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El
abrelatas de Zurita
Por
Leonardo Sanhueza
Las Ultimas Noticias, Lunes 14
de mayo de 2007
La Universidad Diego Portales
ha reeditado "Purgatorio", el primer libro de Raúl
Zurita. La edición reproduce con fidelidad la versión original
de 1979, eliminando las modificaciones que el propio Zurita hizo con los años.
La hoja con la dedicatoria a Diamela Eltit, por ejemplo, ha vuelto al lugar
desde donde en algún momento fue arrancada. La edición, entonces,
no es una reposición de un producto de librería, sino un mensaje
cifrado: esto hice un dia -parece decir Zurita-, esto era yo.
Releer "Purgatorio"
me ha hecho regresar a unos días poblados de lecturas que a la larga serían
afectivas, y creo que a muchos les pasa algo similar con ese libro. Yo tenía
dieciocho años y la impresión que me dejó "Purgatorio"
fue tal que, en poco tiempo, acaso unas semanas, leí todo lo que Zurita
había publicado hasta la fecha. En una antología de esas que en
la universidad se llaman "esforzadas" y que están destinadas
a perderse en el mito, encontré un poema en el que un joven Zurita hablaba
de Borges: era un escrito extraño, anterior al "proyecto Zurita"
y totalmente irreconocible. A comienzos de los noventa, muchos estuvimos en lo
mismo: había que registrarlo todo, descubrir hasta el último hilo
de esa madeja interior de la que Zurita y tantos otros formaban parte. ¿Qué
buscábamos en el pasado? Probablemente lo que, sin saberlo, nos estaban
comenzando a negar aquellos primeros años de democracia, que eran también
los primeros años de mi generación: una desembocadura, un sentido
para nuestra niñez llena de voces bajas, inminencias y acuerdos tácitos
de soslayar el miedo y seguir adelante, hacia este futuro.
Siento que Zurita
ha sido objeto de varias injusticias -algunas de las cuales él mismo se
ha buscado- y casi siempre se habla de él olvidando o mal midiendo la importancia
que ha tenido. A muchos parecen hacérseles agua los colmillos cada vez
que Zurita publica un libro que lleva las canillas al aire. En el lado contrario,
la estupidez gubernamental le ha pagado con la peor moneda, adulándolo.
Entre la mezquindad de los empaladores y la manipulación de los culturines
del poder, Zurita se ha quedado dando palos de ciego.
Por eso resulta saludable
lo que Zurita ha hecho ahora: recuérdenme, esto soy yo. Basta poner "Purgatorio",
"Anteparaíso" y "Canto a su amor desaparecido" en una
mesa para darse cuenta de que Zurita no ha sido -ni remotamente- un poeta vano:
si alguien pudiera borrar esas obras con una goma en la plana de su época,
quedaría un hoyo más grande que Chuquicamata. Y, lo que quizás
es más importante, también nosotros quedaríamos harto más
socavados de lo que ya estamos. Pero los tiempos no están para lecturas
afectivas ni de ningún otro tipo. "Purgatorio", en estos días,
sería despreciado por el crítico mercurial, quien observaría
-con su habitual agudeza- que estamos ante un libro prometedor, pero que tiene
muy pocas páginas.
Sin embargo, ahí está "Purgatorio":
un abrelatas en la expansión de una tradición más bien cerradiza
y hacinada. Pertenece a una avanzada de títulos que, sin ser necesariamente
lo mejor o más representativo de cada autor, desplazaron notoriamente los
lindes de la poesia chilena: "Los gemidos", "Altazor", "Residencia
en la tierra", ''Poemas y antípoemas". "Muertes y maravillas",
"La musiquilla de las pobres esferas", "La nueva novela",
"La ciudad" y unos cuantos más que han ampliado progresivamente
el "campo de acción", agrietándolo, allanándolo
o, de plano, dinamitándolo para el surgimiento de otros libros más
o menos valiosos en el valle.