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Escaparates

Por Leonardo Sanhueza
Las Últimas Noticias, 7 de Octubre al 18 de Noviembre de 2012

 

 

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Cartas de guerra
Jacques Vaché. Editorial Cuneta, 2012, 76 páginas
LUN, 18 de Noviembre de 2012

Es incierto el camino que hubiera tomado la literatura y el arte contemporáneos sin la existencia de Jacques Vaché, cuya breve, fantasmal y casi inadvertida aparición es uno de los casos más extraños de los que haya registro en la historia literaria europea. Fue un escritor sin obra, un artista del que no se sabe prácticamente nada aparte de estas brevísimas cartas. Y sin embargo, aunque pareciera estar a un pelo de no haber existido y ser un personaje de leyenda, en los hechos es una pieza fundamental en el surgimiento del surrealismo, un nombre presente en casi todos los diccionarios de literatura francesa y una figura imprescindible en el santoral de André Breton.

Cómo vivió y qué pensaba son cosas que han quedado borroneadas en el tiempo, misterios dilucidados apenas mediante uno que otro dato esparcido por aquí y por allá, como aquella crónica periodística que el 7 de enero de 1919 informaba el hallazgo de su cuerpo desnudo en un hotel de Nantes, muerto por una sobredosis de opio a los 23 años.

Estas Cartas de guerra Vaché las escribió en plena Primera Guerra Mundial, durante la cual estuvo en el frente de combate como soldado de infantería. Son diez cartas a Breton, cuatro a Théodore Frankel y una a Louis Aragon, que abarcan más de dos años, hasta un par de semanas antes de su suicidio. En ellas se revela una personalidad ligera, divertida, exasperada, todo a la vez, mezclando incoherencias con filudas ideas acerca del arte: “Definitivamente me encuentro muy lejos de una gran cantidad de figuras literarias – incluso de Rimbaud, me temo, querido amigo – EL ARTE ES UNA TONTERÍA – Casi nada es una tontería”. La última carta a Breton es decisiva, pues muestra cuán influyente fue Vaché con respecto a la sensibilidad artística de las vanguardias: a pesar estar escrita cinco años antes de la aparición del primer Manifiesto del surrealismo , ya anuncia a los cuatro vientos “¡Cuán gracioso será, se da cuenta, si ese ESPÍRITU NUEVO verdadero se desencadena!”. Una rareza esencial, un misterio. 

 


 

Trasandino
Juan Manuel Silva Barandica. Libros La Calabaza del Diablo, 2012, 66 páginas
LUN, 4 de Noviembre de 2012

El viejo ferrocarril Trasandino que unía Los Andes con Mendoza fue inaugurado el 5 de abril de 1910, fecha doblemente significativa: año del centenario, día del Abrazo de Maipú. Muerto en 1984, ahora es un tren fantasma que corre sobre las ruinas de una comunicación binacional.

En este libro, el poeta Juan Manuel Silva Barandica utiliza como motivo justamente la imagen del Trasandino en esa dimensión histórica, a partir de la cual desarrolla múltiples posibilidades asociadas: desde el cruce del Ejército Libertador hasta la simbología de los túneles y los vasos comunicantes, pasando por las migraciones a través de la cordillera, algunos retratos de personajes claves –Antonio Di Benedetto, Rugendas, Teresa Wilms, por ejemplo– y la memoria íntima de una familia marcada por el tránsito y un sentido doble de exilio y pertenencia. El libro se plantea así en varias capas entretejidas, que enlazan la historia general con la historia particular.

Así el Trasandino funciona también como metáfora de la incursión en la memoria, del viaje a ese lugar en que se escuchan los cuentos familiares de los vivos y los muertos. Dice por ahí: “Y seguimos tomando mate, más lejos / de la iglesia que el carnaval, con otros nombres / casi sin saber dónde empezamos este viaje / cómo giran las historias boca a boca / colibríes / entre el granizo y el jazmín”. Puede tratarse del presente inmediato, de remotos paisajes decimonónicos o de la sentenciosa voz de los abuelos (“Los viejos saben, me decía mi abuelo / que nunca habló por hablar / y daba siempre las gracias”), pero todo conduce a la memoria; se viaja por ella, para reconstituirla y, también, para abandonarla: “como quien lame un cuello / caminas por tu historia, con el respeto de un / monje al ir apagando las velas: oscurece los espacios / a los que ya no volverás”.

Con un tono que logra pasearse desde la severidad monacal hasta el humor ligero, combinando versos seguros y galopantes con otros más dubitativos, que parecieran tímidos y a punto de romperse, Trasandino es un libro profundo y lleno de ramajes inesperados: de seguro, uno de los mejores libros de poesía de este año.

 

 

Spandau
Gloria Dünkler. Ediciones Tácitas, 2012, 60 páginas.
LUN, 21 de Octubre de 2012

Hace tres años la poeta Gloria Dünkler presentó su primer libro, Füchse von Llafenko , que de inmediato la hizo destacar en el actual panorama de la poesía chilena. Era un librito extraño y conmovedor, aferrado a una historia rural de tintes siniestros, que dislocaba el tema del nazismo señalando su singularísima expresión entre campesinos alemanes llegados a la tierra mestiza de Pucón.

Este Spandau es, por así decirlo, una secuela. Se sitúa en el sur de Chile, en la segunda mitad del siglo veinte, época de juicios en tribunales internacionales, como también de soldados alemanes fugitivos y conciencias atormentadas por la incertidumbre y por los recuerdos: “Contempla el mar y piensa: / Qué será de nos / adónde iremos a parar después de esta vida. / A luchar contra quién, de qué lado estaré / en cuál batalla. / Adónde vamos los vivos. / De dónde vienen los muertos”. Los protagonistas son viejos asediados por toda clase de fantasmas, por esas vidas “tomadas a la mala” que “un día nos encuentran / y se vienen a cobrar”, pero también por la banalidad con que la sociedad parece manipular las voluntades individuales, como la de ese ex soldado cuyo destino de oscuro guardián quiere repetirse, burlescamente, cambiando sólo el tipo de corral: “Ayer eran prisioneros hambrientos / hoy son patos y gallinas”.

Con este libro Gloria Dünkler expande su proyecto literario, intentando, con una particular fuerza evocadora, interpelar a la Gran Historia a través de pequeños relatos fragmentarios de la microhistoria familiar, como si fueran restos de una memoria dinamitada, saldos narrativos cuyos protagonistas enfrentan un presente que no es más que una transparencia tendida sobre el pasado, como ese pescador que ya usa “pulseras de cobre para frenar el reumatismo”, pero que no logra hacer de su vejez un aguafuerte emotivo junto al río, sino a lo más un áspero retrato de “un viejo malo del cuesco que repite ‘era mi trabajo’”. 



 

Conversaciones con Mario Levrero
Pablo Silva Olazábal. Lolita Editores, 2012, 144 páginas.
LUN, 7 de Octubre de 2012

La curiosidad internacional por Mario Levrero comenzó a crecer a la velocidad de los rumores cuando él ya escribía su último libro, en los primeros años de la década del 2000. Su muerte en el 2004 y la aparición póstuma de La novela luminosa al año siguiente aceleraron de manera exponencial ese proceso, lo que produjo una avalancha de reediciones que permitió reconocer en Levrero a uno de los mayores descubrimientos de la literatura latinoamericana reciente.

Justamente en esos últimos años tuvieron lugar estas “conversaciones” entre Pablo Silva y el autor de El discurso vacío; no son entrevistas propiamente dichas, sino versiones en forma de diálogos realizadas a partir de una larga correspondencia electrónica. Acerca de ese intercambio epistolar, Silva explica en el prólogo: “lo asedié con preguntas que buscaban conocer las claves de su concepción literaria y artística, sus gustos, disgustos, manías, las formas de ver el mundo y la vida, y un etcétera largo y frondoso”.

Levrero se muestra aquí como un conversador tajante, de opiniones provocadoras y enfáticas, cuyos golpes de efecto suelen ser, sin embargo, sólo los aguijones visibles de un pensamiento mucho más complejo y acabado. Así como es capaz de fulminar al interlocutor sentenciando que Buñuel “es prácticamente analfabeto”, luego deja ver a qué se refiere: que Buñuel puede ser genial, pero su uso del lenguaje cinematográfico deja mucho que desear. Para Levrero, el problema del arte es el problema de las formas, no del contenido.

Estas conversaciones no sólo son un verdadero taller literario, en que Levrero expone sus ideas acerca de la corrección, el pulido y la refacción de textos, sino sobre todo una suerte de manifiesto, en el que priman la libertad en la creación y la búsqueda de cierta autenticidad estilística, en el entendido, tan propio de Levrero, de que el estilo literario no se aprende, sino que es una expresión propia del espíritu o del carácter o como quiera llamársele a aquello que nos hace ser lo que somos. 



 

 

 

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