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La nana robot

Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 3 de octubre 2023


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Una de las fantasías modernas que no ha logrado materializarse, o al menos no con la fuerza que podría hacerlo, es la robotización de la vida doméstica y, en general, de la cotidianidad. No me refiero, por supuesto, a las tecnologías de automatización con que la siutiquería comercial ha acuñado la idea de "casas inteligentes", cuya supuesta inteligencia se traduce en prender y apagar luces, controlar el aire condicionado, bajar las cortinas, mantener bien regado el jardín: lujos digitales, en fin, y derroche ilimitado y absurdo. Lo que ha fracasado es la fantasía de la servidumbre robotizada: la Robotina que sirve el desayuno, limpia el baño, prepara las comidas a la perfección, lava los platos y, en lo posible, impide la proliferación de calcetines huachos.

Los robots domésticos imaginados hace medio siglo o más, principalmente para público infantil, en el fondo no estaban en la órbita narrativa de la anticipación, en su caso como soluciones para el trabajo hogareño, sino en la de la comedia y el entretenimiento. De hecho, ese papel cómico no sólo les cabía a los robots de la servidumbre, sino a casi todos, desde el armatoste de hojalata que anunciaba "Peligro, peligro" en Perdidos en el espacio hasta la esperpéntica pareja de R2-D2 y C-3P0 de Star Wars, que a pesar de sus inteligencias capaces de controlar toda una nave espacial operaban en la escena como una versión mecanizada de Laurel y Hardy.

Visto así, el robot doméstico era una representación muy novedosa de lo que Marx llamaba el fetichismo de las mercancías. En este caso, el fetiche cobraba vida propia por medio de la tecnología, no sólo por las ilusiones propias de los tratos mercantiles, incluidas las que más tarde fueron introducidas por la publicidad. El robot ya no sólo verificaba el reemplazo del valor social de las mercancías, sino que también las dotaba del animismo primitivo y religioso que inspiró el concepto marxista. Es más: el animismo de los robots no se limitaba a materializar la agencia mercantil de las cosas, en que los objetos y el dinero son los verdaderos protagonistas, sino que además procuraba de hecho el reemplazo del trabajo en su concepción especifica de servidumbre más íntima y familiar, tocando un aspecto muy caro a la vida burguesa, como es la administración del hogar y, con ella, la crianza de los hijos, pero también su carácter aspiracional de privilegios aristócratas: en buenas cuentas, era el sueño del todo en uno, mediante una maquinita a la que además no había que tratar con buenos modales por legislación alguna.

Curiosamente, lo más cercano a la "nana robot" que se ha inventado, descontando las aspiradoras que recorren solas los pisos de las casas, es el teléfono celular, que cuida a los niños con tal esmero que los hipnotiza e inmoviliza, de modo que no hay forma de que vayan a caerse de un árbol o encontrarse con un oso en el bosque o con un lobo disfrazado de abuelita. Quién iba a decir, hace veinte años, que ése iba ser un destino posible para un aparato que, en su origen, fue pensado para facilitar la comunicación entre los seres humanos.


 

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La nana robot
Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 3 de octubre 2023