            espacios cotidianos (la casa familiar, sobre todo) para plantear oblicuamente 
            una serie de preguntas sin respuestas suficientes: una poesía 
            reflexiva (sin pretensiones filosóficas, pero con sabiduría 
            humana) desde los datos del diario vivir. Es en la segunda parte ("Cangrejo 
            en el hoyo celeste"), en que una muerte accidental aparece también 
            como dato cotidiano, que La gruta del cangrejo alcanza su mayor 
            vuelo. 
            
            Así como sucedió con el malditismo urbano, cuya cáscara 
            retórica fue profusamente imitada por jóvenes poetas, 
            también en esta línea se observa la tentación 
            del facilismo, que lleva a la ilusión de hacer poesía 
            con sólo consignar las experiencias propias en una lengua lo 
            más sencilla posible. Lamentablemente esta posibilidad ha sido 
            estimulada por propuestas(51), 
            en su origen interesantes; pero que no han planteado con claridad 
            que la poesía demanda no sólo talento o sensibilidad, 
            sino también (y quizás en mayor medida) trabajo. Plantear 
            una comunicación plena con un público lector que se 
            desea creciente no debe llevar a descuidar el oficio y el aprendizaje 
            del poeta, indispensables para que la comunicación soñada 
            no descienda al nivel promedio de los productos massmediáticos.          
          d) Definir la veta culturalista no es novedoso, pues en los 
            noventa esta asume las herencias de las promociones anteriores: lenguaje 
            conversacional; explícitas referencias a fuentes librescas, 
            musicales, sagradas o cinéfilas, planteadas como homenajes 
            o parodias; configuración de una poética de las máscaras; 
            reciclaje de mitos y tópicos literarios, armonía sonora; 
            gusto por lo lúdico y lo moderadamente irónico y cuidado 
            formal son algunas de sus coordenadas. Los referentes centrales en 
            la tradición peruana están dados fundamentalmente por 
            los poetas del eje 60-80 (saltando el horazerismo setentista), aunque 
            no se omiten las aprovechadas lecturas de otras voces (y un amplio 
            espectro entre los poetas extranjeros). No se debe caer en el error 
            -a partir de la descripción hecha- de pensar que se trata de 
            una línea en la que lo fundamental es el correcto manejo de 
            una retórica canonizada, de modo que al usarla el poeta asegura 
            su prestigio. Es cierto que se trata de una buena escuela para el 
            manejo del verso, el diseño de la música y el control 
            de la emoción en los poemas; pero es mucho más que eso 
            y son varios los libros que, en la década, presentan poemas 
            memorables y voces personales. Citemos, por ejemplo, los dos primeros 
            libros de Alonso Rabí, Concierto en el subterráneo 
            (1992) y Quieto vaho sobre el espejo (1994), los conjuntos 
            de Las quebradas experiencias y otros poemas (1993) de Xavier 
            Echarri, previos a la parte que le da el nombre al libro, buena parte 
            de Callado cielo (1994) de Julio del Valle; además de 
            De este reino (1993) de Victoria Guerrero, Intolerancia 
            (1995) de Eduardo González Cueva y el primer libro de José 
            Carlos Yrigoyen, El libro de las moscas (1997).
            
            Sin embargo, es por lo menos interesante reconocer que varios de los 
            poetas que han inscrito sus libros iniciales en esta línea, 
            en entregas posteriores no han permanecido en el centro de la dicción 
            conversacional, sino que han modulado su voz en diversas direcciones, 
            que permiten hablar de una revitalización de esta línea 
            o de su proyección hacia otras. Así, Alonso Rabí 
            entregó En un purísimo ramaje de vacíos 
            (2000), en el que gana terreno el acento lírico que se observaba 
            en la sección final de Quieto vaho sobre el espejo, 
            sin que ello signifique el abandono de la lectura aprovechada de la 
            tradición, en este caso la del amor, que se remonta hasta la 
            tradición medieval del dolce stil nuovo. En sus páginas, 
            además, en las que se extrema la concisión y la presencia 
            del silencio, la perfección formal no está reñida 
            en absoluto con la capacidad de conmover de sus versos. 
          Xavier Echarri, por su parte, en el conjunto "Las quebradas 
            experiencias" abandona la seguridad de su palabra canónica 
            (sobre todo la de "La hermandad del alacrán") 
            y se sumerge en el discurso fragmentado y caótico (el quiebre 
            de la confianza en el Yo), de subversión erótica (el 
            amor en un mundo al revés) y lingüística (diversas 
            voces en diálogos entrecortados de múltiples registros), 
            que logra -con sus resultados extrañamente innovadores en el 
            panorama de esta década- dialogar con estos tiempos, tan fragmentados 
            y polimorfos como sus poemas:
           
            La distancia estética no busca sino abolir toda distancia,
              ............... el nuevo sueño 
              que parte de estos labios y los parte.
              Nace de ti y se expande, ondas de sangre,
              ............... pero marea plateada, 
              o sal, gimiente.
              La poesía cae como un ancla flotante, la piedra del molino 
              rodando toca los 
              ............... cuatro puntos cardinales:
              por ella bogas, lastre de diez galeotes,
              ............... y uno de ellos se pierde 
              en la pared del llanto.
              "Hicimos la vivisección, pero no había nada, 
              palabra, salvo
              ............... tal vez un pataleo, 
              un escozor repentino, pero más hondo".
            Canta el deseo temblando en las barbas del gallo, ríen los 
              monos
              ............... descolgados del techo, 
              los frutales
              del camión se derraman, y provocan una colisión colectiva, 
              un choque
              ............... múltiple.
              "Entonces cuando sacudí el árbol llovieron los 
              mangos
              ............... y uno casi me mata sobre 
              el pasto".
            Cuarto creciente hacia todos los flancos. Todo es piel: quiero
              ............... la negación de 
              la piel, que también es piel, como la ropa.
              Son voces, voces, veces de rayar con zigzags un corazón callado.
            Verás angelicales demonios royendo su médula, impregnando 
              silencio 
              ............... en tu silencio.
              Verás un torreón desbaratado de cabellos, y no sabrás 
              que no saber es 
              ............... humano.
              "Admitido, extranjera, dices bien, pero siendo así ¿qué 
              utilidad tiene el
              ............... amor para los hombres?"
              No sucede, pero es sucedido, (no ocurre, pero es transfigurado).
            El predicador ha olvidado el rosario en el colchón del monaguillo.
              La catedral está rota y se mantiene en pie.
              El altar está hendido, los oficiantes sudan, se contorsionan,
              la tormenta de fuego que no cesa, y gira y gira sin jamás 
              detenerse,
              ............... y los cuerpos desnudos 
              chocan, gimen, vociferan,
              se atenazan con uñas y dientes hasta que nueva furia en el 
              viento los parta,
              ............... y allí al recordar 
              sollozan,
              y después sollozan son recordar la causa.
            Alguien ha envejecido de pronto de lado.
              Alguien sabe que vivir es mejor que un dolor que ya no se soporta.
              Pero el otro se ríe, y hace muecas: eh mono, dime
              ............... un mamey resbalando 
              por un lomo celeste, ¿qué es?, ¿es
              posible tus dientes en su carne aromosa, o tu lengua sorbiendo
              ............,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,...              sus lágrimas de aceite?
              Todas las pieles
              ....................... suaves bajo 
              mis dedos-árboles.
              ¿Y el chibolo? ¿dónde anda el chibolo?
              - Anda perdido en los desagües (a la caza de bobos).(52) 
              
          
           También Yrigoyen emprende una búsqueda más 
            ambiciosa -que ya se podía prefigurar en los poemas menos clásicamente 
            conversacionales de El libro de las moscas. En El libro 
            de las señales (1999) -un solo y extenso poema dividido 
            en ocho partes- asistimos a un complejo recorrido (que sitúa 
            muchos de sus hitos en una supuesta Europa Oriental de posguerra) 
            que -a través de temas (el poder, la autoridad paterna, la 
            homosexualidad y la libertad del amor, el racismo) y símbolos- 
            engarza sentimiento lírico con continuidad narrativa, alcanzando 
            como resultado un texto de profunda intensidad, que no esconde su 
            voluntad interpelativa:
           
            ............................... No 
              soy de los que buscan temas
              complicados o difíciles
              ........................más bien 
              les temo
              y me emboscan en el lugar menos
              ........................pensado, hace 
              un tiempo
              ..............bajaba un camino de noche
              ........................junto a una 
              chica hebrea
              .............estaba perdida, era medio 
              sorda
              yo era corresponsal de guerra
              .............íbamos los dos hacia 
              un pueblo
              medio polaco medio ruso
              yo buscaba reposo, ella se dirigía
              ..........a su casa
              ....................son épocas 
              sombrías, dijo la chica
              Orestes estaba perdido en el desierto
              negociando la paz con los lagartos y las ratas
              .............................las nubes 
              nos niegan su perfil
              y crecen los cardos sobre el sueño
              .............de los obispos
              pensé ¿es acaso papel de las nubes
              .............o de los cardos
              .............decidir la caída
              .............de un estado corrupto?
              no es tampoco, en todo caso
              .............papel de los hebreos
              que tanto temen a nuestra buena policía
              ..................y tienen tan mala 
              literatura
              .............cuando llegamos al pueblo
              vi entre las torres y las alambradas
              .............una columna de humo que 
              subía 
              ......................desde el medio 
              de una feria
              .............la chica se despidió
              y antes de entrar a su casa me dijo
              ................ahora la Historia vaga 
              por la tierra
              ...........................con la boca 
              llena de carne
            ......................No soy e los 
              que buscan temas
              complicados o difíciles
              el tiempo que utilizo para pensar 
              .............lo desperdicio
              ......................buscando chicos 
              en los urinarios
              y en las plazas
              .............concertando citas con ellos
              ...................................en 
              los jardines
              y en las discotecas
              ............sin embargo hay ocasiones 
              
              en las que me detengo a reflexionar un poco
              .................la guerra había 
              terminado
              ............yo era corresponsal, mi 
              trabajo
              intuir si la ligereza
              ...................era la que había 
              marcado con lápiz rojo
              las puertas de las casas de los 
              ..............................muertos(53).
          
          Otros poetas han dado sus primeros libros en el marco de una poética 
            conversacional ya replanteada. Así, Diego Otero, en su Cinema 
            Fulgor (1998), combina el dialogismo y el cuidado formal con el 
            vuelo de una ensoñación sobresaltada, construyendo una 
            ciudad de la magia y la memoria, y en ello mismo, del desgarro y del 
            dolor. Víctor Coral, por su parte, en Luz de limbo (2001), 
            une algunos de los rasgos más frecuentes de lo conversacional 
            (narratividad, homenajes, norma coloquial, etc.) con un alto lirismo, 
            reforzado por la construcción de su hablante bajo la figura 
            del poeta, lo que permite que cada poema sea, a la vez, una sutil 
            reflexión sobre la poesía. También Fernando Velásquez 
            en su inteligente y lúdico Pequeñas alegrías 
            gramaticales (1997) y Humberto Polar, en los distintos conjuntos 
            de su lamentablemente poco atendido Poesía 1982-1995 
            (1998), ensayan posibilidades diversas, varias de ellas en los márgenes 
            del amplio espectro conversacional.
            
            e) Entre la dicción coloquialista engarzada a lo cotidiano 
            y la culturalista, se sitúan las coordenadas centrales de esta 
            otra línea, cuyos acentos propios, sin embargo, justifican 
            su diferencia: en ella se construye un sujeto autobiográfico 
            que tiene encargada la tarea de recuperar la memoria familiar. 
            Decir sujeto autobiográfico no implica proponer una traslación 
            automática del autor del libro al centro del poema; el hablante, 
            aunque en algunos casos coincida con el nombre del autor o se identifique 
            con su historia (que es de hecho parte de su basamento), es un personaje 
            construido, mediación literaria y posee un estatuto distinto 
            al de los seres reales(54). 
            El lenguaje de fácil acceso y fuerte narratividad, reconstruye 
            -desde una sensibilidad que incluye la nostalgia, pero que ha sabido 
            sortear cualquier riesgo de descalabro sentimental-, en términos 
            generales, un espacio familiar (limeño o provinciano) que se 
            plantea como columna vertebral para el proceso de aprendizaje de la 
            vida del hablante poético. 
          Casa de familia (1995) de Selenco Vega es uno de los libros 
            de mayor interés que se inscriben en esta línea. En 
            su libro, colocados como en un panteón familiar, van apareciendo 
            madre, padre, abuelos, tíos, en diversas escenas que corresponden 
            a los recuerdos de la infancia ancashina del sujeto poético 
            o a las narraciones oídas de sus mayores; en uno u otro caso, 
            la voz, ahora adulta, conversa con los personajes que su memoria reconstruye 
            y permite el ingreso de una dimensión mítica(55); 
            se contribuye, así, a la complejidad del libro, pues los varios 
            niveles narrativos suponen, al mismo tiempo, configuraciones culturales 
            en diálogo. La dicción, narrativa como se señaló, 
            recoge sobre todo la herencia de la tradición coloquial (en 
            el Perú son Cisneros y Watanabe sus fuentes más cercanas), 
            pero no omite cierto tono oralizante, probablemente bebido en la propia 
            infancia del autor, que opta, sin embargo, por no incorporar una norma 
            diferenciada en el juego de voces que se escenifica. 
            
            Cerca de Casa de familia en cuanto a la recuperación 
            de la memoria familiar provinciana, se encuentra el Libro de Daniel 
            (1995) de Javier Gálvez, aunque su tono es menos coloquial 
            y narrativo (se aproxima, por esto, en alguna medida, a la ritualización 
            del espacio poético que caracteriza a una línea posterior) 
            y bebe directamente, además, de fuentes más universales, 
            como la griega o Saint-John Perse; o de Eielson o el primer Hinostroza, 
            entre los peruanos. El personaje poético -situado en la infancia- 
            de mano de sus abuelos podrá descubrir -a partir de la recuperación 
            de la memoria familiar- los significados del ser y del existir y el 
            sentido del mundo que contempla: para ello, sus abuelos, de tierna 
            estatura mítica, lo enfrentarán a esa especie de rito 
            de pasaje que es la segunda parte, "Imágenes para fijar 
            la mar".
          Gastón Agurto construye un universo cercano en (Nadie se 
            mueva) (1999), pero ubicado fundamentalmente en la ciudad de Lima. 
            No es por ello un libro urbano; sigue siendo, como los que se hallan 
            en esta línea, el espejo de la memoria recuperada por un hablante 
            poético que, como en el caso de Vega, utiliza nombres propios 
            que refuerzan la lectura autobiográfica. A diferencia de los 
            anteriores, en los que el alejamiento del espacio familiar recuperado 
            implica la distancia y la necesidad de remontarse a un pasado remoto 
            y casi mítico, en el caso de este libro la continuidad es mayor: 
            infancia, adolescencia, juventud. El quiebre más bien es anunciado 
            por el final del conjunto: la adultez, la cancelación de una 
            etapa cuya memoria es imprescindible para continuar el camino de la 
            vida. Es por ello, quizás, que (Nadie se mueva) se mueve 
            en un universo más cotidiano, sin por ello ser trivial: la 
            voz que habla en el libro, en un tono narrativo y no pocas veces reflexivo, 
            sabe calibrar bien la emoción; sin excesos ni fáciles 
            recursos, con sencillez y profundidad.
            
            Dos libros que completan las menciones son El secreto de los Sachapuyos 
            (1994) de Sonaly Tuesta, en que se reconstruye la historia familiar 
            en un tránsito que va del Chachapoyas natal (56) 
            (anticipada por viñetas que se remontan algunos cientos de 
            años: a los Sachapuyos) hasta Lima, destino de la migración 
            de la hablante y su familia(57), 
            y Ritual de los prójimos (1999) de Renato Cisneros (libro 
            que transita entre la línea culturalista y este "espacio"), 
            en que la reconstrucción de la infancia de barrio (los amigos) 
            y el espacio familiar (sobre todo las imágenes del padre muerto) 
            le devuelven al sujeto poético su propia imagen: en ellos se 
            mira y se descubre.
          f) Una línea que cuenta con varios representantes en los 90 
            es la que propone el poema como espacio de ritualización. 
            En líneas generales, el texto es el lugar en el que se construye 
            y se celebra el mito allí creado. La palabra apunta a recuperar 
            su dimensión sagrada, personal o colectiva, y busca ser rito 
            u oración. No porque se establezca necesariamente una conjunción 
            poesía-vida que le dé a los textos un carácter 
            místico que excede al texto del poema, sino porque así 
            se organiza el proyecto literario. En general, además, los 
            libros que caen en esta línea se proponen como organizaciones 
            cerradas y no como conjuntos de poemas alrededor de un eje. Lo planteado 
            podría hacer pensar en un lenguaje que rehuye de los hallazgos 
            de la modernización poética de Hispanoamérica 
            de los 60 y mira hacia atrás; es cierto que no se trata de 
            una apuesta coloquialista o conversacional (más bien se apuesta 
            por un verso oscuro, cargado de símbolos, que evita sumergirse 
            en lo cotidiano), pero no se desconocen los aportes de cierto tono 
            eliotiano o Hinostroza, por citar un par de nombres afines al proceso 
            mencionado; ni se niega el uso, eventualmente, de coloquialismos. 
            Además de las fuentes clásicas, los textos sagrados, 
            las referencias orientales, Saint-John Perse, Blake, Eielson, entre 
            los más reconocibles. Los ámbitos temáticos pueden 
            ser diversos: el amor y la celebración erótica de los 
            cuerpos, la devoción a las divinidades de la oscuridad, los 
            tránsitos hacia el espacio de la muerte, la celebración 
            del sacrificio de los cuerpos o el descubrimiento en ellos del ser 
            más esencial, el ritual de las palabras…; pero -y a pesar de 
            las características que distinguen cada voz- une a estos libros 
            su voluntad de devolver a los espacios poéticos la sensación 
            de trascendencia o permitirles tocar las fibras de lo misterioso. 
            Esto es lo que se puede observar en textos como De las causas y 
            los principios. Venenos / embelesos (1992) de Grecia Cáceres 
            Figueroa (1998), Acto primero de Carlos Arámbulo, En 
            los sótanos del crepúsculo de Héctor Ñaupari, 
            Inmanencia (1998) y Regreso a Ourobórea (1999) 
            del grupo Inmanencia, Beissán o el abismo (1996) de 
            Lorenzo Helguero, Bajo el cielo de Satán (2000) de Enrique 
            Hulerig, Ojo madre (2000) de Antonio Sarmiento, Bestia escrita 
            (2000) de Ricardo Ayllón y El grito (2001), de Carlos 
            Villacorta o mi Ritos funerarios (1998). También en 
            alguna medida Ritual del silencio (1995) de Camilo Fernández 
            Cozman, Ello (1996) de Gabriel Espinoza, Por la identidad 
            de las imágenes (1996) de Leoncio Luque, Almacén 
            de invierno (1996) de Ayllón, Diotima de Mantinea 
            (1997) de Andrés Piñeiro, Final aún (2000) 
            de Edgar Saavedra o mi Rincones (Anatomía del tormento) 
            (1991). 
          Un libro que parcialmente se acomoda a esta línea y que por 
            sus particularidades en la poesía reciente vale la pena mencionar 
            en este aparte es Libro del Sol (2000) de Josemári Recalde. 
            La voluntad de celebración ritual de los poemas es clara; pero 
            esta no se ubica en el ámbito de la oscuridad, como la mayor 
            parte de los anteriores, sino más bien de la plenitud de la 
            luz que supone el descubrimiento de la iluminación de Dios 
            a través de ritos que remiten a la fe cristiana y la tradición 
            de chamanismo (en una convicción mística que en su caso 
            trasciende los poemas), y está en diálogo pleno con 
            los espacios cotidianos (ciertos barrios y calles, la naturaleza de 
            los parques, la casa familiar). Todo esto con un lenguaje que combina 
            cultismos con expresiones coloquiales, y que revela un consciente 
            y coherente manejo de fuentes en función de una voz propia 
            e intransferible: 
           
            Correo intercelestial
              
              ¿Dónde estás?, padre mío
              ¿En el recodo de qué tristeza recogeré tu mirada?
              ¿Hace cuánto que tú y yo estamos solos?
              Tú en tu mundo de allá, sinigual.
              Yo, en el permeado de acá.
              Hoy que T. se casa y yo no fui a su boda
              porque no lo veo desde los 10 u 11 años, ¿sabes?
              ¿Por qué me has dejado?
            Hoy tengo 25 años.
              Y estoy solo.
              -¿Por qué andas así pregonando? -me respondiste, 
              alma.
              ¿Sabes que conocí la anteiglesia de donde es originario 
              mi abuelo, allá en Vizcaya?
              Hablé unos minutos con la tía Cándida,
              y fui luego al Ateneo de Valmaseda.
              Allí escuché a txistularis
              y a "Izekariak" tocar el txalaparta,
              participé en el ritual de despedida
              y nos hicimos amigo con un vasco.
              Hoy estoy de nuevo en "Elia",
              la antigua bodega de Magdalena del Mar,
              mi ciudad natal,
              esperando, otra vez, una postal.
          
          Cerca de la propuesta de Recalde, José Pancorvo -que, aunque 
            por edad podría asociarse a la promoción surgida en 
            los setenta, apareció en la escena literaria en los noventa 
            y vinculado a los poetas jóvenes de esta hornada-, presenta, 
            en sus libros Profeta el Cielo (1997) y Tratados omnipresentes 
            / Perfect windows (2000) una poesía que podemos llamar 
            mística e incluso mesiánica. Ricardo González 
            Vigil hace una buena presentación de su propuesta: "Subrayemos 
            la densidad simbólica y la riqueza de referentes culturales: 
            el legado bíblico, cimas de la mística y la teología 
            (los Padres y Doctores de la Iglesia), surtidores milenarios que Pancorvo 
            enlaza con el mundo contemporáneo y el contexto nacional, asumiendo 
            el sincretismo religioso, el milenarismo del mito del Incarrey, los 
            danzantes de tijeras, el culto de santa Rosa de Lima y la "travesía 
            de extramares" de Martín Adán. Dicho enlace entre 
            lo antiguo y lo moderno, lo "occidental" y lo "andino" 
            se hace patente, también en la convivencia de composiciones 
            con metro y rima (privilegiando el soneto) junto a textos en verso 
            libre y exploraciones de la "poesía visual". De otro 
            lado, el discurso en español admite versos, cuando no poemas 
            enteros, en otros idiomas: latín, portugués, quechua 
            y aimara."(58)
          Un tercer ámbito dentro de este "espacio" supone 
            la ritualización de la propia palabra poética. Aquí, 
            los poetas, más allá de plantear la eventual escritura 
            de artes poéticas, han planteado como eje organizador de sus 
            trabajos la celebración del verbo y el develamiento de sus 
            misterios. El lenguaje utilizado es parco, meditado; todo exceso -parece 
            plantearse en esta concepción de la poesía- puede arruinar 
            el poema. Lo narrativo se deja de lado: no interesa contar, sino aprehender, 
            contemplar; el silencio, entonces, se propone imprescindible. Con 
            una mano en la garganta (1996), segundo libro de Luis Fernando 
            Jara da cuenta de estas reflexiones. Para Jara, de algún modo 
            continuando lo que se observaba en su primer libro, Eroscopio 
            (1990), la pasión por la palabra es indesligable de la pasión 
            del amor: en Con una mano en la garganta se sostiene que si 
            falta la mujer, la palabra deja de existir o hace más difícil 
            su presencia. Es así como uno de los sentidos del título 
            se hace patente: la angustia de lo inefable. El otro, que remite a 
            la sensación que hacen las palabras al salir, es decir, acercarse 
            al misterio de la voz, es el que más presente está en 
            el libro(59).
          En El libro de los lugares vacíos (1999), de José 
            Gabriel Cabrera Alva, la palabra es celebrada oblicuamente. Casi sin 
            darnos cuenta leemos que iniciarse en la poesía es aprender 
            a contemplar los espacios vacíos, aquellos en donde están 
            las esencias de las cosas. De ahí surge la posibilidad de leer 
            el libro como el testimonio del aprendizaje (y la invitación 
            a los lectores) de la actitud que se propone necesaria para el poeta 
            bajo esta concepción de poesía: la callada observación, 
            la disposición a ser sorprendido por una repentina iluminación 
            que, como corresponde a la lección oriental que habita en el 
            poemario, la hallaremos en la naturaleza, en lo cotidiano, en uno 
            mismo: en el silencio que es de donde emergen las palabras. 
            
            Miguel Ildefonso, en las secciones "Envíos / Extravíos" 
            y "La palabra volada de la sien", segunda y tercera 
            de Vestigios (1999), su primer libro, plasma la intensa búsqueda 
            de la palabra que ha dejado sólo sus vestigios; el poeta es 
            el llamado -conforme sugiere la intensa metatextualidad de los poemas- 
            a reunirlos y a reconstruir el verbo perdido. 
          g) Aunque no se trata aún de una línea suficientemente 
            consolidada, hay algunos poetas que, situándose diametralmente 
            al frente del impulso coloquialista y antipoético que cuajó 
            en las décadas anteriores, apuestan por un lirismo extremo, 
            cuya palabra procura alejarse de la experiencia concreta, desrrealizándola, 
            para fundar un espacio casi etéreo, hecho de puras sensaciones. 
            Sahari (1997), primer libro de Bili Sánchez apuntaba 
            ya en esa dirección: la voz de un hombre a su hijo o a su infancia, 
            a quien muestra un pasaje por recorrer (o recorrido): paisajes hechos 
            de viento, sombras, cielo, agua, sueños, que actuaban como 
            eco del ánima del hablante, en donde hay que hurgar. El segundo 
            libro, Isa (2000), desde el discurso de un hombre enamorado 
            que describe a su mujer, retoma los mismos principios y profundiza 
            en la desrrealización: el cuerpo de la amada, cierto que carne 
            y tierra, es fundamentalmente presentido: su contemplación 
            deviene en devoción que alimenta el mundo sensitivo de esa 
            voz, ya de por sí desrrealizada(60).
          Distinto es el registro de Campo traviesa (2000) de Francisco 
            Jurado, aunque también dentro de la línea mencionada. 
            En su caso se puede percibir una historia (la muerte de un individuo) 
            en la que circulan personajes, que son más bien sólo 
            voces que se encuentran. El hermetismo de las imágenes (en 
            un lenguaje que combina extrañas adjetivaciones, coloquialismos, 
            fragmentación del habla, erratas voluntarias vuelos líricos) 
            no permite asir la trama que se construye, pero deja sí una 
            sensación en el lector de que algo veloz y casi irreal se desenvuelve 
            ante nuestros ojos. 
          h) Un nuevo "espacio" -no con demasiados representantes, 
            pero sí con una solidez que obliga a prestar una detenida atención- 
            está marcado por una escritura que expresa una voluntad de 
            construcción arquitectónica que diseña un 
            recorrido (extensos conjuntos en que cada uno de los textos es 
            en realidad un paso o una estancia en el trayecto que es el libro: 
            un único poema), y un lenguaje que tiende al barroquismo 
            por su recargamiento y los diversos registros que articula (culto, 
            coloquial, técnico, lírico, antipoético, etc.). 
            Los trabajos que se ubican en esta línea bordean, por lo anterior, 
            el hermetismo y postulan un tipo de lector que esté decidido 
            no tanto a una lectura placentera, sino, más bien, a una ardua 
            aventura de indagación existencial.
          
            Alberto Valdivia publicó en el 2000 Patología 
              y La región humana; a pesar de su estructura diferente 
              (el primero es una especie de diario de una voz que representa un 
              cuerpo enfermo que se hurga y que se duele, y el segundo un extenso 
              poema en partes que procura indagar en la esencia de la condición 
              humana, también a partir del cuerpo) comparten un lenguaje 
              marcado por neologismos y riguroso vocabulario técnico (médico, 
              filosófico…). Si el primer libro se lee con mayor facilidad, 
              gracias al relato que lo organiza; el segundo, cuyo abigarramiento 
              y densidad resultan perturbadores -tanto por el manejo de referencias 
              religiosas y filosóficas, como por la profundidad de su inmersión 
              en el ser de la existencia (que nos enfrenta con un juego de multiplicaciones 
              asfixiantes sobre los fragmentos de un espejo del hombre)- asume 
              definitivamente el riesgo de la incomunicación: leer el libro 
              puede ser -así lo ha querido el autor- una aventura trunca 
              o abortada:
              
              ............... HEMOS pernoctado. En 
              plural
              (Padre y Pequeño / Icono de Carne y Hueso ante el Antropomorfo 
              Encarnado Óseo
              Tumba y Mortaja Lumbrera / Trayecto indeleble sobre la Huella Última)
              en consecuencia de la nueva disciplina
              promulgado el desvarío ejercicio-negación de fe
              abierta está la espera a (no) concluir en tu recurrencia
              en el ligamento prometido / pacto incólume / tu rúbrica
              analizable a destajo por terapias falibles a mis patologías 
              
              Alucinación y Delirio encima catatónico
              esos dioses decantados para ser sustituibles en este límite 
              me desplazan
              el dictaminador Fármaco / agnostizándome laico de 
              su iglesia / me desplaza
              Testigo de la Asolación como fe.
              ............. Debo negarme a esa creencia 
              carente
              ejercer con prudencia la ceremonia sensorial / sin curtir pieles 
              inflamables
              separar la paja de la ceniza
              consagrar la Zarza Verdad no revelada / tú Verdad por revelar
              en cada manchón de mis dedos chamuscados no brasa / no cuerpo 
              incinerado
              dios en cada combustión atómica ese humo fatuo.
              ............. El mito zodíaco 
              de la noche testificable
              el astro venido a menos sobre mi línea de limitación 
              o su rompimiento
              no ha sido proyección mortal de ambivalencias morales 
              ni qué decir necrofilia en autobúsqueda truncada. 
              Este acto se inmola notificación 
              pasar la noche juntos certifica siempre una relación prometedora
              todo rito conjunto / además si cotidiano / evidencia un grado 
              mayor de mestizaje
              Acto legalizable y premonición de estadía
              (imposible aún determinar tiempo / alcance y condición)
              como ente ubicuo tus aproximaciones suelen ser truculentas
              o trucadas
              pero casi siempre comprobables.(61) 
              
          
          También los libros de Rafael Espinosa -Reclamo a la poesía 
            (1996), Fin (1997) y Geometría (1998)- expresan 
            la voluntad de un construcción rigurosamente compacta, sobre 
            todo Fin -que traza una "marcha de Javier Heraud 118 a 
            la Huaca Juliana" (como reza el subtítulo), en que la 
            búsqueda de la utopía (representada por el viaje hacia 
            el recinto sagrado y por qué no, por la dirección planteada 
            como punto de partida) permite un recorrido por diversos espacios 
            de una ciudad plural (marcados en su diferencia por las varias modulaciones 
            de la voz del "peregrino") que son al mismo tiempo estancias 
            del ser- y Geometría, en donde el discurso continuo 
            y aparentemente frío (tercer hito en una ruta de hermetismo 
            ascendente) indaga en los tópicos de la poesía, la muerte 
            y el amor, desde una voz reflexiva casi monotonal, aunque híbrida.          
          Gonzalo Portals , finalmente, aunque con un hermetismo menor que 
            sus compañeros de "espacio", es el que más 
            expresamente ha trabajado el concepto de viaje o recorrido en sus 
            poemarios (Piedecuesta (1993), Confirmaciones de un descreído 
            (1995), Casa de tablas (1997), Itinerario del cuerpo 
            (1998) e Histología (2000)), otorgando con ello un componente 
            narrativo a sus conjuntos. De este modo, los diversos temas tocados 
            (el amor, lo trascendente, el cuerpo, la existencia humana, la ciudad) 
            se abordan desde estados anímicos o emocionales, así 
            como de posturas ante la vida, distintos. 
          i) Un último "espacio" para la comprensión 
            de la poesía de los noventa está caracterizado por la 
            vocación de libertad total de la palabra. Cierto ánimo 
            vanguardista y experimental nutre la escritura de los libros que se 
            ubican en esta línea, en los que la palabra parece desbordarse 
            gracias a un corriente de fuerza arrolladora. Se observa también 
            un hermetismo, en este caso de las imágenes que limitan sus 
            posibilidades referenciales: aquí al lector -a diferencia del 
            "espacio" anterior, que planteaba una gran participación 
            de la razón- se le exige dejarse llevar por la sensorialidad 
            y el flujo de las imágenes. 
          En el caso de Johnny Barbieri (fundador de Noble Katerva), se nota, 
            además, una fuerte marca beatnik, modulada a través 
            del magisterio de Enrique Verástegui -notorio en Branda 
            y la mesón de los pandos (1993) y sobre todo en El libro 
            azul (1996)-. En ellos erotismo, deseo, sueños, libertad, 
            proyección hacia lo trascendente, indagación en lo subconsciente, 
            aparecen en un desbordado recorrido que se acerca a los impulsos de 
            la escritura automática. Maka (1999), su tercer libro, 
            mantiene temas, personajes e imaginería surrealista; pero introduce 
            una mirada que desconfía de las posibilidades del encendido 
            verbo creador de mundos ("En vano la vida ha transcurrido como 
            la habíamos imaginado"), que ahora se revela sólo 
            como escritura, "papeles / que perfectamente voy guardando / 
            en mis cajones para siempre"). 
          También se inscriben en esta línea (a pesar de lo distinto 
            de sus propuestas) Roberto Sánchez Piérola, con Alleinlandlied 
            (desde el escenario) y Ego puto (ambos de 1999), Rubén 
            Quiroz, autor de Imago mundi (2000) y Niño vudú 
            (2001), Alfredo Román Loayza con El valle (2000) y Antonio 
            de Saavedra, mentor del grupo neosurrealista, con Laguna de electricidad 
            (1998)(62).
          Las anteriores son las líneas más evidentes de la poesía 
            de los 90. Varias de ellas podrían aproximarse entre sí 
            para formar ejes mayores, que se reconocerían, en términos 
            amplios, como un registro coloquial o narrativo conversacional, frente 
            a un espacio de mayor desarrollo de lo lírico o a una vocación 
            más experimental. Organizar así el universo de los 90, 
            sin embargo, como anoté, impediría apreciar en su real 
            magnitud la dinámica rica y compleja de la poesía joven 
            de estos años. La revisión hecha, por el contrario (aunque 
            pueda corregirse en algunos de sus términos, como es obvio), 
            resulta más útil, creo, para vislumbrar un panorama 
            más completo de lo que está ocurriendo. No obstante, 
            las líneas planteadas hasta aquí no agotan todas las 
            posibilidades en las que se mueve la poesía peruana de los 
            noventa. 
            
            No he mencionado, por ejemplo, lo que concierne al sujeto poético 
            femenino que, luego de su efervescencia en los ochenta, pareciera 
            haberse retraído, y disminuido los discursos que reivindican 
            su diferencia. Sin embargo, con relación la escritura de la 
            las mujeres, el panorama es, de hecho, bastante más complejo 
            y, nuevamente, se evidencia una realidad que en los años ochenta 
            no se alcanzó a clarificar: en dicha década se usó 
            hasta la saciedad el cliché de la "literatura erótica 
            femenina", con el que se colocaban en un mismo cajón voces 
            que si bien irrumpieron con fuerza colectiva en un mismo instante 
            (nunca como en ese momento tantas poetas habían hecho sentir 
            su presencia simultánea en el parnaso criollo), suponían 
            claramente propuestas individuales. Es cierto que hubo un afán 
            reivindicativo de la particularidad de la voz de la mujer en la poesía 
            y una recurrencia temática del cuerpo y la sexualidad; pero 
            desddesde registros más diversos que lo que suele señalar 
            y, además, no fue general. En los noventa ha quedado claro 
            que el hecho de ser mujer y escribir desde esa posición, si 
            bien puede suponer marcas textuales particulares (una discusión 
            pendiente y que, al parecer, todavía no puede darse sin que 
            entren en juego prejuicios y descalificaciones)(63), 
            ello no construye de por sí una línea poética. 
            Así, varias de las poetas más interesantes (Montserrat 
            Álvarez, Roxana Crisólogo, Victoria Guerrero, Sonaly 
            Tuesta, por ejemplo) han inscrito sus trabajos en algunas de la líneas 
            mencionadas en las páginas anteriores, ya sea desde sujeto 
            femenino o, en el otro extremo, ocultando las huellas gramaticales 
            de la voz de mujer. Entre las que mantienen el interés por 
            la voz de mujer (Violeta Barrientos, Grecia Cáceres, Ericka 
            Ghersi, Themis Castellanos, Jeamel Flores, Josefina Barrón, 
            Jessica Morales) el tema de la mujer en la sociedad, la familia, la 
            pareja o la historia no es único (no lo fue antes tampoco) 
            y las modalidades de escritura oscilan entre lo coloquial, lo lírico, 
            lo celebratorio, etc. Es decir, la escritura de mujer es, como la 
            de sus pares masculinos, lo suficientemente diversa como para arriesgarse 
            a postular una línea que las reúna. 
            
            Tampoco he recogido la aparición -aún discreta, es cierto- 
            de un sujeto poético de opción homosexual (como aparece 
            en El libro de las señales de Yrigoyen o en El innombrable 
            cuerpo del deseo (1992) de Violeta Barrientos) ni la apuesta por 
            poetizar desde el cuerpo y su visceralidad, paradójicamente 
            más vinculada en los noventa a los poetas hombres -como en 
            Patología o La región humana de Alberto 
            Valdivia, Itinerario del cuerpo de Portals, El grito de 
            Villacorta o mi Rincones (Anatomía del tormento)(64)- 
            que al discurso reivindicativo de la poesía escrita por mujeres, 
            por razones similares. 
            
            Queda para el final la mención de dos poetas que no encuentran 
            lugar con facilidad en el recorrido planteado. Uno es César 
            Gutiérrez en La caída del equilibrista (1997), 
            en que con títulos que remiten a la narrativa policial y escenarios 
            de ciencia ficción poshistórica, los poemas combinan 
            lirismo, estética del cómic y sensual tonalidad rockera, 
            apuntando a la renovación de la poesía a través 
            de la incorporación de los discursos de estas artes finiseculares 
            , cuyo impacto en la vida cotidiana de los jóvenes (cuando 
            menos) es innegable. El otro es Lorenzo Helguero, quien desde que 
            con Sapiente lengua se propuso desafiar el canon establecido 
            y optó, a total contracorriente, por la escritura de sonetos, 
            no ha dejado de sorprender por sus constantes cambios de registro 
            (incluso se ha comparado su actitud con la del portugués Pessoa(66) 
            ): el humor vanguardista y desfachatado de las prosas de Boletos 
            (1993), la oscuridad de Beissán o el abismo, el irónico 
            y desmitificante vistazo al amor revisitado en "Shame Dean" 
            (1999) y las lúdicas viñetas de El amor en los tiempos 
            del cole (2000). Oculta, así, su verdadera voz, o demuestra, 
            quizás, que el yo unidimensional es sólo una construcción 
            engañosa, más aun en tiempos como estos.
          Para cerrar este acápite es pertinente plantear algunas interrogantes 
            sobre la relación entre los "espacios" propuestos 
            y la institucionalidad literaria. Si volvemos la mirada, por ejemplo, 
            a la conciencia de la exclusión (y la voluntaria aceptación 
            de ésta) que, en términos generales, se manifiesta en 
            los sujetos poéticos del malditismo, cabe preguntarse si la 
            voz que habla en el texto sólo un constructo ficcional o la 
            marginalidad que anuncian los poemas es, más bien, una toma 
            de posición del poeta frente a la oficialidad literaria e incluso 
            la sociedad en su conjunto. ¿O, quizá, la asunción 
            de una postura epatante porque epatar da réditos indiscutibles? 
            Algo semejante quedó señalado con relación a 
            la dicción conversacional culturalista: asumirla en alguna 
            medida -esto era claro en los ochenta y aun a inicios de los noventa- 
            era situarse en un espacio institucionalmente privilegiado y aseguraba 
            al menos (bajo el supuesto de una cabal plasmación de los proyectos) 
            una respetuosa mirada. ¿Esto decidió a algunos poetas? 
            El coloquialismo, por su parte, además de plantear una lengua 
            más próxima a la norma cotidiana, suponía todavía 
            a inicios de la década que nos interesa un cuestionamiento 
            del "buen escribir". Y podríamos seguir con la vocación 
            trascendente de la ritualización o con la negación de 
            un lector cómodo, etc.
          Las preguntas no son nuevas, sin duda; pero plantearlas (y dejarlas 
            así, a espera de una discusión que busque llegar a respuestas) 
            permite no dejar de atender al proceso de los noventa (la validación 
            de diversos "lugares" de escritura -según la noción 
            de "lugar" que postula Jenaro Talens(67) 
            -), también desde una perspectiva política (de política 
            interna, podríamos decir, o sea del juego de posiciones dentro 
            de la oficialidad literaria). Terrenos delicados, por cierto, pero 
            contribuirían a comprender mejor el funcionamiento de la literatura 
            y los procesos poéticos. 
            
          
          CINCO
          Se sabe que ni la literatura, en general, ni la poesía, específicamente, 
            son reflejo automático de la realidad; que los textos literarios 
            no son reproducción no mediada de la experiencia, sino creación 
            de un mundo propio e inédito. Sin embargo, "la obra literaria 
            es una entidad autónoma (que no es lo mismo que autárquica) 
            que mantiene relaciones multidireccionales con otras instancias de 
            la praxis" que, de muy diversas maneras pueden plasmarse en ellas 
            y en el devenir de la situación y de la concepción del 
            escritor. 
            
            ¿De qué manera lo ocurrido en la década del 90 
            dialogó con los textos escritos por los jóvenes poetas, 
            con su comprensión de la poesía y de la institución 
            literaria o con su ubicación al interior de ella? Un breve 
            registro de algunos de los hechos que en esta crítica década 
            marcaron las preocupaciones del peruano común y la producción 
            de la cultura, y de aquello que modificó el rostro del mundo, 
            nos puede brindar algunas pistas.
          Los años 90, como años de desencanto, de cínica 
            lucidez, de escepticismo, estuvieron, sin duda, condicionados por 
            la caída del muro del Berlín (que, de algún modo, 
            dio inicio al siglo XXI). Con el muro, cuyo derrumbe significó 
            una fiesta democrática, cayeron también, sin embargo, 
            los restos de utopías e ideales que sobrevivían desde 
            las generaciones anteriores; cayó buena parte del sentido político 
            de los individuos y se instauró (al menos en alguna medida) 
            la lógica del fin de la historia y de la imposible superación 
            "del horizonte material y cultural de la modernidad burguesa"(69) 
            : salvo el libre mercado todo era ilusión. La globalización 
            y su contraparte, la exclusión -la institucionalización 
            de los "prescindibles"- son parte de este proceso.
            
            En países como el Perú, donde pronosticar el fin de 
            la historia suena a poco menos que ciencia ficción, los coletazos 
            del mundo post muro de Berlín se hicieron escuchar, sin embargo, 
            con gran volumen, por la bancarrota del estado alanista y la improbable 
            solución, al iniciar la década, de la guerra interna 
            que enlutaba al país. Todo esto se tradujo en el quiebre del 
            sistema partidario (las votaciones de los "independientes" 
            Belmont -para la alcaldía de Lima en el 89- y Fujimori -en 
            las presidenciales del 90- son hitos indiscutibles) y en el desprestigio 
            -real, pero además promovido- de la llamada "política 
            tradicional". Luego vino la imposición de una versión 
            "chicha" del neoliberalismo y la gradual ruptura de la institucionalidad(70).          
          Con Fujimori llegó también el "orden". La 
            estabilización de la economía y la derrota del senderismo 
            en el 92, luego de los años más duros que Lima recuerda 
            (apagones, coches bomba, los experimentos de la sociedad senderista 
            en Raucana, la destrucción de la comisaría de Villa 
            el Salvador y la calle Tarata en Miraflores(71) 
            ), devolvieron a la ciudadanía cierta tranquilidad que, de 
            paso, reforzó el sentido común que ofrecían los 
            nuevos tiempos: inutilidad de las organizaciones políticas, 
            pragmatismo y mano dura. 
            
            La tranquilidad, empero, tuvo un costo que pocas veces se recordaba 
            antes de estos recientes tiempos de colapso y fin del período 
            fujimorista: las violaciones a los derechos humanos, la destrucción 
            de la institucionalidad democrática, los mecanismos de copamiento 
            del poder y el aumento consecuente del autoritarismo. También 
            la economía estabilizada, que resultó ser congelamiento 
            económico: empobrecimiento, retracción de la producción, 
            subempleo generalizado, caída inédita de las clases 
            medias… y, ya innegable en los últimos meses, la corrupción 
            más espantosa en todo el período republicano peruano. 
            Algunos de los dolorosos símbolos del modelo "fujimontesinista" 
            son el autogolpe del 92, las matanzas de Barrios Altos y la Cantuta, 
            la tortura de Leonor La Rosa, y, mucho más cerca, la explosión 
            provocada por el propio régimen en el Banco de la Nación, 
            el video Kouri-Montesinos, primero de una larga serie, y la renuncia 
            de Fujimori desde el Japón. Todo lo mencionado, paradójicamente, 
            en un escenario que promueve las ilusiones de la globalización 
            (internet, cable, sociedad de la información) y la modernización. 
            Probablemente se trata de una de las décadas más difíciles 
            y traumáticas para la historia del siglo XX peruano(72).
          ¿Qué diálogo se estableció entre poesía 
            y sociedad? Algunas evidencias de éste son patentes en los 
            "espacios" de marcada vocación "realista" 
            (el malditismo, la representación del espacio suburbano). También 
            un síntoma de este diálogo es la recurrencia de lo íntimo, 
            lo trascendente y lo desrrealizado. Un ejemplo más dramático 
            -y más interesante, por lo polémico que podría 
            resultar- es el voluntario camino de exclusión, trazado por 
            la poesía de los novena, de toda referencia directa a la violencia 
            política del período 80-92(73), 
            que fue, sin dudarlo, aunque no necesariamente contacto de primera 
            mano, sí alimento constante del estado de ánimo y de 
            la percepción del país de los jóvenes poetas 
            (por lo menos los nacidos hasta el 75). Camino que fue continuado, 
            como es previsible en ellos, por los menores, cuya aproximación 
            fue más un recuerdo ajeno que experiencia propia. Salvo algunas 
            excepciones, mínimas en realidad considerando el volumen del 
            corpus de la poesía de estos años, la guerra interna 
            es un tema inexistente(74). 
            Quizá lo más próximo a la representación 
            de la violencia vivida esté en el lado de la poesía 
            que, a inicios de la década, construyó sus escenarios 
            como testimonio de la degradación en una urbe caótica 
            y enferma; sin embargo, estos textos son, a veces, más deudores 
            de la retórica de la malditez urbana, que de un procesamiento 
            efectivo de la experiencia de esos años. Con esto no se quiere 
            apuntar una obligación incumplida por la poesía de los 
            90, sino dejar constancia de un espacio sintomáticamente vacío 
            (y la ausencia es, bien lo sabemos, una forma contundente de presencia) 
            en el juego de representaciones que es la literatura. 
          Queda la pregunta, entonces, de cómo la guerra interna empapó 
            los ánimos de una promoción de poetas que participó, 
            al menos -más o menos cerca, más o menos lejos- del 
            embrollo subjetivo producido y cómo se trasluce eso en la poesía. 
            La desazón y el escepticismo reflejados en los textos, el regreso 
            a la revisión de los conflictos de la intimidad y los quiebres 
            internos (exilios interiores, podríamos decir, como único 
            refugio frente a un mundo que se desmorona) o la recuperación 
            poética de los espacios familiares, que se erigen como panteones 
            privados que se contraponen a la percepción de lo colectivo 
            nacional nos dan algunas pistas(75), 
            aunque, claro, no es posible querer explicar estos caminos sólo 
            como reacciones a lo experimentado frente al espacio público. 
            También se puede señalar que los poetas de los 90, al 
            verse desbordados por acontecimientos como los de la violencia política, 
            que exigían una distancia crítica mayor, pues superaban 
            las posibilidades aún en formación de sus lenguajes, 
            prefirieron evitarlos. O decir que la costumbre de la muerte que produce 
            corazas infranqueables, incluso en la más permeable subjetividad 
            de los poetas. Otras interpretaciones apuntan a que los acontecimientos 
            de la guerra que desangró al país pasaron lo suficientemente 
            lejos de los poetas, que, en tal sentido, no se sintieron empujados 
            a procesar desde sus textos lo vivido en otros ámbitos , o 
            a la postulación de un movimiento de retracción frente 
            a la intensidad de un discurso que estuvo muy atento al espacio público 
            y a las diversas violencias como escenario poético fundamental 
            (y quizás aquí se encuentren, parcialmente, algunas 
            de las explicaciones de la pérdida de la hegemonía de 
            la poesía conversacional). 
          Como sea, hay un hecho que resulta simbólico de la actitud 
            asumida: el recital del 17 de mayo de 1991, organizado por el grupo 
            Neón en el contexto de la Semana Cultural Sanmarquina, que 
            congregó a muchos de los jóvenes poetas que empezaban 
            a aparecer. Mario Sifuentes, periodista de la sección juvenil 
            de El Comercio, lo recuerda así: "…en el Pabellón 
            de Letras siempre se realizó el recital con jóvenes 
            poetas de La Cantuta, Garcilaso, San Martín, Católica, 
            Lima y San Marcos. Perfomance irregular que no mejoró con la 
            participación en música de Rafo Ráez y el grupo 
            Virgen Sideral, así como del teatro de Ulkadi. Promediando 
            el recital acusó fuerte, afuera, una explosión. Nadie 
            perdió el control ni hubo palabras tranquilizadoras; en el 
            salón lleno todo siguió con normalidad. Una segunda 
            explosión y luego varias más. Pocas personas fueron 
            las que se pararon y yo salí con ellas… De vuelta, todos 
            los pabellones, pasajes, cables y postes estaban metódicamente 
            abanderados"(77). Aunque 
            son varias las lecturas posibles(78), 
            mi recuerdo de esa tarde no deja de lado la impresión de que 
            poetas, músicos y público ("noventeros" casi 
            en su totalidad) casi ni se inmutaron frente a lo que estaba ocurriendo. 
            Es decir, pareció que no se inmutaban: "todo siguió 
            con normalidad". Como en la poesía de los noventa, en 
            el recital la violencia pasó por el costado: nadie explicitó 
            que estaba tomando nota de lo sucedido.
            
          
          y SEIS
          La revisión hecha en las páginas anteriores permite 
            cerrar este texto planteando una pregunta distinta a la propuesta 
            al inicio: ¿cuál es la particularidad de la poesía 
            de los noventa? Sin duda, muchos de los rasgos y de los "espacios" 
            que recorren los poetas de esta promoción no son nuevos (aunque 
            sí hay varias ampliaciones de caminos conocidos a los que habrá 
            que seguirles la pista); pero hay hoy la posibilidad de observar con 
            más claridad lo que antes no era todavía nítido: 
            esta tal vez sea la mayor contribución de los noventa, al margen 
            de los propios textos poéticos. Si hay alguna particularidad 
            en el panorama global de esta poesía es que, al parecer, le 
            ha tocado la feliz coincidencia de ser tiempo de convivencia plural 
            (rollo posmoderno de por medio) y habitar el final del siglo y del 
            milenio.
          La poesía no cambia cada diez años; tampoco detiene 
            su permanente movimiento. Y los nuevos poetas, los que en los noventa 
            irrumpieron en la escena pública, han dado ya a nuestra tradición 
            algunas voces importantes, además de las razones suficientes 
            para atender a su presencia en la comprensión del proceso poético 
            peruano del siglo XX y, quizás -el tiempo lo dirá-, 
            del que se inicia. Es por eso que trazar un mapa de lo ocurrido es, 
            no sólo importante, sino imprescindible. Pero no para crear 
            un nuevo gueto que defender a rajatabla (al lado del propósito 
            de brindar un panorama de los noventa, animó a este trabajo 
            la paradójica pretensión de contribuir a desterrar un 
            modo de organización de nuestra poesía que no favorece 
            a la comprensión cabal de los fenómenos poéticos), 
            sino para ensayar nuevos modos de enfrentar nuestra tradición. 
            Son innumerables las tareas que este segundo aspecto reclama y espero, 
            al menos, haber podido apuntar algunas. Acerca del panorama de los 
            noventa, la discusión apenas se está abriendo(79).
           
           
          
            
            
          
           
          NOTAS
              
              (1) Antología 
                  de la poesía peruana. 2 tomos. 2ª. Edición. 
                Lima, Peisa, 1973. La primera edición, en un solo tomo, la 
                publicó en 1965 la editorial Nuevo Mundo.
              
              (2) De hecho, varios de los mencionados 
                en este texto publicaron sus primeros textos -en revistas, por lo 
                general- hacia 1987, 88 u 89, pero comienzan a ser reconocidos en 
                el espacio literario joven recién a partir de 1990.
 
              (3) Es un punto contra el que, justificadamente, arremete el manifiesto 
              "A los poetas que vendrán", firmado por los jóvenes 
                Antonio Sarmiento y Ricardo Ayllón (2000). Lamentablemente 
                no es posible para mí (e imagino que no estoy solo en esta 
                imposibilidad) abarcar, como se debería, un espectro geográfico 
                más completo. Tampoco, es obvio, he logrado conocer todos los 
                poemarios publicados por los poetas del 90 (sin contar lo aparecido 
                en revistas, que también debería ser considerado, pues 
                forma parte del corpus de esta década; pero que dejo de lado 
                en el presente trabajo). El poeta Alberto Valdivia me alcanzó, 
                cuando revisaba este artículo para su publicación, un 
                listado elaborado por él con más de ochenta poetas que 
                comenzaron a publicar en los noventa. Varios de ellos, por cierto, 
                me resultaban absolutamente desconocidos, y sus libros, inhallables. 
                Creo, sin embargo, que -a pesar de las graves omisiones en que pueda 
                estar incurriendo- lo leído (que se anota en la bibliografía 
                que acompaña al texto) permite plantear con cierta seguridad 
                lo que propone esta investigación.
              
              (4) Un detalle, como muestra: se soslaya 
                en nuestro uso del modelo organizador la idea de que las generaciones 
                no pueden ser sólo literarias -y menos exclusivamente poéticas-: 
                la generación "es como un nuevo cuerpo social íntegro, 
                con su minoría selecta y su muchedumbre, que ha sido lanzado 
                sobre el ámbito de la existencia con una trayectoria vital 
                determinada". Ortega y Gasset, José. El tema de nuestro 
                  tiempo. Madrid, Ed. de la Revista de Occidente, 1958; p. 7. 
              
              (5) Y añade: "hasta el punto 
                de que, habiendo de vivir los unos junto a los otros, a fuer de contemporáneos, 
                se sienten a veces como antagonistas". Ibídem.
              
              (6) Cornejo Polar, Antonio. "Testimonio 
                de Antonio Cornejo Polar" En La generación del 50 en 
                  la literatura peruana del siglo XX. Lima, UNE, 1989; p. 149.
              
              (7) "Activos" en cuanto a actividad 
                pública con vistas a la difusión de la poesía 
                y de la existencia de los poetas.
              
              (8) Así lo señala Paolo 
                de Lima, integrante de Neón, uno de los grupos de mayor actividad 
                en los años iniciales de la década: "… para copar 
                ese espacio, para que la gente supiera que existíamos, había 
                que irrumpir con algo. Nosotros habíamos nacido alrededor del 
                año 70. Así, utilizamos un cliché que llamó 
              la atención: nos llamamos la generación del 90." 
              En "No somos escépticos ante la vida" Entrevista 
                con el grupo Neón. Revista Arco Crítico 2, junio 
                1993; p. 23.
              
              (9) Santiago Risso, con el sello de la 
                Biblioteca Nacional, publicó La generación del 90 
                  en el año 96.  
                  (10) Ver "Delgado, Zavaleta y Ribeyro y la generación del 50". 
                En La Casa de Cartón de Oxy No. 5. II época. 
                Lima, primavera - verano, 1994; p. 4.
              
              (11) Ver el artículo "Con-versación 
                de - vida. Nuevos grupos de poesía en Lima". En Imaginario 
                del arte 4, diciembre 92; pp. 4-6. 
                (12)                  Respuesta de Víctor Coral (de Geranio Marginal) para 
                el cuestionario de la revista Imaginario citado en la nota 
                anterior. Añade Coral que "es evidente que la preocupación 
                por la imagen del grupo y el querer siempre dar una impresión 
                de solidez y coherencia, en los posibles planteamientos, mediatizan 
                inevitablemente las opciones individuales que, de hecho, se generan 
                al interior de todo grupo". (p. 6). 
              
              (13) Respuesta de Paolo de Lima en Ibídem, 
                p. 5.
              
              (14) Y la posibilidad de generar un espacio, 
                en un medio percibido como cerrado, para la expresión de los 
                jóvenes creadores, como plantean los integrantes de Neón 
                a propósito del surgimiento de su grupo. Ver la entrevista 
              "No somos escépticos ante la vida", mencionada en 
                la nota 8.
              
              (15) Mención aparte merecen las 
                palabras de Leo Zelada (seudónimo de Rubén Grajeda), 
              "líder de Neón", a propósito de la 
                experiencia de su grupo: "Durante el período 1990-1999, 
                se ha convertido en la agrupación contracultural de los 90's, 
                no sólo en Perú sino a nivel latinoamericano, y que 
                ha pasado a ser de un grupo poético a todo un movimiento cultural 
                y en un fenómeno social, ya que ha movilizado en sus 9 años 
                de existencia a miles de jóvenes en conciertos de música, 
                recitales de poesía, conferencias, etc., en este fenómeno 
                de conjunción de "postmodernidad y política"…" 
              (En "Las "luces" de Neón. De la generación 
                X/Y a la nueva civilización planetaria", sexta parte del 
                artículo "Más allá de la generación 
                X/Y. Nueva cultura política en el siglo XXI", incluido 
                en el volumen colectivo La política ya no es lo que fue. 
                  Opina una generación entre dos siglos. Juan Antonio Bazán 
                (compilador). Lima, Ed. San Marcos, 1999; p. 143-144). Sería 
                interesante conocer la opinión de sus compañeros de 
                aventura de los años 90-93, que sin duda marcan una "primera 
                etapa" del grupo, ajena en gran medida a la posterior reaparición 
                liderada casi exclusivamente por Zelada.
              
              (16) Ya en 1987 y refiriéndose 
                a la poesía de los 80, los autores del prólogo de La 
                última cena señalan: "A partir de entonces 
                [se refieren a los inicios de la década y, específicamente, 
                a la aparición de los primeros libros de Eduardo Chirinos y 
                José Antonio Mazzotti] ser poeta joven ya no significaba necesariamente 
                ser parricida". En La última cena. Poesía peruana 
                  actual; pp. 11-12.
              
              (17) Quizás en el interés 
                de la crítica se puede mencionar las relativas excepciones 
                de Monserrat Álvarez y Xavier Echarri, cuyos Zona dark 
              y Las quebradas experiencias y otros poemas, respectivamente, 
                llamaron favorablemente la atención en los años iniciales 
                de la década.
              
              (18) Martos hace referencia específicamente 
                a la atención que se presta a un poeta por sus trabajos iniciales. 
                En "Algunos poetas del Perú". Texto introductorio 
                de La generación del 50. Antología poética 
                  de la promoción 45/50, en Documentos de Literatura 1. 
                Lima, abril-junio, 1993; p. 12.
              
              (19) Aunque alguna crítica ya 
                ha llamado la atención de la precocidad inusual de Lizardo 
                Cruzado, José Carlos Yrigoyen o Alberto Valdivia. Ver por ejemplo 
                los comentarios de Ricardo González Vigil a los poetas mencionados 
                en su Poesía Peruana Siglo XX. Tomo II. Lima, Ed. Copé, 
                1999. 
                (20) Uso "conversacional" en el sentido que la tradición 
                crítica ha dado al término: de modo amplio, la poesía 
                narrativo-coloquial hispanoamericana que se consolida en los 60 y 
                que recoge las enseñanzas fundamentales de la tradición 
                anglosajona del siglo XX; el "británico modo", como 
                lo llamaron los autores del prólogo de La última 
                  cena. Poesía peruana actual.
              (21) Aunque Rocío Silva Santisteban 
                se refiriere, al parecer, a la línea más "clásica" 
              del conversacionalismo, su afirmación -tomada más globalmente, 
                de modo que involucraría incluso buena parte de su propio trabajo 
                poético- es útil para revisar el tema que planteo.
              
              (22) Inmanencia (Textos de Enrique 
                Bernales, Christian Zegarra, Florentino Díaz y Carlos Villacorta). 
                Presentación de Rocío Silva Santisteban. Lima, Edición 
                de los autores, 1998.
              
              (23) El mencionado y el segundo, Regreso 
                  a Ourobórea, Edición de los autores, 1999. (Incluye 
                textos de, además de los citados -salvo Florentino Díaz-, 
                de Arturo González).
              
              (24) Pacheco, José Emilio. "Notas 
                sobre la otra vanguardia". En Revista Iberoamericana 106-107. 
                Pittsburg, enero-junio, 1979. 
                (25) Cornejo 
            Polar, Antonio. "La problematización del sujeto en la 
            poesía coloquial". En Mc Duffie, Keith y Rose Minc (editores).
 Homenaje a Alfredo A. Roggiano. En este aire de América. 
            Pittsburg, Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1980; 
            p. 202.
            
            
(26) Ver: Quijano, Rodrigo. "El 
            poeta como desplazado: palabras, plegarias y precariedad desde los 
            márgenes". En 
Hueso Húmero 35; p.35. Ver 
            también los comentarios de Peter Elmore a este artículo 
            en el siguiente número de la misma revista: "El poeta 
            como desplazado: las palabras a la intemperie". 
Hueso Húmero 
            36; pp. 147-155. 
            
            
(27) Es contra lo que reclama Mario Montalbetti 
            en "La retórica de la `retórica del 60´". 
            En 
Hueso húmero 15-16, octubre-marzo, 1983; pp. 228-229. 
(28) El artículo 
            "Antes del fin. Un acercamiento a la poesía peruana 1975-1994" 
            de Carlos López Degregori (en 
Humanitas 31, diciembre 
            94; pp. 15-51) y el libro 
Generación poética del 
              60. Estudio y muestra, preparado por él mismo junto con 
            Edgar O'Hara (Universidad de Lima, 1998), llaman la atención 
            sobre este crucial hecho.
            
            
(29) Esto es, por ejemplo, lo que comenta 
            César Ángeles sobre la poesía de los noventa 
            a propósito de la lectura de 
Cansancio, de Paolo de 
            Lima: "Existe un manifiesto repliegue hacia las zonas más 
            íntimas del individuo, que quiere echar lejos toda huella o 
            resonancia del lenguaje referencial. Tendencia al abstracto, otra 
            vez. Cansancio. ¿Cansancio de qué? Quizá de esa 
            preeminencia en nuestra tradición poética, rápidamente 
            reseñada al comienzo de este artículo, correspondiente 
            a la segunda mitad del siglo". Ángeles, César. 
            "Los años noventa y la poesía peruana". En 
Ciberayllu 
            
            (30) Quizás 
            el caso más característico es el de 
Sapiente lengua, 
            el primer libro de Lorenzo Helguero que no sólo desafía 
            a la univocidad de la dicción conversacional (que, sin embargo, 
            vive en algunos de los textos con pálpitos de antipoesía), 
            sino que, totalmente a contracorriente se compone de veinticuatro 
            sonetos que dialogan con Martín Adán, Darío o 
            los clásicos españoles. Si el primer libro de este joven 
            hubiera sido publicado diez años antes, posiblemente habría 
            sido descalificado de inmediato o relegado a la condición de 
            "curiosidad"; en el 93 fue celebrado y, pronto, antologado. 
            
            
(31) Ambos publicados por Asalto al cielo 
            ed. en 1999.
            
            
(32) Postmodernidad literaria enmarcada 
            en una postmodernidad social/cultural entendida "no como una 
            nueva 
episteme que sucede a la modernidad sino como la comprensión 
            de que la modernidad consiste en "múltiples respuestas 
            / propuestas", es decir, que hay múltiples modernidades, 
            múltiples formaciones sociales y culturales que constituyen 
            la modernidad" (George Yúdice. ¿Puede hablarse 
            de postmodernidad en América Latina? En 
Revista de crítica 
              literaria latinoamericana 29. 1er. semestre de 1989; p. 108. 
              
(33) Chirinos, 
            Eduardo. "Veinte años de poesía peruana". 
            En 
Cuadernos Hispanoamericanos 588, junio 1999; p. 33.
            
            
(34) En 1983 advertía Óscar 
            Malca, frente a las propuestas de las décadas anteriores: "Me 
            parece ridículo seguir repitiendo que la poesía sirve 
            a la revolución y las masas populares; la poesía no 
            sirve, es una cosa que circula, que se impregna de lo que está 
            en los círculos sociales, las contradicciones políticas, 
            pero no interviene, no tiene ningún papel." (Malca, Montalbetti, 
            Santibáñez y Verástegui. "Sobre la poesía 
            peruana última. Una conversación" en 
Hueso húmero 17, abril-junio 1983; p. 34). La opinión, claro, resulta válida 
            en el marco de la literatura "oficial" o "culta". 
            Más allá de estos linderos, donde hay un amplio territorio 
            lamentablemente poco estudiado, otro es el cantar.
            
            
(35) Espacios en los que la narrativa 
            ha entrado con pie más seguro.
            
            
(36) La cita completa es: "En resumen, 
            no hay grandes nombres en la década del noventa, pero, eso 
            sí, más de uno que promete. Y si la constancia, el trabajo 
            poético individual y las musas ayudan, tendremos algún 
            poeta de verdadera importancia". Fascículo "Echarri: 
            Quebradas experiencias", sobre los años 90, de la colección 
Literatura peruana, del diario 
Expreso; p. 300. 
            
(37) Garayar, 
            Carlos. "Invierno lírico" (Nota que acompaña 
            a la selección "Gente trabajando. Breve y provisional 
            antología de los nuevos poetas peruanos", preparada por 
            el propio Garayar). Suplemento 
Artes y Letras de El Mundo, 
            18-19 de marzo de 1995; pp. 4-5 D.
            
            
(38) Scarano, Laura. "Hacia una 
            teoría del sujeto en la poesía española". 
            Introducción del libro colectivo 
La voz diseminada. Hacia 
              una teoría del sujeto en la poesía española. 
            Bs.As., Ed. Biblos y Universidad Nacional de Mar del Plata, 1994; 
            p. 13.  
            (39) Jenaro 
            Talens en "Práctica artística y producción 
            significante", citado por Scarano; op. cit., p. 14-15.
            
            
(40) Carlos Oliva (1960-1994), por edad, 
            podría pensarse más cercano a los poetas de los 80; 
            sin embargo su actividad literaria comenzó a ser pública 
            recién en la década de los 90 y vinculado con los jóvenes 
            poetas de ese entonces, como queda claro en su participación 
            como fundador del grupo Neón. 
(41) A pesar 
            de no ser el suyo un texto plenamente urbano, un caso que merece comentarse 
            es el del "fundador y líder", según su autopresentación, 
            de Neón: el poeta Leo Zelada. Su libro, 
Delirium tremens, 
            lo propone, a través de diversos materiales paratextuales, 
            como el "último de los poetas malditos". Su malditismo, 
            sin embargo, se sostiene en un texto superficialmente transcultural 
            y posmoderno, consecuencia de adquirir, impostadamente, vestiduras 
            de maldito. En una línea semejante a la de Oliva, también 
            destaca sobre el resto los trabajo de Rodolfo Ybarra, sobre todo en 
            su 
Sinfonía del kaos y de Julio Durán. 
            
            
(42) Y hasta ahora se le puede seguir 
            reconociendo como uno de los libros más importantes entre los 
            poetas del 90, aunque el tiempo haya hecho su trabajo de desgaste 
            sobre algunos cuantos poemas, que parecen ser, sobre todo, el resultado 
            de un formulismo inteligente.
            
            
(43) Utilizo la propuesta que, para la 
            narrativa, recoge Mieke Bal: "El término lo introdujo 
            Booth (1961) para comentar y analizar los conceptos ideológicos 
            y morales de un texto narrativo sin precisar de una referencia directa 
            a un autor biográfico. En el uso que hace Booth del término, 
            éste denota la totalidad de los significados que cabe inferir 
            de un texto, y no la 
fuente de dicho significado. Sólo 
            tras interpretar el texto sobre la base de una descripción 
            textual, se podrá inferir y comentar al autor implícito. 
            Además, la noción de autor implícito no se limita, 
            en este sentido, a los textos narrativos, sino que es aplicable a 
            cualquier texto." Bal, Mieke. 
Teoría de la narrativa 
              (Una introducción a la narratología). Madrid, Ed. 
            Cátedra, 1995; p. 125. 
            
(44) Como el 
            título -que alude a la oscuridad y al discurso de los rockeros 
            subterráneos-, la sombría foto de la autora y el texto 
            de autopresentación de la contracarátula: "En el 
            año de 1991, fecha de tantas muertes y nacimientos, yo, la 
            bien o mal llamada Montserrat, por todos conocida y deplorada, decidí 
            escribir, para las humanidades venideras, unas líneas que no 
            significasen nada en absoluto". 
            
(45) En los 
            alejandrinos rimados y organizados en cuartetos de la sección 
            que da nombre al libro: "Zona dark".
            
            
(46) Sobre todo en revistas o recitales.
            
            
(47) Cercana a la del primer libro de 
            Crisólogo, es la propuesta de 
Una vela en el desierto (2000) de Carolina Fernández, que, aunque con menores logros 
            como conjunto, añade el interés por la introspección 
            del yo (múltiple) y las indagaciones en los recovecos del amor 
            y el deseo. En el plano del lenguaje, también directo, coloquial 
            y fragmentado, se suma el uso de recursos (visuales, sonora, gramaticales) 
            que remiten a las exploraciones vanguardistas. 
            
(48) Que, a 
            su vez, es un refugio con el cual la autora busca alejarse del seguro 
            conversacionalismo de su primer y bien comentado libro, 
De este 
              reino (1993). 
              (49) 21 
                pepas de amor y una canción desentonada (1992) de Verónica 
            Álvarez,
 Chico de mi barrio (1998) de Doris Bayly o 
            
El perfume del camaleón (1997) y 
Cajón desastre 
              (primera prueba) (2000) de Fernando Olea se pueden añadir 
            a la lista, aunque sin un matiz marcado de refugio frente a lo exterior. 
            (50) Fragmento 
            del poema "Nada es nada en un lugar en el que está a punto 
            de suceder todo".
            
            
(51) Como las de Eduardo Rada y sus proyectos 
            de "Poesía masiva". 
            
(52) Fragmento 
            del poema "Historia de un amor al revés (voltéate, 
            por favor, dame la espalda)". 
            (53) Fragmento 
            de la parte 4 de 
El libro de las señales. 
            
(54) Señala 
            Laura Scarano que esta "inmersión del autor en el discurso 
            por un lado le otorga un estatuto ficticio convirtiéndolo en 
            función textual y por el otro apela a una convención 
            de lectura no ficcional que atribuye veracidad a los enunciados del 
            hablante (discurso autobiográfico). El lector opera otorgando 
            credibilidad a dichos enunciados, aunque sigue consciente de funcionar 
            dentro de la convención de ficcionalidad que rige los textos 
            literarios; sabe que está frente a un poema (no a un acto de 
            habla del autor real)". En "Hacia una teoría del 
            sujeto en la poesía española". Op. cit.; p. 20. 
            
(55) La legendaria 
            historia de los hermanos que se separan, la cruz que "muere" 
            con la muerte del abuelo, el tío muerto que se aparece en los 
            sueños de su hermana, por ejemplo. 
            
            
(56) La Amazonia ya había sido, 
            en 1991, motivo de un trabajo que podría inscribirse también 
            en esta línea, de no ser porque la autora, Ana Varela Tafur, 
            escapa de los márgenes que definen al grupo de poetas del 90: 
            Lo que no veo en visiones. Lima, Ed. Copé, 1991. 
            (57) La vida 
            del migrante en una ciudad que resulta cruelmente nueva fue abordada 
            (luego de los poetas del 70) por Pedro Escribano en su importante 
            
Manuscrito del viento. (Lima, Lluvia ed.,1982). 
            
(58) Ricardo 
            González Vigil. Op. cit.; p. 545.
            
            
(59) Es posible ubicar 
Lo torpe 
            (2001) de Roberto Zariquiey cerca de esta propuesta. 
            (60) Muy cerca 
            de ese universo de sensaciones está Estrella doble (2000), 
            de Alejandra del Valle. 
            
(61) Tomado 
            de la sección 4, "Territorio de regencias". 
            
(62) Aunque 
            en este último caso, contra lo que caracteriza a este "espacio" 
            y quizás por la ortodoxia asumida, los poemas se perciben poco 
            intensos: la parafernalia surrealista está allí, pero 
            no la libertad y la fuerza pasional que se podría esperar. 
            
(63) Ver al 
            respecto los fundamentales aportes de Rocío Silva Santisteban 
            (por ejemplo "Basta ser mujer para escribir como mujer", 
            en 
El combate de los ángeles. Literatura/ género/ 
              diferencia, Lima Puc, 1999, libro colectivo compilado por ella) 
            o de Susana Reisz (sobre todo 
Voces sexuadas. Género y poesía 
              en Hispanoamérica. Lérida, Asociación española 
            de estudios literarios hispanoamericanos, 1996). 
            
(64) Y los 
            
Estudios sobre un cuerpo (Lima, Colmillo Blanco, 1991), de 
            Jorge Frisancho, aunque a este poeta, como señalé, se 
            le ubica en los 80.
            
            
(65) En la línea de las exploraciones 
            de Oswaldo Chanove, desde los 80. 
            
            
(66) Ver González Vigil, Ricardo. 
            Op. cit.; p. 743.
            
            
(67) "La individualidad 
            que parece asumir [la voz de la escritura] no es un sujeto sino un 
            lugar, algo que expone la huella de un cruce de convenciones sociales 
            y discursivas explicitadas como tales". Citado en Laura Scarano. 
            Op. cit., p. 15.
            
(68) García 
            Bedoya, Carlos. Para una periodización de la literatura peruana. 
            Lima, Latinoamericana ed., 1990; p. 28. 
            
(69) Ballón, 
            José Carlos. "Modernidad cultural, capitalismo y socialismo. 
            ¿Han cambiado realmente los términos del debate?". 
            En 
Márgenes 12; p. 169.
            
            
(70) "La década 
            de la antipolítica", ha llamado a ésta Carlos Iván 
            Degregori, en su reciente libro: 
La década de la antipolítica. 
              Auge y huída de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. 
            Lima, IEP, 2000. Es claro que la referida es, básicamente, 
            antipolítica partidaria; el neoliberalismo preconizado tras 
            la crítica a la "política tradicional" no 
            deja de ser discurso y práctica política. Aunque ya 
            no corresponde al contexto de la poesía de los noventa, se 
            puede apuntar que el escenario reciente parece reiniciar algo semejante 
            a un nuevo ciclo partidario. 
            
(71) Nunca 
            como en los años 90-92 Lima sintió tan cerca el miedo 
            de un posible triunfo de Abimael Guzmán y sus huestes sobre 
            el estado peruano.
            
            
(72) Aunque esto es relativo y más 
            de una vez se dijo en años anteriores: "En la memoria 
            de los peruanos el año 1983 quedará como uno de los 
            más trágicos, desde cualquier punto de vista que no 
            sea el del Ministro de Economía", para citar una muestra 
            tomada de un texto de crítica literaria (Edgar O'Hara. "Sujeciones 
            y avances en el lenguaje poético de la poesía joven 
            peruana". En 
Revista de crítica literaria latinoamericana 
            20. 2do. Semestre de 1984; p. 233).
            
(73) No acabó, 
            definitivamente, en ese año; pero sí se cerró 
            una etapa con la captura de Abimael Guzmán.
            
            
(74) Se pueden mencionar un poema de 
            Martín Rodríguez-Gaona ("La eternidad está 
            enamorada de los frutos del tiempo" en Pista de Baile; algunos 
            de Montserrat Álvarez ("Los relojes se han roto" 
            o "Los que van a la guerra", por ejemplo); el poema II de 
            la sección "21 pepas de amor…" en 
21 pepas de 
              amor y una canción desentonada de Verónica Álvarez. 
              (75) Procesos 
            semejantes se vivieron en la narrativa, la plástica y el rock, 
            al menos hasta hace pocos años.
            
            
(76) Esta hipótesis fue propuesta 
            por Víctor Coral en una conversación reciente en la 
            que participamos, además de Coral, Victoria Guerrero, Miguel 
            Ildefonso, Diego Otero y yo. Ver revista 
Flecha en el azul 
            15 (en prensa). 
            
(77) "Hacia 
            la recuperación. A los 440 años de San Marcos". 
El Comercio. Domingo 26 de mayo de 1991; p. G-1 (subrayados 
            míos).
            
            
(78) Paolo de Lima, por ejemplo, me sugirió 
            que explicite el propósito de decir que el recital se realizó 
            a pesar de la presencia amenazante de Sendero. 
            
(79) Como parte 
            de esas discusiones, quiero dejar constancia de lo valiosos que fueron 
            para mí los comentarios y observaciones de José Antonio 
            Mazzotti, Rodrigo Quijano, Rocío Silva Santisteban, Alberto 
            Valdivia y, particularmente, Paolo de Lima, a la primera versión 
            de este trabajo. 
            
            
            
            
El corpus: poemarios revisados de los poetas de los noventa
            
            Aguirre, Luis.
 La gruta del cangrejo. Lima, Ed. Nido de cuervos, 
            1999. 
            Agurto, Gastón. 
Comer carne humana. 
            Lima, Ediciones de los lunes, 1992. (
Nadie se mueva). Lima, 
            Ed. Vaca flaca, 1999.
            Álvarez, Montserrat. 
Zona Dark. Lima, 
            (edición de la autora), 1991.
            Álvarez Goyzueta, Verónica. 
21 pepas 
              de amor y una canción desentonada. Lima, Ed. 
            Los sobrevivientes, 1992.
 
            Arámbulo, Carlos. 
Acto primero. Lima, 
            Pathos ed., 1999.
            Ayllón, Ricardo. 
Almacén de invierno. 
            Chimbote, Ed. Lobo de mar, 1996.
            
---. ......Des/nudos. Chimbote, 
            Río Santa ed., 1998.
            
---. ......Bestia escrita. Lima, 
            Fondo de fuego Ed. 2000.
            Barbieri, Johnny. 
Branda y la Mesón de los 
              Pandos. Lima, Ed. Noble katerva, 1993.
            
---. ....... El libro azul. 
            Lima, Ed. Noble katerva, 1996.
            
--.-. ...... Maka. Lima, Ed. Noble 
            katerva, 1999.
            Barrientos, Violeta. 
Elíxir. Lima, Ed. 
            Noevas, 1991.
            
---. ........... El innombrable 
              cuerpo del deseo. Lima (edición de la autora), 1992.
            
---. .......... Tras la puerta falsa. 
            Lima, (edición de la autora), 1994.
            Barrón, Josefina. 
Poemas son heridas. 
            Lima, Colmillo Blanco, 1994.
            
---. ......... El ojo amurallado. 
            Lima, Carpe diem, 1999.
            
            Bayly, Doris. 
Retrete para huérfanos. Filadelfia, Asalto 
            al cielo ed., 1996.
            
---. ......... Chico de mi barrio. 
            Lima, Jaime Campodónico ed., 1998.
            Beltrán Peña, José.
 Evangelio 
              de la poesía. Lima, Gaviota azul ed., 1995.
            
---. ......... Serpiente de 
              Eva (un poema). Lima, Gaviota azul ed., s/f .
              Cabrera Alva, José Gabriel. 
El libro de 
                los lugares vacíos. Lima, Dedo Crítico ed., 
            1999.
              Cáceres Figueroa, Grecia. 
De las causas 
              y los principios. Venenos / embelesos. Lima, 
            (edición de la autora), 1992.
            Carnero, Carlos. 
Las razones de los efectos. 
            Lima, Gonzalo Pastor ed., 2000.
            Castellanos, Themis. 
Las irrealidades perdidas. 
            Lima, Ed. Pedernal, 1994.
            Chicoma Lúcar, Daniel. 
Mujer tras el espejo. 
            Lima, (edición del autor), 1997.
            Chueca, Luis Fernando. 
Rincones (Anatomía 
              del tormento). Lima, Ed. Colmillo Blanco, 
            1991.
            
.................. Animales 
              de la casa. Filadelfia, Asalto al cielo ed., 1996.
            
.................. Ritos 
              funerarios. Lima, Ed. Colmillo Blanco, 1998.
              Cisneros, Renato. 
Ritual de los prójimos. 
            Lima, Universidad de Lima, 1999.
            Coral, Víctor. 
Luz de limbo. Lima, Delfín 
            arisco ed., 2001.
            Crisólogo, Roxana. 
Abajo, sobre el cielo. 
            Lima, Ed. Nido de cuervos, 1999.
            
.................. Animal 
              del camino. Lima, Ed. El Santo Oficio, 2001.
              Cruzado, Lizardo. 
Este es mi cuerpo. Lima, 
            Camión ed., 1996.
            De Lima, Paolo. 
Cansancio. Filadelfia, Asalto 
            al cielo ed., 1995.
            
.................. Cansancio 
              (segunda edición). Lima, Ed. Hispano Latinoamericana, 1998.
              De Saavedra, Antonio. 
Airones. Lima, Municipalidad 
            de Lima, 1995.
            
.................. Laguna 
              de electricidad. Lima, Ed. Caracol, 1998.
              Del Valle, Alejandra. 
Estrella doble. Lima, 
            (edición de la autora), 2000.
            Del Valle, Julio. 
Callado cielo. Lima, Ed. 
            Pedernal, 1994.
            Durán, Julio. 
Festival de la desesperación. 
            Lima, Ed. Mundo Sur, 1998.
            Echarri, Xavier. 
Las quebradas experiencias y otros 
              poemas. Lima, Ed. Caracol, 1993.
              Espinoza, Rafael. 
Reclamo a la poesía. 
            Lima, Mura ed. 1996.
            
.................. Fin. 
            Lima, Mura ed. 1997.
            
.................. Geometría. 
            Lima, Ed. Copé, 1998.
            Espinoza Suárez, Gabriel. 
Ello. Lima, 
            Ediciones del coatí, 1996.
            
.................. Ello (segunda edición). Lima, Dedo Crítico ed., 1998.
            Fernández, Carolina O. 
Una vela encendida 
              en el desierto. Lima, Derrama magisterial, 
            2000.
            Fernández Cozman, Camilio. 
Ritual del silencio. 
            Lima, Ed. Picaflor, 1995.
            Flores, Jeamel. 
Desde los oscuros rincones. 
            Lima. Ed. Colmillo Blanco, 1995.
            
.................. Todo 
              era lejos. Lima, PUCP, 2000.
              Galdo, Juan Carlos. 
Si hubo algún lugar 
                debió ser ése. Lima, Ed. Pedernal, 1994.
              Galloso, José Antonio. 
Si huyes hacia adentro. 
            Lima, Ed. Colmillo Blanco, 1998.
            Gálvez, Javier. 
Libro de Daniel. Lima, 
            Jaime Campodónico ed., 1995.
            García Godos Salazar, Rafael. 
No importa 
              borrar. Lima, Lluvia ed., 2000.
              Ghersi, Ericka. 
Zenobia y el anciano. Lima, 
            Arte Reda, 1994.
            González Cueva, Eduardo. 
Intolerancia y 
              otros poemas. Lima, Lluvia ed., 1995.
              Guerrero, Victoria. 
De este reino. Lima, Ed. 
            Los olivos, 1993.
            
.................... Cisnes estrangulados. 
            Lima, Cüernoenpanza ed., 1996. 
            Gutiérrez, César. 
La caída 
              del equilibrista. Lima, Ed. El Santo Oficio, 1997.
              Helguero, Lorenzo. 
Sapiente lengua, Lima, Ed. 
            Pedernal, 1993.
            
.................... Boletos. Lima, 
            Ed. Pedernal, 1993
            
.................... Beisánn 
              o el abismo. Lima, Ediciones de los lunes, 1996.
            
.................... "
Shame Dean". 
            En Vórtice 5. Lima, junio de 1999.
            
.................... El amor en los 
              tiempos del cole. Lima, Ed. Colmillo Blanco, 2000.
              Hulerig, Enrique. 
Bajo el cielo de Satán. 
            Lima, Ed. Copé, 2000.
            Ildefonso, Miguel. 
Vestigios. Lima, Gonzalo 
            Pastor ed. 1999.
            
.................... Canciones de un 
              bar en la frontera. Lima, Ed. El Santo Oficio, 2001.
 
              Inmanencia (Grupo). 
Inmanencia. Lima, (edición 
            de los autores), 1998.
            
.................... Regreso a Ourobórea, 
            Lima, (edición de los autores), 1999.
            Jara, Luis Fernando. 
Eroscopio. Lima, Jaime 
            Campodónico ed., 1990.
            
.................... Con una mano en 
              la garganta. Lima, Arte / Reda, 1996.
              Jurado Chueca, Francisco. 
Campo traviesa. Lima, 
            (edición del autor), 2000.
            Luque, Leoncio. 
Por la identidad de las imágenes. 
            Lima, Ed. Noble Katerva, 1996.
            Morales, Jessica. 
Piel de ceniza. Lima, (edición 
            de la autora), 1993.
            Olea, Fernando. 
El perfume del camaleón. 
            Lima, Ed. Colmillo Blanco, 1997.
            
.................... Cajón 
              desastre (primera prueba). Lima, Arlient, 2000.
              Oliva, Carlos. 
Lima o el largo camino de la desesperación. 
            Lima, Ed. Hispan
            Latinoamericana, 1995.
            Otero, Diego. 
Cinema fulgor. Lima, Ed. Colmillo 
            Blanco, 1998.
            Pacheco, Claudia. 
Noche infiel. Lima, Deboleto/editores, 
            1997.
            Pancorvo, José. 
Profeta el Cielo. Lima, 
            Alba ed., 1997. 
            
.................... Tratados 
              omnipresentes / Perfect windows. Lima, Gonzalo Pastor ed., 2000.
              Piñeiro, Andrés. 
Diotima de Mantinea. 
            Lima, Dedo Crítico ed., 1997.
            Polar, Humberto. 
Poesía 1982-1998. Bogotá, 
            Ritual de lo habitual ed., 1998. 
            Portals Zubiate, Gonzalo. 
Piedecuesta. Lima, 
            Ed. Copé, 1993.
            
.................... Confirmaciones 
              de un descreído. Lima, Ed. del Mar, 1995.
            
.................... Casa de tablas. 
            Lima, Témpora ed., 1997.
            
.................... Itinerario del 
              cuerpo. Lima, LB ed., 1998.
            
.................... Histología. 
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