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Preguntas
sobre Chile
Por Luis Sepúlveda
En El Mostrador. 21 de Abril del 2005
La semana pasada se realizó en la Casa de América,
en Madrid, una jornada sobre literatura chilena, y a la hora de hablar
de Chile quise hablar de lo mejor de mi país, de su gente esperanzada
en alcanzar esa normalidad democrática que nos fue arrebatada
y que, a quince años de terminada la dictadura aún no
nos es devuelta en todo su esplendor, con todos los derechos garantizados.
Lo mejor
de Chile es su gente que, mayoritariamente, desea la plena normalidad
de las instituciones, y la verdad por sobre los absurdos mitos que
determinan gran parte de la realidad chilena.
Quise hablar de lo mejor de mi país, pero el fantasma del
delincuente que asesinó, torturó, robó, hurtó,
falsificó pasaportes y documentos mercantiles, sobornó,
realizó compras fraudulentas y tantos otros delitos que día
a día vamos conociendo, es, por desgracia, ineludible, y la
mayoría de las preguntas del público aludían
a la misma estupefacción que sentimos todos los chilenos: ¿cómo
es posible que aún no se le juzgue? ¿cómo es
posible que todavía no se embarguen todos sus bienes? ¿por
qué se tarda tanto en castigar su felonía y afán
de rapiña?
Alguien del público que colmaba la sala Bolivar de la Casa
de América, hizo un comentario que, pese a estar bien intencionado,
era la repetición de un mito fraudulento. Dijo que el ejemplo
de Pinochet ofendía la \"tradición prusiana\"
del ejército chileno. ¿Qué tradición prusiana?
¿El casco alemán que usan en los desfiles?
Las tradiciones se fundan en un proceso de selección cualitativa,
tienen raíces culturales, queda lo mejor de toda una experiencia,
y es por esa misma razón que ningún ejército
tiene ni puede tener tradiciones. Tal vez tengan costumbres, y si
aludimos a los prusianos, estos tenían la costumbre del suicidio
para lavar el honor mancillado. A qué militar chileno -salvo
a los cómplices de sus robos- puede caberle la menor duda de
que Pinochet ha enmierdado el hipotético honor castrense. Los
prusianos ponían una pistola sobre la mesa del deshonrado,
cerraban la puerta, y esperaban a que se diera un tiro. ¿Algún
oficial chileno se atreve a poner la pistola en la mesa de Pinochet,
de Contreras, de todos los responsables de la época más
negra e innoble de nuestra historia? Dice Benedetti que un torturador
no se redime con el suicidio, pero algo es algo, y es cierto.
Luego, en la misma Casa de América, otra persona mencionó
el hecho, la realidad vergonzosa que significa la actual Constitución
chilena, hecha a medida de los intereses de la dictadura y de sus
cómplices de cuello y corbata. ¿Realmente no se puede
redactar una constitución democrática, representativa
de todos y todas los chilenos, y que esta sea refrendada en una consulta
popular, democrática e imprescindible? ¿Qué y
quién lo impide? ¿No nos merecemos una explicación
al respecto?
Alguien más, aludió a otra de las peculiaridades del
Chile actual, a ese 10% de la exportaciones de cobre -nuestra riqueza
fundamental, de todos los chilenos-, que es propiedad del ejército.
¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos
millones de dólares significa ese porcentaje y en qué
se gasta? ¿Existe alguna justificación moral para que
el ejército sea un estado dentro del estado? ¿Es acaso
el precio que pagamos por la lenta recuperación democrática?
Todas y todos los chilenos tenemos derecho a imaginar y a desear
un país en donde sea el poder civil y laico, el poder de los
ciudadanos representados en un parlamento libre de cargos designados
el que decida en qué se invierten los frutos de nuestra riqueza
básica, porque nos pertenece a todos. Cada chilena y cada chileno
es guardián de la soberanía, y sólo son soberanos
los que deciden plenamente su propio destino. ¿Hasta cuando
va a durar el tutelaje? ¿No somos una nación de costumbres
sanas y de tradición -ahora sí que es válida
la palabra- democrática?
Quise hablar de lo mejor de mi país, de su gente llena de
esperanza, de su imagen que no es la reflejada en la basura mercurial
ni en los pasquines de Copesa, de sus anhelos democráticos
que no se miden con baremos macroeconómicos ni con estadísticas
fraudulentas que omiten el porvenir y la incidencia del presente en
el mismo.
Y porque amo mi país hablé de sus hombres y mujeres,
de su juventud porfiadamente empeñada en conquistar la felicidad
y la justicia. Narré como escritor su presencia ordenada y
pacífica en las calles de Santiago durante la marcha del Foro
Social chileno, y su clamor durante el funeral de Gladys Marín.
¿Alguien escucha ese vox populi? ¿Alguien tiene los
oídos limpios de basura cuartelera? ¿Alguna de las dos
mujeres brillantes que concurren a las primarias de la Concertación
se atreve a pasar a la historia como la mujer que restituyó
a todas y todos los chilenos la plenitud cívica, democrática,
civilizada, el orden justo de los pueblos nobles como el nuestro?
Y hubo muchas más preguntas como estas, hablando de Chile
en la Casa de América.
Gijón, 18 de abril de 2005
Luis Sepúlveda
es escritor y adherente de ATTAC.