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Masas, fútbol, literatura

Luis Sánchez Latorre
Las Últimas Noticias, Domingo 1 de julio de 1990




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Nunca la sociedad necesita imperativamente de los escritores. Son más bien los escritores los que necesitan de la sociedad. Esto se lo aclaro a Claudio Giaconi con motivo de la entrevista que le concedió a María Angélica Rivera el miércoles 20 de junio en “Las Últimas Noticias”. “Escribo ficción desde el punto de vista de un desencantado. Algo que uno hace para entretenerse a sí mismo”, dice Giaconi. Y prosigue: “Por eso no es indispensable. La sociedad no necesita de ello. En los años 50 yo venía de vuelta del entusiasmo por las ideologías. Creía, sin embargo, en el concepto de (Albert) Camus de que la fraternidad se lograba a través del arte. Pero ni el arte ni la cultura se usaron de la manera en que Camus lo concebía. En vez de usarlos para enriquecer, se utilizaron para desculturizar a una masa absolutamente manipulable. Ahora la cultura le da más énfasis al fútbol que a la literatura…”.

No creo que en 1950 Giaconi haya venido de vuelta de las ideologías. Era muy joven, casi un muchacho. No venía. Iba. Las ideologías de los años 30 habían hecho colisión práctica en los entresijos de la segunda guerra.  Heidegger, Sartre, Camus y Marcel representaban la constelación de pensadores de los años 50. El existencialismo –si no lo recuerda mal Claudio Giaconi- transmitía su sentido de la espera inútil y de la angustia útil a los “coléricos” o “iracundos” de la nueva promoción británica. Giaconi, en 1954, publicó su colección de cuentos “La difícil juventud” pensando más en los procedimientos narrativos del norteamericano William Faulkner que en el proyecto de una fraternidad social por medio del arte. El arte, si pretendemos ser del todo franceses, divide mucho más que lo que une. El chasco de Giaconi es parecido al de Joao Havelange. Como dijo en Chile un diplomático, “el fútbol es la continuación de la guerra por otros medios”. Como la política. Lo que duele al escritor, el escritor en su función genérica, no es tanto el fracaso de su programa social como la inocuidad de su instrumento para conseguir poder. La diferencia entre Giaconi y Havelange radica en que este último maneja filantrópicamente un imperio de masas donde se mueven millones. De ahí que no proclame el apocalipsis de su negocio como proclama el suyo Giaconi en prospecto derrotista: “La literatura no le interesa a nadie”.

De regreso en Chile después de casi treinta años de permanencia en los Estados Unidos, Giaconi tendrá que reconocer que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Ahora triunfan Diamela Eltit, Raúl Zurita, Gonzalo Contreras y otros por el estilo. Además, Giaconi deberá convenir en que se equivocó en su diagnóstico acerca de la juventud en 1954. La juventud no es difícil ni es fácil. Simplemente es. Por lo menos, por muy desguarnecida de recursos materiales que se halle, es juventud. Conozco a varios ricos de riqueza absoluta que darían la mitad y hasta las tres cuartas partes de su riqueza a cambio de “volver a los 17”. Es cierto que a los 17 no sabemos qué hacer con ellos, pero, en fin, el no saber qué hacer con algo constituye, a tales alturas, un estimulante signo de libertad. Las dificultades llegan con los años.  No con los pocos, sino con los muchos. En nuestra niñez llamábamos “abuelitos” a los caballeros capaces de exhibir nuestra donosura actual. “¡Chiquillos insolentes!” . Giaconi no debe olvidar que también él alguna vez les faltó el respeto a sus mayores. Es la ley de la vida. Mientras tanto, ¡bienvenido! A su vieja casa no más vuelve.

Gatica y Neruda
En una entrevista otorgada en Londres a Cecilia García-Huidobro, para la “Revista Universitaria” (N° XXIX, primera entrega, 1990), el autor de “Tres tristes tigres”, Guillermo Cabrera Infante, estampa con todo empaque la opinión siguiente: “Fíjese que en un ensayo, hablando de la poesía popular, que para mí son por supuesto las letras de canciones, dije que el poeta importante en Chile no era Neruda sino Lucho Gatica. Sé que Gatica no ha escrito las letras de sus canciones, pero eso no importa para nada porque Homero no escribía las letras de sus poemas épicos, sino que los repetía… La música, las letras de bolero, las letras de canciones tienen más importancia para la gente que lo que uno puede pensar. Conocí a una mujer en Cuba que era prodigiosa en el sentido que conversaba cantando canciones. Eso significa que para ella las canciones expresaban más que las palabras…”. A propósito de sus experiencias como guionista cinematográfico, la periodista chilena pregunta: “¿Claro que me parece que no ha tenido muy buena experiencia con los guiones de cine?”. Responde el narrador cubano: “Buena y mala experiencia. Pero esta vez espero que sea buena porque es un guión sobre la vida de un personaje en La Habana en 1958, para la Paramount…”. Y otro alcance de la entrevistadora: “¿Sin embargo su trabajo con el director Joseph Losey terminó en su casa de reposo?” Pronta replica del aludido: “En un manicomio; usted es muy fina. Es una sudamericana eufemística, terminó en un manicomio”.

El caso de Cabrera Infante no es raro en la literatura. Abundan los escritores maniaco-depresivos obligados a consumir litio. Desde esa zona tan particular Cabrera Infante pone a Lucho Gatica por encima de Neruda, comparándolo con Homero.

Josep Ferrater Mora
Josep Ferrater Mora, que así lo pueden llamar ahora sus paisanos catalanes, es filósofo, tratadista, profesor y narrador que no se ahoga en poco agua. Amigo en 1940 de José Ricardo Morales, el dramaturgo malagueño que luego de 50 años de exilio en Chile empieza a ser profeta en su tierra (acaba de ganar el Premio “Federico García Lorca” de teatro en Granada); amigo de Antonio R. Romera, chileno-español, originario de Albacete, que aquí hizo lo mejor de su existencia y aquí murió y aquí se le sepultó; amigo de Arturo Soria, que también vino en la ola del destierro de 1939, marcando su impronta de charlador genial y levantando su imprenta de editor maestro, José Ferrater Mera (sin la p catalana del nombre entre nosotros), nacido en 1912, en la calle Princesa de Barcelona, se muestra como un príncipe en las hermosas páginas de la revista “Catalónia” (Centro Unesco de Catalunya), número 17, correspondiente a enero de 1990. A la inversa de los que piensan que la cultura del espíritu ha muerto, Josep Ferrater Mora, hombre de una generación de guerra y exilio, sostiene no sólo su amor por la filosofía y por la literatura (la que hoy cultiva con pasión denodada), sino que, en relación con los últimos cambios políticos del mundo, agrega el expediente de la reafirmación democrática de las sociedades modernas: “Dígase lo que se diga, no hay régimen alguno que pueda mejorar al régimen democrático, con todos sus inconvenientes. Un régimen democrático se puede modificar desde sí mismo, desde su interior; no necesita trastorno externo, ninguna violencia…”. Y más adelante: “En los cambios del mundo juegan simultáneamente dos cosas. Una, el espíritu tribal, para emplear un término que puede aplicarse a todo –al espíritu de una nación, de un estado, de una región, de una tribu-, y la otra es una tendencia hacia una intercomunicación debida, hacia unas circunstancias externas. Ambos factores trabajan. No puede decirse que el mundo se unifica como si todo se hiciera igual. Puede decirse, en cambio, que hay un cruce entre una tendencia a la unificación, por un lado, y una tendencia a la tribalización, digámoslo así, por el otro”.

¿Verdad que es una observación muy inteligente ésta del célebre autor del “Diccionario de filosofía”?



 



 

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Por Luis Sánchez Latorre.
Las Últimas Noticias, Domingo 1 de julio de 1990