Hace poco, en las semifinales del US Open, hubo un breve pero significativo encontrón generacional. Antes de que empezara, el partido prometía ser un típico enfrentamiento entre un aspirante imberbe y un viejo zorro, un combate de David contra Goliat con pronóstico reservado. Pero la cosa tomó otro rumbo apenas los rivales se asomaron por el túnel a la cancha. El jovencito de la película, Ben Shelton, aunque iba a jugar ni más ni menos que contra Novak Djokovic, no entró a la arena tranquilo-nervioso como David, sino como quien llega al club del barrio a entrenar de mala gana, sólo por cumplir, todo sobrado. Caminó muy canchero hacia su banca, con unos vistosos audífonos en sus orejas, saludando con displicencia a las gradas. Poco le faltó para entrar al matadero comiéndose una hamburguesa. El pobre parecía haber llegado ahí engañado, a lo mejor alguien le dijo que iba a jugar con Perico de los Palotes y no con el mismísimo mejor tenista de todos los tiempos.
Para más condimentos, enseguida Goliat estranguló a David como una boa constrictora: se lo sirvió en sets corridos. No conforme
con eso, luego del último raquetazo, el serbio selló el escarmiento celebrando el triunfo de la misma manera en que el jovencito había celebrado su paso a esa semifinal: meñique y pulgar abiertos, con la mano hizo la mímica de contestar una llamada telefónica y colgar con vehemencia el auricular. Humillación total.
Me quedé pensando en la temporalidad de ese gesto. Es seguro que Djokovic, nacido en 1987, aprendió a hablar por teléfono con los viejos aparatos, de modo que para él hay una equivalencia entre su experiencia y la mímica de colgar una llamada. Para Shelton, en cambio, el gesto es pura representación, pues ha vivido su vida entera con teléfonos en que colgar es tocar un icono en una pantalla. El joven gesticula con símbolos que no le corren por las venas, por así decirlo. En el computador, para guardar un archivo, hay que hacer clic sobre el ícono correspondiente, pero es muy probable que un joven como él no vea en ese icono la forma de un diskette: es más, tal vez ni sepa qué es un diskette.
En el fondo Shelton, sin darse cuenta siquiera, representó a la perfección grosera
los prejuicios que han sembrado muchos jóvenes por aquí y por allá: que sólo piensan en ellos y en su tiempo, que la historia los tiene sin cuidado, que Hitler no existió, que la guerra de los Balcanes suena a videojuego entrete y que lo único importante es que existan los completos veganos y que la música occidental fue inventada en la época de Pailita o Marcianeke.
Tenía todas las de salir ganancioso, incluso si le daban una paliza, pero el joven Shelton estaba más allá de esas consideraciones y se fue al abismo de la estupidez por el tobogán de los perros nuevos. En su conferencia de prensa, luego de la humillante derrota, le puso el broche de oro a su esperpéntica entrada en sociedad: dijo que había aprendido que Djokovic era un tipo que "puede competir al más alto nivel", con lo que daba a entender que venía bajándose de quién sabe qué nave extraterrestre y un inesperado pero promisorio viejito serbio le había salido con un domingo siete. "Tiene una mentalidad similar a la mía", agregó el veinteañero sin inmutarse. Llegará muy lejos, le faltó decir para más inri. En fin: juventud, divino tesoro.
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Por Leonardo Sanhueza
Publicado en Las Últimas Noticias, 19 de septiembre de 2023