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La ley de Snell, Leonardo Sanhueza. Ediciones Tácitas, 74 páginas

La ley de Sanhueza

Por Roberto Careaga C.
La Tercera. Domingo 26 de Diciembre de 2010


En una decisión perfectamente calculada, Leonardo Sanhueza (36) hizo su tesis de Geología sobre la formación rocosa de la punta El Lacho, en Las Cruces. Había algo que investigar, por supuesto, pero también un residente que le interesaba especialmente. Ahí vive Nicanor Parra. En un par de idas a terreno, Sanhueza acechó silenciosamente la casa del antipoeta. Una vez golpeó la puerta, pero nadie abrió. No insistió. Parra ya le había enseñado bastante.

Sanhueza, hoy columnista de Las Ultimas Noticias, fue alumno de Parra en un ramo electivo de Literatura en la Universidad de Chile y ahí el poeta en cada clase sacaba un libro al azar de una maleta y se ponía a hablar. Podía ser Nietzsche, podía ser Rimbaud. Podía ser cualquiera. Siempre, de alguna manera, llegaban al tema central del curso: Shakespeare.

Quizás por culpa de esas clases, Sanhueza terminó por abandonar la geología. Fue hace una década y no fue precisamente fácil: "Era el poeta mejor pagado de Chile", dice riendo, pero no bromea. Un año antes de terminar la carrera, ya le pagaban dos millones de pesos mensuales. Su último trabajo fue en la minera Pascua Lama. Supuso que podía trabajar unos dos o tres meses al año y el resto dedicarlos a escribir. No pudo. Eligió escribir. Pero pese a que las clases de Parra están grabadas en su memoria, el poeta Sanhueza no es exactamente parriano.

Después de su libro Tres bóvedas (2003) se decía que estaba cerca de Rosamel del Valle y ahora, que acaba de publicar La ley de Snell, probablemente las comparaciones se acaben. Sanhueza es Sanhueza y ya está. Si antes sus poemas cargaban símbolos e imágenes densas, ahora Sanhueza, más ligero, coquetea con la transparencia. Escribe, por ejemplo: "En cada pasada salimos un poco maltratados,/ se nos queda una lonja, a veces un brazo entero,/ una viruta de piel (la pálida caspa a contraluz)/ si andamos con la buena estrella".

Como en esa imagen, sucedió que el paso del tiempo hizo estragos. Después de Tres bóvedas, Sanhueza se embarcó en el proyecto de narrar poéticamente la ocupación de La Araucanía entre 1859 y 1934. Liberó a un monstruo: "Es un libro enorme, que no puedo terminar nunca", cuenta, y agrega que en una noche de 2007, aburrido de La ocupación, escribió la mayoría de los poemas de La ley de Snell. "Fue una válvula de escape", dice.

Para ese entonces, Sanhueza no era el mismo que en 2003. "En ese tiempo yo era más entero. Tenía cosas más claras. Hoy soy más tonto, soy menos eficiente, me cuesta más respirar, me cuesta más escribir. La poesía, obviamente, sale diferente. Por lo mismo, es un poco más transparente, pero a la vez es desconcertante", asegura.

En el proceso de la transformación está el nuevo libro. Tal como la ley de Snell (la original, la Willebrord Snel van Royen) modela los cambios que se producen en la luz al pasar de un medio a otro, en el libro La ley de Snell todo está afecto al cambio: un espejo en la oscuridad, una laguna que desaparece, el movimiento del sol y, sobre todo, el efecto del tiempo: escenas del pasado que se cruzan con el presente, recuerdos infantiles, padres e hijos mirándose de reojo y el día a día moldeado por la historia. "El libro se trata de que la vida te va sacando pedazos. Nada se escurre", dice Sanhueza.

Pero Sanhueza, autor de la alabada traducción de Catulo, Leseras (2010), no es trágico. Menos lírico que antes, narra historias, habla de taxistas, de viejos dictadores, de récords familiares, de antiguos juguetes, concursos de televisión, lo que dice la prensa, palabras perdidas, referencias poéticas. Nunca evita las imágenes y a veces llega a una como ésta: "Los años de sequía han borrado los números del calendario/ y cada día busca su víspera a manotazos".

Sanhueza, como Parra en sus clases, va a todos los libros: duda como Lihn, coquetea con la luminosidad de las imágenes de Huidobro, se sumerge en la densidad de Rosamel del Valle o Díaz Casanueva, se hace eco de Gonzalo Millán y, sobre todo, en La ley de Snell, lo mezcla con la perplejidad y humor del habla cotidiana.

"Un poema no se hace de chorezas. Se hace de sentidos. Da lo mismo de dónde venga. Si viene del lenguaje del coa o de la alta cultura", dice Sanhueza. "En el fondo, trato de tener las antenas abiertas. Así soy: soy geólogo, estudié lenguas clásicas, cargué paltas, fui editor literario, ahora soy periodista, escribo columnas, escribo poesía. Soy demasiado disperso. No sé si alguna de las cosas hago bien, pero mi manera de ser es dispersa. Tratar de hacer miles de cosas a la vez y recibir mil estímulos a la vez. De ahí, siempre sale algo. Y eso a veces tiene que ver con lo único que no es disperso: la memoria", agrega.


 


 

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La ley de Snell, Leonardo Sanhueza. Ediciones Tácitas, 74 páginas.
Por Roberto Careaga C.
La Tercera. Domingo 26 de Diciembre de 2010.