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La vida de los otros
Presentación del libro Casi nadie, de Luis Riffo Escalona (Ediciones Bogavantes, Valparaíso, 2015)

Por Ricardo Herrera Alarcón
(Texto leído el día 13 de marzo en el Museo Ferroviario Pablo Neruda de Temuco)


 


 


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Luis Riffo Escalona, nacido en Temuco en 1965, pero residente en Valparaíso hace ya algunas décadas, ha publicado los libros de cuentos Los sueños de Mara y Marsolo (Ediciones Bogavantes, 1993) y, seis años después, El margen vertiginoso, en la ya inexistente colección de narrativa del gobierno de la Quinta Región, un interesante proyecto de edición y promoción de autores locales que tuvo su símil en las publicaciones del gobierno regional de Valdivia en homenaje a Luis Oyarzún.

A fines del año pasado, Riffo dio a conocer la plaquette Oficio de náufrago, poemas de anticipo del texto que ahora nos presenta. Estos poemas del 2014 venían a romper un silencio de aproximadamente 14 años. No nos sorprende ese mutismo, toda vez que en la historia de la literatura abundan y no son sino el gesto de una obra que se va construyendo en un necesario silencio. Y Luis ha ido creando con la suya un espacio en que transita el ensayo, la crítica, el cuento, la novela y la poesía. No está de más señalar que durante años fue crítico literario del suplemento cultural Invite de El Mercurio de Valparaíso, que su labor de ensayista ha merecido algún premio en España, que tiene al menos un libro inédito de sus crónicas, titulado Diálogo de fantasmas –reflexiones sobre literatura– (Beca de Creación Literaria en la categoría Ensayo el año 2014), que su narrativa, aparte del relato breve, ha incursionado en la novela con un interesante trabajo, que intenta dar señales de ruta sobre la biografía del poeta sureño Jorge Salazar (trabajo que le mereció la Beca de Creación Literaria de novela el año 2015). Un silencio de 14 años, podríamos decir entonces, a medias, donde se fue ganando un merecido prestigio de comentarista, como le gusta denominarse a sí mismo. Cito a Luis: “Digo comentarista de libros, que no crítico literario. La diferencia no está dictada por una falsa modestia. El crítico carga el estigma de pesadas connotaciones, más cercanas a la Inquisición o al menos a la severidad de un juez al que se le encomienda el destino civil y penal de las obras. Otra cosa es el comentarista de libros. Ante todo, su estatuto es la de un lector, que camina por la misma ruta de los demás lectores. No se siente cómodo en la alta mesa del estrado y prefiere sentarse frente a frente con el autor, conversar como viejos amigos que no temen decirse verdades ni derraman sangre cuando ven castigado su amor propio. Lo mismo espera de quien recibe sus opiniones, ni más ni menos que el flujo de juicios en múltiples direcciones, el testimonio público o privado de lo que un libro es capaz de hacer con la vida de los otros”.

Lo que un libro es capaz de hacer con la vida de los otros.

Demasiado familiarizados con esta inquisición crítica impuesta desde algunos medios, los comentarios de Luis nos restituyen no una creencia ni una fe, que ya no estamos para eso, pero sí una posibilidad en que los textos se conversan, se debaten, pero no se destruyen.

Similar a él, no son pocos los escritores que iniciándose como poetas han derivado a la prosa, algunos para no volver, otros para compartir una vida entera esa doble pasión de la prosa y el verso, que son una sola argamasa, ya lo sabemos.

La publicación de Oficio de náufrago hace unos pocos meses vino a comprobar la calidad poética de un prosista que cultivó su trabajo lírico a la buena sombra de su narrativa. Se me viene a la memoria una frase del poeta Cristián Cruz a raíz de un artículo sobre Carver en que llama al Chéjov americano “el poeta camuflado de prosa”. No le sienta mal esa frase al poeta Riffo, pienso ahora.

Casi nadie (Valparaíso, Bogavantes, 2015) recoge el tono confesional de Los sueños de Mara y Marsolo. Como señala el mismo autor en la nota previa a El margen vertiginoso “la felicidad, la perfección humana, la autenticidad, la lucidez frente al engaño colectivo, la búsqueda de la verdad”, son las utopías personales presentes en ese volumen de cuentos y que creo se trasladan también a estos poemas.

Casi nadie es un texto dividido en tres partes más una coda o final (de solo 3 poemas y que opera como cierre temático). Cada parte o sección del libro recibe simplemente los nombres dados por tres números consecutivos: Uno, Dos, Tres.

La parte UNO indaga en la soledad del individuo, un sujeto enfrentado a los fantasmas de una realidad donde todo parece teñido del mismo desamparo: ciudad, hogar, trabajo, el propio cuerpo. El tono general de los poemas se hace eco de uno de los tres epígrafes presentes al inicio del libro: “Nadie más podía entrar, porque esta puerta solo estaba destinada a ti. Ahora voy a cerrarla”, nos dice Kafka. La idea de la puerta como umbral o velo que se debe cruzar para enfrentar el verdadero rostro en el espejo (léase el bello poema “Las puertas”, que cierra el libro). Y es ese espíritu kafkiano el que recorre el temple, el ser de estos poemas primeros: todo parece hablar desde la monotonía y la repetición absurda de los gestos cotidianos. Pero también en el epígrafe de Millán, este casi nadie, este UNO (sin nombre) es un pez fuera del agua, algo inerte, muerto, que sin embargo tiene un camino que andar (“Nada se pierde con vivir, ensaya”, dice el epígrafe de Lihn). Quizás el poema “Libro de reclamos” sea uno de los que mejor grafica lo que señalo, pero es en “El intruso” donde la extrañeza frente al propio existir, se logra mediatizar con una mayor distancia: “Entro a mi casa/ como un ladrón incauto/ ajeno a su propio miedo// Nadie me espera,/ solo mi sombra se asusta/ como un fantasma/ ante su repentino reflejo,/ su versión de carne y hueso/ apretando un manojo de llaves.// Qué buscas, me pregunta.// Si lo supiera, le digo./ Si lo supiera”.

Claustrofobia del agobio existencial que solo la ironía y el humor negro de algunos textos logran soslayar, agregando una necesaria levedad:

Humor negro I

Somos un error
que el tiempo,
tarde o temprano,
se encargará de corregir.

Humor negro II

Esta certeza
de que uno,
pese a todo,
muere
no me hace ninguna gracia.

Este sujeto poético de la primera sección, este UNO desesperado, es de algún modo un otro en la segunda parte. Ya no se está solo y la presencia femenina significa el rescate, la puerta que al final se debe abrir para entrar, más allá del tedio, al poco de maravilla que nos merecemos: los poemas se hacen más luminosos, sin abandonar la constante autocrítica: un amor que se sabe amenazado por un tiempo que finalmente resulta una victoria, como se expresa en “Tregua”: “No menosprecies el amor que te entrego,/ el amor que me devuelves intacto/ incluso después de todos estos años.// Sé que a veces invade tus dominios/ la nostalgia de mares atormentados,/ árboles azotados por la furia del viento.// Considera que ya no hay amenazas,/ hemos ganado esta paz con sangre y fuego/ y hasta los guerreros merecen su reposo.// Toma, mujer, este amor/ como un vaso de agua fresca,/ libre de colores y sabores artificiales/ y sin fecha de vencimiento.”

Pero aún sabiendo que han llegado a puerto, que por fin la casa ha podido ser alzada, aparece un poema notable titulado “Marionetas”, donde la amante o esposa exige al amado no perder la lucidez del que es capaz de ver el deterioro tras la supuesta armonía filial. El poema se transforma en un grito de alerta contra la rutina amorosa, un ritual fracasado del que no se quiere ser parte, por eso deben soltar amarras, hilos, costumbres, falsas palabras, aunque eso signifique el naufragio.

“Un tren con poemas” debe ser uno de los textos más logrados de esta segunda sección y de todo el conjunto. A partir de la iconografía lárica del tren se construye un discurso que tiene poco de nostalgia y bolero pero mucho de inteligencia y sensibilidad. O diría que tiene mucho de nostalgia si no tuviéramos que inventar una nueva palabra para decir aquello que nos desborda y que este poema logra a cabalidad. Cito un fragmento: “Te mereces un poema épico sin víctimas fatales/ con heridos sí, corazones destrozados tal vez/ caballeros temerarios que prefieren la espada a la pluma/ los riesgos de una vida agitada, incierta/ en lugar de los sedentarios ejercicios de la escritura/ para desfacer los entuertos de la vida cotidiana/ y salvar a mi damisela de los dragones de la angustia”.

La enumeración de distintas corrientes literarias (neorromántica, épica, lárica, onírica) que den en el centro del texto merecido por la destinataria, va hilvanando un Arte Poética donde la erudición del hablante (que parece más salida de la experiencia vital que de los manuales de teoría) se mezcla sutilmente con la sensibilidad amorosa y una fina melancolía. Puede aquí resumirse lo mejor de Casi nadie: la búsqueda de la simpleza en la enunciación, la crítica social, la visión del ejercicio poético como un algo irrelevante pero a la vez revelador y luminoso, el intento por ir directamente al tratamiento de la cosa y luego girar hacia la reflexión metafísica, la ironía frente al hecho de existir, la escritura (nuevamente) como un acto casi clandestino y reñido con una cotidianidad del desgaste, una pasión vergonzante (pero noble), una imposibilidad, en fin, que desvela, mientras la esposa ( y el resto del mundo) duerme.

La tercera parte, titulada TRES, está centrada en la reflexión metapoética ya anticipada. La poesía como un “éxtasis imaginario” hace que el hablante se pregunte sobre la utilidad o inutilidad de su trabajo. Porque nadie sabe por qué escribe, parece decirnos, a pesar de la respuesta que nos dio hace años Lihn, o porque esa misma respuesta anula las otras posibles o porque quien escribe lo hace como ese pez fuera del agua del epígrafe de Millán, diciéndonos que si se ha de escribir correctamente poesía, nuevamente no estaría de más bajar un poco el tono y hacer “un poema que hable/ no de mi vida/ no del amor/ ni de la muerte/ sino de ese instante mínimo,/ casi inexistente,/ en que se descorre el velo, / se despejan las nubes” (“No sé”). Una poesía que pueda ser “apenas lo justo/ y necesario:/ una ventana abierta/ y un poco de aire fresco” (del poema “Aterrizaje”).

Casi nadie es un libro que Luis Riffo se debía y nos debía, no solo a sus amigos sino a ese universo llamado poesía chilena. Y el resultado es en muchos momentos conmovedor.

Es este un libro generacional, la mirada de quien hace suyo todo el dolor ajeno posible, pero también todo el amor. Una compasión valleja (para usar el neologismo de Paz Molina) por la existencia alienada de los seres que transitan un país triste, donde la pobreza económica y moral se han hecho parte de un cotidiano de pesadilla.



 



 

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(Texto leído el día 13 de marzo en el Museo Ferroviario Pablo Neruda de Temuco)