NOTAS SOBRE ABISAL
DE JAVIER DEL CERRO
Lorenzo Peirano
Machali, Chile
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El poeta Álvaro Ruiz, hombre que viaja por América, discípulo de Hölderlin (“A orillas del Neckar / oh el buen custodio / arcángel y artesano / Zimmer / antiguo Zimmer…”) se ha sentido sorprendido al leer el poema Abisal de Javier del Cerro. Compartimos desde ya esa sorpresa. Porque entre el misterio y la confesión, hay un yo “sudado de alcohol y drogas” que se prepara para morir. Pero no sólo eso. Porque del Cerro ha desplegado aquí una verdad: un lenguaje cargado de sí mismo. Es decir, del Cerro ha explorado su interior, su oscuridad inherente. Y no ha transado con ciertos lenguajes “muy actuales”; formas de decir en las que lo poco que había de bueno se diluye en una palabrería contradictoria.
Muy al contrario, si bien Abisal acude a una serie de presencias, principalmente consigue evocar. Desde el inicio todo es fuerza, su cuerpo es “una perfecta nube gris”; su ojo derecho está muerto “desde 1800”; sus amigos son “artistas y tuberculosos”. En la Vulgata se habla de Abyssus, palabra que se refiere tanto al Infierno como al océano. Entonces el poeta siente que tiene “el alma de un bastardo”. ¿Pero qué es un bastardo? Sin duda, una condición impuesta por el mundo. Sin embargo, “los inocentes quieren ser inmortales”, y ante lo establecido aclara que él no será “una mercancía”.
Asimismo, la diosa (propuesta por Robert Graves) es descrita como “una hermosa Aya de tres pechos”. Se trata de la diosa pagana de la poesía, la que también es madre (Graves ha dicho que algunos, por ejemplo, la encuentran en la Virgen María). Ella “mató a los hombres de la tribu por golpeadores” y llenó de “leche volcánica” la boca del poeta.
Javier del Cerro, a los cuarenta años, es responsable de un poema serio, realmente inspirado; técnica y visión: algo que decir. Desde su primera publicación: “Perroosovacacangufante del mar” (1992), hasta “Serpiente” (2006), nuestro poeta ha “explorado” las posibilidades del lenguaje.
En Abisal del Cerro habita “lo oscuro del Pacífico”. Habla de su miedo al sol, “a la superficie, / a la vida en / un mar sitiado.” Se trata de existir, de pensar en su “frío país / “de montes, fiordos / y pequeños arrecifes”. Su visión lo lleva hacia “los desaparecidos”. Porque en estos versos nada es superficial (en todos los sentidos) En ellos se asume el “amor por los hombres”, por la humanidad. El mar es su cielo y la muerte, su muerte, “un largo silencio”.
En un país como el nuestro, pequeño y agredido por charlatanes, abusadores y mercachifles (“pérdida y ganancia”), donde la indiferencia rodea casi todo lo realmente atendible, la inspiración de un poeta verdadero debe alentarnos a creer que vendrán tiempos mejores. Y es que el poeta también canta –como quería Baudelaire—para embriagarse, para encender su cabeza “y alumbrar la oscuridad”.