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Tres formas de leer en el Quijote
Por Luis Riffo Escalona
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Durante la segunda salida, se produce el enfrentamiento entre don Quijote y el vizcaíno. Justo cuando ambos contendientes cabalgan uno contra el otro con la espada en alto, el narrador interrumpe la historia, porque ignora los acontecimientos que siguen. Y nos deja con el suspenso. Dice: “Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido”. Cervantes nos quiere convencer de que nos cuenta una historia real, cuyos antecedentes se encuentran en textos de diversos historiadores, pero principalmente, como dirá luego, se trata de la traducción al castellano de los manuscritos árabes de Cide Hamete Benengeli. Cervantes se nos presenta, entonces, como un lector del Quijote que decide escribirla como segundo autor, y que sabe definir cuál es el objetivo de reescribir esta obra: “aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan [a encontrar la continuación de la historia de don Quijote], el mundo quedará falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas podrá tener el que con atención la leyere”.
El hecho de que el Quijote sea una parodia, una burla, un largo chiste sobre novelas de caballería, es el resultado de las muchas lecturas de Cervantes. Efectivamente, don Miguel las disfrutó y de ese goce atento surgió la idea de contar una historia parecida, reencarnando a ficticios caballeros medievales en un viejo soñador, ridículo incluso, que trata de realizar las proezas de un héroe joven y vigoroso, con las consecuencias desastrosas que irá encontrando en su camino.
Por su parte, el cura y el barbero del pueblo donde vive don Quijote revisan la biblioteca del hidalgo porque consideran que ahí está el origen de la extraña locura que afecta al caballero. El primer impulso es quemarlos todos, pero a medida que van revisando los libros, se detienen en los títulos y realizan una selección. Por ejemplo, encuentran los cuatro libros del Amadís, de los cuales conocemos el primero, que es el que se salva por ser un modelo, y los otros se van al fuego porque son repeticiones de ese modelo (las novelas de caballería eran muy populares y se publicaban como ahora se filman las películas: si tenían éxito, hacían una, dos o más secuelas). Lo que hacen el cura y el barbero es una censura, pero también podría interpretarse como una selección, que se basa en la calidad o la importancia de los textos. Ellos representan una actitud que nosotros también tenemos cuando leemos: la de distinguir cuándo un libro vale o no la pena o la alegría de ser leído.
Y llegamos al más importante lector de este libro. Don Quijote es un hombre viejo, de vida sencilla y ociosa. El tiempo que tiene, que es mucho, lo dedica a leer. El modo de leer de don Quijote es la expresión extrema de una actitud habitual: la de sentirse identificado con los personajes, sufrir con ellos o sentir que uno sufre como ellos. La identificación es parte del proceso de reconocer en los libros una cuota de verdad que nos hace pensar que la vida tiene caminos semejantes. Porque la literatura intenta eso: nos muestra el mundo como si realmente estuvieran unos seres humanos respirando el mismo aire que nosotros respiramos. Y ese “como si” es el que don Quijote transforma en identidad, despojándole al ocio, la rutina y el aburrimiento los atributos de la verdadera vida. Quiere creer que la vida está en otra parte.
Estas tres formas de lectura son en realidad una sola. Uno lee para escribir, porque escribir es continuar una lectura interminable. Uno selecciona sus lecturas. Y uno busca en la lectura una plenitud que escasea en ese lugar que llamamos realidad.