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La bestia de las dos espaldas

Por Luis Riffo Escalona



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La primera vez que leí la expresión “la bestia de las dos espaldas” fue en un poema de Gonzalo Millán. “Apocalipsis doméstico” se llama ese poema y se encuentra en un libro inencontrable, Vida (Ediciones Cordillera, 1984), publicado durante su exilio en Canadá. El único ejemplar que he visto estaba en la biblioteca de literatura de la Católica de Valparaíso hasta que desapareció misteriosamente. Pero puede leerse también en su libro antológico Trece lunas (Fondo de Cultura Económica, 1997).

El poema en cuestión es muy visual, muy descriptivo. Como una cámara de cine, el texto se desplaza lentamente por los espacios deteriorados de una casa que parece abandonada y que quizás fue habitada por una familia feliz. Recuerdo una manguera que serpentea, perdida entre la maleza del patio, la basura acumulada porque el camión pasa demasiado temprano, paredes descascaradas, sobres con cuentas impagas, como puertas que nadie abre. Y al final esa cámara, esa mirada impersonal, se detiene en una escena de alcoba (una “escena original”, diría Freud) en la que un niño se desgañita llorando en su corral, mientras “la bestia de las dos espaldas se revuelca convulsa, tratando de devorarse a sí misma”. No sé si es exacta la cita, no tengo tan buena memoria.

Casi sin metáforas, una que otra comparación, el texto rehúye la retórica tradicional de la poesía, salvo en esos versos finales en los que describe a una pareja (¿negligente, apasionada, desesperada, iracunda?) que está en una sesión de sexo feroz, no se sabe si por última vez antes de la despedida o por primera vez después de una larga separación. El título del poema creo que permite pensar en ambas posibilidades: el salvaje preludio de la ruptura o la voraz consumación de la reconciliación. El mundo se derrumba a su alrededor, un niño pequeño llora a pocos metros, pero ellos están entregados de manera intensa a su placer o a su furia. Y solo ahí utiliza una metáfora: la bestia de las dos espaldas. Una metáfora que en realidad hace ya siglos era un lugar común, una expresión popular que designaba, al parecer con ánimo humorístico, el acto de la cópula.

En 1996, si no me equivoco, por una casualidad, por una concatenación de pequeños acontecimientos nada premeditados, fui a visitar a Nicanor Parra a su casa en Las Cruces, y como en aquella época me interesaba la poesía de Millán y la literatura erótica, le pregunté si conocía esos versos. No solo los conocía, sino que además citó el antecedente de Shakespeare. En ese entonces Parra ya había traducido El rey Lear y preparaba la publicación del discurso de Guadalajara, leído en 1991 cuando recibió el Premio Juan Rulfo. Hablaba con pasión del dramaturgo inglés, de cómo en los tiempos isabelinos la palabra premio (prize) equivalía al botín de los piratas (por eso le daban risa los premios que recibía) y recordó la escena de Otelo en que Yago le dice al padre de Desdémona: “Vuestra hija y el moro están haciendo ahora la  bestia de dos espaldas”.

Poco después llegó a mis manos la Historia de la literatura erótica, de Sarane Alexandrian, donde menciona una recopilación de relatos eróticos bastante anteriores a Shakespeare, Cien relatos eróticos creo que se llama, donde ya aparece esa expresión. Hace algún tiempo, Leonardo Sanhueza escribió un artículo llamado precisamente “La bestia de dos espaldas” y menciona a Rabelais como uno de los antecedentes más antiguos sobre su uso.

Alguna vez tuve la tentación de hacer un trabajo de investigación serio sobre el asunto, pero nunca se me ha dado el tono frío y desapasionado de la academia (no sé, tal vez me equivoque y sí es posible que haya pasión y calor en ese ámbito). Lo que sí permanece es esa fascinación frente a la poesía de Millán en general, ese poema en particular, y ciertas divagaciones que ese verso ha desencadenado. Bataille describe muy bienel tabú (el interdicto dice él) que acecha al sexo desde los orígenes de la humanidad, en su libro El erotismo, donde dice: “El ser humano constantemente se da miedo a sí mismo. Sus movimientos eróticos le aterrorizan. [...] No creo que el hombre tenga la más mínima posibilidad de arrojar un poco de luz sobre todo eso antes de dominarlo”.

La irracionalidad de la pulsión erótica está en el origen de esa perplejidad a partir de la cual nacen las prohibiciones, la burla, la negación. La imagen de la bestia de las dos espaldas no podría ser más precisa para representar, seria o burlescamente, la animalidad que le atribuimos al sexo y la censura que en diversos grados imponemos como sociedad a su exposición pública e incluso a su ejercicio íntimo.



 

 

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