Desde hace unos meses los perros de mis vecinos se han vuelto insoportables. Ladran de día, ladran de noche. Sólo empiezan a calmarse como a las tres de la mañana, pero siempre hay uno que persevera y, entre ladrido y ladrido, no falta otro que agarra papa y enseguida se reanuda el concierto.
Me pregunto a qué le ladran a esa hora, cuando ni las polillas dan señales de vida. Duermen los chincoles, los zorzales, las ruidosas cotorras; los motores de los autos se reducen a un zumbido empastado de fondo; los gatos, silenciosos, vigilan el paso del tiempo. Sólo los perros emiten sus llamados nocturnos a quién sabe qué fuerzas. Quizás los inquietan las sombras, pero en esta época ni siquiera hay una brisa que ponga en movimiento el teatro de la noche. A lo mejor es un atavismo que los lleva a su lobo interior para comunicarse con algún ser oscuro de las tinieblas, como en esa famosa escena en que Drácula, al escuchar unos aullidos lejanos, exclama: "Listen to them, the children of the night. What music they make!".
Antiguamente, para describir algo que se hace sin motivo ni objetivo aparentes, se usaba la locución "por no dejar" o su versión
más sureña "por nojar", aún vigente según entiendo. Esta última es muy expresiva, quizás porque su similitud fonética con "enojar" le da un tono simpáticamente despectivo o censurador. Si alguien hace algo sólo por hacerlo, sin razón y con efectos dudosos más allá del ocio, no sólo pierde su tiempo, sino que logra exasperar a los demás con su alarde de estupidez o su falta de tino o comedimiento. Los perros de mis vecinos, por ejemplo, ladran por nojar.
Entre escritores —y artistas en general— el ocio y las iniciativas caprichosas o gratuitas gozan de gran prestigio, porque se asume que las puntadas sin hilo son el procedimiento creador por definición, mientras que los movimientos bien calculados sólo conducen a un maquinismo comercial sin gracia alguna. De ahí el desprecio que se tiene por la industria de los best-sellers, ya que en ella todo está pensado al milímetro, sin dejar nada al azar, de modo que el lector caiga como mosca y las ventas suban como un hervor de leche. Parece obvio que la creación artística exige hacer las cosas por nojar y trata de evitar los pragmatismos habituales en la vida cotidiana, pero está visto que ese discurso medio hippie es más bien decorativo. Incluso el dadaísmo, que fue algo así como el punk de las cavernas, habría sido imposible sin una correlación de fuerzas creativas entre el capricho ocioso y la resolución técnica estudiada.
Una de las mejores imágenes creadas por Neruda, para mi gusto, es el "ladrido sin perro" que aparece en el poema "Sólo la muerte". Considerando el contexto existencial y fúnebre en que se encuentra, resulta una imagen pavorosa, espeluznante, pero quizás conviene tener en cuenta que fue escrita en una época de vanguardias en que la llamada "escritura automática" había adquirido cierto estatus. El propio Neruda de ese tiempo, en su poema "Galope muerto", le da fuerte a la manivela de ese procedimiento surrealista, aunque éste, ideológicamente, estaba sustentado en su presunta capacidad de ser un altavoz del inconsciente, cosa que no podía estar más distante del materialismo de Residencia en la tierra. En ese sentido, las imágenes de Neruda, si se acepta que siguen la corriente de la escritura automática, serían más bien un ejemplo de un surrealismo sin inconsciente: un ladrido sin perro.
Imagen superior: Perro ladrando a la Luna, de Joan Miró
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Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 22 de febrero de 2022