ESCAPARATES
        Por Leonardo Sanhueza
        
         
        Javiera   Carrera Madre de la patria
          
          Virginia Vidal. RIL editores, 2010, 243 páginas.
LUN, 22 de septiembre de 2010.        
Entre los   libros editados oportunamente para el bicentenario, esta novela de Virginia   Vidal ocupa un lugar destacado, no sólo porque se remonta a los orígenes mismos   de la patria, sino que pone en relieve a un personaje al que la memoria    colectiva ha ido dejando en la trastienda, pese a su evidente importancia en las   luchas independentistas. En efecto, para muchos chilenos, doña Javiera Carrera   es una señora que se lo pasaba bailando refalosa mientras su hermano José Miguel   cantaba: “Viva la patria que nace, vamos a ver, vamos a ver”.
colectiva ha ido dejando en la trastienda, pese a su evidente importancia en las   luchas independentistas. En efecto, para muchos chilenos, doña Javiera Carrera   es una señora que se lo pasaba bailando refalosa mientras su hermano José Miguel   cantaba: “Viva la patria que nace, vamos a ver, vamos a ver”. 
        Periodista de larga trayectoria, cronista, novelista y biógrafa, Vidal ha   construido en este libro un documentadísimo retrato de la “madre de la patria”.   Aunque la autora aclara que se trata de “una ficción inspirada en sucesos   históricos”, la categoría de “novela histórica” es tal vez un poco inconveniente   para este relato, que no tiende una niebla imaginativa sobre los hechos, sino   que recurre a las armas de la novela para hilvanar lo que la crónica histórica,   la biografía o el ensayo dejarían desprovisto de emotividad y profundidad   narrativa.
        Lejos de una posición meramente contemplativa de los “asuntos de hombres”,   Javiera Carrera aparece aquí en un papel activo, batallando a dos bandas, la de   su familia y la de la patria, y convirtiendo la escritura en un arma. Es una   mujer que organiza y delibera, que sufre ante las injusticias y se mantiene   fuerte incluso después del exilio y la destrucción de su familia a manos de su   propio país.
        Por añadidura, el relato ofrece un detallado paisaje de costumbres, valores y   sociabilidad de la época, incluyendo algunas imágenes de objetos, retratos y   manuscritos. —
        
        
          Naturalezas   muertas
          
          Alejandra Costamagna. Editorial Cuneta, 2010, 73 páginas.
        LUN, 20 de Octubre 2010.
        
          En   una breve nota preliminar, se explica que este nuevo libro de Alejandra   Costamagna corresponde a una “re-versión” del cuento “El último incendio”,   incluido en su volumen Últimos fuegos . Cuento largo o novelita, el   relato está protagonizado por una pareja inquietante: ella, una mujer que   trabajaba vendiendo y cortando boletos en un cine, y él, un tipo extraño que   poco a poco va develando su carácter paranoico y hasta sicótico. El lenguaje   cinematográfico está presente de principio a fin, no sólo en el uso de imágenes   que remiten a la jerga fílmica –primer plano, encuadre, enfoque y desenfoque–,   sino en la representación de una realidad aparente y otra profunda apenas   visible. De hecho, el texto está entrecortado en escenas o cuadros más o menos   unitarios, los cuales están separados por breves y punzantes frases de una   línea, como en las películas mudas, que a medida que avanza el relato se alejan   de esas escenas, matizándolas y hasta negando la verdad de lo que se relata, con   lo que se crea una sensación de irrealidad o de incertidumbre que mantiene en   vilo la historia hasta un final de tragedia o demencia. Con trazos limpios y   palabras que nunca están ociosas, este cuento-película se lee en un dos por tres   y, como en el cine, uno sale de sus páginas medio aturdido o encandilado. — 
          
          
          
        
         
        Los hijos suicidas de Gabriela Mistral 
          Leonidas Lamm (presentación, selección y notas). Ediciones Inubicalistas,   2010, 135 páginas.
        LUN, 20 de Octubre 2010. 
         Hay libros raros, y también los hay rarísimos,   pero no hay adjetivo indicador de rareza que alcance a calificar este auténtico   imbunche literario. Aunque su subtítulo es “Antología poética de jóvenes del   Valle de Elqui”, ha sido publicado en la colección “Narrativa” de Ediciones   Inubicalistas, lo que abre una pregunta: ¿es esto una novela? O bien: ¿son los   poetas antologados personajes de una delirante novela de un autor que, además de   ser un perfecto desconocido hasta ahora, para colmo se ha llevado todos sus   secretos a la tumba, pues al parecer se pegó un tiro hace un año y medio, sin   ver jamás su obra publicada, según cuenta, vaya sorpresa, uno de los supuestos   poetas suicidas en el epílogo? Exista o no, el propio Lamm explica en su   presentación que este libro “es todo una gran faramalla”, pero es justamente en   esa maroma escritural que estas páginas adquieren un cuerpo. Sea quien sea el   autor, el artefacto funciona como una gran parodia de las antologías y los   estudios literarios, a la vez que cuenta una historia, desarrolla una tesis y   despliega algunos poemas que, salidos de quién sabe qué mentes, funden la farsa   con la poesía verdadera. —
Hay libros raros, y también los hay rarísimos,   pero no hay adjetivo indicador de rareza que alcance a calificar este auténtico   imbunche literario. Aunque su subtítulo es “Antología poética de jóvenes del   Valle de Elqui”, ha sido publicado en la colección “Narrativa” de Ediciones   Inubicalistas, lo que abre una pregunta: ¿es esto una novela? O bien: ¿son los   poetas antologados personajes de una delirante novela de un autor que, además de   ser un perfecto desconocido hasta ahora, para colmo se ha llevado todos sus   secretos a la tumba, pues al parecer se pegó un tiro hace un año y medio, sin   ver jamás su obra publicada, según cuenta, vaya sorpresa, uno de los supuestos   poetas suicidas en el epílogo? Exista o no, el propio Lamm explica en su   presentación que este libro “es todo una gran faramalla”, pero es justamente en   esa maroma escritural que estas páginas adquieren un cuerpo. Sea quien sea el   autor, el artefacto funciona como una gran parodia de las antologías y los   estudios literarios, a la vez que cuenta una historia, desarrolla una tesis y   despliega algunos poemas que, salidos de quién sabe qué mentes, funden la farsa   con la poesía verdadera. —
            
                
                
              
        
        Alameda   tras las rejas
          
          Rodrigo Olavarría. Libros La Calabaza del Diablo, 2010, 103   páginas.
LUN, 3 de Noviembre de 2010.        
Si bien ya era conocido por diversas traducciones, entre   ellas Aullido de Allen Ginsberg y Abejas de Sylvia Plath, y su   nombre circulaba desde hacía tiempo en algunas antologías y revistas, el poeta   Rodrigo Olavarría se mantuvo en reserva durante años, sin dar más que unas   tenues pistas acerca de su trabajo literario. Alameda tras las rejas es,   entonces, su  primer libro, pero como lo sería el primer libro de un veterano de   guerra. Escrito bajo una engañadora y variable forma de un diario de vida,   plantea de entrada el problema de los géneros literarios y su relación con la   experiencia. Parece preguntarse: ¿qué tiene que ver la vida diaria con los   poemas que parecen poemas, con las historias que parecen historias y, en fin,   con las convenciones del arte? El diario de vida, como género, ofrece una total   libertad. De buenas a primeras, el libro se aparece como una expiación amorosa,   pero luego, gracias a esa libertad, esa línea temática se va entramando con   otras que van y vienen en el transcurso de los días: de pronto, la visita a una   abuela en el sur trae la presencia de la vejez y la muerte, pero también   flashbacks de la niñez y postales del paisaje; más allá, habla de sus anteojos y   de lo que les pasó cuando él protagonizó una cinematográfica y absurda caída   desde una ventana rota de una micro en movimiento; a pito de nada, consigna los   teléfonos de Teófilo Cid y Vicente Huidobro por si el lector “llega a estar en   1940”; y un poco más allá, el autor anota sus lecturas del día, sus aforismos,   sus canciones, para llegar otra vez al punto de partida: algo así como la   imposibilidad del amor y la especie de combate que se libra en el libro, donde   el autor se ve a sí mismo como un esclavo o, también, como un soldado en la   trinchera de una guerra alegórica. “El libro que estoy escribiendo no es el que   quiero escribir, este libro sólo existe en virtud de uno que no existirá nunca”,   dice Olavarría. La tensión entre ambos libros, el libro utópico y el real, es   justamente lo que le da movimiento a este libro insólito, brillante y   maravillosamente extraño.—
primer libro, pero como lo sería el primer libro de un veterano de   guerra. Escrito bajo una engañadora y variable forma de un diario de vida,   plantea de entrada el problema de los géneros literarios y su relación con la   experiencia. Parece preguntarse: ¿qué tiene que ver la vida diaria con los   poemas que parecen poemas, con las historias que parecen historias y, en fin,   con las convenciones del arte? El diario de vida, como género, ofrece una total   libertad. De buenas a primeras, el libro se aparece como una expiación amorosa,   pero luego, gracias a esa libertad, esa línea temática se va entramando con   otras que van y vienen en el transcurso de los días: de pronto, la visita a una   abuela en el sur trae la presencia de la vejez y la muerte, pero también   flashbacks de la niñez y postales del paisaje; más allá, habla de sus anteojos y   de lo que les pasó cuando él protagonizó una cinematográfica y absurda caída   desde una ventana rota de una micro en movimiento; a pito de nada, consigna los   teléfonos de Teófilo Cid y Vicente Huidobro por si el lector “llega a estar en   1940”; y un poco más allá, el autor anota sus lecturas del día, sus aforismos,   sus canciones, para llegar otra vez al punto de partida: algo así como la   imposibilidad del amor y la especie de combate que se libra en el libro, donde   el autor se ve a sí mismo como un esclavo o, también, como un soldado en la   trinchera de una guerra alegórica. “El libro que estoy escribiendo no es el que   quiero escribir, este libro sólo existe en virtud de uno que no existirá nunca”,   dice Olavarría. La tensión entre ambos libros, el libro utópico y el real, es   justamente lo que le da movimiento a este libro insólito, brillante y   maravillosamente extraño.—
              
                
              
        
        Guía para perderse en la ciudad
          Víctor López Zumelzu. Ripio Ediciones, 2010, 56 páginas sin   numerar.
        LUN, 17 de Noviembre de 2010. 
        Si con la publicación de Los surfistas (2006), su   primer y hasta ahora único libro, el poeta Víctor López Zumelzu había logrado   llamar la atención en el panorama de la poesía chilena más reciente, con este   nuevo libro deja claro que se trata de uno de los poetas más valiosos de su   generación. Este pequeño libro es un solo poema largo, armado mediante la    acumulación de imágenes, digresiones y sentencias que parecen estar   descoyuntados de su origen, aunque por otro lado dejan una impresión de unidad.   Son, para usar una imagen recurrente del poema, un montón de hojas acumulándose   en la parte trasera de un jardín: versos dispuestos con muchos espacios blancos   en la página, lo que acentúa su aparente descoordinación, aunque el tono y el   flujo de las ideas mantiene el sentido y la cohesión: “Un jardín que lo más bien   podría ser / un jardín mental”.
acumulación de imágenes, digresiones y sentencias que parecen estar   descoyuntados de su origen, aunque por otro lado dejan una impresión de unidad.   Son, para usar una imagen recurrente del poema, un montón de hojas acumulándose   en la parte trasera de un jardín: versos dispuestos con muchos espacios blancos   en la página, lo que acentúa su aparente descoordinación, aunque el tono y el   flujo de las ideas mantiene el sentido y la cohesión: “Un jardín que lo más bien   podría ser / un jardín mental”.        
        Por otro lado, esos minifragmentos a veces son tan unitarios en sí mismos,   que si fueran aislados y tuvieran un título serían poemas extraíbles: “Mi tía   nunca se quiso casar ya que según ella / todos sus pretendientes eran feos /   gordos / malolientes / Se quedó lavando la loza / observando la belleza perfecta   / de la espuma”. Es un libro lleno de chispazos (“Los solitarios jamás se   pierden en la noche / ya que ellos no van a ninguna parte” o “Mi abuelo tenía en   su dormitorio una fotografía de Pinochet / no le gustaba que entráramos a su   pieza sin permiso”) que sin embargo fluye en algunos relatos que nunca se   revelan del todo, episodios familiares, muertes, historias de amor, pequeñas   historias que salen y se esconden, de la manera más natural, en el cauce del   lenguaje: “Esa mañana él se marchó temprano / hizo sus maletas / ella en cambio   abrió las ventanas / y la habitación se inundó de luz”. —