"Colonos" de Leonardo Sanhueza
Editorial Cuneta, 2011
Por Alejandro Zambra
La Tercera, Domingo 18 de Diciembre de 2011
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No conozco a un mejor
contador de historias
que Leonardo Sanhueza.
Pensé esto por primera
vez en un momento muy
temprano de nuestra amistad, al
calor de largas conversaciones,
hace una porrada de años. De
más está decir que eran reuniones
generosamente regadas y
que, a cierta hora de la noche,
para la mayoría de nosotros era
imposible mantener siquiera el
simulacro de un diálogo, con excepción
de Leonardo, quien
asombrosamente conservaba la
lucidez, de manera que entre el
humo y el alcohol persistía el
encanto de la conversación,
aunque uno de los interlocutores,
casi siempre yo, apuntara
solamente unos monosílabos ladeados,
casi horizontales.
Algunos años después ese aspecto
hasta entonces privado de
la personalidad de Sanhueza
emergió en las crónicas que empezó
a escribir en la página de
Cultura de Las Ultimas Noticias.
Colonos, el libro de poemas que
acaba de publicar, a mi parecer
marca el encuentro entre el poeta
y el cronista, que no estaban
necesariamente separados, pero
que aquí son uno y el mismo. Lo
primero que recordé cuando leí
Colonos fue esa desencantada
conferencia en que Borges lamenta
que la palabra poeta haya
sido dividida en dos: que ahora
el que canta y el que cuenta, el
que expresa sentimientos y el
que les da una perspectiva, sean
dos sujetos casi irreconciliables. Entiendo que hace 10 años Leonardo
concibió el proyecto del
que Colonos es el primer resultado
visible, y que alude a la épica,
o parte de un deseo de restitución
similar al que manifestaba
Borges en aquella
conferencia: volver a narrar y a
cantar, y en este caso nada menos
que el origen.
Colonos habla sobre unos
aventureros que en realidad no
querían aventuras o que no sabían
lo que querían cuando decidieron
venir a Chile y perderse
en La Frontera: relojeros,músicos,
desocupados,mercenarios y
comerciantes que de pronto se
vieron habitando un país que no
les interesaba, que no sentían
como propio y que además despreciaban.
Más temprano que
tarde perdieron sus tierras y volvieron
a Europa o se marcharon
a las ciudades, a los manicomios,
a los cementerios, o bien, como
dice bellamente el poeta, se quedaron
ahí, “muertos en vida,
ahogados,/ unos por la miseria,
otros por la codicia,/ todos en un
solo alquitrán indiscernible/ que
entraba por debajo de las puertas/
y ahora me llega al pecho y
sigue subiendo/ mientras afuera
vuelan las luciérnagas/ con la
misma ligereza de hace unos
años,/ como si entretanto nada
hubiera ocurrido/ salvo el ir y
venir de su luz efímera”.
El libro empieza con un luminoso
relato sobre Gustave Verniory,
un ingeniero belga que
llega a La Araucanía para trabajar
en la construcción de la vía
ferroviaria y que observa este
mundo sin juzgarlo, llevado por
la rara fascinación que le producen
esos miserables pueblos a
medio hacer. En la figura de
Verniory, Sanhueza encuentra
una perspectiva que le permite
narrar y también borrarse, dejar
hablar a los personajes, como
sucede con Charles Girardet, por
ejemplo, que resume de este
modo su vida: “¿Quién me obligó
a probar la suerte de los colonos,/
ya viejo y enfermo, sin saber
siquiera lo que es un arado,/
y encima con una esposa ya tarada
y lamentable?”.
Colonos aporta un matiz inesperado
y relevante para seguir
escarbando en el enigma de
nuestra identidad. ¿De dónde
vienen la violencia, la reticencia,
la altivez chilenas? También de
esos colonos, parece decir
Sanhueza, aunque la respuesta
es más compleja ymúltiple. Hay
en este libro muchas historias,
desoladoras algunas y también
otras en cierta medida felices, y
al cerrar el libro esas voces constituyen
un rumor caótico y terrible
en el que nos reconocemos.
Porque Leonardo Sanhueza
sabe muy bien que de nada sirven
las historias si salimos indemnes
después de escucharlas.