Su obra central, Una milla de cruces sobre el pavimento, fue la acción de arte que convertía las típicas líneas segmentadas de la carretera o signos "menos" en signos "más". Ese fue el gesto reiterado por la artista Lotty Rosenfeld durante más de cuarenta años, signando con él —o resignando— diferentes lugares del mundo. Así señaló, con esa cruz funeral que también fue la seña en la frente de Caín, aquellos superlugares de poder político y económico: la Casa Blanca en Washington, el Allied Checkpoint en Berlín, el Banco de Inglaterra, el Arco de Triunfo, la Plaza de la Revolución cubana, el Palacio de la Moneda en Santiago, etcétera. Ahora todo eso se escapa, desbocado, corriendo hacia delante.
La recordamos ahora que ningún celular, ningún mail nos llevará jamás ante sus ojos, tras ella, succionada por la fuerza de su desaparición, como en los naufragios. Ahí se van haciendo torbellinos los fragmentos de vida en común, esos tiempos difíciles vividos desde la orilla, que hoy añoramos. Esos años en que vemos a Diamela Eltit lavando un burdel de
la calle Maipú, el tiempo del primer Juan Castillo y sus instalaciones, el body art de Marcela Serrano y la Dora Markus de Freud, las acciones de Carlos Leppe misteriosas y perfectas.
En fin, son temas de los que comprendemos poco como para explicarles a terceros. Pero ahí, en esa fiesta que se batía entre los esbirros de la CNI y un público ferviente, estaba Lotty Rosenfeld de perfil, hincada con una rodilla en el pavimento y el cigarrillo eterno entre los dedos. En una mano, una cinta blanca autoadhesiva. En el fondo, la carretera que se pierde hacia lo desconocido entre nubarrones y reverberos.
El tiempo corre como un loco y, sin que nos demos cuenta, nuestro mundo comienza a ser diezmado por las ausencias. Pero ya se hizo, ya se estuvo a la hora y en el lugar en que se estuvo. La foto quieta muestra una pista tachonada de cruces blancas. Por ahí se habrá ido Lotty, vaya uno a saber a qué lugar lejano. "Yo a la muerte la espero de pie", había dicho su abuela saltando de su cama de
agonía para caer fulminada como por un rayo. La vieja que se había salvado de morir en los desolladeros de Europa, en los patios escarchados de Breslau, y que vino a ponerle el pecho a la mala hora, aquí en Santiago, víctima de una enfermedad renal.
Seguro que tenías mucha sangre de ella en tu altivez, Lotty, en tu porte de antigua curandera de la jungla fría. Tantos años arrodillada ante la propia obra como en una penitencia, nos hiciste entender que eso es la vida de un artista: estar encadenado a su trabajo, el mismo que se vuelve su deber y su tormento. Nos guardamos los dolores personales y seguimos tu línea, Lotty, siempre parca, escueta.
"No +" y "Somos +", decían los carteles que proyectaron hace unos días unos colegas tuyos en tu honor en el muro de una compañía telefónica, y al verlos se nos apretó el corazón. Alguien lo dijo, corto y claro: "Cuesta mucho imaginar el mundo sin la Lotty". Y nosotros no podemos sino estar de acuerdo con esa terrible e inimaginable certeza.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Adiós a Lotty.
Por Antonio Gil.
Publicado en Las Últimas Noticias, 11 de junio 2020.
[a 4 años de su desaparición]