Por razones difíciles de explicar, me vi obligado a resolver un facsímil de la PAES o PSU o como se llame ahora la prueba de admisión universitaria, en su apartado de matemáticas. De ese ejercicio me agradó comprobar que ninguna pregunta me sonaba a chino; de hecho, mis respuestas malas lo fueron por atarantamiento, no por ignorancia. Lo que no me agradó para nada fue que, para obtener ese resultado, me demoré una eternidad. Un liceano más o menos listo habría resuelto tres o cuatro pruebas en el tiempo en que yo, a duras penas, le di el bajo a una. La conclusión era obvia: lo que no tengo de tonto lo tengo de lento, que para el caso era casi lo mismo. Título de la canción: anquilosamiento.
Recuerdo que cuando me tocó rendir esa prueba en serio, a los dieciséis años, lo único que me preocupaba era la velocidad. Daba por hecho que yo sabría contestar bien todas las preguntas, pero hacerlo en un tiempo breve ya era otra cosa. En una prueba como ésa, no corría el dicho "piano piano va lontano". En ese sentido, era una prueba inútil,
ya que su medición de conocimientos, aptitudes o habilidades estaba severamente interferida por la relevancia que le daba a la capacidad de resolver problemas contra reloj. Dudo que una inteligencia sobresaliente en las humanidades, por ejemplo en la historia o la literatura, sea capaz de resolver problemas a toda velocidad, no porque sea limitada, sino porque su escala de pensamiento exige un tranco distinto. Además, en matemáticas, una respuesta rápida de aritmética o trigonometría no asegura una inteligencia capaz de comprender problemas complejos.
Aun así, la lentitud que me ha traído el paso de los años no es agradable. Los optimistas suelen valorar la decadencia añadiéndole la entelequia de la sabiduría, que no significa nada. Viejos sabios y viejos vinagres comparten a menudo los mismos tronos. La imagen de los "sabios de la tribu" encarna una buena parte de la hipocresía del pensamiento occidental, donde esos ancianos venerables son a la vez un lastre de culturas primitivas superadas, miradas en menos, y un raro símbolo de alto estatus filosófico
cultural, apenas justificable en algún simposio. La imagen de los "viejos gagá" es su contraparte fiel, igualmente estúpida. Hay viejos inteligentes y viejos tontos, tal como ocurre con los jóvenes, pero parece de mal gusto la irreverencia de decirlo.
Lentitud y anquilosamiento no son. lo mismo, por supuesto. Son dos parientes que se miran con deseo abyecto, con odio, con sumisión, con desprecio. La naturaleza da ejemplos espurios para todo en este asunto. Ballenas lentas, ballenas sabias. Picaflores rápidos, picaflores eternamente jóvenes. ¿Los delfines son más inteligentes que las ballenas? ¿Su inteligencia es juvenil o viejuna? Si los perros nuevos son todos tontos, ¿los viejos son más inteligentes?
Leseras. En mi vida me he topado con tipos que eran brillantes a los dieciocho años y ahora son unas perfectas amebas mentales. Lo mismo al verres: idiotas que al cabo de treinta años se volvieron sujetos más o menos razonables. Por supuesto, hay gente que siempre va para peor: de tonto a tonto y medio, y así sucesivamente. Sobre eso quizás se podría escribir un libro. O dos. O tres.
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Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 28 de febrero de 2023